Hace unos días anunciaron por el Noticiero de la Televisión que un grupo teatral cubano iba a reponer una obra de José Ramón Brene, y yo me alegré mucho.
Brene fue muy amigo mío. Nos conocimos en mi época de funcionario de la UNEAC, cuando era director de Ediciones Unión.
Era un hombre ya mayor, pero buen amigo y de conversación muy amena y simpática.
Fue uno de los muchos autores famosos y nombrados en mi etapa de juventud, cuando comenzaba a escribir, y que hoy han desaparecido hasta de los comentarios de las pocas tertulias de intelectuales que alguien, alguna vez, organiza.
Brene había nacido en Matanzas en 1927. Cursó allí hasta el tercer año de bachillerato, luego se fue a Estados Unidos, donde estudió en un College de Carolina del Norte durante año y medio. Posteriormente matriculó por correo la carrera de Filosofía y Letras en una Universidad de México pero, cuando trató de ingresar a la tierra mexicana, le faltó plata y se vio obligado a recalar en Nueva Orleans. Allí se alistó en 1943 como trapero de cubierta en una nave panameña, y se mantuvo entre 1945 y 1949 navegando en varios buques mercantes.
En 1952, y luego de pasar varios años en Cuba, volvió a la mar como Jefe de Máquinas, labor que realizó hasta 1959, y que alternó con el desempeño de diversos empleos en tierra entre viaje y viaje. Durante todos estos años visitó Francia, Norteamérica, África del Norte, Brasil, Argentina, Bélgica, la URSS, y el Golfo Pérsico.
Regresó a Cuba en 1959 e inmediatamente ingresó en el Seminario de Dramaturgia del Consejo Nacional de Cultura, donde escribió su primera pieza teatral titulada La peste viene de al lado.
En ese momento trabajaba como asesor de dramaturgia en las Brigadas Covarrubias.
En 1962 se produjo el estreno de su obra, para mí la más famosa, Santa Camila de La Habana Vieja, a cargo del grupo Milanés, y con la dirección de Adolfo de Luis. La repercusión y el éxito obtenido por esta obra la han convertido en un clásico exponente del teatro cubano. Numerosas reposiciones se han hecho de ella y ha sido representada en el extranjero y llevada también a la televisión.
En 1962 estrenó sus piezas Pasado a la criolla y La muerte de un perro.
En los años siguientes estrenó La viuda triste en 1963, La fiebre negra en1964, Romeo y su prieta también en 1964, Chismes de carnaval en 1966, y El corsario y la abadesa en 1967, obra con la que obtuvo mención en el concurso UNEAC de ese mismo año.
Justamente en 1967 yo andaba cortando caña en una de las colonias del central Nela, llamada La Magdalena, en el entonces municipio de Mayajigua, y nos avisaron que esa noche vendría al batey un grupo de teatro de La Habana. Y así, mocha en mano, y con el cansancio de ese trabajo que aún odio a pesar de las máquinas cortadoras, disfruté de El Corsario y la Abadesa.
No recuerdo el grupo que la puso en escena. Solo quedan en mi memoria algunos momentos grandiosos de aquel espectáculo, gran deudor de lo mejor del vernáculo cubano venido a menos en estos tiempos para desgracia del espectador común. La obra muestra un ataque de un barco cargado de piratas bien facinerosos a un convento de monjas, y mi recuerdo viaja hacia un personaje que representaba a un loro y estaba encaramado en un aro y que repetía de manera sistemática: «Dispárenle por el trasero a los filibusteros que huyen». Y ya no hay que comentar las risas de nosotros, los espectadores ateridos de frío y sereno. Pero donde la hilaridad llegó al tope fue en un momento en que el capitán filibustero les dice a sus compinches: «¡A ver, a violar a todas las monjas!» Y entonces sale una monjita desesperada diciendo: «¡A la madre superiora no! ¡A la madre superiora no!» Y la madre superiora, una señora más que entrada en años le replicó con fuerza: «¡Él dijo a todas!, ¡Él dijo a todas!».
Brene obtuvo en 1970 un premio en el concurso UNEAC con las obras Fray Sabino, y luego una mención con El camarada Don Quijote, el de Guasabacuta Arriba y su compañero Sancho, el de Guasabacuta Abajo.
Escribió ocasionalmente para la radio y fue asesor de los grupos Teatro del Tercer Mundo y Teatro Político Bertolt Brecht. Este último estrenó en 1978 su obra El ingenioso criollo don Matías Pérez.
Al morir dejó un extenso repertorio sin estrenar, entre ellos Tebas contra los siete, y Azúcar, escritas en 1970; Celestina al teléfono en 1975, y además, sin precisar fecha de creación El bohío de mamá Yaya, Un gallo para la Ikú, Yoya Belén, La divina tragedia, La lámpara de Aladino, La lata de estrellas, Aquel barrio nuestro, Escándalo en la Tropa, Las puyas, El jorobado de la cañona, La guaracha de los tres quilos y Miss Candonga.
Brene murió en 1990 y desde entonces casi ningún grupo teatral ha vuelto sobre su obra. Solo alguna que otra reposición de Santa Camila… hace que no se olvide del todo a este gran cubano, hijo de su tiempo, que vivió como le dio la gana y murió cuando mejor le pareció.
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