Quiero empezar agradeciendo a Colección Sur Editores por la publicación de estos libros de mi padre. Su plan es ir presentando cada título por separado, lo que es una gran idea. Las antologías ayudan, sin dudas, pero, en realidad, los autores, en su mayoría, conciben sus libros como un todo, una unidad. Al menos, así lo hacía mi padre. Dejó una serie de poemas en sus carpetas, trabajados y listos para que vieran la luz, escritos en diferentes periodos de tiempo, y que no incluyó en sus libros, sencillamente, «no iban ahí». Por ejemplo, su cuaderno Cuatro de Oros, publicado por primera vez en 1991 por Siglo Veintiuno Editores, de México, está compuesto por poemas escritos, muchos de ellos, en la década de 1970. Pude precisar esa fecha pues mi padre tenía la costumbre de guardar sus manuscritos y fecharlos. Y digo «trabajados y listos para publicar» porque así me lo explicó en una ocasión en que le pregunté.
Cuando le ponía una «palomita» o check mark a un poema, en la parte superior derecha de la página, significaba que esa era la versión final. Cuando la acompañaba de una crucecita, era que ya había pasado el poema a máquina. Aprendió mecanografía y él mismo se mecanografiaba todos sus textos. Escribía cuando sentía esa necesidad, ese impulso que sale de lo hondo del corazón. Pero una vez concebido el poema, lo revisaba mucho, cambiaba palabras de lugar, tachaba y buscaba otra. Ahí están sus manuscritos como prueba de ello. En 2005, Letras Cubanas realizó una edición facsimilar de más de 40 poemas de mi padre y la versión final, seleccionados por mí, donde se puede apreciar lo que les cuento. Es una pena que no quedara bien, redujeron un poco el tamaño de la letra y algunos quedaron algo borrosos.
Para mi padre no solo era importante el contenido sino también la forma. Los espacios entre sus versos están cuidadosamente pensados, son como el silencio en la música. Y, sobre todo, lo más importante era la honestidad al escribir a partir de un inmenso respeto por el otro, el lector, al que estaba destinado el poema. Recuerdo con el rigor que preparaba sus conferencias y charlas, para leerlas, ya fuera en un «extraño» pueblo perdido de nuestro país como en una universidad extranjera. Era lo mismo para él.
Hoy se presentarán sus tres primeros poemarios: En la Calzada de Jesús del Monte, terminado en 1947 y publicado en 1949; Por los extraños pueblos, 1958; y El oscuro esplendor, 1966. Su preferido, según dijo en varias entrevistas, era El oscuro esplendor, aunque los dos anteriores —y en general, todos— le dieron muchas satisfacciones. En esos tres libros se encuentran tres poemas que mi padre acostumbraba a poner de ejemplos cuando le preguntaban por su poética. Ellos son «Voy a nombrar las cosas», que se encuentra en La Calzada…; «Bajo los astros», en Por los extraños pueblos; y «No es más», en El oscuro esplendor.
Mañana se conmemora su natalicio 103. El 1ro. de marzo de 2024 se cumplirán 30 años de su muerte. A mi casa no han dejado de llegar amantes de su poesía, recibo cartas y mensajes de muchas partes del mundo. Un joven catalán, a quien no conozco, me escribió una carta bellísima en la que me dice que la lectura de la poesía de mi padre le había cambiado la vida; a mi padre se lo dijeron muchas veces, y así lo cuenta al final de su Libro de quizás y de quién sabe.
Y sé que seguirá sucediendo. Porque su escritura nació del principio de la necesidad del que hablaba Rilke —y que mi padre siempre citaba— en Cartas a un joven poeta.
Quiero terminar estas palabras con un fragmento de su dedicatoria a Por los extraños pueblos, donde define —en uno de sus tantos intentos de alcanzar una explicación a ese misterio— qué es para él la poesía, y lo que podría significar el sentido de nuestras vidas en este mundo tan raro:
Dedicatoria
Fue escrito este libro para mi madre, y para mis hijos, Constante Alejandro, Eliseo y Josefina. A los que quisiera decir enseguida cómo sucedió que teniendo ganas de leerlo, y no hallándolo, así completo, por más que lo busqué en muchos sitios diferentes, decidí por fin escribirlo yo mismo. Pareciéndome que habrá otras razones más graves para hacer un libro, pero ninguna más legítima.
(…)
¿Y para qué sirve un libro de poemas?, preguntarían ahora, obedientes, mis hijos. Servirá para atender, les respondería. Maestros mayores les dirán, en palabras más nobles o más bellas, qué es la poesía; básteles entretanto si les enseño que, para mí, es el acto de atender en toda su pureza. Sirvan entonces los poemas para ayudarnos a atender como nos ayudan el silencio o el cariño. No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro, sino para dar testimonio. A lo que Dios me dio en herencia he atendido tan intensamente como pude; a los colores y sombras de mi patria; a las costumbres de sus familias; a la manera en que se dicen las cosas; y a las cosas mismas —oscuras a veces y a veces leves—. Conmigo se han de acabar estas formas de ver, de escuchar, de sonreír, porque son únicas en cada hombre; y como ninguna de nuestras obras es eterna, o siquiera perfecta, sé que les dejo a lo más un aviso, una invitación a estarse atentos. A estar, mejor que estuve yo nunca, en lo que Dios nos dio en herencia.
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