Estuve tentado a escribir que Ivette Fuentes de la Paz (1953-2024) es algo así como «nuestra María Zambrano», si tal tentación no fuera tan poco sugestiva en los planos comparativos personales, de personalidades creativas y de culturas nacionales, y en otros avatares que omito. Pero debo confesar que ella, Ivette, ha sido una de las más brillantes mujeres de pensamiento que me ha sido dado conocer, tratar, admirar, y en el mundo cubano menciono algunas de excelsa brillantez, sean Vicentina Antuña, Mirta Aguirre, Fina García Marruz, Beatriz Maggi, Isabel Monal… La diferencia con ellas es que Ivette fue una pensadora de filiación católica muy definida.
El pensamiento cultural cubano, sobre todo en los límites filológicos, en la apreciación teórica de la poesía, debe a esta notable escritora el honor que ella se ganó con su labor ensayística, con sus monografías sobre José Lezama Lima y Eliseo Diego, sus referencias sobre Fina García Marruz y Cintio Vitier, y acerca del conjunto del llamado Grupo de Orígenes, del que fue una de las mejores exegetas. En especial la distinguieron sus estudios teóricos acerca de la interrelación entre danza y poesía. Tengo la pésima impresión de que sus obras no han sido bien leídas, o muy poco, al grado de ser una de nuestras mejores pensadoras por descubrir. Rebasa el concepto de ser una «crítica literaria», porque le cuadra mejor el rango de ensayista, de pensadora sagaz, cercana al mundo de la filosofía.
Al fallecer, no dejó tras de sí abundancia de publicaciones, fue una autora cualitativa antes que cuantitativa. Deben recordarse sus libros A través de su espejo. La poética de Eliseo Diego, 2006; La incesante temporalidad de la poesía. El concepto espacio-temporal en la poética de José Lezama Lima, 2006; La cultura y la poesía como nuevos paradigmas filosóficos, 2008; José Lezama Lima: hacia una mística poética, 2010, y Danza y Poesía. Para una poética del movimiento, 2016 y 2018. Si como ensayista no ha sido ampliamente reconocida, menos aún lo fue como narradora, a pesar de haber editado tres colecciones de cuentos: En el umbral, 1990; La mujer invisible o los secretos del mirar atento, 2013, y El buscador de sombras de nubes y otros cuentos, 2014. Todo ello da razón al aserto que Ivette Fuentes de la Paz resulta aún una autora por reconocer en su valía. Dos veces se doctoró en filología, una en Cuba en 1993 y otra vez en Salamanca en 2003, permanece inédita su última tesis: Noche insular, jardines invisibles. El concepto de la luz en la obra de José Lezama Lima: un paradigma filosófico de su cosmología. Es muy probable que con el tiempo aparezcan nuevas obras suyas.
Todos estos títulos de obras refieren al doble interés filosófico y filológico de Ivette. Lo más próximo a la crítica literaria que ella realizó se inclina a poetas como Nicolás Guillén, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, y otros temas que la indujeron a opinar. Tuvo a la poesía y a la danza como dos referentes, y sobre ellos basó gran parte de sus búsquedas y reflexiones.
Querría detenerme en uno de sus libros: Danza y Poesía. Para una poética del movimiento, en el que se expande la conceptualización y el rigor analítico de Ivette. Es obra hermosa que acuna sus dos grandes pasiones centradas en su título. Allí la ensayista hace afirmaciones, logra definiciones, propone ideas, centra su instrumento discursivo, brota la filósofa junto a la filóloga, y obtiene un libro brillante, como de ella.
«El poder evocador del arte, tanto en lo danzario como en lo poético, se apoya en el movimiento. Emoción significa ser movido». Esta es una magnifica observación sobre el «lector», sea este el que aprehende un libro o admira el movimiento en la danza (música adquirida) y se siente con-movido. Sigue Ivette: «Sin emoción, no puede el hombre ser movido; sin elemento reconocible no hará préstamo, sin identidad no habrá juego». Por carácter transitivo, Ivette descubre la identidad ligada a la emoción y por esa vía al arte: «La solución espacial del arte es alcanzar la totalidad de lo real». Expone esta idea, y no se detiene a ampliarla, como dada por sabida, pero de ella deriva nuevas connotaciones: «La metáfora busca la solución espacial en la imagen», lo cual explica el valor de la imagen en una poética tan compleja como la de Lezama Lima. La autora guarda la referencia a Lezama, porque de lo que trata es de la connivencia entre danza y poesía. ¿Cómo puede haber arte sin el sustrato indispensable de lo poético?
Si la vida implica movimiento, ello a la vez se deduce en acción: «y solo por la acción se vive». «El ciclo es eso: crecer y decrecer, nacer y morir, ascender y descender». Con extraordinaria lucidez impulsa la idea de la imagen y subraya: «Cuando la imagen que alcanza la metáfora calza otra imagen más lejana, se logra una sucesión danzaria». Esta es una idea esencial. Puede ser visualizada, manifiesta claramente la sucesión de imágenes que dan lugar al movimiento danzario, o al movimiento poético, a la sucesión de versos, al ritmo que implica el movimiento, pero: «El impulso de movimiento es el conocimiento».
Con la gnosis por medio, poesía y danza son «instrumentos» del conocimiento y de la transformación de la realidad. Y ello deriva en conclusiones filosóficas como: «El hombre se afianza por su espacio, el espacio fija su tiempo. El hombre solo es, siendo». Las fuentes filosóficas de Ivette crecen desde la patrística al rango de la imaginación como pensamiento, del lado de Bergson o de Octavio Paz, de Platón o de María Zambrano, y tales y otras fuentes acuden a sus definiciones, a su mirada de la realidad y de la poesía y la danza en ella, fundamentada por la imagen, y por la «movilidad de las imágenes», hasta afirmar que el «movimiento poético es teleológico», porque «va más allá; es una desmesura». La autora tiene el cuidado de apartase del exceso de irracionalismo, a lo que le conduciría la mirada católica absoluta, y se aparta mediante la idea de que: «tiempo y espacio son formas del movimiento de la materia que operan en conjunciones».
Observar al tiempo y al espacio como un par dialéctico le permite a Ivette formalizar su idea del movimiento, del «vencimiento de la resistencia» que ese par incluye en la realidad, de modo que «la temporalidad que permite el devenir del mundo es el poema siempre naciendo». Para Ivette, el hombre se integra al universo mediante «el movimiento de la poesía, por la danza que crea su cuerpo». De este modo, un abierto transcendentalismo se implica en la esencia del ser, mediante lo cual «cualquier instante puede ser la eternidad; cualquier hombre puede ser la Humanidad», lo cual puede parecernos una idea de Jorge Luis Borges.
No es por el círculo que se avanza, dice Ivette, sino por la espiral, que es el círculo desplazándose en el tiempo. Poema y danza contribuyen a esa espiral, a ese in crescendo de la realidad en la cual el hombre es el ser-sujeto, que crece en la formación o conformación de su propia realidad, donde el vacío es lo ilimitado, no la nada sino la indefinición. Y con este concepto Ivette entra en el misterio, en la realización del arte como tal, de modo que enseguida viene a anotar lo que ella intuye como esencia: El primer ritmo es el de la creación: luego el de la reproducción que la continúa; después el arte que la perpetúa». Esta idea de fundamento creacionista está en el meollo de la concepción del arte danzario y del valor de poética que esta autora imprime en su texto.
Puede que no compartamos la concepción de franca raíz idealista de Ivette Fuentes de la Paz. Es posible que nos apartemos del impulso deísta de su entramado conceptual, pero no podemos dejar de advertir la inteligencia con que ella llega a conclusiones acerca de los elementos con que trabaja, al definir a la danza como «elevación y dinamismo plástico», y relacionarla con «la expansión y la intimidad que caracterizan la metáfora poética».
Ello sólo se escancia en la primera parte de su complejo y rico libro. En un artículo acerca de El buscador de sombras, su amigo Manuel Gayol escribió:
Pero Ivette también está ligada indefectiblemente a la dimensión de los libros y de lo imaginario; se acompaña así no solo de un acervo asombroso de experiencias enriquecedoras y vitales para su propia creación, sino además de vastos conocimientos culturales y espirituales demostrados en sus libros de ensayos, conferencias y trabajos especializados. Todo ello le permite re-crear el mundo a la imagen y semejanza de su intimidad, en una singular mezcla de poesía y filosofía con una proyección tan creativa que talmente parece sacada de diversos momentos de su iluminación.
Ivette vivió con intensidad, como si tuviese constante apuro para cumplir sus cometidos en varios frentes, y nos dejó una obra ensayística y narrativa de mérito, en los ámbitos de la poesía, la danza y de la aprehensión compleja del mundo en torno.
Ella mantuvo una labor eficaz en el Arzobispado de La Habana, sobre todo en su fundacional revista y cátedra Vivarium, a las que entregó treinta años de su vida, y como profesora del Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos. Amó su fe, y dejó detrás de su vida obra fecunda, lo que hace recordar que «Por sus obras los conoceréis». Hay suficiente obra para recordarla.
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