Uno de los grandes autores del siglo XX, Italo Calvino (Santiago de las Vegas, 1923–Siena, 1985). Calvino, cuyos textos abarcan la fantasía, la fábula, el realismo y la reflexión, es el escritor más estudiado en Italia. Su trayectoria literaria estuvo repleta de búsquedas y hallazgos y fueron muchos los géneros por los que se movió libremente.
Empezó en el neorrealismo y terminó en la metaliteratura, tras haber transitado por el género fantástico. Como escritor, su objetivo no era otro que dar cuenta del complejo mundo en el que se encontraba el sujeto moderno, alienado por las tecnologías y los objetos y la propia naturaleza.
Decía Calvino en sus cartas y entrevistas que de un autor solamente cuentan sus obras, lo biográfico carece de interés, lo sustancial es su obra. Pero lo cierto es que en su caso no es del todo así, su vida y su obra discurren de la mano.
Así, y aunque él se sintiera mejor al margen del mundanal ruido, haciéndose invisible, es fundamental conocer sus comienzos como un narrador de la posguerra. Saber de su experiencia como partisano en los montes de Liguria y de su compromiso político en las filas del PCI.
Conocer a ese hombre políticamente comprometido tras el que había un escritor preocupado por las formas de la novela moderna. Ese escritor que nos dejó una obra que consta de una docena de novelas, otra docena de libros de cuentos y varios volúmenes de ensayo.
Además de las recopilaciones de artículos y cartas. Un escritor infatigable que produjo hasta el final de sus días y al que la muerte sorprendería trabajando en una serie de conferencias. Tendría que haberlas impartido en la Universidad de Harvard y fueron publicadas como Lezioni americane (en español «Seis propuestas para el próximo milenio»).
Una trayectoria pulida por la política
Italo Calvino nació, de forma casual, en Santiago de las Vegas, un suburbio de La Habana, Cuba, en 1923. Aunque prácticamente toda su vida la vivió en Italia, en San Remo y, sobre todo, en Turín.
Su padre, Mario Calvino, era un italiano que había emigrado a México en 1909, donde ocupó un cargo importante en el Ministerio de Agricultura. Era ingeniero agrónomo y botánico tropical y daba clases de agricultura y floricultura.
En 1917, tras la Revolución Mexicana, marchó a Cuba para dirigir una serie de experimentos científicos. Su madre, Giuliana Luigia Evelina Mameli, originaria de Cerdeña, era botánica y profesora universitaria. Eva, que había nacido en una familia secular, era una pacifista educada en la religión del deber cívico y la ciencia.
Con estos padres librepensadores, la educación que recibió Calvino no pudo ser sino laica y antifascista. Siguiendo la estela, se matriculó en la facultad de agronomía de la Universidad de Turín, donde su padre enseñaba agricultura tropical, en 1941. Sus estudios se vieron interrumpidos por el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Calvino fue llamado al servicio militar por la República Social Italiana en 1943. Pronto desertaría para unirse a las Brigadas Partisanas Garibaldi, junto con su hermano. Mientras tanto, sus padres eran retenidos como rehenes por los alemanes.
Este período de su vida es básico para comprender su figura como escritor.
Al acabar la guerra, Calvino volvió a Turín. Allí retomó su vida, comenzó a colaborar con varios periódicos, se matriculó en Letras y se afilió al Partido Comunista Italiano.
Fue otra época fundamental para su construcción como escritor, pues fue contratado por la editorial Einaudi, gracias al también escritor Cesare Pavese. En 1947 empezó a publicar sus obras y ya nunca paró. Murió en 1985 a causa de un ictus.
El frente neorrealista
Calvino publica sus dos primeros libros en 1947 y 1949, El sendero de los nidos de araña y Por último, el cuervo. Ambos, una novela y un libro de cuentos, respectivamente, están basados en sus experiencias como partisano y son de corte neorrealista.
Comulgaba entonces con el sentir común a los jóvenes escritores que, después de la Segunda Guerra Mundial, se creían depositarios de una realidad social nueva. Se revelaba ya como un escritor con un don especial para representar la realidad, capaz de unir el compromiso político y la literatura.
Además, apostaba por la simplificación de la forma narrativa, de manera que la obra fuera legible por todo tipo de lector. Fue una etapa muy breve la neorrealista y pronto se deslizaría hacia la narrativa fantástica. Pero ya había nacido el que se convertiría en escritor de referencia, en el defensor de los clásicos que tanto amaba.
Para Calvino, «un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir». Un libro que cuanto más crees conocerlo, más nuevo resulta, más inesperado, más inédito. A lo largo de su carrera, escribió varios ensayos sobre los autores clásicos para él, como Homero, Plinio, Ariosto, Balzac, Stendhal, Jane Austen, Kafka…
Autores a los que amaba, en sus propias palabras. Amaba a Stendhal porque en él la tensión moral individual, la tensión histórica y el impulso vital son una misma cosa: tensión lineal novelesca. A Pushkin por su transparencia, ironía y seriedad. Al Poe del Escarabajo de oro, al Twain de Huckleberry Finn y al Kipling de El libro de la selva.
El universo de las fábulas
Calvino pronto abandonó el neorrealismo para adentrarse en el terreno de la literatura fantástica. Siempre se había sentido atraído por la literatura popular, especialmente por el mundo de las fábulas.
En diversos prólogos para diferentes compilaciones de relatos populares y artículos, resalta el valor literario y cultural de ese tipo de literatura. Así, apostó entonces por una escritura de estilo sencillo y contenido profundo con apariencia de fábula.
De esta época son algunos de sus libros más conocidos, como la trilogía formada por El vizconde demediado (1952), El barón rampante (1957) y El caballero inexistente (1959). Se llama Nuestros antepasados y es una representación alegórica del hombre contemporáneo.
Estos libros ofrecen al lector una primera lectura superficial. Pero tienen, gracias a los diferentes niveles interpretativos, otra lectura más alegórica y simbólica cargada de significados. En El vizconde demediado, una bala parte en dos física y moralmente al protagonista.
Ya en el segundo, un joven ilustrado se refugia en las copas de los árboles para poder entender el mundo. En el último, una armadura hueca anda en busca de algo con qué colmar el vacío de su vida. La trilogía permite al lector asistir a la evolución vital de Calvino, demostrando de nuevo la importancia de conocer su vida para comprender su obra.
El primer libro analiza y denuncia la realidad contemporánea, la soledad y el miedo implícitos en la condición humana. El protagonista del segundo es trasunto del autor, que acababa de abandonar el PC y la idea de la literatura como mensaje político.
El hombre había de desvincularse de los condicionamientos ideológicos y políticos, de las ideas preconcebidas y de las imposiciones intelectuales. Finalmente, en el último título, esta fe en la realidad entra en crisis y la realidad se convierte en algo irracional. El pesimismo de Calvino se hace más profundo de forma notoria.
La novela como un juego
Al principio de la década de los sesenta, Calvino volvió a la novela realista, pero una nueva forma, entendiéndola como un juego combinatorio. El autor recreó de manera crítica las tensiones sociales de su tiempo, pero integró una dimensión simbólica cohesionar el texto.
Consideraba que el universo lingüístico había suplantado a la realidad y veía la novela como un mecanismo para jugar con las posibles combinaciones de palabras.
Perteneciente a esta etapa, es conocidísima su obra Las ciudades invisibles (1972), una especie de reescritura de Libro de las maravillas (1298). Pero esta vez, los lugares de los que habla Marco Polo ante el emperador Kublai Khan son lugares imposibles. Ciudades únicamente existentes en la imaginación de Marco Polo y sus palabras.
Es una gran fábula sobre el viaje y sobre los escenarios de la vida humana en comunidad. De este período experimental o combinatorio, son también El castillo de los destinos cruzados (1969) y Si una noche de invierno un viajero (1979).
En todos estos libros la presencia del juego es una constante. Bajo la influencia del estructuralismo y la semiótica, en esta etapa de la obra de Calvino, hay un deseo de indagar en los mecanismos de la escritura. En igual medida, la ambición de cuestionar los significados de la realidad, de las palabras y de las cosas.
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Tomado de Elemental
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