
Al pensar en José Martí, en cuánto hizo, en la existencia relativamente corta que tuvo y en la inmensidad de su obra literaria y revolucionaria, no puede uno menos que preguntarse cómo sería en verdad ese hombre extraordinariamente dotado por el talento. Quienes lo conocieron dejaron testimonios de su carácter, de su figura, de su personalidad, y así llega, renovado y vivo, hasta nosotros.
Es interesante el testimonio que de él da Benjamín Guerra, tesorero del Partido Revolucionario Cubano y muy allegado al quehacer del Apóstol:
Martí tenía señaladas condiciones prácticas, sabía administrar, preparaba con cuidado sus proyectos, nunca erraba en ellos, siempre los realizaba (…) Cuando nuestras autoridades financieras y económicas aseguraban magistralmente que era imposible hacer una revolución sin dinero (…) Martí contaba las pesetas, las acumulaba, hacía prodigios de administración y economía con el pequeño tesoro, y sabía que aquellas pesetas habían de convertirse en caudales suficientes para hacer y sostener la guerra.
Otra faceta de su personalidad nos llega a través de Blanche Z. de Baralt, de cuyo esposo fue amigo Martí y cuya casa visitó. Ella apunta que el Apóstol «poseía en grado sumo el arte de ganar amigos y de conservarlos (…) Era generoso con excelsitud: daba, daba sin tregua, su cariño, su inteligencia, su tiempo, su saber, su bolsa, enjuta con frecuencia, jamás cerrada».
Y observa ella otro rasgo revelador: «Poseía el arte de escuchar, cosa rara en el que tiene el don de la palabra».
Pudiera pensarse que por su figura magra, de estatura media, y los quebrantos que por el resto de su vida sufrió resultado del presidio, Martí era un hombre con limitaciones para la actividad física, mas lo cierto es que los testimonios confirman lo contrario. Enrique Collazo, quien lo conoció en Nueva York, apunta:
Era un hombre ardilla, quería andar tan de prisa como su pensamiento, lo que no era posible, pero cansaba a cualquiera. Subía y bajaba las escaleras como quien no tiene pulmones. Vivía errante, sin casa, sin baúl y sin ropa; dormía en el hotel más cercano del punto donde lo cogía el sueño.
Al respecto, abunda el comentario que sigue, nada menos que del dominicano negro Marcos del Rosario, uno de los hombres que lo acompañó en el desembarco por Playita de Cajobabo, y que estuvo a su lado hasta la caída en Dos Ríos:
Cuando lo vide, creía que era demasiado débil. Y dipué vi que era un hombrecito vivo, que daba un brinco aquí y caía allá… En Cuba, cuando tábamo subiendo la loma, toditos cargaos, a veces se caía. Y yo diba a levantalo y de viaje me decía: No, gracias, no ya… y se levantaba rápidamente.
De la fecundidad de su oratoria están las pruebas en los discursos que hoy podemos leer. «A medida que iba hablando en la tribuna revolucionaria, su verbo se volvía candente y subyugaba a su auditorio con su magnetismo», ha escrito Gonzalo de Quesada y Miranda. No hay dudas de que así debió ser su palabra.
Martí predica la unión entre los cubanos, aúna voluntades en el exilio, convence a los escépticos, tiende puentes entre los caracteres disímiles. La patriota Ana Betancourt subraya que «tiene el don de conmover los corazones con su entusiasmo y su fe. Aun a un alma templada al fuego de grandes ideales y a una inteligencia vigorosa y cultivada. Su palabra vibrante y levantada transmite al alma de sus oyentes sus sentimientos. Martí es un carácter».
Su visión política está siempre alerta. Para él, Nuestra América es «la América trabajadora; del Bravo a Magallanes», con lo que incorpora un sentido de identidad latinoamericanista a su prédica revolucionaria. Explícitos quedan sus propósitos en carta inconclusa al amigo Manuel Mercado:
Impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso.
De personalidad límpida, carácter afable y firme, bondad natural, como su modestia, cuantos conocieron a Martí, quedaron embriagados por el encanto de su palabra, por los fulgores de su inteligencia y la convicción de sus argumentos.
Quienes no lo conocimos personalmente, tenemos la oportunidad de acercarnos a él a través de la lectura de su obra, para comprobar de la fuente viva, la perdurabilidad de un pensamiento, el suyo, vigente hoy más que nunca.
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