Victor Marie Hugo (Besanzón, 26 de febrero de 1802-París, 22 de mayo de 1885), fue un poeta, dramaturgo y novelista romántico francés, considerado como uno de los más importantes en lengua francesa. También fue un político e intelectual comprometido e influyente en la historia de su país y de la literatura del siglo XIX. Contribuyó de forma notable a la renovación lírica y teatral de la época; fue admirado por sus contemporáneos y aún lo es en la actualidad por su obra excepcional.
Claro de luna
Era clara la luna y jugaba en las olas.
La ventana al fin libre está abierta a la brisa,
la sultana se asoma, y el mar que rompe lejos,
borda en su ola de plata los negruzcos islotes.
De sus dedos, vibrando, la guitarra se escapa.
Escucha… Un ruido sordo golpea los sordos ecos;
¿es un turco bajel que proviene de Cos
y con sus remos tártaros bate el griego archipiélago?
¿O son cuervos marinos que en el mar se zambullen,
y a los que el agua corre por las alas cual perlas?
¿Es un djinn que en lo alto silba con voz endeble
y arroja al mar las altas almenas de las torres?
¿Quién turba así las olas tan cerca del serrallo?
No es el cuervo marino, al que acunan las olas,
ni las piedras del muro, ni el rumor cadencioso
de un bajel que se arrastra por el mar con sus remos.
Son sacos bien pesados, dentro se oyen sollozos;
se vería, al sondear el mar que los pasea,
en sus flancos moverse como formas humanas.
Era clara la luna y jugaba en las olas.
La vaca
Ante la blanca granja en que hacia el mediodía
viene un viejo a sentarse en el umbral templado,
en que alegres gallinas mezclan sus crestas rojas,
y los dogos, guardianes del sueño en sus cubiles,
escuchan las canciones del guardián de la aurora,
del gallo barnizado que brilla hermoso al sol,
una vaca se había demorado un buen tiempo.
Soberbia, enorme, roja y de blanco manchada,
dulce como una cierva lo es con sus cervatos,
tenía bajo el vientre un grupo de niñitos,
con sus dientes marmóreos y sus pelos revueltos,
frescos, y más tiznados que unas viejas murallas,
que, ruidosos, a un tiempo, llamando a grandes gritos
a otros que, más pequeños, acudían temblando,
a sustraer sin piedad a una lechera ausente,
con sus bocas felices y tal vez ofensivas
y sus dedos urgentes la leche por mil huecos
sacaban de la ubre fecunda de la madre.
Ella, buena y paciente, llena de su tesoro,
bajo todas sus manos estremeciendo a veces
su flanco más sombreado que el flanco de un leopardo,
miraba, distraída, hacia un punto cualquiera.
¡Naturaleza, abrigo de todas las criaturas!
¡Oh madre universal, con todos indulgente!
¡Así todos a un tiempo, místicos y carnales,
buscando leche y sombra bajo tu flanco eterno,
todos juntos, mezclados, los sabios y los poetas,
colgamos a la vez de tus ubres colmadas!
¡Mientras muertos de hambre, con gritos de victoria,
en tus fuentes sin fin saciando el corazón,
para más tarde hacer nuestra alma y nuestra sangre,
aspiramos a chorros de tu luz y tu llama,
hojas, montes y prados verdes y el cielo azul,
sin desasosegarte, tú sueñas en tu Dios!
He cogido esta flor para ti en la colina.
En la ásperapendiente que sobre el mar se echa,
la cual conoce el águila y ella sola visita,
apacible creció, en las grietas del risco.
La sombra bañó el flanco del triste promontorio;
y vi alzarse en el sitio, como el de una victoria,
un gran arco de triunfo deslumbrante y bermejo,
y en el punto preciso donde era el sol tragado,
vi a la noche sombría alzar porches de nubes.
Las velas se fugaban, pequeñas a lo lejos,
los techos se alumbraban al fondo de un embudo,
parecían temer relucir y ser vistos.
He cogidoesta flor para ti, amadamía.
Es pálida y no tiene la corolaolorosa.
Suraíz no ha tomado de la cresta del monte
mas que el amargo olor de los verdosos fucos;
me dije: “Pobre flor, de lo alto de esta cima,
tú debías ir a dar en ese abismo inmenso
donde el alga y la nube y las velas se van.
Ve a morirsobre un pecho, abismo más profundo.
Marchítate en el seno donde un mundopalpita.
El cielotecreó para ajarte en las ondas,
te hizo para el océano, yo teentrego al amor.”
Mezcló el viento las olas; no quedaba del día
mas que un vago fulgor, lentamente borrado.
Qué profunda tristeza había en mi pensamiento
al soñar, mientras que el negro abismo entraba
en mi alma con los calofríos de la tarde.
Ventanas abiertas
Por la mañana – Durmiendo
Oigo voces. Veo luces a través de los párpados.
Repica una campana en la iglesia San Pedro.
Gritos de los bañistas. ¡Cerca! ¡Lejos! ¡Aquí!
¡No, por allá! Los pájaros gorjean. También Jeanne.
Georges la llama. Cantos de gallos. Una llana
raspa un techo. Caballos recorren la calleja.
Chirridos de una hoz que está cortando el césped.
Choques. Rumores. Anda el techador arriba.
Ruidos del puerto. Silban las máquinas calientes.
Música militar que llega a bocanadas.
Algarabía en el muelle. Voces francesas. Gracias.
Hola. Adiós. Sin duda, es tarde, porque veo
que viene un petirrojo a cantar junto a mí.
Escándalo lejano de martillos de forja.
El agua chapotea. Jadeos de un vapor.
Una mosca penetra. Soplo enorme del mar.
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