José María de la Torre, a manera de constancia acerca de la fidelidad de los datos que va a mostrar al lector, deja dicho en su prólogo:
(…) siendo nosotros descendientes directos de Antonio de la Torre y Diego de Sotolongo, que fueron de los primeros pobladores y Regidores de la Habana: acreditando nuestros segundos apellidos de Cárdenas, Urrutia, Díaz Pimienta, Montoya, Sotolongo y Calvo de la Puerta, Pedroso, etc., nuestras relaciones con las más antiguas familias de la capital, y habiendo sido criado por nuestro ilustrado tío carnal D. Antonio María de la Torre y Cárdenas, secretario que fue por espacio de veinte años del Gobierno Superior Civil de esta isla y Comisionado en 1819 para la delineación de la vasta parte de los poblados de extramuros, es fácil comprender la posesión en que estamos de noticias y tradiciones sobre la Habana tal vez inasequibles para otros.1
El libro es, en efecto, de una importancia notable para el conocimiento de las peculiaridades de aquella Habana que nacía como importante punto económico, político y militar para la historia de las Antillas y América. En él se recogen las más diversas e interesantes noticias de una villa que ahora está al cumplir su medio milenio de existencia. Así, el autor explica el porqué el río Almendares —denominado por los indígenas precolombinos como Casiguaguas— se llama de ese modo porque en él acostumbraba a bañarse el obispo Enrique de Almendáriz, pues se consideraba que el río en cuestión tenía propiedades medicinales, y lo hacía en un sitio que todavía en aquel momento se llamaba Baños del obispo. Los habaneros modificaron fonéticamente el apellido del religioso por Almendares. Es tan variado dicho texto que también pueden encontrarse en él datos sobre el tipo de muebles y utensilios de cocina utilizados por los primeros pobladores de la villa. Todo esto lo hace el autor a partir de citar las fuentes de donde extrae los datos.
De la Torre recoge en ese libro el siguiente testimonio de un criado, obviamente europeo, que visitó la Habana en el siglo XVI. El texto escrito por el criado no solo es un importante testimonio acerca de lo que se comía en La Habana, sino que también adquiere hoy un enorme valor antropológico para el estudio de los orígenes de la cocina cubana. Estudio que, por demás, está por hacerse. Apunta el historiador en las páginas de su libro:
Los utensilios de cocina son generalmente de fierro, aunque los indígenas fabrican cacharros de barro que prefieren para condimentar alimentos particulares. El servicio de las mesas es de loza de Sevilla y de bateas y de platos que hacen de sus maderas. Los vasos de una madera veteada que llaman guayacán son hermosos, y se dice que sus leños tienen grandes y prodigiosas virtudes medicinales. Las comidas se aliñan aquí de un modo tan extraño que repugna al principio, pero habituándose luego tanto a ellas los europeos que olvidan las de su país y les dan preferencia. Una reunión de carnes frescas y saladas, divididas en pequeños trozos que hacen cocer con diversas raíces que estimulan por medio del pequeño pimiento caustico (ají-ají) y dan color con una semilla llamada vija, que vegeta espontáneamente hasta en los corrales de las casas; es el plato principal, por no decir el único, de que se sirven estos primitivos habitantes.2
De la Torre da noticias acerca de las primeras manifestaciones de la música en La Habana. Habla de instrumentos como el güiro, que hoy se define como de origen cultural mixto, tanto español como africano; refiere cómo el güiro pasó de las iglesias a los llamados changüíes campesinos. Se detiene en los bailes como el zapateo —cuyos orígenes sitúa en los bailes manchegos de Castilla la Nueva—; también se refiere más adelante a la contradanza. Comenta que eran las negras quienes cantaban en las iglesias y, algo muy importante en sus observaciones, devela cómo percibe los cambios culturales: «El origen de la danza es también de la Península: pero uno y otro han sufrido tal variedad que puede decirse que hoy constituyen una especialidad cubana».3
La mirada del autor se detiene también en las primeras publicaciones periódicas y, por supuesto, la entrada de la imprenta, que sitúa en junio de 1735. Indica que la Guía de forasteros y la Historia natural de los peces y crustáceos de la Isla, de Antonio Parra, obra que contenía láminas y grabados y fue publicada en 1787, eran los textos impresos más importantes en ese período del siglo XVIII. No deja de tener razón. Ambos textos son de capital interés porque no solo son fuentes para conocer, en el caso de la Guía de forasteros, quiénes pasaban por la Isla, sino también porque el libro de Antonio Parra ya habla de una fauna marina específica del país.
Otras de las publicaciones a las que se refiere son La gaceta, publicación que devino el Papel periódico de la Havana, donde importantes figuras de la cultura nacional como Manuel de Zequeira, Tomás Romay, Luz y Caballero y Francisco de Arango y Parreño dieron a conocer textos suyos. Para la historia de la prensa en Cuba el libro de José María de la Torre constituye una fuente de innegable interés. Véase el pasaje siguiente:
En la época de la primera constitución o sea, de 1812 a 1814, vieron la luz varios periódicos, señalándose el Patriota americano, el Reparón y en 1813 el Censor universal, La cena, El diario cívico y el Esquife, redactado este por el célebre D. Simón Bergaño y Villegas (…) Tenía una lámina representando un esquife y es tal vez el primer periódico que ha escrito Habana en lugar de Havana como antes se escribió.4
Los historiadores de la industria azucarera en la Isla pueden hallar aquí los datos del primer ingenio que en 1576 se construyó junto al río la Chorrera y también las cifras de la producción azucarera en determinados años del siglo XVIII. Baste decir que este libro fue una de las fuentes consultadas por Manuel Moreno Fraginals para su obra capital El ingenio.
Los cabildos negros son también objeto de atención en el libro. Una cronología de ellos aparece como una fuente esencial para el estudio de la esclavitud y los elementos de las culturas africanas en esta zona de La Habana. Las primeras noticias sobre estos cabildos aparecen recogidas por el historiador a partir del siglo XVI.
No solo fue De la Torre historiador, sino también practicó la jurisprudencia y escribió una serie de libros de texto para la enseñanza pública de la Isla. Fue arqueólogo y geógrafo. Estudió economía política y tuvo una estrecha amistad con Francisco de Arango y Parreño. Escribió un Cuadro estadístico de la Isla de Cuba. Fue reconocido por importantes instituciones culturales de Europa y América. Se le nombró miembro de la Real Academia de Historia de Madrid en 1845. Formó parte de las sociedades de geografía y etnografía de Nueva York y Londres. Por su parte, Humboldt lo acogió como parte de la sociedad de anticuarios de Copenhaguen entre otros muchos méritos. Una vez más hay que constatar, con pena, que el nombre de José María de la Torre no aparece en el Diccionario de literatura cubana publicado en 1980.
Notas:
1. José María de la Torre: Lo que fuimos y lo que somos o la Habana antigüa y moderna. Imprenta Spencer y Cía. O’ Relly, Habana, 1857, p. 3.
2. José María de la Torre: ob. cit., p. 21.
3. Ibíd., p. 114.
4. Ibíd., p. 124.
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