
La novela Caniquí, donde se recrea la vida colonial de la muy antigua villa de Trinidad, por sí sola, le asegura a José Antonio Ramos un digno lugar en la literatura cubana.
Con varias reediciones, «esa novela, empeño bien logrado, abunda en situaciones dramáticas impresionantes y, para muchos, ocupa el primer lugar en la producción narrativa de Ramos», considera el juicio autorizado del ilustre crítico y profesor Max Henríquez Ureña.
Se conmemoran ahora, este 4 de abril, 140 años del natalicio de José Antonio Ramos, que sin estar olvidado tampoco nunca ha sido de los autores más conocidos y cuya producción literaria resulta abarcadora, como comprobaremos en estos apuntes.
Además de ser un representante imprescindible del teatro cubano, Ramos reveló su talento multifacético en otros géneros y merecidamente se le tiene como uno de los intelectuales de más auténtico sello en la cultura cubana del siglo XX, con una obra que resiste y perdura al paso del tiempo.
Nació el 4 de abril de 1885 en La Habana y los estudios secundarios los desarrolló con irregularidad, al punto que el título de Bachiller lo alcanzó a la edad de 36 años. Pero no nos confundamos: fue hombre de cultura profunda, resultado del autoestudio concienzudo y del talento, no siempre fácil de encaminar por los cánones de la rutina.
Su vida de trabajo se inició a los 15 años. Fue traductor de inglés y con los años llegó a dominar los idiomas francés, portugués, griego, latín e italiano. Por sobre todo viajó y escribió, por lo que puede encontrársele como novelista, ensayista y crítico, o en su perfil más conocido, el de dramaturgo.
Una prueba de cuánto le respetaron sus contemporáneos, la da su condición de miembro de la Academia Nacional de las Artes y Letras, y de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales. También desempeñó funciones en el servicio consular.
Su larga estancia en los Estados Unidos le permitió conocer la literatura de ese país y a ello súmese que estudió hasta hacerse técnico bibliotecario. En 1938, se le nombró Asesor Técnico de la Biblioteca Nacional de Cuba y en 1943 publicó su Manual de Biblioeconomía, donde trata el tema de las bibliotecas públicas y su funcionamiento.
Del José Antonio Ramos novelista nos queda una muestra convincente. La primera, Humberto Fabra, se edita en dos volúmenes en 1909; en 1927 la titulada Coaybay, que se desarrolla en un país imaginario, pese a que no es difícil descubrir las alusiones a Cuba; cuatro años después, en 1931, aparece Las impurezas de la realidad y en 1936 cerró con Caniquí, acerca de la cual comentamos al inicio.
Ramos, como autor teatral, representa uno de los momentos significativos en la escena cubana del siglo XX. Las obras salen publicadas a partir de 1906. Aun cuando su autor las consideró piezas de adolescencia, revelan el modo de hacer que se afianzará en la madurez creadora.
En 1911, con la aparición de Liberta, a la que sucede Satanás, se observa ya la preocupación del autor por el contenido de los diálogos. La relación de los títulos es vasta y en ella se incluyen, entre otras, Caliban Rex, 1914; Tembladera, 1916 (considerada por la crítica como la más lograda de sus piezas dramáticas); En las manos de Dios, 1933 y la que fuera su última producción, una comedia titulada FU-3001 (un número telefónico de entonces).
Como teatro de ideas (ibseniano) se califica el de José Antonio Ramos, en el cual sobresalen los cuadros y la visión general más que los propios personajes.
No hemos mencionado que fue hombre de inquietudes sociales, crítico de la injusticia y una personalidad ciertamente ilustre.
Murió en La Habana el 27 de agosto de 1946. Sin ruido ni pompa transcurrió su vida, vida útil, de servicio a la cultura. Su fotografía invariablemente nos lo descubre con unas gafas que en absoluto empañan su mirada y frente despejada. Desde Cubaliteraria nos honra evocarlo, para que no pase inadvertido este aniversario de su natalicio.
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