Tras una etapa inicial relacionada con las producciones manufacturadas, entre «papeles pobres», entre cordeles, retazos de tela, botones, monedas y los más insospechados materiales, Johann Enrique Trujillo (Matanzas, 1977) comenzó a trabajar intensamente en la visualidad del libro a partir de los recursos digitales y desde entonces ha colaborado con numerosas editoriales «tradicionales», cubanas y extranjeras, pero en especial con los sellos yumurinos, Matanzas y Aldabón, de los que es su diseñador principal en la actualidad. Ganador en múltiples ocasiones del premio nacional Raúl Martínez y de otros importantes certámenes que reconocen su peculiar quehacer en el arte del libro, el creador ha desarrollado asimismo una plural labor gráfica que incluye programas de mano, invitaciones, carteles de formatos que llegan a la gigantografías, así como diseños de estand, escenografías, ambientaciones y discos.
Pero resulta muy significativo que a lo largo de estas dos décadas, en medio de sus fructíferos y múltiples empeños creativos, Johann Enrique Trujillo no haya perdido el interés por las producciones artesanales, en las que «encuentra unas vibraciones muy especiales, más cercanía con el hombre» y «un sentido lúdico» que disfruta particularmente.
¿Qué te hace volver una y otra vez al libro artesanal, a sus conceptos, a su práctica?
He vuelto al libro artesanal circunstancialmente y he vuelto por vocación. Con Gisela Baranda y Alfredo Zaldívar diseñé en España la Colección de La Aurora, muy artesanal, aunque sin las carencias materiales de Vigía. Fue un reto y una necesidad. Cuando el aniversario treinta de Vigía realicé un libro único, solo por el puro placer de rendir homenaje a ese proyecto. Lo he hecho también por vocación cuando he vuelto a diseñar para Vigía o para producciones semiartesanales de Ediciones Matanzas (como las colecciones Robinson y Caja Negra). Cuando regreso a estos libros siento que me desintoxico de lo tecnológico. Me dan mucha libertad. El libro artesanal tiene algo más humano. Y un sentido lúdico que necesito.
Por cierto, tu actividad en el libro artesanal ha sido muy llamativa en este 2020. Empecemos con la hermosísima pieza con que ganaste el Premio de Diseño del Libro Arte La Madrugada, que se convocó como parte de la Feria del Libro de Matanzas…
El año pasado fui invitado por Rolando Estévez, con otros artistas, a una exposición de libros arte por el Día del Poeta. En ese momento yo estaba trabajando esculturas muy sui géneris, con la técnica del ensamblaje, una suerte de juguetes-artefactos con todo tipo de metal desechable, y pensé que el poema «Salutación fraterna al taller mecánico», de Regino Pedroso, me iba a permitir seguir en esa línea. Usé desde tornillos, tuercas, arandelas, alambres, mecanismos de relojería, de máquinas de escribir viejas, hasta los más caprichosos trozos de metales. Luego de esa exposición el libro dormía guardado en mi casa y cuando este año apareció la convocatoria de La Madrugada, pues lo mandé al concurso y se alzó con el premio. Quiero destacar el gesto altruista de la artista norteamericana Barbara Byers por auspiciar este concurso para estimular la creación del libro-arte en la ciudad de Matanzas.
Sé también que ahora mismo aprovechas estos tiempos de distanciamiento en casa ante el nuevo coronavirus preparando una exposición dedicada al libro-arte…
Me concentro intensamente en una serie de libros únicos —seis en total— para una exposición con Rolando Estévez que tendrá lugar en la Feria Internacional del Libro 2021, en homenaje al centenario de esa gran poeta matancera que es Digdora Alonso. Por supuesto que todos los libros son basados en poemas de ella. Es un trabajo agotador, pues el concepto en la obra de Digdora es esencial y trasmitir esas esencias lleva una entrega total. Todavía me queda mucho para terminarlos pero la parte más difícil que es encontrar una unidad, una poética creo que ya está. Lo estoy disfrutando.
¿Cómo enfrentas un proyecto de libro-arte? ¿Cómo escoges el autor, el libro, los materiales?
El libro arte que hago tiene dos caminos. Casi siempre el texto a editar te sugiere los materiales, pero otras encuentras materiales que te llevan a un texto. Incluso puedo imaginar una portada sin texto alguno. Como un cuadro abstracto. Puede que encuentre el texto que lleve y salga el libro. Puede que se quede en un simple collage.
Lo primero es concebir la cubierta. Después el diseño interior va saliendo acorde con esa tapa ya concebida. Pero en el libro artesanal no tengo fórmula posible. Las cosas van saliendo. Te repito, es agotador, pero estimulante a la vez.
Tus inicios en el diseño del libro se relacionan con las producciones artesanales, con Ediciones Vigía. ¿Cómo se produjo todo?
Me habían negado la entrada a la Escuela de Arte. Estaba muy triste, muy deprimido, a lo que sin dudas contribuía el hecho de que hubiesen admitido a otros sin talento que pronto abandonaron ese centro. Yo había terminado la Enseñanza Media y matriculé Inglés en la Escuela de Idiomas. Siempre tenía ansias de superarme. Entonces llegué a Vigía al primer curso de Diseño Básico que impartió Rolando Estévez. Fue mi madre quien oyó en la radio la promoción del curso. Lo terminé y fui invitado a quedarme en esa casa editorial.
Recuerdo mi primer diseño: Quiero decir, una plaquette de Gisela Baranda que más bien era como un regalo personal. Luego hice la revista de los niños Barquitos del San Juan. Pero creo que Don Juan tras la pared, de Ulises Rodríguez Febles, y Trece maneras de mirar un mirlo, de Wallace Stevens fueron los primeros libros con los que me sentí más seguro. Luego hice Fastos, de Edouard Glisant, en traducción de Nancy Morejón, para ser presentado en la Casa de América Latina en París, en la celebración de los setenta años del gran poeta antillano. De esos primeros tiempos en Vigía también destaco El árbol parlante, de Artur Lundkvist, que se presentó en Estocolmo con la presencia de su viuda, la poeta danesa María Lundkvist.
Vigía fue mi primer trabajo y una gran escuela. Esa experiencia me acompañará para toda la vida. Alfredo Zaldívar y Gisela Baranda no fueron nada complacientes conmigo. Siempre me decían que podía dar más. Aprendí mucho de su entrega y rigor. Y sigo cada día aprendiendo.
Tras tu partida de ese sello, has vuelto a diseñar títulos allí durante los últimos años… ¿Cómo ha sido este reencuentro?
Tras mi época inicial en Vigía, comencé a trabajar como diseñador gráfico junto al maestro René Fernández en Teatro Papalote, luego vino también mi incorporación a los sellos editoriales Matanzas y Aldabón. Pero esporádicamente me han invitado a diseñar libros para Vigía. Siempre es grato volver y siempre es un reto. En esta otra etapa he hecho Roble de Olor (el guion de la película homónima) y poemarios de Roberto Manzano, Leymen Pérez, Alfredo Zaldívar, entre otros libros. Además, Laura Ruiz me invitó a diseñar La revista del Vigía. Hice dos números, pero me fue imposible continuar. Es una labor de mucha entrega y mis trabajos en Ediciones Matanzas, en su revista, más Aldabón, Papalote y el diseño de Sauto, no me dejan tiempo para algo de tanta entrega y rigor. Pero siempre que Vigía me pida colaboración, ahí estaré.
El libro-arte, y en general el libro artesanal se insertan, o debieran insertarse, en el mercado del arte, ¿pero existe ese mercado en el país? ¿Sobre qué presupuestos en ese sentido concibe sus propuestas el diseñador cubano?
El libro-arte es bien rentable en Estados Unidos, en naciones de Europa y de otras latitudes. Hay coleccionistas privados y hay bibliotecas y museos, de mayor o menor importancia, que se interesan, pagan por estas obras si son de su interés. En Cuba no es así, algo que obviamente influye en el hecho de que apenas se producen libros artesanales aquí. Vigía y luego Papiro, en Holguín, fueron pioneras en esto. No tengo noticias de que los proyectos cartoneros hayan tenido éxito en el país. Personalmente hoy solo conozco de un proyecto personal con un quehacer serio, sostenido: las ediciones El Fortín, de Rolando Estévez.
Los que de forma independiente nos dedicamos a hacerlas las emprendemos, casi literalmente, por amor al arte. En Cuba apenas hay un mercado para este tipo de creaciones. Sí hay personas que compran libros arte para coleccionistas extranjeros, pero a precios muy bajos. No creo que nadie produzca libros arte pensando en ese mercado. Los libros de Vigía y Papiro, que tienen sus características, los compran mayormente los turistas extranjeros. No hay un mercado aquí. La producción de estos libros es trabajosa, muy especializada y muy costosa, algo en lo que también inciden los materiales de difícil adquisición. Mientras todo esto sea así no habrá un mercado nacional en ese sentido.
En países donde has vivido diversas experiencias profesionales, ¿qué has visto en concreto en relación con el libro artesanal?
En España, que es donde más he estado, existe un movimiento enorme de encuadernadores, en el sentido más artesanal, pero también con gran sentido artístico. Allí sí hay mercado, sí hay competencia y sí hay mucha creatividad. Hay concursos importantes. Se imparten cursos gratis de encuadernación en muchos centros escolares, incluso para el adulto mayor o los desempleados. Yo pude hacer un curso gratis financiado por la Unión Europea. Y así en toda Europa. Es una larga tradición. Puedes encontrar artistas del libro artesanal en cualquier pueblito perdido. Vi muchas exposiciones y pude conocer a grandes artistas del libro. Hay muchos profesionales pero también aficionados de una calidad increíble. Era un mundo desconocido para mí, verdaderamente fascinante. Y paralelo a esto hay talleres de fabricación de papel, de tratamiento de papel, de técnicas medievales. Te sorprende la cantidad de tiendas de productos para la encuadernación artesanal, de manualidades y papelerías, todas afines al libro arte. En fin, un mundo impresionante.
Es muy interesante el proyecto El Taller de Lo Feo, que iniciaron Alfredo Zaldívar y Gisela Baranda, y al que terminaste incorporándote posteriormente…
El Taller de Lo feo fue primero una experiencia que Alfredo Zaldívar comenzó en México, en 1993. Se trataba de enseñar a hacer un libro totalmente a mano usando elementos naturales, papeles y materiales reciclados. Algunas modalidades eran de una sola jornada, pero se podía agregar la fabricación de papel, la elaboración de papeles de agua con técnicas artesanales. Lo lindo era que los participantes se llevaban a casa un libro hecho con sus propias manos. Esto lo repetimos en Cuba, en muchos lugares y también en España y Ecuador, con niños, universitarios, ancianos, grupos de mujeres, artistas, bibliotecarios, discapacitados, etcétera. Luego Zaldívar y yo hemos creado un proyecto de libros-arte, ejemplares únicos con el sello Taller de lo Feo. Y bajo ese rótulo salen todos los libros- arte que he hecho desde hace más de diez años. Son parte de mi obra personal.
¿Hasta dónde crees que marca tu trabajo de diseñador digital la huella del libro artesanal?
Vengo del libro artesanal pero el diseño digital, aunque parte de un concepto que es universal, por decirlo de alguna forma, que es básico, tiene un lenguaje muy distinto. Usa herramientas muy diferentes. Yo he tratado de que mi trabajo con el diseño digital encuentre su camino. Eso ha implicado el estudio personal y varios cursos para dominar los software indispensables para tratamiento de imágenes y textos, pero creo que sobre todo la voluntad de que ese libro encuentre su discurso, que es bien distinto. No sé si lo habré logrado completamente, pero cada día lo intento.
¿No será en el libro artesanal donde mejor, donde con más plenitud pueden manifestarse, todos a la vez, tus plurales intereses artísticos: desde el diseño gráfico hasta el arte digital, la fotografía, la escultura…?
Creo que mis intereses artísticos se resumen en cualquiera de las manifestaciones que escojo para expresarme, según mis necesidades o las circunstancias, según mi estado de ánimo o mi grado de creatividad o lo que encargue una institución. Yo siento que soy un artista de la gráfica que a veces necesita hacer libros artesanales, a veces digitales, otras hacer fotografías, diseñar un cartel, un disco o hacer una escultura. En todos me realizo por igual. Y cada vez soy el mismo.
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Me ha encantado la entrevista a J.E.Trujillo. Respuesta muy inteligentes ,carente de ramplonería barata y con un sentido de gran responsabilidad artística como creador. Dueño de un trabajo gráfico de altos valores artísticos sus presupuestos siempre demuestran a incansable y múltiple trabajador que