
¿Y qué sabíamos de la literatura de expresión portuguesa, o, más exactamente de la poesía Lusitana, dígase de Camões a Cesário Verde, y de este a Fernando Pessoa?
Hoy, para ser un poeta de esa lengua, y haber nacido en esa península después de Fernando Pessoa es difícil no tener nada (a Fernando Pessoa) que deberle. Lo mismo debe haberse dicho después de Os Luisiadas, después de la introducción del poema en prosa por Cesário Verde, después de cualquier gran momento de la poesía de cualquier lengua.
Tal vez un poco sobrecogido por tales circunstancias es lo que haya hecho a Martí exclamar: «Un grano de poesía sazona un siglo».
Parafraseando a Lezama, valdría decir: «Si Pessoa escribe, para que tienen que probar fuerza otros poetas menores». Lo cierto es que así como unos han dicho, otros también sienten que algo nos podrían legar.
Y recordemos que el primer monumento de la literatura en lengua hispana, tan solo por poner un ejemplo, no era El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, sino La Celestina, obra que parecía infranqueable hasta entonces.
«C´est la vie mon chêrie», farfullaría un parisino, rojo como su vino (…) al Istmo donde muere.
De sus diversos libros, es decir, de los diversos libros de poesía de José Viale Moutinho (Funchal, l945, Isla de Madeira, Portugal) a saber: Máscaras Venecianas, Principio de Outono, Piano Bar, Retrato de braços cruzados, su dador en lengua hispana, Félix Romero Pescador, ha armado un libro: Un caballo en la niebla publicado por la editorial Olifante Y Moutinho además narra. Y lo ha hecho en libros con títulos como O jogo do sério, Naturaleza morta iluminada, etc.
«C´est la vie mon chêrie», farfullaría un parisino, ya dijimos, rojo como su vino (…) al Istmo donde muere.
Sobre el colegio de S. Luis
el colegio nos acordamos del colegio y sonreímos porque todo estaba pintado de amarillo y había puertas y portones en castaño deslucido y muros terminados un gimnasio con instrumento de tortura y polvo íbamos allí los días de lluvia había sargentos que se multiplicaban a nuestra espalda la misma sala de trabajos manuales los retretes destrozados quién abría y cerraba el colegio quién tocaba para entrar y para salir los candados reventados en los armarios el prefecto que se iba felizmente con una máquina de escribir debajo del brazo el maniquí esqueleto y sus músculos y vísceras que llegaban a nuestras manos los fantasmas del laboratorio de química las piedras y todas las plantas hasta los minerales de los sistemas cristalográficos quién llevó un puñal para matar al profesor de francés.
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