José Martí y Fernando Ortiz: un humanismo compartido.
Imposible en unas breves líneas fijar las coincidencias entre dos hombres que fueron sostén de la cultura cubana y pilares de la identidad de la nación.
Ambos, salvando los años que los separaron, compartieron principios que hoy tienen más vigencia que nunca.
José Martí, nuestro Héroe Nacional, iluminó a varias generaciones con su apostolado humanista y su poesía. Fernando Ortiz en las numerosas páginas que le dedicó, colocó su obra en el pedestal de los más esclarecidos pensadores del continente y en el de los más lúcidos indagadores en el controvertido tema de las razas en la cultura y en los valores civiles.
El antirracismo de Don Fernando no solo se nutrió de sus conocimientos antropológicos y de su experiencia personal sino del humanismo del mayor de los cubanos, a cuya obra le dedicó muchas horas de lecturas. Don Fernando tuvo el privilegio de estar cerca, muy cerca, de uno de sus más entrañables amigos, de su albacea Gonzalo de Quesada y Aróstegui. Su suegro, el escritor y polígrafo Raimundo Cabrera, fue de los primeros en reconocer la inmensa obra pionera de Gonzalo de Quesada. Por esta cercanía y por su talento precoz asumió, a la muerte de Cabrera, la dirección de la Sociedad Económica Amigos del País y de su órgano de divulgación, la Revista Bimestre Cubana. Todo ello, más su profunda inquietud de humanista, lo acercaron a la obra de Martí. Tuvo, además, el privilegio de que en sus manos cayeran los primeros tomos de las obras del Apóstol apenas salidos de la imprenta.
Muchas fueron las coincidencias que unieron a estos dos hombres y que los llevaron, en circunstancias diferentes, al combate frente a la desidia, el colonialismo cultural y el racismo imperante.
En 1996 la Fundación Fernando Ortiz publicó una selección de los textos del maestro de los estudios antropológicos en Cuba, José Martí, al cuidado de Isaac Barrial y Norma Suárez, con una curiosa introducción de Ana Cairo enriquecida con datos biográficos y anecdóticos.
Con Martí humanista, título del libro, iniciamos aspectos poco conocidos de la obra de quien Juan Marinello calificó como el tercer descubridor de Cuba.
El volumen tendía a promover nuevas reflexiones acerca de las propuestas ideológicas de Don Fernando inspiradas en el pensamiento martiano. Estos dos habaneros lograron escindir los obstáculos que el pensamiento colonialista dejó como oscura huella en el alma de la Patria. Tantos fueron sus puntos de contacto dentro de una visión proteica, que en la distancia es como si se miraran en un mismo espejo.
No se conocieron pero se adivinaron, o mejor dicho, el mayor adivinó al más joven en una complicidad casi metafísica. En todo lo que Don Fernando escribió sobre Martí, tanto en sus ensayos, entre los que se destacan: José Martí y las razas, la Oración a Martí, En el año de su centenario, o La fama póstuma de José Martí, por solo mencionar algunos, palpita la evocación de dos almas gemelas. La obra ingente de Martí, escribió Don Fernando, «No fue sembradura en las olas». Y agrega en esta hermosa oración: «Aún los pueblos colosos, con la límpida luz de Martí pueden avivar de su propia estrella». Muchos surcos abrió Martí a Cuba y muchos otros abrió, un poco más tarde, Fernando Ortiz. Sus ideas humanistas, de un humanismo necesario hoy, cuando las universidades del mundo conducen al tecnologismo y a la praxis limitante, se elevan unidas en un haz de luz para colocar, bien colocadas, las cosas en su sitio.
Martí pedía la soberanía para su patria, para la futura nación, y decía con preclaro juicio que la libertad era la esencia de la vida. Don Fernando consumó este sueño con una prolífica obra donde muestra las facetas más ricas y nobles de una cultura ajena a los prejuicios y transida de un humanismo integrador para todos los seres humanos, fuesen de cualquier color, asuman como en un crisol sus deberes colectivos. La cultura cubana está asida al ideal de la libertad y para llegar a ella no hay otro camino que el humanismo de estos hombres. Fernando Ortiz llegó a afirmar que José Martí estaba embebido de la ciencia antropológica de su época, ¿qué es su ensayo mayor Nuestra América y su Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos, sino un verdadero catauro de tradiciones y costumbres enraizadas en la Isla?
Dicha grande que estos dos intelectuales se encontraran en el más raigal humanismo. Uno previó al otro, en la distancia, sus esencias se encontraron en una alquimia prodigiosa que reveló la grandeza de una cultura, que cada día nos salva y que es matriz de nuestro ser. No araron en el mar, por el contrario fueron a su fondo retador, y allí encontraron la savia que nutre el quehacer diario de los cubanos. Fueron sembradores de semillas prolíferas de bien y de cultura. Martí el poeta y Don Fernando el antropólogo se dan la mano en un tiempo que une la poesía con la ciencia, que son casi la misma cosa. O, al menos, las dos aspiraciones más altas del conocimiento humano.
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Tomado del blog El ciervo herido
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