En el comportamiento natural del humor se ha destacado históricamente el papel que este juega al atreverse a confrontar la autoridad. No solo autoridad gubernamental, que ha controlado la sociedad desde el poder político, institucional o militar, sino además la autoridad que se ejerce a través de los diversos escenarios en los que el individuo desarrolla su vida y que se impone desde los cánones que rigen la moral, la conducta ciudadana o las normas estéticas de percepción cultural. Se trata de un síntoma que advierte, y disfruta, la mayoría de quienes pretenden estudiar el fenómeno y que, no obstante, no suele recibir un justo análisis.
Un panorama amplio que reclama indagaciones casuísticas —generalmente postergadas o preteridas— que, de modo transversal, revele los más usuales mecanismos que ha empleado la risa en su implacable y tenaz enfrentamiento de la autoridad. Diversas son sus manifestaciones creativas y modos de enunciación, en tanto alternativa que el ingenio humano opone al ejercicio del control y mediación de los diversos ámbitos sociales.
«El humor y el análisis del humor —nos dice Terry Eagleton—, pueden convivir perfectamente».[1] Sin embargo, la tradición suele reprocharle al estudioso su falta de sentido del humor a la vez que libra al humorista de demostrar cualquier capacidad de análisis. ¿Por qué, tan persistentemente, se reitera este juego de doble dirección? Al intentar responder a esa pregunta necesitamos adentrarnos en las particulares circunstancias en que la risa, y solo la risa, se produce.
En su nivel estructural, la enunciación humorística contiene una estrategia subjetiva de análisis significante que se proyecta de inmediato sobre el receptor y condiciona un sentido segundo que juega a la complicidad con las concepciones particulares del propio receptor. Son dos esferas distintas que con demasiada frecuencia se confunden; la primera se encuentra en el ámbito de los significantes mientras la segunda se desplaza al de las connotaciones. Así, siempre a posteriori, la manipulación del sentido traslada las hegemonías autoritarias a partir de que el enunciado se convierte en mensaje y es asimilado en el ámbito de la recepción. Al comprender objetivamente estos procesos —y me refiero a una objetividad científica, de perspectiva semiótica— aspiramos a reivindicar las estrategias que el humor ha tenido que inventar para sortear los imperativos, siempre omnipresentes, de la autoridad.
Del mismo modo en que no hay risa sin la ruptura semiótica de la función significante, tampoco puede haberla sin que se desafíe el canon de la autoridad en el ámbito social. Esta doble ruptura define la dialéctica en que la risa se hace pertinente y, sin más remedio, deja el camino abierto a las connotaciones posteriores.
Poder político, relaciones institucionales, costumbres de comportamiento humano, o normas familiares, una vez que han cumplido sus funciones primarias de relación social y se han estandarizado como cánones, o dogmas, imponen esquemas y prácticas autoritarias que frenan el curso evolutivo del que ellas mismas fueron parte. Esta especie de dialéctica del comportamiento tiene en la revelación de lo cómico un elemento importante para llamar a los resortes de cambio y envejecimiento.
La risa ha sido siempre un instrumento alternativo que el individuo emplea para sobreponerse a la presión que ejercen sobre él los mecanismos de autoridad que limitan su expresión. El supremo objetivo de aliviar tensiones sicológicas, no se ha cumplido solo en relación con los poderes hegemónicos, sino también, y con conflictos análogos, respecto a los pequeños dominios que norman y restringen la conducta individual. Al desafiarlos mediante la risa, el individuo demuestra que logra comprenderlos, más desde el análisis subjetivo del lenguaje que desde una perspectiva analítica convencional, como corresponde al enunciado cómico. El acto de reír representa la más incontestable reacción humana y, cuando se relaciona con elementos de poder y autoridad, suele convertirse en un llamado al análisis social.
No basta con llamar la atención sobre un fenómeno que es mucho más complejo de lo que a simple vista se presenta; es necesario indagar la relación directa entre las estrategias que la autoridad emplea para el control del comportamiento individual, específicamente en el ámbito del control y la mediación simbólica, y los recursos con que lo cómico se enfrenta a ese dominio. Ubicar, bajo una lupa científica, el estatuto epistémico de la risa, tanto en su dimensión universal humana como en sus valores de sentido, tradicionalmente relegados por el desarrollo evolutivo. Tarea que la teoría suele relegar a acercamientos ancilares.
Al centrarse en el efecto de pertinencia del signo —que es una estructura permanente y permanentemente efímera—, nuestra perspectiva de análisis, no depende de diferencias estratégicas entre lo que se ha ubicado en los ámbitos de lo culto, o artísticamente elaborado, y lo que se enuncia a niveles inmediatos de la población, desde las manifestaciones del folclor popular hasta el producto mismo que se concibe ajustándose a sus normas dominadas por la inmediatez. Desde el cine de culto hasta el meme que inunda hoy nuestra vida en cualquier red social. De la comedia griega, pasando por el paradigmático Molière y otros ejemplos de valor, hasta el sketch ligero que también se apodera de esas redes sociales con un valor más efímero que el tiempo que toma su estricta recepción. Ello, sin renunciar al juicio crítico y la valoración del resultado artístico y cultural, pues sería ingenuo dejarse llevar por esa demagógica comparación igualitaria que renuncia a la escala de valores respecto a lo que nos ha legado, y nos exige, la Historia del arte y la cultura. No obstante, como recién lo he apuntado, esas valoraciones son siempre un juicio a posteriori que no define el estatuto mismo de lo cómico.
Para indagar en las estrategias puntuales con que el humor subvierte el peso de la autoridad, ha de explorarse tanto el hilo rojo de la dominación social en sus diversos órdenes de relaciones humanas, como los modos humorísticos de creación que, provenientes de las prácticas populares comunes a determinados grupos y regiones, se encumbran en obras a las que la cultura concede la valoración de arte. No basta con el rechazo o la sorpresa para conseguir una respuesta de libre hilaridad, como lo planteara Bergson en sus aristotélicos ensayos acerca de la risa y aún lo sostienen parte de sus seguidores. No llegaremos jamás a un resultado cómico si no se conforma antes, intencionadamente, la codificación de ese enunciado que termina en risa. Lo básico, y fundamental, para un estudio de este tipo se encuentra en el sentido mismo del humor, cuya expresión nos ilumina e ilustra mucho mejor que una serie de tratados y cursos, si es que tenemos sentido del humor con qué entenderlo, por supuesto.
En cualquiera de las investigaciones y análisis de la creación humana, a lo largo de su Historia, la risa ha sido relegada a un papel muy inferior, tanto en volumen como en consideración de su valor. Sin embargo, no ha dejado de ser vital para el comportamiento individual y la comunicación de grupos sociales. Como bien nos enseña Mijaíl Bajtín con su investigación de las manifestaciones humorísticas populares de la Edad Media europea, que dieron cabida al universo literario de Rabelais, la mayoría de estos análisis e investigaciones deforman su esencia y la interpretan según sus propias concepciones autoritarias.[2] Necesitamos, por tanto, despojarnos de muchos prejuicios perceptivos para llevar adelante una comprensión más certera y justa de los métodos humorísticos que —también— son parte de la más digna cultura universal.
[1] Terry Eagleton: Humor, Taurus, 2021.
[2] Mijaíl Bajtín: La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, Alianza Editorial, Madrid, 1995.
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