Isaac Asimov nació en Petróvichi, Rusia, en 1920 y murió en Nueva York, Estados Unidos, en 1992. Cuando contaba tres años de edad, sus padres se marcharon a Norteamérica, y ya desde entonces Asimov no volvió a pisar suelo ruso. A este respecto afirma en sus memorias: «(…) no recuerdo prácticamente nada de mis primeros años en Rusia; no hablo ruso y no conozco (más de lo que cualquier norteamericano inteligente pueda conocer) la cultura rusa. Soy completamente estadounidense de educación y sentimientos».
Estos rasgos que Asimov reconoce sin ambages lo determinarán en gran medida como lector anglosajón. Por otra parte, es también digno de destacar que Isaac Asimov era de origen judío, cosa conocida por sus coetáneos y colegas escritores. Asimismo, hay algo de significativo en su muerte, que se produjo a causa de complicaciones derivadas del virus VIH. Asimov siempre ocultó su condición, debido a la mala reputación que tenía y aún tiene esta enfermedad, siendo así que la verdad fue conocida años después de su fallecimiento.
No es un secreto que Asimov ha llegado a los lectores principalmente como autor de ciencia ficción, género narrativo enmarcado en lo que se conoce como literatura popular. Dice de ella Demetrio Estébanez Calderón en su Diccionario de términos literarios:
(La literatura popular) es la que tiene como destinatario al pueblo. (…) Desde la invención de la imprenta hay constancia de una forma peculiar de transmisión de este tipo de literatura a través de los denominados «pliegos sueltos»: cuadernillos de pocas hojas en los que se propagan textos literarios o paraliterarios destinados a un público de, escasos medios económicos y culturales.
Textos paraliterarios, público con escasos medios culturales. Aquí se refleja el sentir que los círculos académicos han profesado hacia este tipo de creación literaria a lo largo del tiempo. Se trata de ficción de segunda, alejada de las profundidades de un tipo de literatura más trascendente. Teniendo en cuenta, pues, esta definición, se puede colegir que la narrativa de Asimov no forma parte del canon literario occidental, ya que él cosechó un amplio corpus de novelas de corte popular.
De todas formas, si alguien se aventurase a establecer un canon, o un «subcanon», dentro del seno de lo popular, quizás podría afirmarse que Asimov es un referente en la lista de autores representativos (de la ciencia ficción). Sus novelas más celebradas son, entre otras, Yo, Robot o la serie de Fundación, que comprende siete títulos principales. Yo, Robot trata la robótica, aplicándola a diversas situaciones en hipotéticos mundos futuros. Así, se contemplan las relaciones entre humanos y robots en un contexto de amplísimo avance tecnológico. De igual manera, la saga fundacional se ambienta en un futuro más que lejano donde existe un imperio galáctico que entra en decadencia, tal y como predice el personaje y psicohistoriador Hari Seldon. De esta forma, durante los siete libros, se suceden numerosas situaciones en un marco intergaláctico.
Los premios literarios llegaron a Asimov en vida. Le fueron otorgados en gran número, siendo el más significativo el Premio Hugo de 1966 por la Serie de la Fundación. Lo más destacable de esto es que la obra de Asimov compitió con El Señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien, que acaso es más conocida y no desdeñada del todo como obra canónica. Aun así, conviene mencionar que Asimov obtuvo más de quince galardones mientras vivió, todos ellos de prestigio secundario.
En lo que concierne al estilo literario de Asimov, se puede sostener que es semejante y heredero de aquel que predominaba en el siglo XIX; diríase próximo al realismo. Una muestra es la que sigue:
Al regresar encontró a Vandermeer sentado en el catre, mirando la pared con ojos vidriosos. El cabello se le había vuelto completamente blanco y, naturalmente, había perdido peso. En el Refugio no había hombres obesos. Por contraste, Kittredge, que ya antes era alto, delgado y canoso, apenas había cambiado nada.
—Recuerda los viejos tiempos, Kitt —dijo Vandermeer.
—Procuro no recordarlos.
—Es el único placer que nos queda —insistió Vandermeer.
Este extracto forma parte de la colección de cuentos titulada Compre Júpiter de 1975. Hay un narrador en tercera persona, una descripción de pretensión objetiva de la situación y un diálogo hablado en una secuencia temporal lógica. Es decir, es una narración poco experimental y se puede tomar como ejemplo de cómo es la narrativa de Asimov en un nivel formal. Ahora, pues, se pondrá otro texto del siglo XX, en este caso de Julio Cortázar:
Encogiéndose de hombros echó por la borda la infinita serie de consecuencias posibles (ya había llegado al momento en que la esposa de Harold Haroldson devolvía el juego de valijas especialmente compradas para el viaje a Cannes, mi esposo se ve precisado a renunciar a sus vacaciones, oh sí es tan lamentable pero las circunstancias) y caminó hacia el hotel con la idea de buscar a Calac y a Polanco para que almorzaran con él y Nicole, la estopa necesaria, el relleno de los diálogos, el alivio de no tener que encontrar los ojos de Nicole.
En este caso, la obra es 62/Modelo para armar y está muy próxima cronológicamente a la de Asimov, pues data de 1968. Sin embargo, las diferencias entre ambos textos resultan evidentes. De por sí la comprensión del texto de Cortázar resulta más trabajosa: hay un tejido dialógico que no es hablado y que combina el propio pensamiento del personaje con la intervención pasada, inventada o futura de otro personaje, que además está inacabada y aparece entre paréntesis en un juego pragmático de práctica de lengua hablada con sus imperfecciones y gestualidad. La riqueza del texto de Asimov, pues, decae estéticamente si se compara con el de Cortázar.
El extracto tomado de 62/Modelo para armar ejemplifica el tipo de literatura que resultó innovadora en el siglo XX. Autores destacados fueron, entre otros muchos, James Joyce, William Faulkner o Virginia Woolf. Todos ellos experimentaron con nuevas técnicas tales como el monólogo interior, saltos en el tiempo o el uso de un lenguaje más críptico. Teniendo en cuenta esta situación, resulta obvio que Isaac Asimov no forma parte de esta categoría de escritores, pues su estilo, como se dijo, se antoja heredero de aquél que se conoce como realista. Su prosa carece de las numerosas innovaciones que pusieron de relieve otros autores que gozan de la estima de los círculos académicos. Y Asimov no era ajeno a este hecho. Hizo algunas consideraciones con respecto a su prosa en sus memorias, en las que sostiene que su apuesta literaria va por la claridad, de tal manera que al lector le resulte fácil aproximarse al texto. Así, elabora sobre lo que él denomina «estilo poético» afirmando que «es bello en sí mismo e influye con facilidad en las emociones, pero también puede ser denso y resultar arduo de leer si uno intenta imaginar lo que está sucediendo». A esto añade que «escribir de una forma poética es muy difícil, pero también lo es escribir con claridad. De hecho, tal vez la claridad sea más difícil de conseguir que la belleza».
Con respecto a estas palabras, cabría preguntarse a qué se refiere Asimov con «estilo poético». Da la impresión de que puede aludir a un tipo de prosa más elaborada, más cargada de símbolos, con un lenguaje más connotado. En todo caso, Asimov se posiciona en favor de una prosa clara y poco ornamentada. La cuestión que se deriva, por lo tanto, es si se puede estar ante un autor que deliberadamente no desee participar del canon literario. No obstante, de igual manera existe la sospecha de que Asimov no domine las técnicas y recursos que otros autores sí manejan y que, por esta razón, reivindique la claridad: porque es donde mejor y más cómodo se halla. Ciertamente, cuesta pensar en un escritor que deseche de forma voluntaria «entrar» en la tradición. Asimov resume su postura en que «escribo en primer lugar por placer personal y para ganarme la vida, pero resulta maravilloso descubrir que, asimismo, se ayuda a los demás». De esta aserción es factible colegir una cierta justificación ante su sencillez estilística. Se entrevé, quizás, la asunción de las propias limitaciones; no obstante, ello se compensa redactando escritos que llegan a un amplio público. Parece que en alguna forma Asimov se halla condicionado por la idea de canon literario y sus requerimientos y criterios, de los cuales trata de desembarazarse.
El Asimov lector es, en cambio, nítidamente respetuoso con la idea de canon. Es así que, entre sus lecturas preferidas, están presentes Shakespeare, Dickens, Milton u Homero. Cambia Asimov con un libro entre las manos cuando asume el canon occidental de literatura. De Shakespeare afirma conocer versos suyos «de memoria». Valga decir que esta aproximación textual no es la que impera en las últimas décadas. La «veneración» al autor aún es algo habitual, sin embargo, en los círculos académicos, ya desde hace años, se suele optar por otros enfoques, más centrados en la autonomía de la literatura o el texto como ente propio. Pero hay más. Respecto a Dickens, dice haber leído Los papeles póstumos del Club Pickwick veintiséis veces, y La Ilíada de Homero, más de una decena. Es indudable, pues, que Asimov es discípulo de la literatura anglosajona y del canon narrativo occidental. Por este motivo, cabe establecer una distinción entre el Asimov autor, que muestra un aparente desinterés por pertenecer al canon, y el Asimov lector, que asume y glorifica a los autores y obras canónicos, sin que haya indicios de que los cuestione.
Algo que resulta digno de mención es el hecho de que, a pesar de la mencionada prosa convencional y sencilla de Asimov, sí hay algún aspecto que puede resultar, cuando menos, chocante, a quien lee sus libros. Se trata de que los personajes de varias de sus novelas van cambiando a medida que transcurre la narración, no existiendo relación alguna entre ellos, más allá del contexto en que se enmarcan. Así, puede haber personajes o grupos de personajes que participan durante tres o cuatro capítulos y, a continuación, son relevados por otros, y así sucesivamente. Esta técnica no parece excesivamente tradicional. La ausencia de un héroe en favor de una colectividad es una característica asignada a escritos modernos como Manhattan Transfer de John Dos Passos, e igualmente aún existe en la Posmodernidad, en obras como Natura Morta, de Josef Winkler.
Regresando a la biografía de Asimov, puede apreciarse que tuvo argumentos para escribir un tipo de ficción más «profunda» de la que él gustó de crear. Por una parte, conviene recordar que era de origen judío. Aunque siempre vivió en los Estados Unidos, fue «testigo» de la Segunda Guerra Mundial y sus atrocidades. Sin embargo, Asimov nunca hizo una novela en clave judía del tipo Sin destino de Imre Kertész. Ni siquiera escribió ficción sobre los judíos con independencia del conflicto bélico. Su forma de pensar era, a este respecto, notablemente «científica». Del asunto de las persecuciones afirma en sus memorias: «los judíos no son diferentes de los demás. Aunque como judío soy especialmente sensible a esta situación en concreto, es un fenómeno general. Cuando la Roma pagana persiguió a los primitivos cristianos, estos suplicaban tolerancia. Cuando el cristianismo se impuso, ¿fue tolerante? ¡Ni hablar! La persecución empezó de inmediato en la otra dirección».
Así, también revela que: «Yo, aunque judío y además pobre, recibí una educación de primera en una universidad prestigiosa y me preguntaba cuántos afroamericanos habrían tenido esa oportunidad. Me molesta tener que denunciar el antisemitismo a no ser que se denuncie la crueldad del hombre contra el hombre en general». De esta manera, concluye con que «tal es la ceguera de mucha gente que he conocido, judíos que, después de condenar el antisemitismo con un tono desmesurado, pasan en un instante a hablar de los afroamericanos y, de repente, empiezan a sonar como un grupo de pequeños Hitler».
Como se aprecia, Asimov tenía ideas muy claras acerca de la cuestión, y ellas iban, a tenor de sus palabras, inequívocamente en una mismo sentido: mostrarse en contra de todo tipo de discriminación o persecución, atañese o no al pueblo judío. «Tenía la suficiente fe en Estados Unidos de América como para creer que nunca seguirían el ejemplo alemán», sostuvo, y, de esta forma, se mantuvo al margen, al menos literariamente. Cabe preguntarse qué habría pasado si Asimov hubiese decidido crear una novela que se ambientase en campos de concentración. Puede que su reconocimiento actual fuese mayor en el mundo académico o que incluso alguna de sus obras fuese considerada canónica. No podremos saberlo.
Otro aspecto biográfico y reseñable de Asimov es su muerte. Falleció, como se anticipó líneas atrás, por complicaciones asociadas al SIDA. Asimov nunca mencionó, públicamente o en sus escritos, que estuviera infectado por ningún virus. Dos años antes de morir, finalizó el manuscrito de sus Memorias con un guiño a su final próximo:
Al final también llegará mi turno, pero he tenido una buena vida y he conseguido todo lo que quería y más de lo que podía esperar. Así que estoy preparado. Aunque no del todo.
Fue ya en el año 2002 cuando Janet Asimov, su viuda, reveló las causas verdaderas de la muerte de su marido en el epílogo a una nueva edición del libro de memorias. Hubo una transfusión sanguínea en 1983, hecha a Asimov cuando le insertaron un by-pass, que estaba infectada. De esta forma contrajo la enfermedad. La cuestión es que Asimov, aparentemente, no tenía demasiados problemas en hacer pública su situación, pero suponemos que los médicos se lo desaconsejaron. Impacta el influjo del que eran capaces estos doctores, ya que Janet Asimov, cuando escribe el epílogo, afirma que refiere la enfermedad que padeció su marido «ahora que los doctores han muerto».
Más allá de esto, el dato con que contamos es el de que Asimov no escribió acerca del SIDA, siendo consciente de que lo padecía. De nuevo, tuvo la oportunidad de crear ficción en torno a un tema muy significativo. Pudo escribir algún ensayo, aun sin la finalidad de publicarlo en vida, pero no lo hizo. Era alguien mundialmente conocido, con reputación como autor de ciencia ficción y divulgador. El testimonio acerca de su enfermedad podría, quién sabe, haber concienciado a muchas personas, haberles hecho saber que no se trataba de una enfermedad que castigase exclusivamente a homosexuales o toxicómanos. Sin embargo, Asimov se mantuvo firme y prosiguió con su vida sin adentrarse en este terreno. Quizás pudiese haber escrito una gran novela de varios cientos de páginas acerca del SIDA, o sobre Auschwitz, pero ese no parecía ser su estilo.
En este punto convendría hacer una reflexión sobre otra labor que Isaac Asimov desempeñó en vida, esto es, la de autor de no ficción. Su aportación fue amplia. Trató la ciencia desde un punto de vista general, las matemáticas, la astronomía, las ciencias de la Tierra, la química y bioquímica, la física, la biología. También la Biblia o la historia. En cuanto a la literatura, entre sus libros hay guías de lectura como Asimov’s Guide to Shakespeare, Asimov’s Annotated Don Juan, Familiar Poems Annotated o The Annotated Gulliver’s Travels. Estas obras no tienen traducción castellana, de ahí que se refieran en su inglés original. Como puede verse, Asimov, en su faceta como crítico literario, centró sus esfuerzos en obras y autores canónicos. La tradición es un arma pesada en su sensibilidad y gustos. Es de notar que no hay ningún texto del siglo XX entre los que analiza.
Podemos preguntarnos ahora por qué no se han traducido en España estos trabajos de crítica. Posiblemente resultase extraño a muchos ver en la misma portada las palabras Asimov y Shakespeare. Quizás se pensase de antemano que no podrían ser trabajos de calidad puesto que los redactaba un químico que escribía novela popular. Es difícil de precisar. Estos libros, vale decir, tampoco son excesivamente apreciados en el seno de la lengua y habla inglesas. Da la impresión de que están en un terreno de nadie ya que los lectores fieles de Asimov serían los de la ciencia ficción, mientras que a los de Shakespeare o la lírica les correspondería, mayormente, un origen de literatura no popular. El interrogante es si hay restricciones en el ámbito literario, si los lectores penalizan a los autores que escriben al margen de un determinado género que se les asigna (justificada o injustificadamente), si hay libros «desgraciados» que no se leen por cuestiones colaterales.
Como historiador, Asimov firmó varias obras. La idea se desarrolló en el momento en que escribió un libro sobre la historia de Grecia en el que hacía incisos para analizar términos usados en inglés provenientes de la lengua helena. Al parecer, el editor «Austin leyó el manuscrito y dijo que le gustaba la historia mucho más que las derivaciones de palabras», por lo cual Asimov dice haber reaccionado con entusiasmo y así empezar «a escribir una historia sencilla de Grecia para gente joven». No bien hubo terminado este volumen, no esperó a ver cómo iban las ventas y se enfrascó en la redacción de una historia de Roma. De esta manera, acabó por concluir más de una decena de trabajos. En España se cuenta con catorce de ellos en la denominada «Historia Universal Asimov», que engloba la colección de publicaciones. Estos títulos son, entre otros, El cercano Oriente, La tierra de Canaán, Los egipcios, El Imperio Romano, Constantinopla, La Alta Edad Media o La formación de Inglaterra.
Asimov catalogó como «pura diversión» el hecho de escribir esta serie de libros históricos que, conviene no olvidar, estaban pensados para lectores jóvenes. Una cuestión que puede chocar con esta apreciación es el estilo con que se escriben estas obras divulgativas. Veamos a continuación el siguiente extracto de El Imperio Romano:
Claudio, lleno de pánico, se ocultó detrás de un mueble, mientras los soldados hacían estragos, matando ciegamente al principio, en el temor de ser a su vez atacados. Cuando su furia se aplacó, descubrieron a Claudio en su escondite y lo sacaron de él. Temblando, pidió por su vida, pero nadie tenía intención de matarlo. Los soldados comprendían la necesidad de un emperador, y Claudio era un miembro de la familia imperial. Entonces fueron ellos quienes le pidieron que fuese su emperador.
Pensamos que el texto presenta rasgos literarios similares a los de una narración ficcional. Posiblemente, con el objeto de arrojar luz sobre esta idea, sea pertinente mostrar lo que el diccionario de Estébanez Calderón dice al respecto de la literariedad:
Término con el que se ha vertido en español un vocablo empleado por los formalistas rusos (literaturnost) con el cual se alude a aquellas características que convierten un texto, por su estructura y funcionamiento, en obra literaria. Tinianov considera la obra literaria como un «sistema de factores en correlación» y de procedimientos jerarquizados en dependencia de un elemento «dominante». Este elemento configura, de manera primordial, un determinado escrito como obra literaria. Para J. Mukarovski, este factor dominante es la «función estética», que hace que su componente básico, que es la lengua, deseche su carácter utilitario para convertirse en signo autónomo volcado sobre su propio mensaje artístico. Para Jakobson esta función dominante es la «función poética».
Un aspecto significativo es lo que Estébanez Calderón sostiene acerca de la función estética y de que esta conlleve que la lengua abandone su carácter utilitario para convertirse en un signo autónomo de orientación artística. Esto es clave a la hora de enfrentar los textos históricos de Asimov. En verdad, se tiene la impresión de que el lenguaje que crea excede la mera plasmación de unos acontecimientos y se centra en crear una dialéctica más propia del relato ficcional. Nos cuestionamos, por tanto, si los libros de historia de Asimov contienen elementos que son literarios, si hay momentos en que crea literatura y si su voluntad era hacer literariamente un trabajo de investigación.
Teóricamente, el extracto cuenta cosas que han ocurrido de verdad. ¿Por qué, entonces, sabía Asimov que Claudio, lleno de pánico, se ocultó detrás de un mueble, mientras los soldados mataban ciegamente y que, más tarde, y temblando, pidió por su vida? Cabe plantearse hasta qué punto estos detalles específicos, así dispuestos, no son una licencia literaria del propio Asimov o, yendo más allá, su propia personalidad literaria, que se desliza a través de los textos que escribe y que acaba apareciendo y dejando su huella. Por consiguiente, se puede tener la impresión de que, aun tratándose de libros de historia, Asimov está aportando ideas de su imaginación y que, en cierta medida, está creando un relato propio con unos hechos históricos.
Un factor clave es que los libros de historia de Asimov se catalogan y se venden bajo la etiqueta de no ficción. Pero existen elementos ficcionales en estas obras: hay una construcción de los sucesos, un tejido narrativo que se antoja parejo al del relato literario. A este respecto, se puede hablar de una novela como es Soldados de Salamina, de Javier Cercas, publicada en el año 2001. Soldados de Salamina está fundamentada en el concepto de autoficción y, de ella, nace lo que el narrador considera un relato real, esto es, la propuesta de contar las peripecias de Rafael Sánchez Mazas durante algunos momentos de la Guerra Civil, cosa que hace basándose en los hechos que, se sabe, ocurrieron de forma fehaciente. Parte de la definición del relato real aportada por Javier Cercas dice así:
Todo relato parte de la realidad, pero establece una relación distinta entre lo real y lo inventado: en el relato ficticio domina esto último; en el real, lo primero. Para crear la suya propia, el relato ficticio anhela emanciparse de la realidad; el real, permanecer cosido a ella. Lo cierto es que ninguno de los dos puede satisfacer su ambición: el relato ficticio siempre mantendrá un vínculo cierto con la realidad, porque de ella nace; el relato real, puesto que está hecho con palabras, inevitablemente se independiza en parte de la realidad.
Un extracto de Soldados de Salamina, en concreto del capítulo de la novela con el mismo nombre, esto es, de lo propuesto por el narrador como relato real, es el que sigue:
Horas más tarde le despertó la ansiedad. El sol brillaba en el centro del cielo, y aunque aún le quedaba una punzada de dolor en los músculos, el sueño le había devuelto una parte del ánimo y las fuerzas quemadas durante los últimos días en la desesperación de aferrarse a la vida, pero apenas se desembarazó de la manta de Maria Ferré y oyó en el silencio del prado un rumor multitudinario y remoto de motores en marcha comprendió el motivo de su desazón.
Soldados de Salamina es una obra de ficción. El Imperio Romano no. Mas ambas narran acontecimientos con un fundamento verificable a través de documentos previos. La obra de Cercas no parte de una voluntad divulgativa, mientras que la obra de Asimov sí la tiene. A pesar de ello, hay momentos en que ambos textos comparten similitudes en cuanto a estilo y construcción narrativa. Tanto en Soldados de Salamina como en cualquier libro de historia de Asimov como El Imperio Romano confluyen la ficción y la no ficción. La cuestión es que Cercas perseguía esto, mientras que no se tiene certeza de que Asimov lo hiciera. Básicamente, dijo que escribía «para jóvenes». En ningún momento se tiene constancia de que pretendiese alternar realidad y ficción a modo de meta estilística.
Sin embargo, más allá de sus intenciones, lo hizo. El texto es lo que queda. Asimov habla de sus libros de historia casi como de un pasatiempo. Posiblemente no fue su propósito per se entremezclar realidad y ficción, y puede que lo hiciese, consciente o inconscientemente, porque consideraba que de esta forma llegaría más fácilmente al lector joven. En cambio, por otro lado, treinta años más tarde, Javier Cercas y otros autores de ficción, además de personas dedicadas a la crítica, se dedican y otorgan notable importancia a la cuestión de qué es lo real y qué es ficción y hasta qué punto lo real y lo ficticio pueden disgregarse o no mientras se confecciona un texto.
La narrativa actual concede su tiempo a abordar, entre otras muchas, estas tesis. Asimov, mientras tanto, fue un autor de prosa sencilla y algo avejentada, brillante en la ciencia ficción y no considerado autor canónico en Occidente. Permaneció fuera de los círculos académicos y fue un lector amante de la tradición. No deseaba experimentar. No obstante, puede que, a fin de cuentas, lo hiciese. Bajo el abrigo de la no ficción y de la historia, puede que Asimov se sintiese más confiado y elaborase una serie de textos que tienen elementos que se podrían considerar innovadores en la actualidad. Es difícil de decir, quizás tengan que transcurrir varias generaciones, como sostiene Harold Bloom, pero existe la posibilidad de que algunos de los escritos de Asimov encajen en un nuevo canon literario, ya que siempre pueden surgir nuevos patrones interpretativos.
* * *
Bibliografía
Isaac Asimov: Compre Júpiter, Ed. Plaza y Janés, 1986.
—————–: El Imperio Romano, Ed. Alianza, 2009.
—————–: Constantinopla, Ed. Alianza, 1983.
—————–: Memorias, Ed. Grupo Zeta, 2000.
Julio Córtazar: 62/Modelo para armar, Ed. Bruguera, 1980.
Javier Cercas: «Relatos reales» (artículo), en Revista Quimera, no. 263-264, nov 2005.
(a través del enlace www.revistasculturales.com/articulos/43/quimera/457/1/relatos-reales.html)
—————–: Soldados de Salamina, Ed. Tusquets, 2001.
Demetrio Estébanez Calderón: Breve Diccionario de términos literarios, Ed. Alianza, 2006.
* * *
Tomado de Carátula
* * *
Leer también en nuestro Portal:
Isaac Asimov, un escritor visionario
Isaac Asimov: «Quizá acabemos como Don Quijote, que quiso vivir loco y morir cuerdo»
Visitas: 41
Deja un comentario