La poeta y narradora Jessica Anaid Hernández es licenciada en Humanidades por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), cursó un diplomado de creación literaria en el Instituto Agustín Palacios Escudero y es egresada de la maestría en Literatura y Creación Literaria del Centro de Cultura Casa Lamm. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal 2022, ganó el VI Concurso Nacional de Poesía Germán List Arzubide y el Premio Nacional de Cuento Gabriel Borunda 2022.
La Premio de Crónica Literaria Elena Baeza 2022 es una de las ganadoras del IV Concurso Nacional de Cuento Corto, organizado por la página web Escritoras mexicanas. Ha sido becaria del Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artísticos David Alfaro Siqueiros (PECDA), Coahuila 2021, de la Interfaz del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE)-Cultura y del Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noreste (FORCAN). Es autora de los libros: Los orgasmos de la tierra (Tintanueva ediciones, 2016) y Han apagado ya las luces (Sangre Ediciones, 2021), así como del plaquette de cuento La perra que desenterró la luna (Ediciones Arboreto, 2022). Textos suyos aparecen en diversas revistas locales, nacionales e internacionales.
En este Festival Internacional de Poesía de La Habana, viene como poeta de literatura infantil y es una de las tantas voces femeninas que vibran en México. Sobre su libro de poesía Han apagado ya las luces, Marco Antonio Gloria Romero afirma que en el volumen se aborda uno de los temas más polémicos para varios sectores de la sociedad: el aborto. Dice: «La autora se limita a describir el procedimiento, pero valiéndose de la poesía para dotarlo de una belleza bastante particular. Sus poemas trasmiten una sensación melancólica, de una pérdida».
La voz en el poemario es la de una adolescente que mira, con esos ojos que empiezan su vida sexual, el quirófano. Se manifiesta entonces la inocencia o la pérdida de esta ante el aborto, desde los ojos de una infancia corrompida por la realidad que le aguarda: la niña, tiene problemas mayores que escapan del conocer los colores o aprender los saberes de sus abuelos. Con ella la lectura es impredecible.
Han apagado ya las luces
entro al quirófano, escucho su llanto escapar de otras bocas infantiles
—madres llevándose el eco de otros niños que no son sus hijos—
las tijeras imitan el primer sollozo de un muerto estancado en el vientre
siento entrar el frío acero como una luna partida en dos mitades
cortando la carne negra en luto.
Unas tijeras rasgan el alma de mi hijo
como un viento sesgando los hilos de una madrugada
presagio de niebla aún sin forma
apenas soplo
ápeiron difuso en la palabra exhalada desde el seno materno:
—aborto—.
Me lo entregan en pedazos invisibles de remordimiento
en una vasija fría sustituyendo un cunero
etiquetado con una palabra:
«legrado».
Mezo la cuna
rechina la palabra nacimiento en el pasillo
en las puertas que cierran las madres para no despertar a sus recién nacidos
en las puertas cerrando una lápida, la de mi hijo
rechina el llanto infantil que creí escuchar aquella noche
cuando me cubría con el manto de una sombra reflejada en la pared:
círculo deforme
repitiéndose ahora en mis manos
no hay manera de llevarlo a la pared de mi útero:
En el quirófano han apagado ya las luces.
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