En los 75 de El son entero*

Allí están, bien marcados,
los límites de su imperio de poeta.
De ellos se alza, como el perfume
de las hondas florestas de América,
la voz oscura de los últimos.
Andrés Eloy Blanco
En marzo de 1948 —se harán tres cuartos de siglo―, que apareció publicado en San José en la emblemática revista Repertorio Americano,[1] y bajo el título «Presencia de Cuba: Nicolás Guillén, poeta entero», un texto debido a otro grande de la poesía cubana Eugenio Florit, y cuya aparición en este imprescindible foro costarricense y latinoamericano era consecuente con la vocación de sus promotores, «de hallar los términos propios para una historia de la cultura de América contemporánea», como se reconoce en su perfil editorial. Este estudio de Florit apareció casi de manera simultánea en la colombiana Revista de América, en febrero de 1948, y el mismo se detiene en el poemario El son entero,[2] libro altamente significativo de Guillén en el ámbito latinoamericano y caribeño, publicado en Buenos Aires unos meses antes, y del cual se cumplieron setenta y cinco años.
En carta fechada el 27 de julio de1948 en Middlebury, Vermont, pues entonces impartía clases en Barnard College y en Columbia, Florit le comenta a su compatriota:
Mi queridísimo Nicolás: no porque esperaba tu carta —mi madre me escribió que le habías pedido mi dirección― ha dejado de alegrarme; tenía muchos deseos de saber de ti directamente, aunque te había seguido por ese largo viaje de tres años que te has dado.[3] Claro que conozco tu libro. Como que ese Son entero me hizo escribir un artículo que llamé «Nicolás Guillén, poeta entero». […] Hice en él lo que quería hacer desde mucho tiempo: ponerte por las nubes. No sé si lo habré conseguido. Pero creo que si lo lees no te avergonzarás mucho de ser mi amigo. Qué grande eres (Dicho sea sin coba, también).
Y se despide: «Que me he alegrado mucho de saber de ti; que no me olvides; y que te quiere y requiere, y admira y “requeteadmira” tu invariable, Eugenio Florit».
La síntesis de la obra guilleniana, su poesía, su prosa (crónicas, artículos, ensayos), su epistolario y su propia vida, se interrelacionan armónicamente como las partes de un todo, de su vocación cubana, antillana y universal, de donde sobresale su esencia latinoamericana como resumen y expresión acabada de una trayectoria vital, ideológica y literaria. No en balde la gran mayoría de los estudiosos, aun aquellos que han tenido visiones más polémicas o parcialmente desacertadas de su obra, coinciden en que El son entero, publicado en Buenos Aires, en 1947, es el libro «que mejor redondea a Guillén».[4] Indiscutiblemente, en este, el poeta avanza desde el territorio del idioma, el mestizaje y la confrontación ideológica, hasta la plenitud de la expresión latinoamericana.
La idea de Anderson Imbert se repite en Cintio Vitier: «hasta cuajar en los frutos redondos y graves de El son entero».[5] Habla de madurez espiritual y expresión de «el son humano universal, con esa poesía, esa interrupción para insistir más entrañablemente, de estirpe americana y, a lo lejos española». Y africana, agregaríamos nosotros. En carta a Ángel Augier fechada en Santiago de Chile el 8 de diciembre de 1946, Nicolás escribe: «he puesto en un solo tomo, a pedido de Losada, todos mis libros, para publicarlos en esa editorial como obras completas».[6]
Max Henríquez Ureña, en su aún imprescindible Panorama histórico de la literatura cubana[7] reconoce entre las claves del triunfo de este libro, el que en su mayor parte hay «intención política, pero en él ha puesto a prueba […] su maestría en hacer poesía comprometida al servicio de una idea “sin desvirtuar los valores estéticos”.» Max se acerca a su médula, señala que algunos textos no pueden clasificarse en la poesía social y cita al clásico «iba yo por un camino…» como «misteriosa evocación de la muerte».[8] Otros críticos reconocen la importancia del que es a su vez el más latinoamericano de sus libros, tanto por sus temas como por su protagonismo en el contexto literario continental. Con los antecedentes de sus poemarios anteriores y la relación con los escritores y artistas contemporáneos del hemisferio, el largo periplo de 1940 por el Caribe y Sudamérica es el caldo de cultivo de su unción poética: «¡Cante, Juan Bimba, / yo lo acompaño!». Esta evocación del personaje popular de los llanos, que Andrés Eloy Blanco perpetuara en las letras venezolanas, equivale al Juan Criollo o al Liborio cubanos.
La presencia de Nuestra América en la poesía de Guillén es tema que ya ha sido atendido por varios autores, como Mirta Aguirre,[9] Juan Marinello,[10] Luis Álvarez,[11] entre otros. Presencia que igual se registra en su abundante y sugerente Prosa de prisa,[12] y que junto a su extenso e intenso epistolario, que forma el «otro» discurso de la obra guilleniana, integra las caras de un triángulo en cuyo centro como fuerza centrífuga tenemos la vida del poeta. Siendo por otra parte ese diverso epistolario, lo menos estudiado de su bibliografía.[13]
Un mínimo acercamiento, una simple asociación de amistades, países, cartas, crónicas y versos en el contexto de un largo viaje y un libro, resumen muy sucintamente lo que pudiera ser el capítulo fundamental, que desde lo cubano y antillano proclamaría la expresión latinoamericana. Pero nadie mejor que él para dar fe de ese cúmulo de experiencias. A un año de la publicación de El son entero, en un almuerzo que se le ofreció en el Pen Club de La Habana, en marzo de 1948, coincidiendo con la publicación mencionada en Repertorio…del artículo de Florit, y a su regreso del recorrido por nuestra América declara su pertenencia:

Lo nuestro, está más cerca del espíritu latino que nos llegó mediante España, Francia y Portugal, eso sí me es querido de cerca, de apretarlo contra el corazón. Y este andar por la América del Sur del que ahora vengo, significa para cualquiera de nosotros una inolvidable peripecia, una jugosa experiencia que nos enseña cómo son de semejantes y hasta de iguales los grandes problemas en cuya solución estamos empeñados. Nuestra caña se llama petróleo en Venezuela, café en el Brasil, carne en la Argentina, plátanos en Colombia, salitre en Chile y engendran el mismo dolor de pueblo, la misma angustia, idéntica miseria. Por fortuna, suscitan también parejas rebeldías.[14]
Lo que se reconoce en el discurso del camagüeyano, en esta renovada evolución al abordar «parejas rebeldías», es como todos los escritos anteriores a El son entero tributan en fijar lo que hace años era en su arte poética —y donde las mutaciones se replican―, más allá de lo fragmentario o asociativo, como un original descubrimiento de orden creativo, ejercicio que hizo transcender su escritura. Reconocer la diferencia, «el otro» desde los márgenes y los silencios, es un signo que marca su obra. Al decir de académicos como González Echevarría, «la cuestión más abarcadora de la singularidad y originalidad latinoamericana» constituye esa diferencia que «en Guillén es su africanía»[15].
Nicolás fraguó a lo largo de su vida una doble condición: era el máximo exponente de una escritura mestiza, capaz de unir las tendencias estéticas en boga en la Europa de las vanguardias con su visión caribeña, isleña y profundamente cubana, y al mismo tiempo un indagador infatigable de la musicalidad, las formas, los sonidos del idioma. Su empeño por sincretizar los hallazgos de las vanguardias europeas y el simbolismo africano o caribeño, en su sentido más pleno, dentro de las tendencias de la modernidad, e incorporar recursos antes considerados, de manera reduccionista, periféricos, hacen que Guillén ocupe hoy un espacio singular en el arte y la historia del siglo XX. Su ejemplo es el resultado de las múltiples circulaciones de formas e ideas sustentadas por las vanguardias, los intercambios y movimientos culturales internacionales y trasnacionales que condicionaron el modernismo en el sentido amplio, mucho antes de que se plantease la globalización en los últimos lustros del pasado siglo.
«A los hijos de español e india nos llamaban mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles y por su significación me lo llamo yo a boca llena y me honro con él», escribió el primer adelantado de nuestro canon literario, el Inca Garcilaso de la Vega. Uno de los aspectos a desarrollar de los orígenes comunes, son los vasos comunicantes que hacen que: «A pesar de las diferencias y de los contrastes telúricos, desde los días de la colonia la reacción del hispanoamericano ante el mundo tiene una identidad y un parentesco mucho mayor del que se supone».[16]
En el caso del autor que nos ocupa, el idioma que predomina es el otro español, «la lengua perdida», como bien la nombrara Ezequiel Martínez Estrada. En su polémico y apasionado ensayo «La poesía afrocubana de Nicolás Guillén» (definición con la que el mismo Nicolás estaría en desacuerdo), Martínez Estrada señala que uno de los aportes más importantes del poeta a la lírica del continente es la singularidad que nos llega «por corrientes subterráneas» en el uso del idioma: «Guillén trae la cultura arcaica de los pueblos ágrafos y las modulaciones de sentimientos que no necesitan obligatoriamente de la palabra […]».[17]
Al hablar de «la lengua de los vencidos», le está reconociendo un uso instrumental de connotaciones no solo filológicas o poéticas, sino sobre todo sociales e históricas, como una pertenencia de rebeldía al «pequeño género humano» del ideario bolivariano. El poeta insurrecto se nutre de esas raíces que se cruzan entre España, las culturales originales y África, pero a su vez se independiza tomando de cada cual lo que le es imprescindible: «no es dialectal, pero tampoco se entrega, en lo más noble y grande de su mensaje, al avasallamiento de la lengua de los vencedores. Pertenece al pueblo vencido».[18]
El mestizaje es la piedra angular de esa transculturación que se ha dado también en llamar, en lectura más política, integración latinoamericana y caribeña, pero que en la historia subterránea de los pueblos tiene tanta fuerza como el sincretismo religioso, que viene desde la magia tribal, pasando por la santería del barracón y el cimarronaje, hasta el cristianismo oficial de las clases dominantes, en sus variantes católicas o protestantes. Recipiente de las principales corrientes migratorias del continente, ya sean europeas, asiáticas y africanas, estas literaturas son portadoras del eclecticismo propio de su formación mestiza. Una de las claves fundamentales en los escritos de Nicolás Guillén es la búsqueda de esa identidad, encontrarse y reconocerse, más allá de la historia, la filosofía o la religión. Como en su momento resumiría su gran amigo, otro autor de la expresión nacional y popular como el venezolano Andrés Eloy Blanco: «Allí están, bien marcados, los límites de su imperio de poeta. De ellos se alza, como el perfume de las hondas florestas de América, la voz oscura de los últimos».
[1] Repertorio Americano, San José, Costa Rica, año XII, marzo 1948, pp. 243- 248.
[2] El son entero, suma poética 1929-1946, Ed. Pleamar, Buenos Aires, 1947.
[3] Se refiere al largo periplo que Guillén había dado por Sudamérica, y que fuera el magma del poemario comentado.
[4] Enrique Anderson Imbert: Historia de la Literatura Hispanoamericana, Ed. Revolucionaria, La Habana, 1966, p.173.
[5] Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1970, p. 47.
[6] Alexander Pérez Heredia, pp. 146.
[7] Max Henríquez Ureña: Panorama histórico de la literatura cubana, Ed. Revolucionaria, La Habana, 1967, p. 381.
[8] Ídem.
[9] Mirta Aguirre: Un poeta y un continente, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1982.
[10] Juan Marinello: Ensayos, Ed. Arte y Literatura, La Habana, 1977.
[11] Luis Álvarez: “Dimensión latinoamericana en Nicolás Guillén”, La Gaceta de Cuba, no. 6, 1994, pp. 17-20.
[12] Nicolás Guillén: Prosa de prisa, 3t., Ed. Arte y Literatura, La Habana, 1975.
[13] La publicación del Epistolario, motivará nuevos acercamientos, de los cuales me adelanto a escoger uno y es el relacionado con la dimensión latinoamericana del autor de El son entero, en los tres años que coinciden con la víspera, la publicación y la posterior divulgación del libro. En una nota que acompaña una pequeña muestra de su epistolario, aparecida en La Gaceta de Cuba (no. 4, 2001, p. 2), en el artículo titulado “Nicolás Guillén: algunas cartas inéditas de la década del 30” Alexander Pérez Heredia da una idea del “material de gran valor para críticos, investigadores y lectores en general”, y nos actualiza en el uso de dichas fuentes: “el archivo literario de Nicolás Guillén, que se encuentra en el Instituto de Literatura y Lingüística, reúne más de cuatro mil noventa y cuatro cartas recibidas o enviadas por el poeta, y supera la cifra de cuatro mil quinientas cuando completamos la pesquisa en otros fondos de importantes autores. Casi la totalidad de esta correspondencia es inédita. Sólo han sido publicadas las cartas cruzadas con Langston Hughes, Félix Nápoles, Regino E. Boti, Ángel Augier, la famosa carta de Miguel de Unamuno y las de Alejandro García Caturla.
[14] Nicolás Guillén: Prosa de prisa, t. III. p. 367.
[15] Roberto González Echevarría. Memorias del archivo: una vida (Editorial Renacimiento, España, 2022). pp. 359-60.
[16] Mariano Picón-Salas: De la conquista a la Independencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1975, p.17.
[17] Nancy Morejón: Recopilación de textos sobre Nicolás Guillén, serie Valoración Múltiple, Casa de las Américas, La Habana, 1974, pp. 74-78.
[18] Ídem.
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* Texto presentado en el XXI Festival Internacional de Poesía de Costa Rica 2022.
Imagen tomada de la web de la Fundación Nicolás Guillén
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