Libros, aulas, recogimiento productivo, lo pudieran identificar. Mas, como nada resulta tan sencillo que pueda de esa forma resumirse, podemos añadir magisterio, poesía, entrega, compromiso y otros muchos que tornarían demasiado extenso este inventario. Y es que José Emilio Hernández piensa y actúa según las leyes de la complejidad, una manera muy acertada de encarar las múltiples realidades de la existencia. A la difícil e imprescindible misión del magisterio llegó por convicción propia, y en todo momento y lugar ejerce esta vocación, devenida en profesión y eje de su vida. Conversar con este maestro poeta es penetrar en una atmósfera luminosa a la que es siempre grato acudir, pues de ella salimos, como dijera el Martí de todos los cubanos, «como de un baño de luz».
En tu infancia, ¿cómo se desarrolló tu relación con los libros y la lectura?
En ese tejido biológico, sicológico y social que somos, encontramos condiciones múltiples para nuestras disposiciones que difícilmente pueden polarizarse. Desde pequeño sentí afecto por los libros. En mi casa no había tradición lectora, pero mi padre tenía una excepcional destreza práctica y leía manuales y revistas de técnica, y mi madre, que por razones económicas solo pudo llegar hasta el octavo grado, poseía una sensibilidad extraordinaria, especialmente hacia la poesía y la música.
Le debo mucho a la escuela, a mi maestra de tercer grado que, en su deseo por que venciera mi timidez, me impulsó a representar un 28 de enero al padre de Pilar, la niña de «Los zapaticos de rosa», de José Martí. Es, pues, La Edad de Oro, mi primer acercamiento a la literatura; continuó en el preuniversitario con una maestra dulce y conciliadora que nos enseñaba con entusiasmo, en la dimensión exacta de la palabra, qué significa tener los dioses dentro. Sigue siendo un misterio para mí por qué años después se suicidaría.
Todo andar tiene «accidentes» como el de aquel día en que se abrió el viejo y bien resguardado baúl del bisabuelo español, muerto a los 99 años. Cuando la familia decidió la repartición, vi en una esquina un antiguo diccionario ilustrado. Ese fue mi segundo gran descubrimiento. Pasaba horas enteras observando las ilustraciones, leyendo sobre regiones y países de Hispanoamérica. En mis prolongadas crisis de asma me acompañaron mis libros y entre ellos los atlas de geografía que me siguen entusiasmando.
Y poco a poco fue creciendo mi «biblioteca», recuerdo haber leído en mi adolescencia un pensamiento, creo que de Cicerón: «Una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma». Hoy siento mías las palabras de Borges: «…soy/ incapaz de imaginar/ un mundo sin libros».
He leído al margen de cualquier reducción ideo-estética y en mis primeros años prácticamente sin guía. Si menciono a algunos autores podrás percatarte de lo que te comento, desde Emily Bronte; Ethel Voynich a Chinguiz Aimátov; Mijaíl Sholojov; de Bocaccio a Mark Twain; de Saint Exupéry y Astrid Lindgren a Will Cuppy. Después, en la Universidad vino la guía académica y también me ha ayudado el diálogo con el otro, con el diverso, o el profano como algunos llaman, que resulta muy constructivo y emancipador. Tengo una gran amiga asturiana, Elvira Medina, que no es escritora ni profesora, pero sí mujer de gran sensibilidad, que me ha ayudado muchas veces a tener una mirada más abierta sobre la literatura.
Agradezco los horizontes que me han ofrecido autores como Homero, Sófocles, Cervantes, Shakespeare, Ibsen, Poe, Chèjov, Verne, Balzac, Tolstoi, Quiroga, Brecht, Cortázar, Jorge Cardoso, Alejo Carpentier, Manuel Mujica Láinez, Maryse Condé, Tarig Alí, Gabriel García Márquez o Eduardo Galeano. La literatura me ha dado satisfacción intelectual y emocional, me ha ayudado a descubrir horizontes, romper estereotipos, me ha hecho feliz y también, sufrir. He aprendido a ser mejor persona, pero asimismo me he vuelto más atormentado e insomne, siempre tratando de encontrarle, como decía mi abuela, «la quinta pata al gato…».
¿Cómo se orientó tu vocación hacia la enseñanza, y en especial a la formación de otras vocaciones?
El conocimiento es íntegro, tiene vasos comunicantes extraordinarios aunque mi interés por las humanidades siempre fue mayor que por otras áreas del saber. La historia, la literatura, la filosofía me mantenían atento, posiblemente porque me iban dando mayor estabilidad y apertura interior.
Hubiera querido estudiar periodismo, pero de todas las opciones que llegaron a mi curso la más cercana a mis intereses fue la Licenciatura en Educación en la especialidad Español-Literatura. No me arrepiento en lo absoluto de mi elección, he logrado un nivel aceptable de realización en el plano profesional. Algunos ven la Pedagogía como una carrera menor y, teniendo en aquel momento buen escalafón, muchos imaginaron que estudiaría medicina, ingenierías, arquitectura… Mis padres aceptaron mi decisión, se dedicaron a acompañarme, quizás fuese que confiaban ya en mí, pero sentaron bases para mi soberanía decisora. Agradezco su lección de dejarme elegir en un momento crucial.
Dentro de la carrera fui adoptando intuitivamente una actitud que me ayudó mucho, y fue no emprender la práctica buscando resultados inmediatos y por aquello de que a donde va la mente, la energía creativa fluye, me enfoqué en la preparación sistemática y los efectos deseados aparecieron paulatinamente.
La literatura y la enseñanza tienen puntos en común. Ambas comparten una atención profunda sobre la policromía del mundo, sobre la diversidad de seres que conforman el tejido de la existencia. Ambas agudizan las conciencias sensoriales y son procesos que generan un enorme gasto síquico.
La literatura y la docencia tienen la acción comprensiva como centro, y compartimos la idea de que comprender es encontrar estructura, sentido. Un poema tiene una arquitectura dirigida a influir, a no dejar indiferente, a que el lector de alguna manera se sienta parte del mensaje. El acto pedagógico también está orientado a persuadir sobre el valor de la materia que se enseña y a que el educando forme parte activa de su propia formación, y para lograrlo busca, como el arte, elevar de forma deliberada y sistemática el lenguaje natural a otro nivel, la literatura con unos recursos y fines, y el discurso pedagógico con otros.
Y hay otra condición interesante, ambos discursos pretenden con grado distinto una percepción de originalidad. Antaño se decía: «Cada maestro tiene su librito», condición que desgraciadamente se ha lastrado mucho con la tendencia a la uniformidad, quizás por eso se reconozca que la didáctica es el arte de enseñar, un arte que igual que la literatura debe estimular el pensamiento, la memoria y la imaginación.
El acto pedagógico y la creación artística han influido en mí de manera íntegra, me han ayudado a modular mis contradicciones, han favorecido la maduración de mi conciencia.
En cada momento, e independientemente de la esfera en que se actúe, uno está haciendo lo que hace con todo su ser, con la totalidad de sí mismo, lo que te da la posibilidad de abrirte al mundo con más seguridad y tomar conciencia de la gran oportunidad que es la vida. Esa unidad ha favorecido desempeñarme en distintas acciones profesionales: valorar la literatura, enseñarla, crearla, editar libros, escribir textos para las contraportadas, investigar el proceso de enseñanza-aprendizaje de la literatura y me ha ayudado a ser y actuar en mi diario vivir.
En tu larga labor como docente has conocido ejemplares profesores de lengua y literatura. Háblame de la tradición local y nacional de esa especialidad desde la perspectiva de tus experiencias como educador.
Existe una excelente tradición nacional en la enseñanza del Español y la Literatura, lo puedo asegurar por mi experiencia y como miembro por muchos años de la Comisión Nacional de esta carrera, aunque reconozco que el flujo de esa tradición no ha sido homogéneo.
Hay textos y autores ya clásicos en nuestro ámbito, García Alzola, por ejemplo. Grandes escritores han sido maestros de literatura, son leyendas y se les adjuntan miles de anécdotas, forman parte de nuestro imaginario profesional. Conozco profesionales de otras especialidades que hablan con reverencia de sus profesores de literatura. El filme El ojo del canario fue dedicado por su director a una excelente profesora de Literatura: Beatriz Maggie.
Siento gratitud por todos los buenos profesores de literatura que he conocido, unos como maestros, otros como compañeros, con ellos he tenido un aprendizaje permanente y unos lazos afectivos muy fuertes pues tendemos a formar una comunidad profesional. La mayoría me han formado en y con humanidad, me demostraron que quien ama la literatura, ama enseñarla, ama seducir a sus alumnos con el valor de la palabra estética; con ellos fui aprendiendo una cultura del debate, que sigue siendo tan difícil de sistematizar en nuestras vidas profesionales y en nuestro ámbito social, cada vez más acosado por las polarizaciones; aprendí que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo, a ser más indulgente con los errores y limitaciones del intelecto, que como proceso la enseñanza tiene resultados deseados y otros no esperados, que deben tomarse como incentivos de búsqueda y posibilidad de mejoramiento, que el maestro es un contexto y que la formación de profesores universitarios es una larga y ardua tarea. Muchas veces no hemos cuidado a nuestros profesores con el respeto y el amor que merecen y hemos perdido u olvidado trayectorias brillantes que aún pueden enseñar mucho y bien.
Mi acto de defensa doctoral se lo dediqué a todos los maestros que me formaron, y en especial a la profesora habanera Rosario Mañalich Suárez.
Se afirma que Camagüey es cuna de la poesía cubana. ¿Cómo juzgas la tradición poética de esta región?
Camagüey atesora dentro del devenir de la formación cultural de la nación un legado poético con ejemplos sustantivos. El calibre de esta tradición varía según el contexto histórico, pero ha ayudado a preservar el corazón de la poesía cubana. Hablamos de una tradición en el sentido que le otorgara el poeta Vicente Aleixandre en su discurso de recepción del premio Nobel: «Tradición y Revolución. He ahí dos palabras idénticas»; por lo tanto, nos referimos a una poesía que ha encontrado vitalidad en su capacidad para renovarse, y en ese espíritu, importantes poetas camagüeyanos han sobresalido como La Avellaneda, Mariano Brull, Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, poeta que precede al neobarroco como argumentó el ensayista Luis Álvarez Álvarez.
La poesía camagüeyana es un espacio de estimación de ideas, valores y preocupaciones sobre la responsabilidad del ser humano por su felicidad y por la de la humanidad; es un espacio de síntesis cultural donde los hombres conforman, reforman y transforman sus pensamientos y sentimientos más profundos: aman, triunfan, fracasan, se desesperan o se esperanzan y se debaten contra convenciones o fuerzas alienantes.
Roberto Manzano, en entrevista a la escritora María Eugenia Borroto, considera que Camagüey es la primera ciudad fabuladora de Cuba y reconoce que las generaciones poéticas más recientes han mostrado una tendencia a ahondar y no a encandilar, ni a escandalizar; que han perseguido la intensidad, no la agresión al prójimo y una comunicación absoluta con el entorno.
La tradición lírica de Camagüey es un tema que merece ser más explorado.
La Literatura es una asignatura que exige muchos atributos para su desempeño. En tu concepto, ¿cómo tendría que ser el profesor ideal de esta disciplina?
En primer lugar pienso que todo profesor debe hacer suyas las palabras de Rudolf Steiner: «La escuela es la patria espiritual de los niños», de los adolescentes, de los jóvenes, de los adultos.
El profesor de literatura debe ante todo amar la literatura y tener un sólido ingreso cultural. La literatura tiene una impronta interdisciplinar por su naturaleza multirreferencial y sus variadas funciones, que exige al profesor amplitud de motivaciones culturales, abrirse a diferentes áreas del saber y no circunscribir su preparación a los ámbitos de la retórica y la estilística.
Es función del docente que enseña literatura relacionar contextos, hermanar espíritus, resolver distancias entre el ayer y el hoy, entre el allá y el aquí, promover un diálogo cultural que presupone a la vez acercar y también mantener distancias, ver qué hay en las realidades espirituales, morales, humanas de otros que podamos incorporar y recrear y qué debemos cuestionar o mantener distante, qué debemos rechazar en nuestras realidades y qué debemos conservar para lograr una mejor manera de ser y estar en el mundo. La palabra mundo no significa, según la hermenéutica, conjunto de elementos sociales o naturales, sino el universo de los significados fijados por el lenguaje inseparable de la cultura y la sociedad.
El profesor ha de tener bien claro que la literatura es el medio y la persona es el fin de su acto formativo. Para decirlo de otro modo: Para enseñar literatura a Juan, tienes que saber mucha literatura y tienes también que conocer muy bien a Juan. Cada persona, comunidad, contexto social, cada institución traen su identidad y su historia. La lectura es un encuentro cultural, donde se multiplican las perspectivas, no hay un solo foco, no hay una sola manera de adentrarse en la significación de un texto.
Por consiguiente, el profesor debe ser alguien en quien se pueda creer, con quien poder dialogar y en quien podamos confiar para que forme a nuestros niños y jóvenes.
Maturana afirmaba que lo cognitivo se hace efectivo a través de lo afectivo; por lo que unido a un sólido ingreso cognoscitivo y a la capacidad de crear situaciones de aprendizaje reflexivo, el profesor debe ser un garante ético que enseñe con tacto, que no lesione la dignidad, que sea prudente en sus juicios y evite las injustas etiquetas con las que a veces laceramos y marginamos a las personas. Ha de ser respetuoso con la diversidad y favorecer la heterogeneidad. Siempre me ha resultado impactante la idea de Pascal de que lo contrario a una verdad no es la mentira sino otra verdad de igual hondura. No concibo un maestro de literatura con una visión fanatizada o parcial de las ideas y conductas humanas, que no respete la afectividad ajena, matice criterios y busque relaciones varias.
Desde el punto de vista didáctico es nocivo actuar con una perspectiva algorítmica ante la literatura. El método surge del encuentro entre el objetivo y el contenido. Poéticas diferentes, contenidos diversos e intenciones de estudio distintas exigen procederes disímiles y una actuación flexible para proporcionar mayor motivación y soluciones variadas y oportunas. El profesor puede e incluso debe crear métodos.
Un profesor de literatura debe ser una persona con espiritualidad y conciencia de sí, que le posibilite ser muy analítico con su propia práctica y saberes para conseguir una remodelación permanente de su desempeño. Una condición básica es la paciencia con que ha de tejer su autopreparación profesional. Todo acto noble es resultado de la voluntad humana y precisa paciencia.
La poesía es otra importante vocación tuya. Háblame de ella.
Para mí la poesía es una de las expresiones más elevadas de la libertad y plenitud interior, el tejido donde se fracturan y aniquilan todas las reducciones posibles. Definir la poesía resulta difícil aunque existen brillantes intentos, el Padre Félix Varela afirmaba que la idea más exacta es la que no se puede definir.
La poesía que nos impulsa a atender, que nos enriquece, transparenta, redimensiona, es la que me atrae; esa poesía donde transpira lo simbólico en el sentido de lo sim-bolo como unión y congregación; opuesto a lo dia-bolo como separación y división. Creo en la poesía que nos da una dimensión desconocida de lo evidente, que nos sorprende con su humilde y conmovedora humanidad, como cuando Fina García Marruz expresa: «…ahora, que estamos solos, / infancia mía, / hablemos…». Estos versos mueven tantos resortes afectivos, tantas evocaciones, que cierro el libro y me vuelvo meditación larga.
Me gusta esa poesía donde la inteligencia se revela casi sin hablar, que nos hace entender que la suma de las partes no es la unidad, que lo profundo siempre encuentra un modo de manifestarse, que lo eterno está en lo fugaz y que belleza y justicia conviven en unidad; poesía que se incorpora para servir al orden del mundo, a su luz.
La poesía me ha dado la posibilidad de mirar más allá de los límites corrientes de la observación cotidiana. Celebro haber leído poetas con perspectivas muy variadas, desde el Renacimiento y Barroco español hasta los haikus japoneses; a Walt Whitman, Emily Dickinson, José Martí, Antonio Machado, León Felipe; Rabindranat Tagore; Miguel Hernández; César Vallejo; Jorge Luis Borges; Anna Ajmatova; Fina García Marruz, Eliseo Diego; Dulce María Loynaz, Charles Bukowsky. Pero si observamos atentamente vemos en formas diferentes soterradas permanencias de la compleja espiritualidad humana.
Soy de un crear lento. Dejo reposar lo que escribo, si al cabo de un tiempo y al leerlo nuevamente moviliza algún resorte emocional en mí, entonces intento mejorarlo y profundizarlo.
¿Cómo recomiendas que debe ser apreciado y valorado un texto lírico? ¿Qué modos de abordaje crees más convenientes y productivos?
Voy a mencionarte primero una práctica que me parece perjudicial y es todavía muy sostenida en el ámbito académico, me refiero a ciertos enfoques historicistas que delimitan periodizaciones rígidas y propician análisis discriminatorios sin lograr mostrar las regularidades espirituales, la permanencia de motivos y preocupaciones humanas a lo largo de la andadura poética, se separa más de lo que se coordina, se pierde de vista la gran sinfonía de la creación lírica y no se logra comprender que un peldaño necesita del otro.
A mi juicio, la integración de diversos abordajes es esencial para apreciar la literatura y en particular la lírica. Decía Engels que el método ha de ser un análogo del objeto de estudio. No es posible entonces seguir un solo camino de análisis para un género con expresiones tan diversas. Don Antonio Machado afirmó que una idea no tiene más valor que una metáfora, que en general tiene menos… Aprovechemos este destaque de la fuerza explicativa de la metáfora y observemos algunas metaforizaciones que se han hecho sobre la noción de texto donde prima la variedad de miras: el texto es un iceberg, un tejido, un tatuaje, una matrioska, una brújula, una cámara de ecos, un nudo en la red… Cada analogía sugiere a la sazón abordajes lectores distintos, pero perfectamente conexos.
El descubrimiento de relaciones es la base orgánica o funcional para leer la obra lírica. No hay nada más perjudicial que desarticular un texto, que separar sus partes sin llegar a reunirlas en sentidos unificadores. El profesor o investigador que analiza una obra lírica, cualquier obra literaria, debe mantener un equilibrio constante en el análisis entre las partes y el todo, independientemente de las perspectivas o ámbitos en que sea posible insertar la obra: íntimo, social, político, filosófico, gnoseológico, axiológico o histórico. Hay que hermanar análisis y síntesis, explicación y comprensión, lo concreto y lo abstracto, la implicación y la demostración, lo subjetivo y lo objetivo, lo analógico y lo lógico-causal.
Descubrir los sentidos poéticos significa dar coherencia a la representación lírica e integrar en totalidades distintas piezas de información, especialmente dentro del contexto del lector, de allí su significativa dimensión social.
En mi práctica un aspecto productivo ha sido descubrir puntos de análisis ventajosos, llamo así a aquellos elementos del texto que son capaces de atraer la mayor cantidad de significaciones sobre su eje y expresar la capacidad de ciertas partes para irradiar hacia el todo como sentido. Por ejemplo, Lorca coloca en los primeros versos de su romance «Prendimiento de Antoñito el Camborio» el símbolo del toro, este genera un efecto de precedencia muy enérgico cuando se capta su densidad como símbolo de potencia, impetuosidad, virilidad, fuerza creadora de lo indómito y fecundo. El símbolo va anclando y actualizando sentidos a lo largo del poema, pues se aprecia un paralelo entre el destino del gitano y el del toro en la corrida que convergen en connotaciones como encierro, limitación, persecución, violencia y muerte. El gitano históricamente ha sido cercado por un contexto social de prejuicios raciales y culturales que lo enmarca como desajustado y peligroso. El toro es acosado en la corrida, pero se enfrenta. Constantemente fustigado, constantemente responde. También el gitano es reconocido por su vocación libertaria, por no dejarse amedrentar. Pero ante la Guardia Civil, Antoñito se deja apresar con facilidad. El despojo de la libertad y la pasividad del personaje generan desagrado en el sujeto lírico, quien opone mito y realidad, pasado y presente, vocación libertaria del gitano y pasividad de Antoñito.
Has publicado varios libros que examinan las complejas relaciones entre la lengua, la literatura y la enseñanza. ¿Pudieras expresar con cierta síntesis las concepciones que allí desarrollas con tanto éxito?
Primero perfilo la intencionalidad y finalidad del libro, y paso en consecuencia a crearle su arquitectura compositiva global y después la arquitectura por capítulos, que se ajustan a determinadas claves temáticas propias de la materia que se está tratando y de la dirección de la intencionalidad que me he trazado. Este diseño se sostiene a lo largo del texto con determinadas concepciones que le dan organicidad. Una concepción importante es que el libro sea útil. Generalmente he escrito libros de corte académico para la enseñanza de la lengua y la literatura, por consiguiente, para que un libro tenga utilidad en esta área toda la explicación teórica debe estar sostenida por abundantes ejemplos que la apliquen o demuestren en la práctica. Eso da confiabilidad al texto, y también abogo por la diversidad y amplitud de los ejemplos. Hay una idea bastante reconocida que afirma que en materia de ejemplificación no hay nada peor que poner pocos ejemplos. Igualmente me gusta conseguir la mayor claridad expositiva y diversificar el lenguaje académico, tomar a veces cierta soltura dialógica, problematizar criterios e intercalar actividades prácticas varias.
Eres una persona a quien encontramos rara vez en redes sociales. ¿Qué opinas sobre estas herramientas de la comunicación?
A veces por falta de disponibilidad técnica, tiempo, desconocimiento o hasta prejuicios, he dilatado mi contacto con las redes. Mi acercamiento ha sido un proceso sinuoso. En ocasiones me molesto con determinados mensajes irresponsables, discriminatorios, manipuladores o banales. Pero también hay mensajes de esperanza, amor, diálogo, con deseos de crear e incluir; mensajes inteligentes de alto vuelo informativo y formativo.
En estas problemáticas considero que la poesía viene nuevamente en nuestro auxilio, por cuanto al agudizar nuestras capacidades perceptivas, nos mantiene más atentos a los mensajes que leemos.
Las redes son valiosas en dependencia de su uso, de nuestra capacidad cognoscitiva e integridad moral, y de la voluntad por mejorar nuestra alfabetización funcional para hacerlas más emancipadoras, sigue siendo el hombre quien determina, como sabes, el principio filosófico de Protágoras: «El hombre es la medida de todas las cosas» sigue vigente: debemos seguir reactualizando esta sentencia, de la cual aclaraba Diógenes Laercio que «El hombre es la medida de las cosas que son y de las que no son también».
El camino no es alejarse sino estar, participar.
¿Cuál consideras que es el papel de la educación, y en especial la enseñanza de la lengua y la literatura, no solo en el desarrollo instructivo intelectual, sino en el sensible humanístico?
El papel de la educación es eminentemente formativo. Hegel se refirió a ella como el segundo nacimiento del hombre pues este la requiere para su plena realización. La formación es concepto constituyente del humanismo y la literatura por su esencia humanística ayuda a formar al hombre sobre las bases de la dignidad como criterio último al que debe orientarse si se desea una vida decorosa. Formar tiene que ver con adquirir una forma.
De esta consideración surge un fuerte debate: ¿cuál es la forma que se desea alcanzar cuando emprendemos el reto educativo? El asunto no es sencillo y estimula mucho razonamiento en relación con la cultura, la intencionalidad educativa, las ideologías, las tareas, los contextos, las representaciones y el rol social. Hay racionalidades educativas dirigidas a formar para obtener éxito, y hay otras orientadas más al entendimiento del mundo y al sentido de la vida en interacción. Es entendible que el valor otorgado a la enseñanza de la literatura difiere mucho entre una u otra racionalidad.
La enseñanza de la lengua y la literatura precisa marcos de interacción, por lo que el sujeto se forma por mediaciones diversas: los profesores, las lecturas, los métodos, las circunstancias, los accidentes de la vida, la relación con los otros…
Para mí el profesor es determinante como mediador formativo, de su preparación y decoro dependen tanto el proceso como el resultado formativos, ambos son muy importantes pues como decían los sabios orientales, es tan significativo el viaje como el destino.
El docente debe persuadir al estudiante de que el estudio de la literatura siempre comportará la satisfacción de necesidades intelectuales y espirituales, el surgimiento de múltiples interrogantes y la donación generosa de sentidos para emprender nuevos ascensos. Ya decía Jorge Luis Borges, que a diferencia del arado que era una extensión del brazo, o del teléfono que era una prolongación del oído, el libro era una extensión de la memoria. Múltiples retos formativos puede enfrentar la enseñanza de la literatura, como son proteger la memoria contra el olvido; resguardar la convivencia armónica contra la falta de solidaridad y concordia; promover la lucha ecológica ante la explotación de la naturaleza; salvar la visión cualitativa de la vida sobre la ponderación cuantitativa, la vulgaridad, la banalidad y la uniformación del gusto; defender el altruismo contra el egoísmo y el consumismo o ponderar el saber integrado contra la separación.
A mi modo de ver el maestro de literatura debe aleccionar y enaltecer la moral, sin caer en discursos prefabricados, carentes de vitalidad y capacidad persuasiva. A través del estudio de las obras puede llamarse la atención sobre la bondad y condenarse el costado oscuro de la actuación humana. No es fortuito que la Ilíada casi comience con el rechazo de Agamenón a un padre suplicante y casi se cierre con la aceptación por Aquiles de las súplicas de otro padre. El sentido humano que se desprende del paralelismo entre inicio y final de la obra es impresionante.
Toda trayectoria de lectura debe promover lecciones de vida.
Foto: José Emilio Hernández Sánchez junto a Rosario Mañalich, Metodóloga Nacional de Español-Literatura del Ministerio de Educación (La Habana, 2018).
JOSÉ EMILIO HERNÁNDEZ SÁNCHEZ (Morón, Ciego de Ávila, Cuba, 24 de enero de 1960). Poeta, editor, investigador. Licenciado en Educación, especialidad Español–Literatura. Doctor en Ciencias Pedagógicas. Profesor Titular de la Universidad Ignacio Agramonte de Camagüey. Ha publicado libros y artículos en Cuba, Venezuela, Estados Unidos y Ecuador. Se destacan sus libros Acercamiento a la apreciación literaria (Editorial Ácana, 2021); La enseñanza de la literatura: Hacia un enfoque sociocultural (Editorial D McPherson, Miami, Estados Unidos, 2019); La invención simbólica de lo complejo: Acerca de la poesía de Roberto Manzano (Editorial Ácana, 2016); Introducción a los Estudios Literarios (Editorial Pueblo y Educación, 2014).
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