José Antonio Ramos es uno de los intelectuales cubanos de la primera mitad del siglo XX que no ha sido recordado en la magnitud que merece su obra. Aunque sus mayores aportes corresponden al teatro, también destacó en la literatura, el periodismo, la crítica literaria, y en la bibliotecología de la mayor de las Antillas ganó un espacio, principalmente en la Biblioteca Nacional.
El 4 de abril de 1885 nació en La Habana José Antonio Ysidoro Ramos y Aguirre. Sus dotes de autodidacta lo convirtieron en un profesional admirado por quienes le conocieron, en especial los aunados en la revista Cuba Contemporánea, publicación periódica que contribuyó a su madurez intelectual. Su vasta cultura, dominio de idiomas como el inglés, francés e italiano, le abrieron las puertas a cuanta misión intelectual afrontó. En 1934 se tituló en Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana.
«Espíritu combativo e indomable, fustigó los vicios y errores de la política al uso en una obra fuerte, escrita con desenfado, en estilo a veces descuidado1». Describe así el intelectual dominicano Max Henríquez Ureña a su contemporáneo y amigo José Antonio Ramos, junto a quien fundó, en abril de 1910, la Sociedad de Fomento del Teatro.
En 1936 Ramos labora en la Secretaría de Estado, en cuya dependencia organiza y clasifica la biblioteca. En abril de 1937 da lectura a su trabajo de ingreso en la Sección de Literatura de la Academia Nacional de Artes y Letras con el título «El teatro literario en Norteamérica», y en noviembre de 1938 lo nombran en comisión para ocupar el cargo de asesor técnico de la Biblioteca Nacional.
La institución cargaba el peso de la desidia del gobierno, dificultades en la catalogación de los fondos, carencia de una sede en correspondencia con las necesidades de una Biblioteca Nacional, entre otros aspectos que, a solo tres meses de su trabajo, Ramos consideraba lo siguiente:
No sé a dónde me llevará la aventura de la Biblioteca Nacional. Estoy jugando con el fracaso más terrible de mi vida. Porque siento la enorme importancia de la labor que tengo por delante. Es enorme, lo sé. Es abrumadora. Eso que llamamos Biblioteca Nacional, no es nada. Es, sin embargo, la prueba más concluyente de nuestra falsedad de vida, de la tragedia del espíritu y de la cultura, de la inteligencia en nuestra república de imitación2.
A la ardua tarea de organización y reestructuración de fondos y colecciones entregó sus mejores energías. Sus principales aportes al campo bibliotecológico cubano estuvieron en la clasificación y la catalogación de los fondos. Su obra en tres tomos Cartillas del aprendiz de bibliotecario (1941, 1942), con segunda edición en 1945, constituye una valiosa referencia para el profesional del sector, incluso fue útil más allá de la época en que Ramos la concibió.
Su labor en la Biblioteca Nacional estuvo marcada por grandes tropiezos y decepciones. Fueron conocidas sus discrepancias con la dirección de la Junta de Patronos, pues consideraba que existía lentitud en el trabajo de gestión de dicho organismo, y descuido en aspectos técnicos de la Biblioteca. Por tales razones, a finales de 1945, Ramos abandona la Sociedad Amigos de la Biblioteca Nacional, y en marzo de 1946 renuncia al cargo de asesor técnico.
Vivía entonces sus últimos días. Su salud se deterioraba y casi estaba en el umbral de la muerte, que le llega el 27 de agosto de 1946.
El prestigio intelectual de José Antonio Ramos alcanzó resonancia continental. Publicó alrededor de 269 títulos, según declara Fermín Peraza en la bibliografía que le realizara al autor de Tembladera, obra dramática con la que mereció en 1917 el premio de la Academia Nacional de Artes y Letras al mejor libro de autor cubano. Destacan otras creaciones como Coaybay, novela de 1926 con la que obtuvo el Premio Minerva. También de este género son Las impurezas de la realidad (1929) y Caniquí (1936).
Desde su cargo en la Biblioteca Nacional Ramos no abandona sus intereses hacia el teatro cubano, pues su vocación de dramaturgo, iniciada mucho antes de ser bibliotecario, le ocupa buena parte de su producción intelectual, y lega obras que reflejan la realidad social y política de la nación caribeña.
Entre un número considerable de títulos para el teatro destacan Almas rebeldes (1906), Una bala perdida (1907), La hidra (1908), Satanás (1913), Calibán Rex (1914), El hombre fuerte (1915), Tembladera (1918), En las manos de Dios (1933), El traidor. La leyenda de las estrellas. La recurva (1941), y FU- 3001. Comedia dramática en tres actos (1944).
La prensa habanera contó con sus abundantes colaboraciones en reseñas de libros, crítica teatral y crónicas, tras los seudónimos de Pancho Moreira y El capitán araña.
En reconocimiento a la labor científica de bibliotecarios, tributo a la vida y obra de un cubano universal y auténtico, la Asociación Cubana de Bibliotecarios instauró en 2005 el premio José Antonio Ramos, justo homenaje a un cubano ilustre y comprometido con su tiempo.
Notas:
1- Max Henríquez Ureña. Panorama histórico de la literatura cubana. Tomo 2. Edición Revolucionaria. La Habana, 1967, p. 320.
2- José Antonio Ramos. Memorias, 6 de febrero de 1939. En: Nueva Revista Cubana, número 3, julio-diciembre de 1959, p. 156.
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