Acerca del autor
José Manuel Poveda (Santiago de Cuba, 23 o 25 de febrero de 1888-Manzanillo, 2 o 3 de enero, 1926) es uno de los más transgresores poetas cubanos de principios del siglo XX. Su aporte a la renovación de la poesía cubana resulta de una importancia capital por el desenfado temático y formal que acusan sus textos.
Fragmentos de su obra
A la manera del autor
Lo austero de tu alma se adivina; mas la amoralidad de su apostura le trama una leyenda libertina con snobismos de literatura. No eres ni mal ni bien. No eres ninguna pasión de ayer, en vicios o virtudes; tu ley de puro esteta es la oportuna sonrisa con que la moral eludes. Amas el arte por lo bello.Tienes por cima de los más preciosos bienes la Palabra, que es oro, miel y seda. Hermano mío en el soberbio mito; tu efigie misma es un soneto escrito al modo de José Manuel Poveda.
Retiro
Me encanta mi barriada vasta y fría, sus calles grises de andurrial mezquino, y el fraterno aposento donde vino tu calma a confundirse con la mía. Yo haría largo este vivir oscuro, duradera esta dulce paz segura, muy en ti, que eres toda la natura, muy en mí, que soy todo ensueño puro. Vivir en comunión de carne y alma y del vino sensual beber en calma la copa que nosotros conocemos; tan lejos de los hombres, que si alguno pregunta quiénes somos, de consuno responderán los hombres: —No sabemos—.
El trapo heroico
Contra el muro, aplastado en deplorable marco, casi mugriento, desteñido, lo enseñan. Así el trapo inolvidable expía haber triunfado del olvido; así el signo preclaro que un glorioso momento del pretérito ilumina, semeja un buitre cínico y odioso que exhibe las carroñas de su ruina; así el pendón, con gesto denigrante pregona las heridas que ha sangrado, publica los dolores que ha sufrido; así el pendón es ya lo vergonzante y lo trágico de un Crucificado, para escarnio del pueblo redimido.
El retorno
He vuelto al barrio inmenso, al largo suburbio. Siento alguna ansiedad. Todas las cosas traman por mí el recuerdo amargo en complicidad. Caras conocidas y voces. «Hermanito ¿qué tal?» —«He vuelto» —Nada aquí me olvida. Todo está igual. Transito por el vasto suburbio, de regreso a la vida. Todos ven en mí la dicha. Todos ven el gozo. Ese —murmuran— sabe su secreto, sabe hacer del mal el bien; sabe su secreto. Y yo cruzo en silencio. Ya conoce la turba el andar lento y el aspecto distraído y tranquilo, pura pose de un alma sin atención y sin afecto. Y así admira la turba, de buena fe, un genuino diablo, bien desdeñoso y muy hastiado, fuerte y maleante, que hace su camino de vicios, con el paso fatigado. De nuevo un rostro me saluda: —«Niño, qué tiempo!»— (Fue una querida muy querida). Sonrío y sigo. Alguien me hace un guiño y dice: «Así es la vida». Resuenan los colores. La miseria se arropa en tonos vivos locamente, y fatiga su histeria mientras le clava el Hambre el largo diente. Sin embargo, me gusta lo barroco de esta vida obstinada y molesta; y es por eso que, exántropo, convoco recuerdos que mi alma detesta. Es por eso que llego hasta su puerta, que vuelvo a su aposento, que giro en la estancia desierta con paso violento. Miro si nadie espía. Y sobre el lecho vacío —diablo genuino, atrabiliario y sin decoro—, con un temblor grotesco apoyo el pecho y lloro.
Luna de arrabal
Sube ahora mismo, con cierta idiotez de sueño, y su mal humor los grumos quiebra; está congestionada, y tiene duro el ceño por la ginebra. Los borrachos festejan su presencia. Es bestial la gente de Baco. Le hacen la ofrenda de su insolencia y la llenan de humo de tabaco. Mas la luna de arrabal es una hetaira que conoce el negocio nocturno; a ninguno desaira y en la roja nariz los besa por turno. Todo el suburbio se alegra; suenan carcajadas en los vericuetos; la luna, comadre chismosa de la noche negra, revela con gracia malignos secretos. Sobre la plazuela toca un organillo y parece la misma luna quien lo toca; retreta lunática de misterioso brillo que a la gente plebeya vuelve medio loca. Pero dura bien poco esta alegría. La luna, tal como una bruja, asciende en su palo de escoba, y hasta tal lejanía que su lueñe lenguaje ninguno abajo entiende. Cada quisque busca entonces su escondrijo; se cierran las puertas; la policía disgrega el enredijo de los curdas, y quedan las calles desiertas. Sólo Pierrot, poeta lúgubre, sucio de harina y llanto, saca de su bandurria algún motivo fútil, y aprovecha el momento para hacerle a la luna un nuevo canto inútil.
Sol de los humildes
Todo el barrio pobre, el meandro de callejas, charcas y tablados, de repente se ha bañado en el cobre del poniente. Fulge como una prenda falsa el barrio bajo, y son de óxido verde los polveros que, al volver del trabajo, alza el tropel de obreros. El sol alarga este ocaso, contento al ver las gentes, los perros y los chicos, saludarle con cariño al paso, y no con el desdén glacial de los suburbios ricos. Y así el sátiro en celo del sol, no ve pasar una chiquilla sin que, haciendo de jovial abuelo le abrase a besos la mejilla. Y así a todos en el barrio deja un mimo: a las moscas de estiércol, en la escama, al pantano, sobre el verde limo, a la freidora, en la sartén que se inflama, al vertedero, en los retales inmundos; y acaba culebreando alegre el sol en los negros torsos de los vagabundos que juegan al base-ball. Penetra en la cantina buen bebedor, cuando en los vasos arde la cerveza, y se inclina, sobre nosotros, a beber la tarde. Pero entonces comprende que se ha retrasado, y en la especie de fuga que emprende se sube al tejado. Un minuto, y adviene la hora de esplín, la oración misteriosa y sin brillo, y el nocturno, medroso violín del grillo.
El grito abuelo
La ancestral tajona propaga el pánico, verbo que detona, tambor vesánico; alza la tocata de siniestro encanto, y al golpear rabioso de la pedicabra, grita un monorritmo de fiebre y de espanto: su única palabra. Verbo del tumulto, lóbrega diatriba, del remoto insulto sílaba exclusiva. De los tiempos vino y a los tiempos vuela; de puños salvajes a manos espurias, carcajada en hipos, risa que se hiela, cánticos de injurias. La tajona inulta propaga el pánico; voz de turbamulta, clamor vesánico. Canto de la sombra, grito de la tierra, que provoca el vértigo de la sobredanza, redobla, convoca, trastorna y aterra, subrepticio signo, eh! que nos alcanza distante e ignoto, y de entonces yerra y aterra y soterra seco, solo, mudo, vano, negro, roto, grito de la tierra, lóbrega diatriba, del dolor remoto sílaba exclusiva.
El epitafio
Sobre el cofre que encierre mis cenizas nadie escriba una frase suntuosa, como para halagar mi alma orgullosa, sobre el cofre que encierre mis cenizas. Los ciegos, los unánimes rebaños no acudan a grabar con mano altiva ninguna ociosa laude incomprensiva, los ciegos, los unánimes rebaños. No quiere mi soberbia sin medida que exalte las virtudes de mi vida ningún otro epitafio que mi nombre; parécele a mi orgullo innecesario que escude de mis restos el sagrario ningún otro epitafio que mi nombre.
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