El 12 de junio de 1928, falleció Salvador Díaz Mirón. Fue un periodista, político y escritor veracruzano que trascendió como uno de los poetas más importantes de México; su obra ha ocupado miles de páginas de estudio y análisis por los especialistas literarios, algunos de los cuales definen los versos del veracruzano como de los mejores que se han escrito en la historia de la lengua castellana. Según Octavio Paz, su poesía «posee la dureza y el esplendor de un diamante».
De «melena alborotada, bigotes selváticos, vestimenta austera y pobre, y en el costado, la imprescindible pistola», la vida de Díaz Mirón fue intensa; no podía ser de otra manera, pues su personalidad era la de un hombre de temperamento ardiente y arrogante, según muchos que lo conocieron. Esa naturaleza apasionada suya dio pie a que en varias ocasiones se viera envuelto en problemas, escándalos, e incluso encerrado en la cárcel, pues no lograba contener su furia cuando sentía mancillada su honra y de inmediato exigía un duelo, que para él y para muchos de sus contemporáneos era lo más natural para resolver algún conflicto «como hombres», decían.
Díaz Mirón formó parte de la élite cultural mexicana de finales del siglo XIX y principios del XX, esa que, explica Carlos Monsiváis, estaba integrada por «letrados, poetas, novelistas, pensadores (más bien predicadores), historiadores, ensayistas y directores de periódicos».
Nacido en Veracruz, fue hijo de Eufemia Ibáñez y de Manuel Díaz Mirón, hombre culto, también poeta y periodista, que fue militar y gobernador interino de Veracruz. Salvador estudió en el puerto de Veracruz y luego en el Seminario de Jalapa, donde pudo acercarse a los clásicos grecolatinos, gracias a los conocimientos de latín que adquirió en esa institución. En pleno auge del romanticismo, Díaz Mirón fue influenciado por el poeta Manuel Acuña. Su admiración al poeta coahuilense lo motivó a fundar la Sociedad Literaria Manuel Acuña, en 1874. Más tarde, estuvo una temporada en Nueva York, donde realizó algunos estudios.
La trayectoria de Díaz Mirón como escritor inició a temprana edad. La mayoría de los estudios biográficos asientan que fue a los 14 años cuando comenzó a escribir poemas y artículos periodísticos, aunque otros aseguran que fue a los 21 años cuando se conocieron sus primeros textos. Como quiera que haya sido, cuando incursionó en el mundo de las letras era muy joven, pues, por influencia paterna, recibió desde niño una buena educación literaria.
Desempeñó su primer trabajo como periodista en el diario El Pueblo, publicación dirigida por Rafael de Zayas Enríquez. En 1878, fue electo diputado local en la VIII Legislatura de Veracruz, por el distrito de Jalancingo. En 1884 volvió a la política para ocupar una curul en la Cámara de Diputados, esta vez como representante de Tlacotalpan. En esta etapa, logró fama por sus cualidades como parlamentario, por su palabra siempre encendida y por su oposición a la firma de un acuerdo con Inglaterra que proponía el presidente Manuel González y que, a todas luces, era desventajoso para México. Su férreo rechazo le dio fama nacional. Particularmente, los estudiantes aplaudieron la postura del veracruzano. A pesar de todo, el acuerdo se firmó.
Entre el Congreso, el periodismo y otros cargos que luego ocuparía, escribía, de hecho, vale decir que esas experiencias de la vida cotidiana en la política sirvieron de inspiración para su poesía. El caso del convenio con los ingleses, por ejemplo, le dio los elementos para dedicar un poema ni más ni menos que a Justo Sierra. La época del gobierno de Manuel González y la segunda presidencia de Porfirio Díaz fueron el momento en el que su producción poética estuvo más cargada de crítica social.
Hay innumerables anécdotas de su paso por la Cámara, en las que algunos de sus compañeros narran la experiencia de haber convivido con Díaz Mirón en ese recinto, con esa presencia que avasallaba a cualquiera, y que, según de ciertos colegas suyos, más que convencer, dominaba con la palabra. En sus Memorias, Nemesio García Naranjo refiere una charla que tuvo con Diódoro Batalla, ambos reconocidos oradores y compañeros del poeta en el Congreso, acerca de las cualidades oratorias de Díaz Mirón. Nemesio afirmó:
No, mi querido Batalla, la elocuencia del poeta no es atrayente, sino despótica; no convence a sus oyentes, los domina; y eso tiene que provocar una reacción de rebeldía. En el momento que nos dejó sentí la impresión que se debe sentir al salir de una cárcel; nos tenía como si fuéramos presos. El hombre es maravilloso, arrollador, inverosímil;…. creo que usted es mejor orador que Díaz Mirón; y también son mejores Chema Lozano y Paco Olaguibel; pero él tiene una personalidad mayor que todos ustedes juntos.
Calificado por algunos como violento, o como «un ser antisocial» —según Genaro Fernández MacGrég—, Díaz Mirón se vio involucrado varias veces en graves problemas relacionados con los duelos que libró. El primero de tantos ocurrió en 1878, según narra Ángel Escudero en su libro El duelo en México. El rival, Martín López Luchichí; el lugar, un hotel en Orizaba donde Díaz Mirón solía hospedarse cada vez que iba a esa ciudad.
Al término de un juego de damas, López remató diciendo «Ya te gané», esto luego de que le había estado «picando la cresta» a su oponente durante el encuentro; de inmediato el poeta reaccionó diciéndole «estas no son las damas que tú acostumbras tratar, grandísimo tal por cual», dando un manotazo en el tablero. Comenzaron a discutir. El rival fue corriendo en busca de su arma, regresó al hotel gritando: «Ya estoy aquí, Salvador. Defiéndete», Díaz Mirón, acostumbrado a tener la pistola en su bolsillo, siempre a la mano, y como hábil tirador que era, al instante hizo el primer disparo, que perforó el sombrero de López, quien respondió con toda la carga de balas, una de las cuales fue a dar al hombro izquierdo de Salvador, lo que lo dejó lisiado de ese brazo para siempre. Sin embargo, eso no lo amedrentó y siguió atacando. Ninguno murió.
Pero la lista de duelos es larga, particularmente entre los 34 y los 39 años de edad. En ese periodo de tiempo, se enfrentó a muerte cuatro veces: con el diputado Roberto Esteva, con Francisco Landero y Cos, con el coronel de caballería José Manuel Migoni, y finalmente, en 1892, con Federico Wólter, joven paisano suyo quien, pasado de copas, encaró y agredió a Díaz Mirón con su bastón. La reacción fue inmediata. Con dos tiros dio fin a la vida del muchacho. El hecho fue tema de debate en la prensa nacional; unos defendían al escritor y otros lo condenaban, mientras, él esperaba la sentencia del juez. Estuvo preso cuatro años en la cárcel municipal de Veracruz, tiempo bien aprovechado en términos de creatividad, pues de ese encierro resultó su nueva poesía.
A decir verdad, para Díaz Mirón su encarcelamiento fue una injusticia, pues, según él, no había cometido un crimen, es decir, lo único que había hecho era defender su honor, lo cual para muchos era natural resolver con las armas. Era un hombre de fuerte temperamento que vivía en un ambiente donde las circunstancias permitían ese medio para solucionar un problema. Salió libre en 1896, cuando se logró demostrar que había actuado en legítima defensa.
En 1900, volvió al Congreso como diputado, cargo que coincide con la organización de su mayor legado: Lascas, libro en el que reunió sus poemas escritos de 1892 a 1901. El tiraje de su obra fue algo nunca antes visto, 10 000 ejemplares, que fueron financiados por el gobierno de Veracruz, pues el gobernador, Teodoro A. Dehesa, lo tenía en alta estima.
Durante toda esa década, se manifestó a favor del presidente Porfirio Díaz; buscó acercarse y congraciarse con él solicitando que se le permitiera salir a capturar al famoso bandido Santanón, a quien nadie le alcanzaba el paso. Luego de tanta búsqueda, y ya cansado, Díaz Mirón optó por dejar de buscarlo.
Cuando el levantamiento maderista había iniciado, Díaz Mirón se vio envuelto nuevamente en un escándalo. En diciembre de 1910, tuvo un nuevo enfrentamiento, este en plena Cámara de Diputados, contra el diputado oaxaqueño Juan Chapital, quien supuestamente lo había injuriado, y ni tardo ni perezoso el veracruzano sacó su pistola de su bolsillo e intentó matar a su colega.
Desaforado por obvias razones, fue a dar de nuevo a la cárcel por intento de homicidio, aunque, por «falta de pruebas», quedó libre ocho meses después, y se reincorporó de inmediato a su trabajo como diputado. Pero ya la situación había cambiado. Francisco I. Madero era el nuevo presidente, y en el Congreso había un importante grupo de oposición a su régimen, sector al que se sumó el poeta.
Como periodista, Díaz Mirón estuvo al frente de los periódicos El Veracruzano, El Diario, El Orden y El Imparcial. La dirección de este último nos lleva a ubicarlo como parte del grupo de colaboradores cercanos al gobierno del general Victoriano Huerta, pues encabezó a ese diario capitalino entre septiembre de 1913 y julio de 1914. Desde tiempos de don Porfirio, esa publicación era subsidiada por el gobierno, y en la época de Huerta fue, abiertamente, un medio al servicio del régimen: loas para el presidente y sus hombres cercanos, y ataques a los que criticaban, denunciaban y acosaban al régimen.
Sin duda, una de las etapas más polémicas y más cuestionadas de la trayectoria de Díaz Mirón fue precisamente esta, en la que apoyó al presidente golpista, y cómo no, si él mismo dio elementos para que se le criticara cuando, por ejemplo, narró la visita del general al susodicho periódico diciendo que «el señor general Huerta dejó en la casa de nuestro diario un perfume de gloria».
Cuando el Ejército Constitucionalista acabó con el régimen en el poder, Huerta y una multitud de colaboradores suyos, acompañados por sus familias, tuvieron que salir huyendo de la Ciudad de México para evitar la persecución carrancista. El poeta presentó su renuncia a El Imparcial el 15 de julio de 1914, mismo día en que Huerta dejó la presidencia. A partir de ese momento, lo más importante era lograr salir de México.
Fue grande la oleada de gente que llegó a Veracruz en busca de un lugar en cualquier barco que los llevara fuera del país. Mientras esto ocurría, como es de imaginarse, los excolaboradores de Huerta eran hostilizados por revolucionarios: gritos, insultos y rechiflas fueron el denominador común de esa larga espera por un pasaje. En una ocasión en la que Díaz Mirón fue el blanco de tal acoso, salió al balcón del hotel donde se hospedaba para increpar a la turba y les dijo: «A los vencidos no se les humilla: se les mata». Como siempre, dando la cara al rival, sin miedo de perder la vida.
La ruta del exilio de Díaz Mirón fue Santander, España, donde vivió de dar clases; Nueva York, donde trabajó por un tiempo en The New York Herald; Cuba, donde también recurrió a la docencia para sobrevivir, rechazando la ayuda económica que le ofrecía el presidente de ese país, Mario Menocal. No fue fácil la vida como desterrado, pues, a diferencia de otros exiliados, como muchos porfiristas que salieron en 1910, el veracruzano y muchos más no contaban con recursos para vivir tranquilamente. De hecho, hay datos que confirman las pésimas condiciones económicas en las que se hallaba el célebre poeta durante su permanencia en la isla caribeña.
En 1919, el presidente Carranza autorizó su regreso al país. Llegó a su amado Veracruz en febrero de 1920. Rechazó algunas cátedras que le ofreció José Vasconcelos, secretario de Educación Pública; se negó a recibir una pensión otorgada por el Congreso de la Unión; también rechazó homenajes, simplemente no le interesaban. En 1922, fue nombrado director del Instituto Veracruzano, donde permaneció durante cuatro años. Desde 1926, su salud comenzó a verse seriamente afectada, hasta que murió, el 12 de junio de 1928, en su natal Veracruz. Sus restos fueron depositados en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
La obra poética de Díaz Mirón ha sido dividida en tres etapas estilísticas: la primera, comprende su producción hasta 1891, bajo la influencia del romanticismo; la segunda, que es su periodo modernista, el cual va de 1892 a 1901; y la tercera, caracterizada por un exacerbado rigor formal, aunque sin salirse de los límites del modernismo, esta inicia en 1902.
Más allá de las decisiones políticas y personales que Salvador Díaz Mirón haya tomado a lo largo de su vida, lo que es incuestionable es su grandeza como escritor, su legado como poeta que lo ha colocado como uno de los más grandes de habla hispana.
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Tomado de INHERM.
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