Henry Bergson, el filósofo que reorganizó la tradición aristotélica para definir la risa, consideraba que un enunciado cómico representaba superioridad desde el punto de vista del emisor, o sea, que el humorista que hace un chiste a costa de algo, o de alguien, al sentirse superior a ese alguien, o ese algo, lo fustiga con su ingenio. De ahí que la risa sea tan concluyente como recurso para juzgar la sociedad y sus conductas. Independientemente del grado de acierto del que gocen hoy las teorías de Bergson, más de un siglo después de publicadas, sigue vigente en muchos el aspecto relativo al estatuto superior del riente por sobre el sujeto risible. Gracias a ellos, se presupone que el humor revela una norma de discapacidad para el sujeto risible.1
Carlos Bousoño, teórico de la poesía, reconocía el paralelo en los modos de la figuración del sentido entre el chiste y la expresión poética, aunque prefería enfrentarlos como manifestaciones altas y bajas, sublimes y vulgares, reservando al poema las primeras, en tanto las segundas correspondían a lo cómico. Conozco personas que prefieren, en efecto, la densidad de sentido en la figura poética antes que la dinámica inmediata del humor y sus modos. Es un prejuicio que pervive en la propia esencia civilizatoria de nuestra sociedad, tan difícil de desarraigar como el racismo o la homofobia.
El autor del Génesis (sea Dios o un escriba), condena a Cam, tercer hijo de Noé, por burlarse de la borrachera del padre, aun cuando reconoce su incorrecta conducta. La maldición del patriarca bíblico es excesivamente cruel y se extiende, sin miramientos, a sus propios nietos. Claude Lévi-Strauss, antropólogo que indagó la esencia estructural de mitologías ignoradas por la antropología –anterior y posterior a sus propios estudios–, resaltó el rechazo que sufren quienes ríen dentro del ámbito tribal, por cuanto esa risa ponía en peligro la unidad del clan. El humorista mítico que estudió Lévy-Strauss, pagaba el chiste con la expulsión de la comunidad y la condena a vagar en solitario. A merced de una naturaleza que lo superaba.
Estos, y otros muchísimos ejemplos que es posible enumerar si se tiene la suficiente paciencia, y el necesario rigor profesional, deberían haber servido de lección para saber a qué se arriesga el humorista con su oficio. Detrás de las risas inmediatas (o del temido vacío), se suceden las interpretaciones y, sobre todo, las molestias de quienes prefieren molestar antes que ser molestados.
El artículo “Humor de un solo sentido” del periodista Miguel Cruz Suárez, publicado en la edición online de Granma del 8 de agosto de 20192 despertó la inmediata reacción de varios humoristas, como Kike Quiñones y el también periodista, editor y crítico Jorge Fernández Era, quien aprovecha para fustigar al Diario a través del artículo. Llama la atención que Fernández Era, en su legítimo y simpático derecho de réplica, que tituló “El humor hace sentir hondos dolores”, tome el rábano por las hojas, o suba a un muchacho a lo alto de las ramas del rábano, para que le alcance los frutos (Mark Twain mediante). Impulsivo y enérgico, interviene en la libertad de expresión del periodista (la misma libertad que reclama con ahínco para el humorista) y lo manda a freírse sus buenas tusas cogiéndola con los dirigentes. ¿Es esa una defensa inteligente, justa, rigurosa, del derecho del humorista a elegir su propio sujeto risible? ¿No le asiste al periodista el derecho a ver el fenómeno según su propia perspectiva?
A Suárez le preocupan manifestaciones que a mí me han exaltado, haciendo las veces de puro espectador, deseoso de no verme en la necesidad de ejercer la crítica. En su artículo, destaca una verdad innegable: “El personaje oficial, el cuadro político, el simple dirigente del barrio, el que alguna vez dirigió y ya no lo hace, e incluso los miembros de las instituciones del orden o la legalidad, se han convertido en blanco predilecto a la hora de armar los personajes más ridículos o los que asumen roles negativos en no pocas producciones audiovisuales (humorísticas o no) de los últimos tiempos”.
Resalto: “en no pocas producciones audiovisuales (humorísticas o no) de los últimos tiempos”. Pienso, por ejemplo, en el último estreno de la filmografía cubana que he visto, El viaje extraordinario de Celeste García, plagado de lugares comunes de ese tipo que ni siquiera consiguen una hilaridad plausible. Y este ejemplo, dicho sea con toda intención, anda muy lejos de ser de los peores que podemos hallar. ¿Dónde están las reacciones de quienes debieran preocuparse porque el humor no siga siendo la Cenicienta de la Cenicienta en el mundo de la creación? Valdría entonces agregar que, por tendencia, esa crítica airada y reactiva, que justiciera se pretende, surge solo a partir de aquello que los humoristas, o sus defensoras y defensores voluntarios y entusiastas, pudieran ver como amenaza.
Cuando el humorista Kike Quiñones se suma, ¡nada menos que en Cubadebate!3, al ataque de Fernández Era, se ha desviado a tal punto el sujeto de la polémica que parece que el periodista de Granma, y el Diario mismo, la han emprendido con Vivir del cuento, que no es, por cierto, el único programa humorístico que transmite la TV cubana. Al parecer el subconsciente traicionó al director del Centro Promotor del Humor y le hizo olvidar A otro con ese cuento, portador de los peores vicios del chiste astracanado y soso. Por último, una publicación tan seria como La Jiribilla agrega un texto prescindible4, falto de toda sustancia en contenido y carente del más mínimo rigor referencial (ni siquiera alude a que el artículo fue publicado en Granma), apenas con el objetivo de dar por hecho que se aviene una censura férrea sobre el humorismo y, más no faltaba, sobre el programa Vivir del cuento; de ahí que se cuelgue del texto de Kike Quiñones solo para hacer pasarela en la polémica. En Indagación del choteo,5 Jorge Mañach analizó una determinada forma cubana de choteo nacional, no precisamente como mecanismo productor de la risa, sino como actitud social ante un suceso grave, o trágico (la cremación o la pérdida repentina del hogar, por ejemplo). Al confundir el choteo con el humor –algo que se hace con tranquila ignorancia entre cubanos, Fernando Ortiz mediante–, damos permiso de corte a quienes han relegado a un estanco menor la creación humorística.6
Granma, sin embargo, había publicado un artículo excesivamente defensor y elogioso de Vivir del cuento, titulado “Pánfilo no vive del cuento”7, de Rey Montalvo. Hablaba, recordémoslo, por favor, de un programa que se repitió por un tiempo demasiado largo antes de que renovara su oferta. ¿Deben estar exentos de crítica los humoristas, al tiempo que se les permita gozar de una total libertad de expresión? En lo personal, más como ciudadano que como analista, me preocupa la estrechez del sujeto y el objeto risible en el que nuestro humorismo, y sobre todo nuestra sátira social, ha estado insistiendo machaconamente. Me decepciona, además, que la mayoría se va mostrando incapaz de ofrecer construcciones ingeniosas, o renovaciones de su propia obra y parezcan forzados a recurrir a tópicos ajados, o a seguir dependiedo de sus ya viejos hits.
Si no hubiese hallado en los comentarios al pie del artículo de Fernández Era la opinión de un reconocido intelectual cubano, cuya obra respeto, anunciando un nuevo quinquenio (o decenio, gris) y una nueva conspiración parametradora, no valdría la pena atender a cuanto de cháchara genera. Sin embargo, el acopio voluntario de firmas –con trabajos carentes de sustancia, saber y capacidad para entender al otro con quien se polemiza–, revela por qué se ha ido tornando tan estrecho e insustancial el objeto risible. Al menos yo, aspiro a que la creación contribuya a sacudir los más pesados fardos que se naturalizan en los tiempos que corren.
Una de las prácticas actuales para la manipulación del control social consiste en la generación de patrones de juicio que, una vez enunciados, por falsos que sean, circulan como verdades y sirven de argumento a numerosas medidas represivas que bajo la sombrilla de la democracia se protegen y se imponen. Esta contraofensiva que ha seguido al artículo de Suárez, no se detiene en la ligereza generalizadora del texto, ni en la falta de audacia que lo lleva a prescindir de ejemplos, ni incluso en la ausencia de argumentos que pudieran sustentar sus justas preocupaciones y advertencias. La contraofensiva parece preferir uno de esos falsos positivos cuyos tonos de difamación pasan impunes a nuestros defensores de la sátira, el sarcasmo o, mucho menos, la ironía. ¿No les parece ridículo el argumento conspirativo esgrimido, mismo con el que a sangre y fuego se sustentan sanciones contra Cuba y los cubanos de a pie, todos nosotros, en fin? ¿No es serio el arte, y, dentro de él, el humor?
Si el enunciado humorístico no soporta el retruécano satírico de vuelta, ya sea en su esencia de sentido, ya en la conducta de sus emisores, está bien lejos de haberse ganado el derecho a la igualdad y es solo cuerpo residual en la mayor vorágine de la creación auténtica. La fórmula es sencilla y pervive en la obra de muchos maestros (Behmaras y Zumbado mediante): a menos pasarela, mayor valor alcanzará el sentido, más entrañables y auténticos serán los cascabeles del chiste.
Notas
1 V. “Las fuentes de la risa”, en Cubaliteraria
2 Miguel Cruz Suárez: “Humor de un solo sentido”, Granma, 8/8/19. La edición impresa no incluye este trabajo.
3 Kike Quiñones: “Humor cubano contemporáneo: mirada en todos los sentidos”, en Cubadebate
4 Laidi Fernández: “¿De qué se alimenta la comedia?”, La Jiribilla 860
5 Este ensayo parte de una conferencia impartida en 1928 y fue publicado en su versión definitiva en 1955. Puede hallarse en Jorge Mañach: Ensayos, Editorial Letras Cubanas, 1999, pp. 43-83.
6 V. Jorge Ángel Hernández: “El OTRO es también ese que ríe, a veces serio, Cubaliteraria, 22/08/2007.
7 Rey Montalvo: “Pánfilo no vive del cuento”, Granma, 6/09/18.
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