Las representaciones del homoerotismo estarían marcadas, digamos, por una especie de urgencia, por cierta provisionalidad dentro de las dinámicas socioculturales, por las emulsiones del neobarroco, y por una dosis de irrealidad que, independientemente de la fuerza de lo somático, se obtiene gracias al acercamiento hiperreal (aunque esto vale para el erotismo y el sexo en general, en esa modulación del realismo donde lo real cae bajo una luz que se aparta de lo convencional).
En general lo que quiero decir es que la imagen homoerótica podría ser (y de hecho es) intervenida por esas circunstancias, por esos gestos (capaces de marcar un estilo o una poética), y que, al colocarse bajo el influjo de dichas circunstancias, en esa gestualidad, el cuerpo se enriquece. Tengo la impresión (no lo he comprobado aún) de que, en la escritura, la mirada se ha llenado de énfasis nuevos, de oblicuidades que hace unos pocos años no estaban ahí, y que la virtualidad y la construcción del yo sexual, en el homoerotismo, se ha complejizado en un diálogo que hoy está henchido de recelos, prevenciones, suspicacias. Y esto se integra en las ficciones como indicios de que la mirada ha adquirido un poder mayor, pues el grado de performatividad de nuestras acciones es también mayor. La ficción se traslada a la realidad en el mundo de la vida ordinaria, y la realidad regresa a la ficción de un modo algo distinto y entonces ocurren representaciones de segundo y tercer grados, potenciadas una y otra vez por el arbitraje de la cultura (esto que acabo de decir merece explicaciones extensas).
Como pueden ver ustedes, este es el reino de la especulación, y, sin embargo, no es menos cierto que en una zona de la especulación florece la verdad, en especial si consideramos que la verdad es ella misma (los puros hechos, por ejemplo), más su presunción, más su conjetura, más el margen de sus dudas y su negación, más su afirmación en los escenarios donde el homoerotismo y los cuerpos LGBTI ensayan sus flexiones, sus contracciones, sus adulteraciones. Las etiquetas, que siempre han exhibido una debilidad intrínseca, se convierten en papel mojado, se despedazan. Hay corrimientos, fragmentaciones, sexualidades a corto plazo, asimetrías.
De pronto me da la impresión de que estoy aludiendo a una zona del comportamiento inmediato, en el reino de los intercambios sociosomáticos, atravesados y alumbrados por las mediaciones culturales, y no refiriéndome a la representación literaria. Si tal fuera el caso, aun así esa sería una parte de la lógica de la literatura donde el homoerotismo se expresa. Porque allí uno siempre está dialogando con cuestiones que ya existen, sólo que uno tiende a conceptualizarlas cuando las traslada a los textos y cuando los textos las mueven en el espacio y el tiempo literarios.Bajo la conceptualización, parece que dichas cuestiones son nuevas, o que son fenómenos ignotos. Y no es así. La realidad va por delante, aunque esté contaminada de ficción, porque es la ficción y sus acuerdos con el lenguaje lo que nos permite relatar lo real, hacer que lo real sea inteligible.
De manera que relatar el relato del homoerotismo (representación de segundo grado) y de los cuerpos queer en general, es casi el único modo de comprender todo eso. Por otra parte, como dice George Steiner, la alianza de la imaginación con la ficción es el camino más recto para acercarnos a la verdad.
Creo que son esas y otras cuestiones las que, en lo que a mí concierne, presiden cualquier examen polémico en torno a la representación que la escritura hace del homoerotismo. En cualquier caso yo prefiero lidiar, en mis ficciones, con cuerpos más o menos concretos (si es que esa noción mantiene su estabilidad filosófica), y mi trabajo (la palabra obra me parece presuntuosa) tiene que ver con lo concreto de la imaginación y de la hiper-testificación, cuando lo real se agranda en muchos detalles y le ofrece resistencia (rompiendo las convenciones) al realismo tradicional. Me interesan mucho, por ejemplo, los personajes de Carlos Montenegro, que, como es obvio, habría que relacionar con los de Jean Genet y luego con los de Guillermo Vidal. En específico, dos de ellos: Pascasio y Andrés, que forman la médula de Hombres sin mujer. He escrito un ensayo sobre ese libro (una de las cuatro o cinco grandes novelas de la literatura cubana), y sobre el cine que se basa en las obras de Genet.También he podido escribir sobre Las manzanas del Paraíso, de Vidal. Y he tenido el atrevimiento de poner, en una trifulca en la calle Obispo, en los años 90, a un ruso malevo, a Andrés y a Pascasio, en mi novela Capricho habanero.
Ahora me acuerdo de un relato como “Rapunzel”, que escribí como una visitación del mito homónimo por medio del vampirismo lesbiano.Y del vínculo entre el pintor y el vendedor de maní en mi novela Días invisibles (cuya edición cubana tiene al frente un desnudo frontal de Von Gloeden).Y de la recreación del entusiasmo de Polidori por Lord Byron, en mi novela Fake, en cuya segunda parte hay un mortífero ménage à trois en relación con el canibalismo ritual y los sueños arquetípicos.
En esa lógica del homoerotismo dentro de la escritura, uno tendría que defenderse de ese punto de vista totalizador, sobre el sexo, que es el que impone la pornografía industrial y el moralismo hipócrita. Uno quizás tendría la responsabilidad de mostrar el núcleo duro de lo homoerótico, en el sexo y en los preliminares y las antesalas del sexo, desde otra perspectiva, para que aparezcan ciertas imágenes y ciertos relatos del cuerpo que la pornografía ni quiere ni puede enseñar. Una suerte de post-sexualidad cuyos gestos serían, incluso, más enérgicos y provocadores que los de Jena Haze, la productora Bel Ami, o Nacho Vidal.
Pero, en fin, ya estoy en el territorio de lo anecdótico. Y me gustaría terminar mi intervención refiriéndome a El espejo roto, un libro sobre las formas del cuerpo LGBTI, escrito como una aventura post-ensayística donde hay ficciones, teorías sobre el cuerpo (la feminidad, la masculinidad y sus zonas de confluencia) y textos sobre cine. Ignoro qué valor tendría el libro ni cuál será su influjo en sus posibles lectores. Tan sólo confío en que la aventura en sí, en tanto trabajo con las palabras, se articule con algunos activismos. No es que en estas circunstancias del homoerotismo la literatura se transforme en una materia suplementaria y adicional. Me parece que eso queda bien claro. Como también queda claro que ninguna teoría sirve de mucho si no impregna y enriquece a los activismos y los hace mejores en su eficacia contra los crímenes que se originan en la homofobia y el odio contra la diversidad sexual.
Editado por Maytee García
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