Juana Borrero (La Habana, Cuba, 18 de mayo de 1877 – Cayo Hueso, Florida, 9 de marzo de 1896), poetisa, prosista, pintora, pasó a velocidad de vértigo por la historia de la cultura cubana y dejó una estela de genialidad y de pasión, lo mismo en sus vínculos con el arte que en sus relaciones interpersonales con Julián del Casal y Carlos Pío Uhrbach, que tienen visos de novela romántica o modernista. Esta joven que vivió apenas dieciocho años podría ser considerada una de las voces esenciales de la poesía finisecular del siglo XIX en idioma español.
Vibraciones
Escuchando las notas aladas
Que surgen vibrantes de tu arpa de oro
Se han llenado mis ojos de lágrimas
Y ha subido a mi boca un sollozo,
Escuchando las notas aladas
Que surgen vibrantes de tu arpa de oro.
Yo no sé lo que tienen tus rimas
Que al llenar mi alma de triste dulzura
Me recuerdan la imagen querida
De un ser adorado que duerme en la tumba.
Misterioso poder de tus rimas
Que llenan mi alma de triste dulzura.
Canta, oh bardo! Tus cantos evocan
En mi pecho enfermo profundas tristezas
Y se puebla mi frente ardorosa
De febriles, fugaces quimeras
Cuando escucho tus cantos que evocan
En mi pecho enfermo profunda tristeza.
Medieval
Junto a la negra mole de la muralla altiva
Que alumbran las estrellas con tenue luz de plata
El trovador insomne de frente pensativa
Preludia conmovido su triste serenata.
El aura de la noche voluble y fugitiva
Besa los largos pliegues del manto de escarlata,
Y extiende la armoniosa cadencia persuasiva
Que el plácido reposo perturba de la ingrata.
Al pie del alto foso destácase la airosa
Romántica figura del rubio menestrello,
Que al agitar la mano sobre el cordaje de oro
Entristecido exhala su queja dolorosa
En la cadencia rítmica del dulce ritornelo,
Y en sus mejillas siente que se desborda el lloro.
Los astros
En la callada noche, cuando la sombra extiende
Sobre la tierra muda su velo misterioso
Y arriba, en las alturas del éter anchuroso,
Sembrado de luceros el firmamento esplende,
Mi alma soñadora que al infinito asciende
Escucha sumergida en éxtasis dichoso
Hablar de las estrellas su idioma cadencioso,
Tan dulce que tan sólo mi espíritu lo entiende.
A mis oídos llega desvanecida y flébil
El eco de sus voces como el murmullo débil
Que una dulzura vaga, indefinible encierra.
De su prisión terrena mi espíritu se evade,
Y un inefable goce mi corazón invade
Sintiéndose tan lejos de la mezquina tierra.
En el templo
A Federico Uhrbach
Se llena de creyentes el templo solitario
Y a los acordes graves del órgano sonoro
Se mezclan en la atmósfera serena del santuario
Las voces cristalinas que cantan en el coro.
Entre las blancas nubes que arroja el incensario
Miro, con las pupilas nubladas por el lloro,
Que el sacerdote humilde, de pie junto al sagrario,
Entre las manos puras eleva el cáliz de oro.
Y así como el incienso que ante la imagen flota
Impregna de sutiles perfumes el ambiente,
Perfuma tu recuerdo mi mente visionaria,
Y de mis labios trémulos y suplicantes brota
Tu nombre idolatrado, que vibra dulcemente
Mezclado con las frases que forman mi plegaria!
Las hijas de Ran
Envueltas entre espumas diamantinas
Que salpican sus cuerpos sonrosados
Por los rayos del sol iluminados
Surgen del mar en grupo las ondinas.
Cubriendo sus espaldas peregrinas
Descienden los cabellos destrenzados
Y al rumor de las olas van mezclados
Los ecos de sus risas argentinas.
Así viven contentas y dichosas
Entre el cielo y el mar, regocijadas,
Ignorando tal vez que son hermosas,
Y que las olas entre sí rivales
Se entrechocan de espuma coronadas
Por estrechar sus formas virginales.
Apolo
Marmóreo, altivo, refulgente y bello,
Corona de su rostro la dulzura,
Cayendo en torno de su frente pura
En ondulados rizos su cabello.
Al enlazar mis brazos a su cuello
Y al estrechar su espléndida hermosura
Anhelante de dicha y de ventura
La blanca frente con mis labios sello.
Contra su pecho inmóvil apretada
Adoré su belleza indiferente,
Y al quererla animar, desesperada,
Llevada por mi amante desvarío,
Dejé mil besos de ternura ardiente
Allí apagado sobre el mármol frío!
Vorrei morire
Quiero morir cuando al nacer la aurora
Su clara lumbre sobre el mundo vierte,
Cuando por vez postrera me despierte
La caricia del sol abrasadora.
Quiero al finalizar mi última hora,
Cuando me invada el hielo de la muerte,
Sentir que se doblega el cuerpo inerte
Inundado de luz deslumbradora.
¡Morir entonces! Cuando el sol naciente
Con su fecundo resplandor ahuyente
De la fúnebre noche la tristeza,
Cuando radiante de hermosura y vida,
Al cerrarme los ojos, me despida
Con un canto de amor Naturaleza!
Última rima
Yo he soñado en mis lúgubres noches,
En mis noches tristes de penas y lágrimas,
Con un beso de amor imposible,
Sin sed y sin fuego, sin fiebre y sin ansias.
Yo no quiero el deleite que enerva,
El deleite jadeante que abrasa,
Y me causan hastío infinito
Los labios sensuales que besan y manchan.
¡Oh, mi amado!, ¡mi amado imposible!,
Mi novio soñado de dulce mirada,
Cuando tú con tus labios me beses
Bésame sin fuego, sin fiebre y sin ansias.
Dame el beso soñado en mis noches,
En mis noches tristes de penas y lágrimas,
Que me deja una estrella en los labios
Y un tenue perfume de nardo en el alma!
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