Cuando José Martí llegó a México, el 11 de febrero de 1875, recién graduado de las universidades españolas, aún perduraban en el ambiente literario de aquel país las últimas brumas románticas que repercutían sobre todo en la poesía. Dicha manifestación no podía desterrar del todo «la mortaja y las sombras alargadas sobre la tumba, reciente, del poeta —vencido por la miseria— del “Nocturno”»,[i] la huella de Manuel Acuña, quien había puesto fin a su vida en 1873, cuando solo contaba veinticuatro años.[ii] Su corta obra, integrada por El pasado, ensayo dramático en tres actos (1872), La gloria, pequeño poema en dos cantos (1873) y Versos (1874), sorprende y repercute en toda la República.
Aunque el poeta saltillense y el poeta cubano no pudieron conocerse, este último frecuentó y trató a profundidad a todos los amigos de Acuña, incluso a Juan de Dios Peza, el más íntimo, a través de los cuales llegó a saber y a querer tanto del desdichado escritor. Con dicha incitación acometió por supuesto la lectura del bardo mexicano, que le reveló el carácter y el drama de Acuña. Ya en marzo de 1876, apenas un año y un mes después de su arribo a tierras mexicanas, en El Federalista califica al autor de «Ante un cadáver» como el «gran Acuña». Y algunos meses después, con motivo del cuarto aniversario del fallecimiento del poeta, escribe en El Federalista un artículo titulado «Manuel Acuña», semblanza emotiva del bardo azteca. Lo raigal de la misma hace suponer que había estudiado a fondo su vida y su obra poética.
Después del suicidio de Acuña, como era natural, las opiniones fueron variadísimas: en términos generales puede decirse que los amigos lo lamentaron y trataron de justificarlo; otras gentes más serenas simplemente consideraron deplorable el prematuro fin del poeta; los moralistas, como siempre, lanzaron airados dicterios considerados como un escándalo, una ofensa y una provocación los honores que se tributaron al suicida […]. El mejor gesto: sereno, comprensivo y cariñoso, tres años después, fue el de José Martí, en esto como siempre hombre superior, con todo el peso, la gravedad, la inmensidad de esas dos palabras en su más puro, noble y alto sentido […] Martí escribió en El Federalista probablemente las más hondas y bellas líneas que la muerte de Acuña suscitó.[iii]
Muchos años después de abandonar el México de su fogueo periodístico y literario, en carta a Manuel Mercado le inquiría: «¿cómo puedo yo tener aquí —no para republicarlo— un tomo de Acuña que traiga su retrato, o el retrato por lo menos?».[iv] Tales evidencias dan fe de la gran admiración que le profesaba Martí y el detenido estudio que, sin dudas, tuvo que realizar de su trunca y valiosa obra. Sobre esta base emprendí el cotejo minucioso de la obra poética de ambos escritores, del que se desprendieron diversas similitudes o lo que pudiéramos llamar referencias intertextuales que describiré en lo adelante dentro de este trabajo.[v]
Tras el estudio detallado de la poesía de José Martí escrita en México, mi lectura de «Ante un cadáver», la obra más representativa de Manuel Acuña, se llenó de ecos. La interrelación de la vida y la muerte, «el exasperado anhelo de verdad ante el interrogador enigma»[vi] de la existencia, el cuestionamiento ético-filosófico del principio de causalidad y la preocupación por el origen y el destino del hombre que aparecen en el difundido poema del bardo mexicano, pueden encontrarse también en algunos de los que Martí publicó en México. Veamos como ejemplificación un fragmento del poema escrito por Acuña en el año 1872 y otro del texto «Vida», publicado por Martí el 25 de julio de 1875 en la Revista Universal:
Acuña
«Ante un cadáver»
¡Miseria y nada más! Dirán al verte
Los que creen que el imperio de la vida
Acaba donde empieza el de la muerte
[...]
Pero, ¡no... tu misión no está acabada,
Que ni es la nada el punto en que nacemos
Ni el punto en que morimos es la nada.
Círculo es la existencia, y mal hacemos
Cuando al querer medirla le asignamos
La cuna y el sepulcro por extremos.
Martí
«Vida»
Bien se llega a las lindes de la muerte. No allí la vida mísera se acaba: Pues tanto aquí se sueña y no se tiene, Más allá de morir lo aquí soñado Debe ser a los hombres revelado. La vida es una ley, como las leyes Despótica y fatal: sus eras cumple Mal que nos pese, y el que aquí la llora Llorando una era de la gloria pierde Y todo el tiempo que pasó llorando En vida nueva sus cadenas muerde. La vida es necesaria Para poder morir: hay noche y día: Morir es luz; más luz que cada humano Con fuego enciende de su propia vida.
El tono meditativo une a ambas creaciones románticas, que versan sobre las grandes cuestiones metafísicas: la vida, la muerte, la eternidad.[vii] En esta especie de contemplación invertida, fundamentada por una interesante hipótesis,[viii] llaman nuestra atención estrofas de Acuña como estas:
Aquí estás ya... tras de la lucha impía
En que romper al cabo conseguiste
La cárcel que al dolor te retenía.
La idea del cuerpo como cárcel, que aparece en la estrofa anterior, es recurrente en la poesía de José Martí. Veamos un ejemplo de su poema «Sin amores», escrito en el propio México y publicado en la Revista Universal el 14 de marzo de 1875:
Tu amor no es el amor! Amor de tierra
Dentro la cárcel corporal se encierra!
O el poema de Versos varios [«El alma, como un ave, bate el ala»]:
El alma, como un ave, bate el ala:— Presa en el cuerpo, picotea, azota, Revuelve, clava, hiriente grito exhala Y en la cárcel carnal su fuerza embota. La cárcel, a los golpes, bambolea— La carne, lastimada, se estremece— Y el cuerpo, como un ebrio, titubea, Y volar, y se abrir, y olear parece.
Esta idea del cuerpo como cárcel y las oposiciones entre el alma y el cuerpo son antiquísimas en la literatura y evidencian las circulaciones que el pensamiento poético de Martí y el de Acuña manifiestan de la mística española, en especial de Santa Teresa de Jesús. En El Diálogo de Santa Catalina de Siena (1347-1380), guía fundamental de los pasos de Santa Teresa de Jesús, según declaración de la avileña, puede encontrarse que en la mortificación del cuerpo puede haber el peligro de concederle un valor esencial del que carece, porque lo que «hay que macerar» no es el cuerpo sino la propia voluntad, la que ha de ser identificada con el querer de Dios. Sirva como ejemplo de la presencia de esta idea en la obra de la escritora española la siguiente estrofa de las glosas al «Vivo sin vivir en mí», tema de villancico que pertenecía al dominio anónimo popular:
¡Ay qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros!
¡Esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Solo esperar la salida
Me causa dolor tan fiero,
Que muero porque no muero[ix]
El afán de inmensidad del alma humana encarna como contrapartida en esa idea que también plasmará en su poema de Versos libres. Nos referimos a [«La selva es honda…»]. Allí en un símil que atribuye a las raíces exclama:
Y las raíces, de su tronco esclavas,—
Como el espíritu el carnal arreo.
Esa vecindad, esa prisión del alma en el cuerpo es imagen que toma Martí y la multiplica, ya sea como símil configurativo de otras imágenes o como metáfora de fondo de un texto.
En «Ante un cadáver» Manuel Acuña expone sus ideas sobre la transformación incesante de todo lo existente. Esta misma idea aparece difuminada en varios textos poéticos de Martí concebidos y publicados en México. Allí el carácter dialéctico de su concepción sobre la existencia tiene una de sus formas de proyección expresiva en la interrelación entre la vida y la muerte. Analicemos dos fragmentos, uno de Acuña y otro de Martí de su poema escrito en México «Cartas de España», en apariencia disímiles, pero que esconden el mismo razonamiento.
Acuña
«Ante un cadáver»
La materia, inmortal como la gloria
Cambia de formas, pero nunca muere.
Martí
«Cartas de España»
Piensa que todo con vivir perece,
Desde estos poemas de formación aparecen en la lírica de Martí sutiles manifestaciones de la ley del movimiento y transformación incesante de todo lo existente, no por casualidad una de las leyes fundamentales del pensamiento martiano, que van haciéndose más evidentes y numerosas en los núcleos poéticos posteriores, incluso en su poesía de madurez.[x] Dichas ideas que refieren la negación de la inmortalidad espiritual aparecen también en su prosa mexicana. El 9 de marzo de 1875 reconoce en la Revista Universal: «Nada muere. Todo morirá cuando todo esté completo. ¿Quién se atreve a decir que halla en sí cuanto siente que ha de ser y de hallar?»[xi] Por otra parte el poema de Acuña parece estar permeado por el positivismo muy en boga en la época. En Martí la idea de lo dialéctico aparece envuelta en una forma más depurada, menos prosaísta, donde la imagen poética tiene mayor peso.[xii] Pero nos resulta indudable el hecho de que el poeta en cierne bebió de los «aciertos definitivos» de «Ante un cadáver», según Marcelino Menéndez y Pelayo, «una de las más vigorosas inspiraciones con que puede honrarse la poesía castellana».[xiii]
Luego de releer «Ante un cadáver», una vez concluidos los posibles acercamientos intertextuales, llama mi atención el comienzo de dicho poema, emparentado también con el inicio del «Nocturno», el otro texto más famoso de Acuña:
«Ante un cadáver»
Y bien! Aquí estás ya...
sobre la plancha
«Nocturno»
Pues bien! Yo necesito
decirte que te adoro,
La fuerza del arranque, que en Acuña es desahogo que no espera más, es retomada por el Martí maduro de Versos libres en «Bien: yo respeto».[xiv] Aquí la confesión expresa una verdad nueva que quema: el respeto por los que sufren, por los que trabajan, por los inmigrantes ¾la arruga, el callo, la joroba¾, con lo que asistimos a la irrupción de lo feo y deforme en la poesía, característica incorporada por los modernistas. Martí introduce dicho recurso estilístico en una nueva esencia, lo rescata en un texto transgresor para su época, de mayor eficacia artística. No en balde afirmaba un escritor de renombre: «El león se hace de cordero digerido».
En el poema «Vida» de José Martí, considerado por la crítica especializada como uno de los textos más representativos de su etapa mexicana, volvemos a encontrar confluencias tanto en el plano de las imágenes como en el de los conceptos con el poema «Oda» de Manuel Acuña escrito en 1872:
Acuña
«Oda»
(Ante el cadáver del Dr. José B. de Villagrán)
Cuando el hombre al morir deja encendida
La luz inmaculada de sus huellas
[...]
La muerte no es la nada
Sino la chispa transitoria
Cuya luz ignorada
Pasa, sin alcanzar una mirada
De la pupila augusta de la historia
[...]
Que hoy es cuando tú naces
A la luz de la gloria y de la vida,
Y hoy cuando te despiertas y cuando haces
Tu entrada por la tierra prometida,
Que en vez de ser testigos
De un crepúsculo débil que se apaga,
Los que hoy venimos a entregar un hombre
Al antro de las sombras eternales,
Venimos a encender en su desierto
El sol que se alza de este libro abierto
Donde quedan tus hechos inmortales.[xv]
Martí
«Vida»
Bien se llega a las lindes de la muerte.
No allí la vida mísera se acaba:
[…]
Más allá de morir lo aquí soñado
Debe ser a los hombres revelado.
[…]
Morir es luz; más luz que cada humano
Con fuego enciende de su propia vida.
Yérgase al cabo la cabeza fiera:
Aquí con miedo de vivir lloramos:
La lámpara apagada nos espera:
En pie los hombres: a encenderla vamos![xvi]
Los dos fragmentos hacen gala de imágenes semejantes —la comparación reiterada de los atributos de la existencia con la luz—, de ideas afines tales como la interrelación entre la muerte y la vida, el real sentido de la existencia con la muerte como piedra de toque, amparado en la búsqueda de la inmortalidad y la vocación de apostolado. Contrasta lo explicativo en las imágenes de Acuña, con la imagen sintética, ceñida en Martí.
De no haber existido el contacto exhaustivo de nuestro poeta con la obra lírica de Acuña pudiéramos hablar solamente de un paralelismo en la praxis poética de ambos autores. Pero, más allá de la coincidencia epocal y los preceptos románticos, se respira en el texto martiano un tramar, un entremezclar tejiendo, un tomar algo creando.
Todos nosotros damos por sentado que toda crítica necesariamente comienza con un acto de lectura, pero estamos menos dispuestos a tener en cuenta que toda poesía comienza necesariamente con un acto de lectura. Gran emoción nos causaría poder creer que lo que llamamos imaginación se engendra a sí misma. Pero, tal como incluso Emerson tuvo que admitir, «los originales no son originales».[xvii]
El exceso pasional junto con cierta contención lógica y filosófica unen al texto «La ramera» de Manuel Acuña, escrito en 1869 y «Magdalena», publicado por Martí en la Revista Universal el 21 de marzo de 1875. Más allá del tono declamatorio, ambos poemas constituyen elucubraciones socio-filosóficas sobre el acto de la prostitución que incluye la comprensión de su drama y el cuestionamiento del concepto del honor femenino. El poema de Martí es más retórico e imaginativo que el de Acuña, pero gira alrededor del mismo tema. Ambos son poemas llenos de gestos románticos de protestas y rebeldías puramente sentimentales:[xviii]
Acuña
«La ramera»[xix]
¡Pobre mujer, que abandonada y sola
Sobre el oscuro y negro precipicio,
En lugar de una mano que la salve
Siente una mano que le impele al vicio;
Y que al fijar en su redor los ojos
Y a través de las sombras que la ocultan
No encuentra más que seres que la miran
Y que burlando su dolor la insultan…!
Martí
«Magdalena»
¡Oh, concepto de honor! balanza dura Que de un pan con el peso al mal se inclina, Sin pensar que en la madre sepultura Todo pan a la Nada se avecina! Oh, villano concepto, que así entiende Que el hambre el nudo cuerpo no disculpa, Y al cuerpo sin vestir ropas no tiende Que aparten las miradas de la culpa! ¡Oh, honor convencional, que así rehusa Su mal de desnudez con brazo rudo, Sin pensar que a la tierra que lo acusa El cuerpo el Hacedor lanzó desnudo!
Estas asociaciones bien podrían orientar de un modo más abierto la lectura de los textos poéticos martianos, y contextualizar la génesis de una obra lírica rodeada de múltiples precursores. En ese cruce de superficies textuales en que se constituye la palabra literaria, en ese diálogo de varias escrituras que conforman al escritor, el lector y el contexto cultural coetáneo y posterior del poeta, bien pudieran ubicarse las reminiscencias románticas del poema «IV» de los Versos sencillos. Compárese sino dicho texto martiano con el titulado «Misterio» de Manuel Acuña, escrito en 1872:[xx]
«Misterio»
Si tu alma pura es un broche Que para abrirse a la vida Quiere la calma adormida De las sombras de la noche. Si buscas como un abrigo Lo más tranquilo y espeso, Para que tu alma y tu beso Se encuentren solo conmigo. Y si temiendo en tus huellas Testigos de tus amores, No quieres ver más que flores, Más que montañas y estrellas; Yo sé muchas grutas, y una Donde podrás en tu anhelo Ver un pedazo de cielo Cuando aparezca la luna, Donde a tu tímido oído No llegarán otros sones Que las tranquilas canciones De algún ruiseñor perdido. Donde a tu mágico acento Y estremecido y de hinojos, Veré abrirse ante mis ojos Los mundos del sentimiento. Y donde tu alma y la mía, Como una sola estrechadas, Se adormirán embriagadas De amor y melancolía. Ven a esa gruta, y en ella Yo te diré mis desvelos, Hasta que se hunda en los cielos La luz de la última estrella, Y antes que el ave temprana Su alegre vuelo levante Y entre los álamos cante La vuelta de la mañana, Yo te volveré al abrigo De tu estancia encantadora, Donde al recuerdo de esa hora Vendrás a soñar conmigo…
«Poema IV»
Yo visitaré anhelante Los rincones donde a solas Estuvimos yo y mi amante Retozando con las olas. Solos los dos estuvimos, Solos, con la compañía De dos pájaros que vimos Meterse en la gruta umbría. Y ella, clavando los ojos, En la pareja ligera, Deshizo los lirios rojos Que le dio la jardinera. La madreselva olorosa Cogió con sus manos ella, Y una madama graciosa, Y un jazmín como una estrella. Yo quise, diestro y galán, Abrirle su quitasol; Y ella me dijo: «¡Qué afán! ¡Si hoy me gusta ver el sol!» «Nunca más altos he visto Estos nobles robledales: Aquí debe estar el Cristo, Porque están las catedrales». «Ya sé dónde ha de venir Mi niña a la comunión; De blanco la he de vestir Con un gran sombrero alón». Después, del calor al peso, Entramos por el camino, Y nos dábamos un beso En cuanto sonaba un trino. ¡Volveré, cual quien no existe, Al lago mudo y helado: Clavaré la quilla triste: Posaré el remo callado!
Luego de la lectura se corrobora la evidencia. Lo que en el poema de Acuña es un añorado convite, en el de Martí es una melancólica evocación, pero el motivo es el mismo: la visita de una pareja de amantes a un bosque y el solaz que los mismos han de experimentar ante la naturaleza, descrita con elementos afines en ambos textos: flores, vegetación, pájaros, parajes (grutas). En este retomar del motivo para insuflarle esencias nuevas, en esa concepción del texto como absorción y réplica a otro texto, el gran poeta José Martí demuestra, aunque parezca contraproducente, su originalidad expresiva. La aguda evocación le da un aire desgarrador y rotundo a su poema.[xxi]
Al contemplar ambas obras poéticas de manera general podemos afirmar que Acuña es a ratos prosaísta. Por su parte, Martí nunca abandona el tono augusto ni el esmerado cuidado de la forma. En Acuña el sufrimiento no se revierte, a ratos es pesimista.[xxii] Bien lo comprendió Martí cuando escribió del desdichado bardo mexicano:
Y era gran poeta aquel Manuel Acuña […] en su alma eran especiales los conceptos; se henchían a medida que crecían; comenzaba siempre a escribir en las alturas. Habrán hecho confusión lamentable en su espíritu los cráneos y las nubes: aspirador poderoso, aspiró al cielo: no tuvo el gran valor de buscarlo en la tierra, aquí que se halla […] // él estaba enfermo de dos tristes cosas: de pensamiento y de vida. Era un temperamento ambicioso e inactivo: deseador y perezoso: grande y débil.[xxiii]
En Martí la concepción dialéctica de la vida y la muerte, incorporada como un principio fundamental de su poética, lo llevará a contemplar los ciclos de la naturaleza, de la que el hombre es un elemento conformador.
Las ideas anteriormente expresadas corroboran la lectura detallada que hizo Martí del bardo mexicano, muerto a los veinticuatro años, y la familiaridad entre una serie de versos de los que concibió en tierra azteca y la lírica de Acuña. La asimilación de algunos hallazgos pertenecientes a esta última pueden verificarse, como hemos tratado de explicar, en determinados poemas de madurez. Hechos que recuerdan aquella idea de Ángel Augier, a propósito de la poesía martiana escrita en México, donde se sostiene que «nadie se libra de su tiempo, que por mil modos sutiles influye en la mente».[xxiv] El poeta en plena formación echa mano a los hallazgos singulares para darles un margen de despliegue, enfrentarlos a nuevas asociaciones, reubicar los motivos en busca de lo intransitado.
[i] Francisco Monterde: «Amigos mexicanos de Martí en el modernismo», en Memoria del Congreso de Escritores Martianos, La Habana, Comisión Nacional organizadora de los Actos y Ediciones del Centenario y del Monumento a Martí, 1953, p. 496.
[ii] En la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo xix «el ambiente social agudizó lo romántico en una compleja combinación de liberalismo político, progresismo ideológico de ciencia positiva materialista demasiado satisfecha de su obra en teórica y festinada realización y reafirmación de lo romántico como liberación de impulsos vitales inconscientemente estorbada con lamentable frecuencia por lo predeterminado de una retórica desvitalizadora de lo esencialmente valorable como genuino romanticismo. La agudización de lo romántico tiene su prototipo en Manuel Acuña». Raimundo Lazo: El romanticismo. Lo romántico en la lírica hispanoamericana. Del siglo xvi a 1970, México, Editorial Porrúa, 1971, p. 74.
[iii] José Rojas Garcidueñas: Manuel Acuña, hombre y poeta de su tiempo, México, Secretaría de Educación Pública, 1949, p. XXX.
[iv] José Martí: Carta a Manuel Mercado, enero de 1888, en Obras completas, La Habana, 1963-1973, t. 20, p. 123. [En lo sucesivo, las referencias en textos de José Martí remiten a esta edición, representada con las iniciales O.C., y, por ello, solo se indicará tomo y paginación. (N. de la E.)]
[v] Para el estudio de Manuel Acuña se consultaron diversas ediciones de su poesía, en bibliotecas cubanas, tales como: Obras: poesía, teatro, artículos y cartas, prólogo de José Luis Martínez, México, Editorial Porrúa, 1949. En el análisis utilicé preferentemente Poesías, París, Biblioteca Poética Garnier Hermanos, 1884.
[vi] Raimundo Lazo: Ob. cit., p. 76.
[vii] Ver Emilio Carrilla: El romanticismo en Hispanoamérica, Madrid, Edición Gredos, 1958, p. 272.
[viii] Hacemos alusión a la hipótesis que da lugar al presente trabajo.
[ix] Mirta Aguirre: La lírica castellana hasta los Siglos de Oro, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1985, t. II, pp. 104 y 108.
[x] Otros ejemplos serían:
[«¡Vivir en sí, qué espanto!»]Cambio es la vida! Vierten los humanos
De sí el fecundo amor: y luego vierte
La vida universal entre sus manos
Modo y poder de dominar la muerte.
(«Versos varios» en Poesía completa. Edición crítica,
La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1985, t. II, p. 148).
[«Juega el viento de abril…»]También el Sol, también el sol ha amado
Y como todos los que amamos, miente:
Puede llevar la luz sobre la frente.
Pero lleva la muerte en el costado.
(«Versos varios», Poesía completa. Edición crítica, ob. cit., t. II, p. 166).
Aunque en [«Juega el viento de abril…»] la elaboración literaria en relación con versos anteriores de Martí es superior, la idea que refiere es la misma que en el poema de Acuña: la vida conllevando a la muerte, y la muerte dando paso a nuevas vidas.
[xi] José Martí: «Variedades de París», O.C., t. 28, p. 18.
[xii] Con la expansión de las luces, la fe religiosa desapareció de muchos espíritus o se redujo a un vago teísmo. En las controversias políticas, aquellos de nuestros escritores que pertenecían a partidos liberales atacaban la influencia de la iglesia, especialmente, en México; muy pocas veces discutían la religión, y solo incidentalmente hablaban de sus creencias. En ocasiones, algún poeta, estudiante de ciencias, se alzaría hasta una inspiración lucreciana y hablaría del cambio como el único rasgo permanente del universo […]. Así Ignacio Ramírez:
Madre Naturaleza, ya no hay flores
Por do mi paso vacilante avanza;
Nací sin esperanza ni temores:
Vuelvo a ti sin temores ni esperanza,
Y, en una generación posterior, Manuel Acuña (1849-1873).”*
*El poema en tercetos «Por los muertos», de Ramírez, acaba con el cuarteto citado. El poema filosófico más conocido de Acuña es «Ante un cadáver», también en tercetos. Termina proclamando la ley de conservación de la materia.
Pedro Henríquez Ureña: Las corrientes literarias en la América Hispánica, La Habana, Editorial Revolucionaria, Instituto Cubano del Libro, 1971, pp. 133 y 244.
La corriente poética a la que se adscribe Manuel Acuña «solía arrastrar muchas impurezas ¾prosaísmos¾ expresiones científicas y postulados filosóficos y sociales». José Luis Martínez: Prólogo a Manuel Acuña. Obras. Poesías, teatro, artículos y cartas, México, Editorial Porrúa, 1949, p. XVI.
[xiii] Marcelino Menéndez y Pelayo: Historia de la poesía hispano-americana, citado en «En torno a la poesía de Martí» de Miguel D. Martínez Rendón. La Clara Voz de México, México, Editorial B.C. I., 1933, p. 33.
[xiv] Bien: yo respeto / A mi modo brutal, un modo manso
Esta reflexión parte del criterio oral de varios estudiosos de la poesía martiana sobre la coincidencia de tono en los comienzos del «Nocturno» de Manuel Acuña y «Bien: yo respeto» de Martí. También su poema «Canto de otoño» tiene un comienzo tenso que rompe como diálogo: «Bien: ya lo sé: —la Muerte está sentada». (Poesía completa. Edición crítica, ob. cit., t. I, p. 70.)
[xv] (Poesías, ob. cit., pp. 134-135 y 137)
[xvi] (Poesía completa. Edición crítica, ob. cit., t. II, pp. 91-92)
[xvii] Harold Bloom. «La necesidad de la mala lectura», en La Cábala y la crítica, Caracas, Monte Ávila Editores, p. 101. Ver también Hans-George Ruprech. «Intertextualidad», en Intertextualité. Francia en el origen de un término y el desarrollo de un concepto, La Habana, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Casa de las Américas, Embajada de Francia en Cuba, 1997, p. 25.
[xviii] Ver José Rojas Garcidueñas: Manuel Acuña, hombre y poeta de su tiempo, ob. cit., p. XXIII.
[xix] «“La ramera” […] debió producir en su tiempo una conmoción social por la sorprendente energía con que un joven de veinte años tomaba la defensa de la mujer caída […]. Acuña volvió posteriormente a tratar con más amplitud tan espinoso asunto en su único drama El pasado […]. En sus tres breves actos, la pieza cuenta la amarga historia de una mujer caída y regenerada, a la que ‘la sociedad’ y las intrigas de unos despechados impiden disfrutar la felicidad que gozaba al lado del pintor que la había desposado, devolviéndola implacablemente a la proscripción y a la miseria». José Luis Martínez: Prólogo a Manuel Acuña: Obras. Poesías, teatro, artículos y cartas, ob. cit., pp. VIII-IX.
[xx] Ver Julia Kristeva. «Bajtín, la palabra, el diálogo y la novela», en Intertextualité. Francia en el origen de un término y el desarrollo de un concepto, ob. cit., p. 2.
[xxi] Ver Julia Kristeva: Ob. cit., p. 6.
[xxii] «Las ideas materialistas que —Acuña— había aprendido de Ignacio Ramírez principalmente y de los textos doctrinarios y científicos que frecuentaba, lo llevaron fatalmente a un violento escepticismo, de carácter puramente sentimental, pero no pudieron impedirle preocupaciones metafísicas para las que al fin se contentó con soluciones sin consistencia». José Luis Martínez: Prólogo a Manuel Acuña: Obras. Poesías, teatro, artículos y cartas, ob. cit., p. ix.
[xxiii] José Martí: «Manuel Acuña», O.C., t. 6, p. 370.
[xxiv] ángel Augier: «Martí, poeta, y su influencia innovadora en la poesía de América», en Acción y poesía en José Martí, La Habana, 1982, Centro de Estudios Martianos y Editorial Letras Cubanas, p. 184.
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