Pocos escritores como Eduardo Heras León, el Chino Heras, han marcado tanto la historia cultural cubana después de la Revolución. Su trayectoria de vida —limpiabotas callejero, pero al mismo tiempo niño que se inicia con pequeños lauros en la siempre difícil vida literaria nacional; participante activo en la lucha contra Batista, y al mismo tiempo un graduado de la Escuela Normal de La Habana que se niega a tramitar su título hasta que el tirano no hubiera sido derrotado; miliciano que termina como oficial de las FAR durante varios años— fue variada y difícil, pero estudia finalmente una licenciatura en Periodismo y otra en Filología en la Universidad de La Habana, títulos académicos que no fueron otra cosa que impulsores de su profunda vocación literaria. Luego, profesor universitario en la licenciatura en Periodismo. Su primer libro, siendo muy joven aún, obtuvo el Premio David de la UNEAC: La guerra tuvo seis nombres, libro de cuentos que ya contiene, in nuce, lo esencial de su peculiar estilo narrativo: una intensidad dramática impactante, pero ligada a un sentido de la síntesis muy inusual en nuestras letras, tan dominadas, en lo más general, por un barroquismo que no tolera la elegante simplicidad de la palabra sumaria y a la vez desbordante de significados. En 1970 vino su primera y difícil consagración, con una mención más que significativa en el concurso Casa de las Américas, con su libro de cuentos Los pasos en la hierba, el cual aparece en un momento crítico de la historia cultural cubana, marcada por polémicas que no hubieran debido tener lugar y que, en primera instancia, parecieron consagrar cánones que, en lo esencial, eran altamente opuestos a la Revolución misma. Los pasos en la hierba, a la vez narración y crónica, se mueve entre una singularísima reseña histórica y una restallante manera de poesía en prosa. Dura, implacable con defectos de la sociedad cubana, brillante en su palabra y, también, llena de confianza en un futuro cabal, el libro fue tergiversado y sometido a un ostracismo absurdo. Por ello mismo se convirtió, y sigue siendo, uno de los textos clásicos de las letras cubanas a partir de 1959.
Años después de experiencias y libros diversos, Heras León continuó su obra, ya consolidada desde sus primeros dos títulos. Publicado y leído en Cuba y América Latina, su manera peculiar de narrar, su indoblegable compromiso con la crítica social y la caracterización de una realidad insular siempre cambiante, Heras León es imprescindible para comprender el proceso mismo de la producción literaria nacional, pero también la evolución, compleja en tanto social, de la vida cubana. Ninguno de los premios recibidos —el Premio Nacional de Edición, el Premio Nacional de Literatura— alcanzan a definirlo en la multiplicidad de un trabajo intelectual que no se limita a la creación autoral, sino que también ha ido desde la edición y el periodismo, hasta la fundación y dirección ejemplar de un centro de formación de jóvenes talentos literarios. Todo ello lo convierten en uno de los autores multifacéticos, incansables y esperanzados en que la literatura es, también, un modo de dejar huellas y nombres humanos al paso indetenible de los tiempos.
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