
Ningún estudioso de la literatura cubana podrá prescindir de ¿Y ya no tocan valses de Strauss?, de Josefina de Diego, libro memorioso, testimonial si se quiere, acerca de la familia Diego-García Marruz, repartido en tres estaciones: «Familia», «Amigos» y «Sobre Eliseo Diego», más tres anexos contentivos de los árboles genealógicos de las estirpes Diego-Fernández Cuervo y García Marruz-Badía y una bibliografía selectiva.
Escrito con elegancia y sobriedad, cada capitulillo de los referidos tramos nos lleva por caminos diferentes, pero nunca extraviados, de un linaje intelectual que ha dado luz a nuestra cultura a través de la literatura, el cine, las artes visuales, la traducción literaria… Las entregas —la mayoría publicadas con anterioridad en diferentes medios de prensa cubanos o extranjeros, o sirvieron como ponencias en eventos y otras circunstancias— aportan un nuevo descubrimiento que sirve para revelar un mundo muy particular, acaso algo conocido, pero donde no dejamos de hallar sorpresas. Encontramos espacios físicos tan recurrentes como Villa Berta, la casa quinta de Arroyo Naranjo donde vivió Eliseo niño y luego fue el lar constituido a partir de su matrimonio con Bella García Marruz y sus hijos Fefé (Josefina), Rapi (Constante) y Lichi (Eliseo Alberto), los dos últimos fallecidos en 2006 y 2011, respectivamente, y cuyas cenizas se esparcieron por la tupida maleza de lo que fue un sitio emblemático de la literatura, visitado por Lezama Lima y Baquero, Cintio Vitier y Fina García Marruz, Roberto Fernández Retamar y Adelaida de Juan, Agustín Pi, Octavio Smith y el padre Gaztelu…, quienes entre lectura de poesías, partidas de ajedrez muy disputadas que podían terminar con serios disgustos por parte del perdedor —ninguno quería serlo, nos dice Fefé— y el correcorre de los que entonces eran niños, contribuían, sin saberlo, a dar perfil a nuestras letras; y donde voces como la de Lezama ya habían ganado espacio en nuestra literatura.

La unidad que se percibe en el libro, sin que se nos entregue en forma cronológica, se tamiza mediante ideas presididas por un sentido de la verdad y de la singularidad de quienes lo pueblan, desde los tatarabuelos, bisabuelos y abuelos, unos llegados desde el recuerdo trasmitido, otros porque fueron conocidos por la autora, como la abuela paterna Berta, encargada de enseñarle inglés a su hijo Eliseo, idioma que fue para el poeta de En la calzada de Jesús del Monte como una segunda naturaleza. De esa abuela sorda, debido a la edad, a quienes sus nietos adoraban, nace el título del libro, cuando una noche la sacaron a pasear por la playa de Santa María del Mar y, jóvenes al fin, terminaron en una discoteca, cuyas principales razones de existir son la oscuridad y el ruido ensordecedor de una música atrabiliaria. Así nos lo cuenta la autora:
Abuela, que había apagado su aparato porque la música estaba tan alta que no lo necesitaba, podía oír aquellas extrañas sonoridades que sus nietos parecían disfrutar y se distraía mirando aquel mundo enloquecido, totalmente desconocido para ella. En un intermedio entre número y número, decidimos sacar unas fotos pero como no teníamos flash, encendimos nuestras fosforeras. En ese breve instante de silencio se oyó el clic de la camarita al mismo tiempo en que abuela preguntaba, con su poderosa voz de sorda: ¿Y ya no tocan valses de Strauss?
La anécdota, el recuerdo de la infancia, la primera escuelita de barrio, la primera maestra, el por qué del apellido García Marruz, el silencio de Eliseo cuando se sumía en estados de ánimo difíciles, las amistades más fieles, la presencia de los tíos Cintio y Fina, del hoy olvidado tío Felipe Dulzaides, emblema del jazz en Cuba, las lecturas, las conversaciones: todo un universo que, de tan familiar, se escapa a este propósito precisamente por la relevancia intelectual de los actores participantes, de modo que ¿Y ya no tocan valses de Strauss? se convierte, tras su aparente sencillez, en un libro imprescindible para conocer más acerca de Eliseo Diego y su obra, pero también del ámbito cultural de una familia donde los Vitier-García Marruz, sumergidos en las letras, y sus hijos Sergio y José María, en la música, contribuyen a dar, gracias a sus talentos admirables y singulares, una impronta total de irrevocable demostración de autenticidad y cubanía.
Creo que en estas páginas, armónicas y bien elaboradas, Fefé no se guarda nada o, digámoslo con mayor certeza, casi nada, pues sus ojos observan desde la verdad del recuerdo y lo hace con absoluta libertad, merced a los cual su voz ni se debilita ni titubea, pero tampoco se torna altiva, pues su espiritualidad la ayuda a salvar esos posibles declives de la naturaleza humana. Ante todo, en este libro está presente la textura del ser humano que conduce su destino, el firmamento de un mundo donde el sol alumbra y la media luz a veces ensombrece, pero donde se respira la profunda necesidad de vivir acompañada de la sinceridad y de una elocuencia despaciosa, tranquila, sin aspavientos.
Nada es falso en ¿Y ya no tocan valses de Strauss?, pues las ficciones no le son necesarias a su autora para regalarnos una obra plena de resortes espirituales y terrenales, fundada en la legitimidad de lo justo y lo preciso, donde nada es prestado o inventado, cual lo requiere la necesidad de entregarnos la verdad en estas piezas ni imaginarias ni falsas, sino humanamente reales, nacidas sin el tropiezo de obligarse a callar.
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