
Ingeborg Bachmann (Klagenfurt, Austria, 25 de junio de 1926-Roma, Italia, 17 de octubre de 1973) fue una poeta y autora austríaca, una de las más destacadas escritoras en lengua alemana del siglo XX. Sus poemas y obras obtuvieron simultáneamente éxito ante la crítica y el público, lo que le significó gran popularidad en el mundo germanófono. Mediante sus poemas, buscaba renovar la lengua: no se construye «un mundo nuevo sin un lenguaje nuevo». Otro tema puramente bachmaniano se muestra lentamente: el amor y su violencia inherente a las relaciones; la incomunicación en la pareja; lo trágico de la existencia femenina.
Hermandad
Todo es abrir heridas, y nadie perdonó a nadie. Herido como tú e hiriendo, hacia ti encaminado vivía yo. El puro, el espiritual contacto, por cada tacto incrementado, lo experimentamos envejeciendo, al más frío silencio retirados.
[No le ordenéis ninguna fe a este linaje]
No le ordenéis ninguna fe a este linaje, bastan estrellas, barcos y humo, él se mete en las cosas, determina estrellas y el número infinito, y un rasgo más puro sale, llámale rasgo de un amor, de todo. Cuelgan marchitos los cielos y estrellas se desprenden de su enlace con la luna y la noche.
Exilio
Un muerto soy que deambula no inscrito ya en parte alguna desconocido en el reino del prefecto que sobra en las ciudades de oro y en el campo y su verdor desechado hace ya tiempo y provisto de nada Sólo con viento con tiempo y con sones que entre los hombres no sé vivir Yo con la lengua alemana envuelto en esta nube que tengo como casa floto a través de todas las lenguas Oh, cómo se ensombrece ella los oscuros los tonos de lluvia sólo caen muy pocos Hacia zonas más claras elevará ella entonces al muerto.
Miriam
¿De dónde has sacado tu cabello oscuro, el dulce nombre con sonido de almendra? No porque seas joven brillas tanto— amanecer es tu país, hace mil años ya. ¡Despierta los salterios y prométenos Jericó, que fluyan de tu mano las fuentes del Jordán y haz que los asesinos se petrifiquen sorprendidos y también por un instante tu segunda patria! Toca los pechos de piedra, haz el milagro, que la piedra sea empapada por la lágrima. Deja bautizarte con su agua caliente. Extráñanos, hasta que nos seamos más extraños. A menudo caerá una nieve en tu cuna. Bajo los patines habrá un sonido de hielo. Mas cuando duermas, será vencido el mundo. ¡El Mar Rojo retirará sus aguas de nuevo!
Corriente
Tan dentro de la vida y tan cerca de la muerte que con nadie lo discuto ni me enojo, le arranco mi parte a la tierra de lo profundo; al océano pacífico la cuña verde le hundo en medio del corazón, y a mi playa me arrojo. ¡Pájaros de estaño se levantan y olor a canela! Estoy solo con el tiempo, mi asesino. Nos encerramos en crisálidas de delirio y azul marino.
Vete, pensamiento
Vete, pensamiento, mientras una palabra clara para volar sea tu ala, te eleve y vaya allá donde se mecen los metales ligeros, donde el aire sea cortante, con un nuevo espíritu, donde armas de manera única hablen. ¡Defiéndenos allá! La ola levantó una madera flotante, y se hunde. La fiebre que se apoderó de ti, te deja caer. La fe sólo ha movido una montaña. ¡Deja estar lo que está, vete, pensamiento!, sólo impregnado por nuestro dolor. ¡Correspóndenos del todo!
Amor: Continente oscuro
El rey negro enseña las garras de fiera, diez lunas pálidas a su órbita despide, y ordena a las grandes lluvias tropicales. ¡El mundo desde el otro extremo te mira! El mar quieres cruzar hacia aquellas costas de oro y marfil, sólo atraído por su boca. Sin embargo allí siempre estás de rodillas, y él te rechaza y te escoge sin razón. Y él ordena el gran cambio de mediodía. El aire se resquebraja, el cristal azul y verde, el sol cuece al pez en aguas no profundas, en torno a los búfalos la hierba arde. Cegadas van al más allá las caravanas, las dunas azota por un desértico país, él quiere verte con vivo fuego en los pies. De tus estriadas llagas emana arena roja. Peludo, colorido, está a tu lado, te coge con su garra, sus redes te echa encima. En tus caderas se enroscan las lianas, y por tu cuello trepa el carnoso helecho. De toda la jungla: suspiros, gritos. El alza el fetiche. La palabra se te olvida. Maderas dulces tocan un tambor oscuro. Contemplas fascinado el lugar de tu muerte. Mira, ¡las gacelas flotan por los aires, dátiles en enjambre paran a medio camino! Tabú es todo: tierras, frutas y torrentes… Cuelga de tu brazo la serpiente cromada. Él ofrece las insignias de sus manos. ¡Tú lleva los corales, anda en pleno delirio! Puedes arrebatar al reino su regente, tú, tan misteriosa, contempla su misterio. Por el ecuador bajan todas las barreras. La pantera está sola en el espacio del amor. Salta hacia aquí desde el valle de la muerte, y con su garra asola el extremo del cielo.
Vosotras, palabras
Para Nelly Sachs, la amiga, la poeta, en veneración
¡Vosotras, palabras, levantaos, seguidme! y aunque ya estemos lejos, demasiado lejos, nos alejaremos una vez más, hacia ningún final. No aclara. La palabra sólo arrastrará otras palabras, la frase otras frases. El mundo así quiere, definitivamente, imponerse, quiere estar dicho ya. No las digáis. Palabras, seguidme, ¡que no se vuelva definitiva —esta ansia del verbo y dicho y contradicho! Dejad ahora un rato que ninguno de los sentimientos hable, que el músculo corazón se ejercite de manera diferente. Dejad, digo, dejad. Nada, digo yo, susurrado al oído supremo, que sobre la muerte no se te ocurra nada, deja y sígueme, ni dulce ni amargo, ni consolador, no significativamente sin consuelo tampoco sin signos— Y sobre todo, no eso: la imagen en el tejido de polvo, el retumbar vacío de sílabas, palabras de agonía. ¡Sin decir nada, vosotras, palabras!
Una especie de pérdida
Usados en común: estaciones del año, libros y una música. Las llaves, los boles de té, la panera, sábanas y una cama. Un ajuar de palabras, de gestos, traídos, empleados, gastados. Un reglamento de casa observado. Dicho. Hecho. Y siempre alargada la mano. De inviernos, de un septeto vienés y de veranos me he enamorado. De mapas, de un poblacho de montaña, de una playa y de una cama. Con fechas he hecho un culto, promesas he declarado irrevocables, he adorado un algo y he sido devota delante de una nada, (—de un periódico doblado, de las cenizas frías, del papel con un apunte) impávida ante la religión, porque la iglesia era esta cama. De la vista de un lago surgió mi pintura inagotable. Desde el balcón había que saludar a los pueblos, mis vecinos. Junto al fuego de la chimenea, en la seguridad, mi cabello tenía su color más intenso. La llamada a la puerta era la alarma para mi alegría. No te he perdido a ti, sino al mundo.
Nada de Delikatessen
Ya nada me gusta. ¿Debo ataviar una metáfora con una flor de almendro? ¿crucificar la sintaxis sobre un efecto de luz? ¿Quién se romperá la cabeza por cosas tan superfluas—? He aprendido a ser sensata con las palabras que hay (para la clase más baja) hambre deshonra lágrimas y tinieblas. Con los sollozos no depurados, con la desesperación (y desespero de desesperación) por tanta miseria, por el estado de los enfermos, el coste de la vida, me las arreglaré. No descuido la escritura, sino a mí misma. Los otros saben dios lo sabe qué hacer con las palabras. Yo no soy mi asistente. ¿Debo aprisionar un pensamiento llevarlo a la iluminada celda de una frase? ¿Alimentar oídos y ojos con bocados de palabras de primera? ¿investigar la libido de una vocal, averiguar el valor de amateur de nuestras consonantes? ¿Tengo que, con la cabeza apedreada, con el espasmo de escribir en esta mano, bajo la presión de trescientas noches romper el papel, barrer las urdidas óperas de palabras, destruyendo así: yo tú y él ella lo nosotros vosotros? (Que sea. Que sean los otros.) Mi parte, que se pierda.
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