La identidad cubana es la verdadera patria del corazón. Se fecundó como un sentimiento temerario y clandestino, protagonizado en ciudades resguardadas celosamente por castillos peninsulares. Se gestó como sensación peligrosa a la luz de candelabros, irrumpiendo con determinación y estoicismo en hogares, templos y en parques ornamentados con adoquines y símbolos impuestos con un contraste soberbio de rojo y amarillo.
Como toda conquista social, no importa el cuándo, sino la certitud de su existencia imperecedera. Por eso la cubanidad representa en cualquier geografía una turbulencia de emociones: las memorias de nuestro terruño, las del barrio, nuestras escuelas, el gesto vital de cada gente poniendo proa a sus sueños. Cubanía es también remarcar la melodía cotidiana, yacer en las costumbres, en el sincretismo, colar café, converger en los refranes y muchas cosas más que se suelen derramar del baúl del alma. La gratitud hace imposible olvidar a quienes decidieron entregar sus vidas para alcanzar esa conjunción de percepciones comunes que nos identifican y caracterizan como un pueblo único e independiente.
El 7 de mayo se conmemoró otro aniversario del nacimiento de José Antonio Saco, uno de los hombres que coadyuvó fundamentalmente con su obra política, sociológica y literaria a fortalecer y consolidar los valores sociales de la nacionalidad e identidad cubana. Nació en Bayamo, en el año 1797. En su adolescencia, después de quedar huérfano, decidió marcharse a Santiago de Cuba y comenzar los estudios de Lógica y Metafísica en el Colegio Seminario de San Magno. Defendió con éxitos sus conclusiones en latín y matriculó Derecho; sin embargo, solo terminó el primer curso, pues motivado por las ansias de superación filosófica se traslada a la capital en el año 1816.
En el seminario San Carlos de La Habana se instituyó como el más distinguido discípulo de Félix Varela y allí comienza su definición ideológica y la construcción gradual de una prolífica y heterogénea obra colmada de cubanidad y matizada por un ideario de insigne independentismo, antiesclavista, así como contraria a las tendencias anexionistas de la época.
Ya graduado de Bachiller en Derecho Civil, y más adelante con título universitario en 1822, Saco escribió sobre filosofía, economía, acerca de cuestiones criminógenas que afectaban la sociedad, tales como el juego, la falta de instrucción primaria, la corrupción y el despotismo político. Aportó ideas sobre cómo debían modificarse las terribles políticas carcelarias de la colonia. Enfatizó la trascendencia de la familia como órgano básico en las primeras etapas de la formación de la personalidad del individuo, la importancia de que el gobierno se ocupase de desarrollar más los oficios y la necesidad de generar y mejorar vías de comunicación entre las distintas ciudades de la isla.
Contra el esclavismo expresó: «El horrendo tráfico de carne humana prosigue a despecho de las leyes; y hombres que quieren usurpar el título de patriotas cuando no son más que patricidas, inundan nuestro territorio de víctimas encadenadas…»
Saco se opuso frontalmente a la anexión a los Estados Unidos de Norteamérica y lo patentizó con dignidad y consistencia; en este sentido, esbozó argumentos políticos, sociológicos y económicos que exaltaron nuestra identidad por encima de las propuestas de presunta salvación que esgrimían algunos sectores de la clase adinerada de la época. Afirmó:
Nunca ha sido el amor propio el móvil de mi pluma, ni mi patria recogerá amargos frutos de mis escritos. Podrá recogerlos sí, pero será de las atroces ideas que publican algunos de los anexionistas […] de algunos ilusos que las siguen y se aprestan a ejecutarlas; de los ruines egoístas que proclamando libertad solo buscan su vil interés; y de aquellos que no tienen más en Cuba que su ingenio…
Las premisas y la vigencia de su pensamiento se mantienen intactas siglos después, porque jamás perdimos nuestro vivificante orgullo de ser cubanos. Nuestra fisonomía nacional ostenta ceñida esa cubanidad que brilla de planes, de sueños y de independentismo. Tal como sentenció Saco, forzosamente expatriado, en una de sus tantas defensas a sus ideas:
Yo no comparé la inmortalidad de las naciones con la del alma; lo que comparé fue la sublimidad de la idea de la inmortalidad del alma con la sublimidad del sentimiento de la nacionalidad; pues así como la primera es grata al corazón del hombre, porque alarga la existencia más allá del sepulcro, así la segunda engrandece los pueblos.
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Tomado de Tribuna de La Habana.
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