Ciertos libros nos conmueven o desgarran o enriquecen hasta tal extremo, que dejan de pertenecer a la historia de la literatura para incorporarse a nuestras vidas. Nos parece casi que no han sido escritos, sino que están ahí porque hacían falta, porque de otro modo habría un vacío en el sentido del universo. Para mí, El vasto mar de los sargazos es uno de estos libros.1
Porque este es un libro que genera esa sensación de hondo desgarramiento humano. Novela rara, en verdad, que juega con una intertextualidad construida a partir de Jane Eyre, de Charlotte Brontë. La novela aparece como un juego de espacios y tiempos históricos y culturales. Ese es el pretexto para construir una historia telúrica en sí misma. Una historia donde la locura y la razón se entrelazan hasta dar lugar a un tejido denso, fuerte que quiebra cualquier alambicado y huero feminismo literario.
Esta es una novela que sorprende una y otra vez por la manera en que fueron trabajados los diversos planos narrativos. Cada uno de esos planos son portadores de un punto de vista diferente. Es en ese aparente contrapunteo donde se encuentra la peculiar relación entre los diferentes mundos que convergen en esta región del Caribe. Esa relación constituye un diálogo difícil entre la realidad de las islas y el continente. A eso se suma, la necesaria búsqueda de identidades individuales y sociales tanto como las caleidoscópicas miradas de convergencia. Todo esto cobra forma a partir del trazado, por la autora, de personalidades divergentes, espacios de desplazamientos y escrituras que se perfilan en la memoria de las islas.
Jean Rhys, caribeña, conocía muy bien la dura geografía social de este peculiar lado del mundo. Rhys sabía muy bien que las islas acompañarán siempre al viajero a cualquier parte del mundo, incluida Europa. Pero la permanencia insular no se preservará nunca no como el oro dentro de aquellas paredes por ella descritas, sino que esos recuerdos saldrán siempre desde la entraña que configura una manera otra de mirar el mundo. Un mundo donde la luz, el color y especialmente la historia condicionan la psicología de quienes nacieron en él. Eso es lo que marca las diferencias. Porque hay que acabar de asumir el hecho mismo de que el Caribe el tiempo histórico real no puede compararse con ningún otro espacio.
Pocas veces se ha escrito en estas islas una novela que haya penetrado tan hondamente en la psicología femenina como en El vasto mar de los sargazos. Ni siquiera autoras como la dominicana Julia Álvarez con un texto tan lacerante como El tiempo de las mariposas, o la puertorriqueña Olga Nolla con El castillo de la memoria llegaron tan lejos. Y no se trata de lo que por allí denominan, no sin cierta sorna, el eterno femenino en la literatura. Se trata de algo más profundo que se manifiesta desde el inicio mismo del texto:
Se dice que cuando hay problemas se cierran filas, y eso hicieron los blancos. Pero nosotros no pertenecíamos a sus filas. Las damas jamaicanas nunca habían aceptado a mi madre, «porque es más bonita que ella misma», decía Cristophine.
Ella era la segunda esposa de mi padre, y ellos pensaban que demasiado joven para él, y, para empeorar la situación, una muchacha de Martinica.
Cuando yo pregunté por qué nos visitaba tan poca gente, ella me decía que el camino de Spanish Town a la hacienda Coulibri, donde vivíamos estaba en mal estado y que la reparación de los caminos era cosa del pasado. (Mi padre, visitantes, caballos, sentirme a salvo mientras dormía, todo pertenecía al pasado).2
Y ese pasado va a marcar la vida de este personaje. Pero en ella se concentra la mujer como concepto en sí mismo donde el amor es el epicentro de su vida. Quizás haya quien pueda decir que esta es una novela de amor. Pero nunca podrá afirmar que es una hermosa novela de amor. Al contrario, este es un texto desgarrador sobre el amor de mujer. Es un amor de pérdidas continuas. Pero sobre esas pérdidas se erige la visión que la autora tiene de la mujer. No creo que la Rhys haya estado al margen de los movimientos feministas de la época. Ella fue contemporánea de dos monstruos de la literatura hecha por mujeres: Virginia Wolf y Katherine Mansfield. Pero eran miradas diferentes a la mujer. Para decirlo de una vez, eran condiciones diferentes de mujer. Por eso, la Rhys se me antoja no como un grito lacerante, sino como una agonía lenta, estólida pero tangible.
Por eso, será muy difícil encontrar un final tan fuerte como el de esta novela. Un final de pasión/odio/búsqueda/encuentro. Un cierre donde la violencia se hace necesidad para el personaje porque solo así acabará por encontrarse. Y así, como el personaje que cierra sus páginas «para alumbrar (…) (el) camino a través del oscuro corredor», la autora echó a andar. Un andar de años, demasiados para mi gusto, hasta encontrar eco en la crítica que se acerca hoy a su obra. Pero sobre todo, para encontrar nuevos lectores y auténticas miradas.
Notas:
1. Eliseo Diego: Prólogo a El vasto mar de los sargazos. Ediciones Casa de las Américas. Colección de Literatura Latinoamericana. La Habana, 1981, p. vii.
2. Jean Rhys: El vasto mar de los sargazos. Ediciones Casa de las Américas. Colección de Literatura Latinoamericana. La Habana, 1981, p. 3.
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