Digamos que, en un escenario inmejorable, uno lee La herejía lesbiana, de Sheila Jeffreys, o los textos de Judith Butler. O que uno mira andar a la distinguida profesora Butler en compañía de Sunaura Taylor, mientras hablan de lo queer y las segregaciones en Examined Life (2008), de Astra Taylor.O que uno inspecciona con calma, en ese mismo escenario, la zona homosexual de Placeres del amor, la subterráneaguía erótica de los sentidos (en lo que toca a la pintura), de Elizabeth Nash. O que uno lee una novela como El amante lesbiano, del español José Luis Sampedro, o Querelle de Brest, de Jean Genet (y ve, además, la maravillosa versión que hace Fassbinder).O que uno recorre con la vista ciertas composiciones neo-vintage, o se adentra en una historia sueca de vampiros como Haz pasar al adecuado (una novela desbordante y atrevidísima, que cuenta con dos reescrituras cinematográficas), y de pronto uno comprende que la lista, y, sobre todo, la red que allí va tejiéndose, tienden al infinito.
Para no caer in medias res, he empezado por mencionar referentes no cubanos, un poco al tuntún, como suele decirse. En esa red puede uno saltar, rebotar, envolverse.
Las listas, y el orden de las listas, son, sin embargo, como la acumulación de las preguntas en torno a un enigma aparentemente irresuelto. Las listas de ese tipo son ya, a partir de cierto momento, contestaciones al dilema en torno al cual se agrupan. Las preguntas, con todo y no tener respuestas, devienen escotillones, portillos que se abren si el peso de las interrogaciones tiende a configurar un paisaje. El mucho preguntar acaba por arrancar secretos hasta del silencio. Y ciertas listas podrían transformarse en enumeraciones caóticas, que, como saben ustedes, constituyen una forma invisible de poiesis.
Estoy diciendo estas cosas así para librarme del escrúpulo académico, que es lo peor que puede experimentar alguien para quien la representación del homoerotismo no debería diferir de la representación del heteroerotismo. El homoerotismo está marcado porque necesita calificarse y denotarse. El heteroerotismo no está marcado porque no necesita de una visualidad, ya que expresa un conjunto de valores y tradiciones regentes, centrales, todopoderosas. He realizado antologías donde el núcleo es justo esa diferenciación, pero también he advertido que si uno hace una antología sobre el amor, uno debería abandonar las distinciones. Amor y deseo consumados llevan a las mismas cosas: comunicación, placer, necesidad del otro. Siempre me acuerdo de un comic finlandés donde hay un astronauta humano que tropieza con una cápsula en el espacio profundo, y descubre que allí vive una criatura inteligente y de formas extrañísimas con la que acaba teniendo sexo, o algo parecido al sexo, o que genera goce sexual.
Uno puede decir: de Alfonso Hernández Catá a Anna Lidia Vega, de Ofelia Rodríguez Acosta a Pedro de Jesús, de Virgilio Piñera a Roberto Viña, e ir trazando puentes cuyos arcos mantienen el asunto del homoerotismo en un estado de tensión invariable. Los libros están ahí, sin embargo, y sólo bastaría con repasarlos y ordenar sus metáforas, o elaborar esquemas más o menos canónicos para extraer conclusiones que acaban extraviándose. Por ese motivo me atrae más la lógica de la representación que su historia. En la historia se encuentran los tópicos: incomprensión, rechazo social, hallazgo de la amistad, tendencia a lo gremial, búsqueda de un espacio, performatividad, construcción de las formas de una identidad. En la lógica, que no desdeña lo que acabo de mencionar, están lo que podría ser y lo que debería ocurrir. Es como si estuviésemos delante de una nueva Tabla de Elementos Químicos Periódicos donde hay espacios vacíos, en blanco. Espacios ignotos. Y entonces, por lógica, nos arriesgáramos a detectar lo que aún no existe, lo que aún no aparece allí.
De modo que la lógica de la representación del homoerotismo es el probable o improbable futuro de dicha representación. Lo que no quiere decir que en ese futuro se eche por tierra lo que, hasta hoy, la historia de esa representación ha conquistado para sí y para los sujetos implicados.
Para terminar con la cuestión de esa representación histórica, debería decir que algunos de ustedes quizás tengan noticias de la publicación hace años, y con bastante éxito, de mi antología Instrucciones para cruzar el espejo, donde propuse un viaje por el relato queer (y homoerótico en particular) en Cuba. Voy a recordar algunos nombres: Virgilio Piñera, Calvert Casey, Roberto Urías, Ena Lucía Portela, Abel González Melo, Jorge Ángel Pérez, Michel Encinosa, Carlos Esquivel, Ray Faxas, Rubén Rodríguez, María Liliana Celorrio, Jesús David Curbelo, Odette Alonso, Rita Martín, Antón Arrufat, Achy Obejas, Anisley Negrín, Marvelis Marrero, Yordanka Almaguer y otros.
Al presentarla en la Feria Internacional del Libro de 2011, la antología se la dediqué, a un amigo, Alexander, que después se transformó en mi amiga Lucía Alejandra, quien ya es toda una mujer (antes lo era, pero sólo por dentro, en su paisaje interior). Lucía Alejandra no ha podido regresar a La Habana a visitar a sus amigos porque algo ha sucedido con su pasaporte cubano de varón, que ella anhelaba modificar, como es natural en estos casos. Pero en fin… Lucía Alejandra celebró hace unos meses su cumpleaños 50, con personas como ella, nada menos que en la Torre Eiffel. Tiene un blog donde cuenta toda su historia con absoluta valentía, y es la persona que, al tanto de mi curiosidad y mi interés, hizo y rehízo su cuerpo delante de mí, en pleno Período Especial, en sesiones habaneras frente al espejo, para que yo la mirara y la viera.Y todo en una época triste, cuando conseguir maquillaje, pestañas y pelucas era todo un viacrucis.
Pues bien: a aquella antología siguió una segunda, inédita por motivos que ahora no vienen a cuento. Para procurarme una secuencia, un encadenamiento y una simetría, la titulé El espejo roto. Pero esa frase pertenece ahora al libro homónimo que acaba de publicar Ediciones ICAIC, donde exploro las morfologías del cuerpo gay-lesbiano/queer en el cine.
En aquel repertorio (35 cuentos homoeróticos cubanos) figuran escritores que no están en Instrucciones para cruzar el espejo. Ellos son, entre otros, Sonia Rivera-Valdés, Diana Fernández, Yunier Riquenes, Lourdes González, Sergio Cevedo, Marcial Gala, Julio Lombas, Jamila Medina, Miguel Ángel Fraga, Dazra Novak, Evelyn Pérez, Ahmel Echevarría, Rufo Caballero, Mariela Varona, Lourdes de Armas, Legna Rodríguez Iglesias, Luis Yuseff, Agnieska Hernández, Yoss, Gleyvis Coro y Enrique Pérez Díaz.
El carácter cada vez más queer de la cultura, en especial a partir de los años 90, determina la aparición de un fenómeno curioso: la segunda parte de esa antología en forma de díptico resulta más unitaria y concentrativa, en relación con las ficciones del mundo LGBTI, que la primera parte. En la primera uno puede ver los trazos inaugurales, las tentavivas preliminares, las bases de ese edificio. En la segunda el edificio tiende a completarse y alcanzamos a acariciar muchos de sus detalles.
Editado por Maytee García
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