Tiempos ha que estoy en deuda con este hombre. Fue en septiembre del 87 del siglo pasado (¡quién lo diría!) que comencé a percibir el bosque, la cifra y la militancia a toda costa con ese acto de fe que algunos llaman poesía. Un mítico encuentro en la ciudad de Santiago de Cuba reunía a los padres putativos de la generación del 50 con los hijos parricidas y díscolos e irreverentes de los ochenta. Allí estaba Jesús Lozada Guevara.
Allí estaba con su cotona blanca y su bolso de tela de donde salían palomas de jardines ajenos que se entrecruzaban con los primeros intentos de cantar desde ínsulas extrañas para dar forma a un archipiélago que a ojos vista ha quedado como una marca registrada de toda una generación. Y es un gozo poder encontrar reunida en un tomo que da cuenta y pasa factura a una labor poética muchas veces sumergida por la falta de promoción, tiradas efímeras, perseguidores de todo nacimiento o la abulia institucional.
La poesía como un dejarse hacer ignaciano. El camino que se construye a medida que el caminante avanza. En los bordes el fragor de la espesura. Como telón de fondo un polvo se levanta y a la larga es el génesis de todo. Del polvo al que regresaremos sin dar la espalda. La poesía como esos ríos pequeños que alimentan al río grande. Como esa transitoriedad fundamental en los budistas. Palabras, oficios, obsesiones. Todo es dinámico. Es lo impermanente. Es no confundir el vacío con la vacuidad o viceversa. Estar quieto es apenas una ilusión:
La noche es como un escarabajo
Que se derrama como agua vacía.
El poeta ha tomado de la mano al griot y juntos entran a lo nocturno donde hay una claridad, un baile, un magma que tiembla allá dentro. He aquí el poeta que sabe que el viento es escritura y que hay que fundar la ciudad en la boca del pez.
De aquel dejarse sorprender por el país que, como río que se desborda en la noche insular, se hace música pasando por esas canciones tibetanas que recuerdan y conectan con el Pablo de Corintios: «Ahora vemos de manera borrosa, como en un espejo, pero un día lo veremos todo tal como es en realidad», hasta ese detenerse a las puertas de la ciudad donde herejes y paganos, luego de caminar junto al poeta todos las círculos y todas las noches canta:
Sol Maestro y Enemigo Oh, Cíclope encendido Mediador que haces al Ojo Pasado y futuro Decapitado sol Muéstrame La obediente proporción de las cosas.
El arco poético. El cóncavo mirar. Las cuatro nobles verdades. Las tres marcas de la vida. El poeta en modo discernimiento. Principio y fundamento. Agradecer estas páginas. Una puerta que abre y cierra un tiempo, un espacio que no termina, y augura seguir creciendo. Agradecer que Jesús Lozada Guevara ha cometido el pecado de hablar la noche (y el sol) de la isla, y ya está perdonado.
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Leer también: El misterio de Hablar la noche (poesía reunida de Jesús Lozada), del poeta, narrador, dramaturgo y crítico espirituano Rigoberto Rodríguez Entenza.
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