Para el poeta, crítico y periodista argentino Jorge Boccanera (Bahía Blanca, 1952) la poesía es un enigma, un vislumbre o un instante de perplejidad que lo dejó marcado, quizá, durante su infancia en el puerto donde nació a orillas del Atlántico. Lo cierto es que lleva siguiendo sus huellas hace ya un largo tiempo sin que se avizore el fin de esta búsqueda.
Al parecer no iban desencaminados sus pasos iniciales, ya que con apenas 23 años recibió el Premio Casa de las Américas, en el año 1976, por su poemario Contraseña, muy “marcado por la revuelta social de los años 70” en su país, según valora tras el paso del tiempo.
Sin embargo, el propio poeta ha aceptado que su poesía posterior se ha nutrido de las significativas experiencias vividas en periodos como los ocho años de exilio en México, así como por sus viajes por otros países.
Por el camino ha entregado a los lectores otros libros, mientras lograba una maduración de la expresión poética, cualidad que considera puede distinguirse en los poemas que componen Polvo para morder.
En 2020 su relación con la Casa de las Américas cobró una nueva dimensión al concedérsele a la compilación Ojos de la palabra, que reúne textos de 1973 a 2016, el Premio de Poesía José Lezama Lima. Y ahora Jorge Boccanera vuelve en este 2022 para participar como jurado de la categoría de Poesía del Premio Literario de la Casa. Asimismo, tendrá la responsabilidad de pronunciar las palabras para inaugurar este importante evento, que llega a su 62 edición.
Se hace necesario iniciar con estas preguntas, ¿cuándo y por qué empieza a escribir poesía? ¿Qué poetas fueron o son sus referentes?
No es fácil establecer el momento en que uno se cruza con el enigma de la poesía e intenta seguirle las huellas a un vislumbre. Seguro fue un instante de perplejidad en mi infancia en el puerto donde nací a orillas del Atlántico, a partir de algún detalle mínimo de esos que comúnmente pasan desapercibidos y que a mí me ubicó en un lugar de extrañeza. Sobre la segunda parte de tu pregunta, mis primeras lecturas fueron revistas de historietas y cancioneros que había regados por mi casa y que hicieron las veces de biblioteca. Más dos libros, uno de biografías breves: Figuras mundiales de todos los tiempos, y una recopilación de relatos de hadas japoneses publicado en 1940 con ilustraciones del gran dibujante español Freixas, que aún conservo. Luego, a los catorce años vendrían Poe, Bécquer, Neruda, García Lorca y entre otros José Pedroni, aquel de La hoja voladora: “Derribarás un árbol, dos, tres, cuatro/ pero la hoja no… Si la quemaba se volvía llama/ si la rompía, se volaba en dos”
En 1976, resultó ganador del Premio Casa de las Américas con su poemario Contraseña.
Gané ese premio a los 23 años. Fue una gran sorpresa obtener un galardón continental con un segundo libro –ya había publicado en 1974 Los espantapájaros suicidas– muy marcado por la revuelta social de los años 70. En los mismos tiempos en que en se publicó mi libro en La Habana, en Argentina se secuestraba y asesinaba a miles de opositores al régimen militar y se quemaban toneladas de libros. Como dije, mi libro tiene una marca de época, lo que no veo como limitación ya que los textos se resignifican. Un ejemplo es el poema “Blues” que alude a movimientos afrodescendientes en los Estados Unidos, como los Panteras Negras de fines de los 60; y que algunos periodistas y críticos le encontraron ligazón en 2020 con las manifestaciones duramente reprimidas por el asesinato de George Floyd. A ese libro primerizo que es Contraseña el jurado le halló “carga emotiva”, “profusión de imágenes” y “un “lenguaje que va de lo lírico a lo coloquial” … ¿quién soy yo para discutirle algo al jurado? (risas).
Háblenos un poco sobre sus libros posteriores, ¿sobre los rumbos que tomó su poesía?
Después de Contraseña, esa iniciación de lecturas apresuradas y textos empujados por el arrebato juvenil, mi poesía va a estar atravesada por un largo viaje que me llevó a México a un exilio de ocho años. Creo que esa travesía por varios países, más el encuentro con México y otras comunidades de desterrados allí –españoles llegados en 1939, haitianos, uruguayos, nicaragüenses, chilenos, salvadoreños, entre otras- me nutrió de una diversidad cultural que me enriqueció en todo sentido y desde ya debe haber marcado mi escritura. Así llegaron otros libros, Los ojos del pájaro quemado y Polvo para morder, donde creo que se puede ver, sobre todo en este último, una maduración o depuración de la expresión poética.
¿Podría atreverse a ofrecer una valoración sobre el estado actual de la creación poética en el continente?
No es fácil referirse al tema en términos de “actualidad” cuando llevamos dos años de una pandemia que lo ha trastocado todo. Aunque en términos generales creo que la poesía sigue en lo suyo, buscándole un sentido a la existencia y el mejor modo de expresarlo. Después de todo, si hoy atravesamos un tiempo de zozobra, la poesía nunca ha sacado el dedo del renglón de lo incierto, la finitud, el tiempo. Y en términos de vaticinio pandémico veamos al siempre joven Oliverio Girondo escribiendo hace ya muchas décadas sobre un “turbio amasijo de infección” en ese efluvio de cuerpos enfermos –el miasma- que graficó en el poema “Es la baba”: “La efervescente baba./ La baba hedionda,/ caústica,/ la negra baba rancia… por sus pupilas de ostra putrefacta… la pestilente baba… lo que herrumbra las horas… lo que infecta el cansancio.” Por otro lado, sería pretensioso intentar un pronóstico de lo que se escribe a nivel continental. Eso sí, se percibe ebullición y diversidad, que siempre son buenas señales.
En su caso, ¿cuáles son los proyectos literarios en los que se encuentra ocupado?
Mi trabajo se ha visto afectado por la pandemia y su saldo apabullante de víctimas, como le pasa a todo el mundo. En mi caso, aunque acentuó mi dispersión, a la vez estoy aferrado a mis proyectos como un modo de no vivir aplastado por la carga diaria de información sobre el tema, lo que no significa evadirse de algo tan crucial, sino de buscar espacios de normalidad en medio de la aflicción. Así que, de modo un tanto disperso sigo trabajando en varios frentes: un nuevo libro de poesía, notas periodísticas, crítica de poesía, algo de narrativa y ensayo, entre ellos un libro sobre Juan Gelman que reúne las entrevistas que le hice, más un cuerpo de notas críticas y algunos textos que recogen momentos que compartimos durante nuestra larga amistad.
Poesía y periodismo… muchos afirman que son polos opuestos. Desde su experiencia, ¿qué tanto hay del Boccanera poeta en el Boccanera periodista y viceversa?
Por mucho tiempo me referí al asunto como polos opuestos, autónomos; uno, el periodismo, que trabaja con la investigación y datos reales a cotejar y constatar; datos en general de la coyuntura y la actualidad. El otro, la poesía, que va por el reverso de todo eso con sus correspondencias subterráneas, su modo de interpelar la realidad y sus derivas metafísicas. Mi opinión hoy es que, sin dejar de lado esa autonomía basada en sus especificidades, hay puentes entre uno y otro; sobre todo porque llevan, periodismo y poesía, el impulso de la indagación. Habría que ver también en términos de lenguaje, los préstamos que se dan entre un género y otro.
En esta edición del Premio Casa vuelve como jurado. ¿Cuánto puede cambiar su visión del concurso, de la poesía que se escribe en el continente, ser juez y no parte?
Pienso que siempre van juntos el hacer y el ojo crítico; sea uno el que escribe, el que valora, y aún uno como mero lector. Los textos me conmueven, me hacen vibrar o no, ya sea en el ejercicio de escribir o como crítico, analizándolos o simplemente leyéndolos fuera de toda compulsa. Sobre el balance de la poesía continental, sería pretensioso dar algún tipo de diagnóstico sobre una producción caudalosa y diversa. Lo que sí podría señalar es una presencia notable de poetas mujeres hispanoamericanas que viene creciendo desde fines del siglo pasado con fuerza inusitada; una producción que por mucho tiempo fue discriminada por los prejuicios de la sociedad patriarcal y confinada al ámbito doméstico, la maternidad, las ensoñaciones románticas y “las buenas costumbres”.
Tomado de La Ventana
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