
Dentro de pocos años se cumplirá el bicentenario del nacimiento de Henrik Ibsen, el dramaturgo noruego cuyas obras revolucionaron el teatro de su época y continúan ejerciendo influencia hasta la actualidad. La audacia de sus planteamientos y la rebeldía de sus personajes le ganaron en su momento tantos aplausos como críticas, y la intemporalidad de los conflictos humanos en los que ahondó es motivo para que muchas de sus piezas aún se lleven a escena, y hayan sido adaptadas a otros medios como el cine, la radio y la televisión.
Nacido en Skien el 20 de marzo de 1828, hace ahora 194 años, a Ibsen se le reconoce como fundador del drama moderno, por sus piezas en las que logra reflejar con agudeza aspectos psicológicos y sociales de los personajes y entornos que describe. Reconocidos críticos, como el inglés George Bernard Shaw y el danés Georg Brandes, elogiaron la maestría formal y el carácter innovador del teatro de Ibsen, que dejó atrás la moda decimonónica del melodrama alejado de la realidad.
Antes de ceder a su pasión por el teatro, Ibsen trabajó durante un tiempo como ayudante en una farmacia, e inició estudios de medicina que dejó inconclusos. Desde 1851 comenzó a trabajar en el Teatro Nacional de Bergen, primero como intendente y luego como autor y director de escena; allí permaneció hasta 1857. En ese mismo año pasó a ser director del teatro de Christiania (hoy Oslo), cargo que ocupó hasta 1862. Entre 1863 y 1891 residió en Italia y Alemania, con una pensión anual concedida por el parlamento noruego. En 1891 regresó a Christiania, donde murió el 23 de mayo de 1906.
Basada en la epopeya nacional del mismo nombre, Peer Gynt (1867) fue una de las primeras piezas teatrales de Ibsen: un drama en verso que narra el fantástico viaje de su protagonista, y donde los elementos del mal son representados por los trolls, genios malévolos de la mitología escandinava. El autor rompe aquí con las prescripciones aristotélicas de unidad de tiempo, lugar y acción, adelantando así características fundamentales de la dramaturgia moderna. Musicalizada por Edvard Grieg en 1875, Peer Gynt se convirtió en la obra más representativa del nacionalismo noruego.
En Los pilares de la sociedad (Samfundets støtter, 1877) Ibsen atacó la hipocresía de las convenciones sociales, mediante el retrato de un inescrupuloso hombre de negocios. Casa de muñecas (Et dukkehjem, 1879) aborda la situación de la mujer en un matrimonio donde su papel se reduce al de esposa obediente, de quien no se espera que tenga opinión propia ni mucho menos que tome decisiones por sí misma; cuando esto último ocurre, se desata el conflicto que conduce al polémico final –el famoso portazo de Nora–, cambiado en algunas versiones de la obra (la película argentina de 1943, por ejemplo, concluye con el regreso de Nora a casa). Para más motivos de escándalo, Ibsen tocó en Espectros (Gengangere, 1882) temas que hasta entonces habían sido tabú en la escena, como la enfermedad mental hereditaria y las infecciones de transmisión sexual; y el suicidio de la protagonista en Hedda Gabler (1891) también suscitó fuertes polémicas.
Traducidos, publicados y representados en el mundo entero, los dramas de Ibsen siguen constituyendo un referente para el teatro actual. Una de sus obras más conocidas y versionadas, Casa de muñecas, solo entre 1917 y 1974 fue llevada al cine siete veces por directores entre los que se cuentan Joseph Losey y Rainer Werner Fassbinder. Concluimos estas notas con los parlamentos finales de esa pieza emblemática, en la que se reclama un nuevo lugar para la mujer en la sociedad.
Helmer: Nora… ¿no seré ya más que un extraño para ti?
Nora: (Recogiendo su maletín.) ¡Ah. Torvaldo! Tendría que realizarse el mayor de los milagros.
Helmer: Dime cuál.
Nora: Tendríamos que transformarnos los dos hasta el extremo de… ¡Ay, Torvaldo! ¡No creo ya en los milagros!
Helmer: Pero yo sí quiero creer en ellos. Di: ¿transformarnos hasta el extremo de…?
Nora: …hasta el extremo de que nuestra unión llegara a convertirse en un verdadero matrimonio. Adiós. (Se va por la antesala.)
Helmer: (Desplomándose en una silla, cerca de la puerta, oculta el rostro entre las manos.) ¡Nora, Nora! (Mira en torno suyo, y se levanta.) Nada. Ha desaparecido para siempre. (Con un rayo de esperanza.) ¡El mayor de los milagros…! (Se oye abajo un portazo.)
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