En el Día del Libro Cubano
En 1959, año en que triunfó la Revolución cubana, el gobierno constituido para mantenerla viva y desarrollarla emprendió tareas vitales en el terreno cultural: entre ellas destacaría la fundación del Ballet Nacional, la Casa de las Américas, la Orquesta Sinfónica Nacional, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, la compañía Danza Contemporánea y la Imprenta Nacional, a la que se dedican los presentes apuntes por su aniversario 60 [el artículo fue publicado en 2019]. El Teatro Nacional, que había empezado a construirse años atrás, se terminó gracias a la Revolución. Y se reforzaron dos instituciones fundadas mucho antes: la Academia de Ciencias, que contribuyó al desarrollo de la nación en esa esfera —para seguir apoyándolo todavía más se creó en 1994 el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente—, y la Biblioteca Nacional, que a su labor suma la organización de una red de bibliotecas en todo el país.
La integración de esas instituciones se aseguraba, o se hacía realidad plena, con el respaldo sin precedentes dado al fomento de la instrucción de todo el pueblo. Pronto el Ministerio de Educación comenzó a tener el influjo masivo que antes solo pudo haberse soñado. Bajo su guía se gestó la Campaña con la que en 1961 se alcanzó una proeza extraordinaria: la declaración de Cuba como Territorio Libre de Analfabetismo.
En función de tales conquistas se creó también en 1959, como ya se dijo, la Imprenta Nacional, el 31 de marzo, fecha escogida para celebrar el Día del Libro Cubano. Con el desarrollo de un movimiento editorial antes impensable, la Imprenta estimuló la producción literaria del país y propició la existencia de un público lector improbable de no haberse erradicado el analfabetismo que gran parte de la población había padecido: señaladamente los sectores más humildes de la ciudad y, sobre todo, del campo.
Para dar una idea de la tenacidad con que la Revolución asumió el desarrollo de la educación y la cultura de todo el pueblo basta recordar la victoria de la mencionada Campaña Nacional de Alfabetización en medio de la criminal hostilidad del gobierno de los Estados Unidos contra Cuba. Esa hostilidad se expresó desde entonces en el bloqueo impuesto a este país, cuya gran «culpa» era —y es— haberse liberado de las coyundas que la potencia imperialista le había impuesto desde 1898, y acometer una revolución hecha con los humildes, por los humildes y para los humildes. El imperialismo no se contentó con bloquear a Cuba, y financió bandas de alzados contrarrevolucionarios en numerosas zonas, y la invasión mercenaria por Playa Girón.
Esta última tuvo lugar en abril de 1961, cuando tomaba fuerza la Campaña Nacional de Alfabetización, que, firme frente a los desmanes de aquellas bandas, cumplió su cometido a finales de ese año, cuando ya se habían trazado líneas iniciales para la política cultural revolucionaria. Al resumir unas jornadas de encuentro de escritores y artistas celebrada en la Biblioteca Nacional en junio, el líder de la Revolución, Fidel Castro, pronunció el discurso conocido como Palabras a los intelectuales.
Fue el primer texto programático de esa política cultural, cuyo cuidado se le confió al Consejo Nacional de Cultura, constituido el anterior 4 de enero. Un papel destacado le correspondería a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, creada el 22 de agosto del mismo año. A esta última se sumaría luego la hoy denominada Asociación Hermanos Saíz, y al mencionado Consejo lo relevó en 1976 el Ministerio de Cultura, que revirtió deformaciones en la política cultural y creó un fértil sistema de instituciones culturales.
Forzados a una síntesis que impide mencionar protagonistas y ser exhaustivo en la enumeración de instituciones creadas por la Revolución, estos apuntes saludan el aniversario 60 de la fundación de la Imprenta Nacional. Se debe recordar que los afanes emprendidos en 1959 se darían en un país que estrenaba su nueva vida con una intensidad que antes habría podido pensarse, si acaso, como fruto de una imaginación portentosa. Pero cada día se fue demostrando su índole de sólida realidad, y en el paso de pocos años a las instituciones mencionadas fueron sumándose otras y otras.
El movimiento danzario se enriqueció con la creación, en 1962, del Conjunto Folklórico Nacional. En ese año se fundó también, en los terrenos de lo que había sido el aristocrático Country Club de La Habana, la Escuela Nacional de Arte. Relevante incluso desde el punto de vista arquitectónico, fue un sistema de centros docentes que coadyuvarían a la formación de artistas de distintas manifestaciones, y que en 1976 se vio coronado por la creación del Instituto Superior de Arte, con jerarquía universitaria.
La Imprenta Nacional puso a circular, en el año siguiente a su fundación, cien mil ejemplares de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, a un precio casi simbólico. Que el bautismo del quehacer editorial de la Cuba revolucionaria fuera esa novela de Miguel de Cervantes constituyó una declaración de fe sobre su vocación cultural, y un indicio de lo que serían sus mejores aperturas.
Con la Imprenta estuvieron íntimamente unidos los Festivales del Libro, que dieron continuidad a empeños previos y abonaron el camino para lo que en el paso de no muchos años llegó a ser una portentosa Feria del Libro que desbordó la capital al extenderse a toda la nación. Del desarrollo de la Imprenta surgió, en mayo de 1962, la Editorial Nacional, a la que se debe, entre otros grandes y abundantes logros, la publicación de las Obras completas de José Martí aún hoy vigentes, y que perdurarán como antecedente de la edición crítica de esas Obras, a cargo del Centro de Estudios Martianos, creado en 1977.
La gran envergadura de lo conseguido por la Editorial Nacional representó un fruto de igual envergadura, y reclamó a su vez un desarrollo mayor, consumado con la creación, en 1967, del Instituto Cubano del Libro, todo un sistema de editoriales que, junto a las de organismos especializados, han vencido los retos de una economía precarizada por el bloqueo estadounidense. En medio de los mayores desafíos se crearon las editoras llamadas territoriales, que han calzado la producción literaria en todas las provincias.
La cultura artística y literaria se benefició del desarrollo de los planes de educación general. Desde que se luchaba contra el analfabetismo se acometió la construcción, también sin precedentes —y apoyada, en los primeros años, con la conversión en escuelas de los que habían sido cuarteles de la tiranía—, de centros en todos los niveles de instrucción general, tecnológica y profesional. En un país que contaba con tres universidades —la de La Habana, la del Centro (en Santa Clara) y la de Oriente (en Santiago de Cuba)— proliferaron las de sesgo general o de perfiles especializados.
Ello dio pie a que hoy sea presente, en gran medida, lo que Fidel previó y reclamó como futuro de Cuba: un pueblo de hombres y mujeres de ciencia. Es una realidad inseparable de los niveles alcanzados en la educación general y en distintas esferas de la sociedad, como las artes y los deportes. La salud —también un derecho universal de la población garantizado junto a otros de índole social— se aprecia no solo internamente, sino en la colaboración ofrecida a numerosos pueblos, incluida la formación de médicos, y en el hecho de que la Medicina ha devenido una de las fuentes de ingreso para el erario nacional.
Cuando este artículo se escribe, circula una de las tantas evidencias del desarrollo científico en función del cual ha creado Cuba numerosas e importantes instituciones de ese carácter que gozan de reconocimiento internacional: se ha informado que ya se comprobó la efectividad de la vacuna contra el cáncer de pulmón elaborada por el Centro de Inmunología Molecular. Tras veinticinco años de experimentación, el país puede ofrecerle al mundo un medicamento que no impide la aparición de la mencionada enfermedad, pero alarga y mejora apreciablemente la vida de quienes la padecen.
Crecientemente se cosechan los frutos de una política educacional y cultural basada en un luminoso concepto martiano: «Ser culto es el único modo de ser libre», más completo que el lema «Ser cultos para ser libres» con que en pos de agilidad y afán práctico lo asumió el quehacer educacional. Con ese concepto se vincula orgánicamente una declaración de Fidel asociada a la educación y la cultura: «Nosotros no le decimos al pueblo: ¡cree! Le decimos: ¡lee! […] la Revolución le dice al pueblo: aprende a leer y a escribir, estudia, infórmate, medita, observa, piensa. ¿Por qué? Porque ese es el camino de la verdad: hacer que el pueblo razone, que el pueblo analice».
Los grandes logros consumados en ese terreno generan satisfacción, y llaman también a afinar el espíritu crítico para subsanar carencias y erradicar deformaciones. La cultura no se reduce a la literatura y las artes, sino que abarca la obra y las formas de vida de los seres humanos, y la educación no se limita al conocimiento de hechos ni a la producción de elementos concretos —ya sean artísticos, científicos, técnicos, productivos o de otra naturaleza—. Una y otra llaman a ver la vinculación entre los elementos de la realidad, y a seguir una guía ética válida para la plenitud humana, para el funcionamiento social, que está incompleto, o es fallido, sin la civilidad y los valores ciudadanos, cívicos.
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