Como soy poeta, me gustaría mejor solucionar la dicotomía materia/espíritu del lado del segundo. «¿Qué es lo primero?», me pregunta el profesor de Filosofía, pero no lo dejo continuar: «—Profesor, la pregunta esencial de la filosofía puede ser que esté mal planteada. No hay que buscar lo primero o lo segundo, materia o espíritu, porque todo está impregnado de energía y forma parte del cosmos. Todo es múltiple y todo es uno y todo es el universo». En solo un hombre hay materia y espíritu, a veces contradictorios y otras armónicos y no hay uno primario y el otro secundario. Es antigua la idea de que el todo es lo uno y lo uno es lo múltiple, de modo que el universo es una unidad concatenada, infinito formado por finitos (tiempo, espacio, materia, energía…) y de una manera o de otra todo es parte de la materia global del cosmos, incluso el pensamiento humano, la conciencia.
Tolerancia y repulsión son fuerzas excéntricas y concéntricas de una misma unidad en su infinita diversidad. Este asunto de la materia puede verse sin dudas en la composición social, es imposible ser uno (único), sino parte de una concatenación, un ritmo, de modo que lo inmediato es prueba fehaciente del todo y de la parte del todo. La poesía comprende mejor lo que pudiera parecer paradojal, la poesía es ese todo cósmico que se reparte para la mejor aprehensión, en nuestro caso humana. La poesía no puede vivir de la idea que busca qué es lo primero, porque para ella la materia y el espíritu son sus canales de existencia, en unidad indisoluble, como hablar del par dialéctico el contenido y la forma. La poesía es expresión de la materia y del espíritu.
Lo que somos, materialmente, proviene del planeta, que forma parte de una red cósmica (sistema solar, galaxia, metagalaxia) en la que está implícita la conciencia. No hay conciencia, o espíritu, fuera de esa unidad entrañada del universo. Los intereses humanos nos aproximan tanto los unos a los otros, que el ser es a la vez multitud, el más feroz individualismo o individualista depende(n) de colectivos vitales para alimentarse y convivir. La mutua dependencia es una razón cósmica y así funciona para el ser individual, para los conglomerados sociales, para el planeta y para el sistema solar en el que se radica como concatenación.
No hay «primero», pues somos a la vez materia, energía e intelecto. Y si el intelecto forma parte del cosmos, como es inevitable que lo sea, él es también lo primario y lo primario múltiple, el espíritu no puede ser lo segundo ni lo puede ser la materia. La existencia del cosmos depende de todo ello. Ese equilibrio universal es el quid de la poesía del cosmos. Así visto, no habría ni primero ni segundo, sino unidad en lo diverso, concatenación, materia, energía e inteligencia.
La misión del poeta no es responderle a la Filosofía su «problema esencial». El poeta ha de cantar, y para ello también ha de reflexionar. Su dote son las cosas, la realidad, y en ella conviven materia y espíritu en relación unívoca. Si tomase a un poeta como modelo, buscaría en el grande y poco afamado brasileño Manoel de Barros, en Libro de las ignorancias (1993) y Libro sobre nada (1996). Este poeta deja que las palabras nos sorprendan, traduce la vida, así un sapo llueve, o alguien reúne arpas, o pedazos de frutos como si fuesen joyas. La palabra abre lo maravilloso, la maravilla está en las asociaciones del léxico por medio del cual el poeta expone su experiencia de la realidad objetiva, y lo hace con su don peculiar subjetivo. Allí materia, allí espíritu, ninguno es primario, la poesía los agrupa en un haz irrompible: «So o obscuro nos cintila», solo lo oscuro nos alumbra, centellea.
Para el poeta el mundo está formado por la acción y el pensamiento, aunque fuera del ser exista el mundo, independiente de él, el espíritu no puede morar (sabemos, creemos) fuera de la materia, es parte sustancial de la realidad, del cosmos. Incluso si concibiéramos a Dios como un ente espiritual, ese Espíritu no debe de ser independiente de la energía y actúa sobre la materia. De modo que como Dios, la poesía depende del todo del cosmos, del universo como unidad y multiplicidad, como infinito y como conjunción de lo finito.
Entonces no le es dable al poeta plantearse ¿qué es lo primero?, pues no habría «primero» sino concatenación, transformación de unos elementos en otros, de los sutiles a los pesados, del éter al polvo y del polvo al astro. La poesía devela (si es que su «finalidad» fuese develar) esa concatenación universal en que lo uno es múltiple. Y no hay «secundario», pues la razón del cosmos es la suma de sus partes, desde las partículas elementales hasta las galaxias, y en ello, suma cuántica o suma inmensa, se asienta la realidad, que es material y sin duda espiritual, porque nosotros tenemos conciencia y debe de haber otras conciencias en el universo.
Nuestro razonamiento es hijo del cosmos, el espíritu forma parte de él, no se puede concebir nada fuera del universo, como no sea que haya otros universos en el llamado multiverso, pero tal asunto queda en el campo de la hipótesis. En esencia, somos hijos del cosmos, materia preciada que sin embargo aprendimos a dilapidarnos (guerras, asesinatos, todo tipo de violencia de los unos sobre los otros). Y somos esa conjunción de materia, energía e inteligencia que forma la llama viva, la llama de la vida consciente, capaz de poco a poco ir entendiendo al universo.
Sobre la vida, ya lo dijo Samuel Feijóo: «Una sola vez bastó para helarme», mejor no volver. Millones de años-luz precedieron en el universo a la existencia del ser racional, pensante, que somos. El cosmos resulta conjunción de espacio (materia) y tiempo (¿espíritu?). Una sola línea o un solo círculo o esfera hacen del ser como «algo» aparecido-desaparecido, que en conjunción de un tiempo-espacio únicos prexiste-existe-posexiste. Esta línea de reflexión puede alejarme de la «poesía» y acercarme a la filosofía y aun a la teología, pero ¿no es la poesía el eje expresivo del universo? Reflexionar sobre el cosmos puede entrañar poesía siempre, sea la reflexión científica pura en la astronomía o irracionalismo ambiguo en la astrología. La poesía sería así el supremo don expresivo del cosmos. Quizás ni siquiera un «don», sino un resultado de la existencia de la materia y la energía en la línea continua del tiempo. Un resultado expresivo, «comunicativo». La poesía sería la elocuencia de la materia. Y del espíritu. Y con este último término concluyo, pues sería pasar del río (heracliteano) del ser, al océano (del poema de Manrique), en que entra el «mal», que es el morir.
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