Sobre el autor
José Eustasio Rivera (Colombia, 19 de febrero de 1889 – Estados Unidos, 1º de diciembre de 1928). Escritor colombiano que desarrolló también carrera política como parlamentario y representante de su país en México (1921), Perú (1924) y Cuba (1928).
Rivera desarrolló un estilo muy personal en estrecho vínculo con la geografía colombiana y con el sentido trágico de la vida. Su primer libro, el poemario Tierra de promisión (1921), le otorga cierta notoriedad en el panorama literario colombiano. Su segunda y última obra, la novela La Vorágine (1924) de corte naturalista es un clásico de la narrativa realista pre-mágica, considerada por muchos como la gran novela de la selva latinoamericana.
Como homenaje en el aniversario de su fallecimiento compartimos una selección de su obra poética.
Fragmentos de su obra
Cantadora sencilla…
Cantadora sencilla de una gran pesadumbre, entre ocultos follajes, la paloma torcaz acongoja las selvas con su blanda quejumbre, picoteando arrayanes y pepitas de agraz. Arrurruúu... Canta viendo la primera vislumbre; y después, por las tardes, al reflejo fugaz, en la copa del guáimaro que domina la cumbre ve llenarse las lomas de silencio y de paz. Entreabiertas las alas que la luz tornasola, se entristece, la pobre, de encontrarse tan sola; y esponjado el plumaje como leve capuz, al impulso materno de sus tiernas entrañas, amorosa se pone a arrullar las montañas... Y se duermen los montes... Y se apaga la luz.
La grulla
Viajera que hacia el polo marcó su travesía, la grulla migratoria revuela entre el celaje; y en pos de la bandada, que la olvidó en el viaje, aflige con sus remos la inmensidad sombría. Sin rumbo, ya cansada, prolonga todavía sus gritos melancólicos en el hostil paisaje; y luego, por las ráfagas vencido su plumaje, desciende a las llanuras donde se apaga el día. Huérfana, sobre el cámbulo florido de la vega, se arropa con el ala mientras la noche llega. Y cuando huyendo al triste murmurio de las hojas de nuevo cruza el éter azul del horizonte, tiembla ante el sol, que, trágico, desde la sien del monte, extiende, como un águila, sus grandes alas rojas.
Soy un grávido río…
Soy un grávido río, y a la luz meridiana ruedo bajo los ámbitos reflejando el paisaje; y en el hondo murmullo de mi audaz oleaje se oye la voz solemne de la selva lejana. Flota el sol entre el nimbo de mi espuma liviana; y peinando en los vientos el sonoro plumaje, en las tardes un águila triunfadora y salvaje vuela sobre mis tumbos encendidos en grana. Turbio de pesadumbre y anchuroso y profundo, al pasar ante el monte que en las nubes descuella con mi trueno espumante sus contornos inundo; y después, remansado bajo plácidas frondas, purifico mis aguas esperando una estrella que vendrá de los cielos a bogar en mis ondas.
Atropellados…
Atropellados, por la pampa suelta, los raudos potros, en febril disputa, hacen silbar sobre la sorda ruta los huracanes en su crin revuelta. Atrás dejando la llanura envuelta en polvo, alargan la cerviz enjuta, y a su carrera retumbante y bruta, cimbran los pindos y la palma esbelta. Ya cuando cruzan el austral peñasco, vibra un relincho por las altas rocas; entonces paran el triunfante casco, resoplan, roncos, ante el sol violento, y alzando en grupo las cabezas locas oyen llegar el retrasado viento.
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