Querida Bárbara Yera León:
Afuera llueve y tal parece el paisaje que leo en tu libro Las puertas del bosque,1 lo que descubro por la ventanilla de la cocina. Tu dedicatoria: “estos versos de ayer escritos desde el hoy”, me sumerge desde el primer instante en la lectura. La complicidad de abrir y cerrar las mismas puertas de la casa me hacen reflexionar sobre tu poesía. El primer poema delata la necesidad de estar frente al espejo.
Yo debí nacer una noche de invierno de 1910
en una casa con olor a incienso y sin ventana
con una vieja cartomántica a mi lado
que trazaba en su única baraja
mi sexo infantil
Así te nos presentas una y otra vez con la sinceridad de encontrar refugio, de buscar en el lector las mismas interrogantes que has tenido en ese otro momento en que la poesía se sufre y se escribe. La vitalidad de tus versos está en la aseveración constante de esas márgenes donde resides. De allí el acto de confesar:
Quise tener suaves manos
para tocar el arpa
y una franja de mar
y un pez morado.
Esa agonía de encontrarse en otros, en los tiempos distantes o cercanos me parece un gran logro. El dolor por la condición sexual está presente también, y sobre ello dibujas tu reino.
Mi último hermano quiso ser amigo de los cuervos
y el otro, el huérfano, gondolero.
La naturaleza de residir en esa angustia es tan vital como las imágenes que sostienes en este poemario. Las puertas del bosque son mundos vividos o no, pero llenos de delineados horizontes, de esos que se necesitan para entender el dolor ajeno. Buscar la luz desde esos confines, querida Bárbara Yera, nos afianzará el paso a lo que somos o vamos a ser. En esa aceptación está la clave de tu universo.
Suyo,
Rainer María Rilke
1Ediciones Unión, 2017.
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