Juan Clemente Zenea (24 de febrero de 1832-25 de agosto de 1871) ha sido una figura llevada y traída por ciertas zonas de la historiografía cubana, debido a su supuesta traición a la causa independentista. Esta polémica, en la que han participado, de uno y otro bando, insignes figuras de la cultura nacional, no hace desmerecer la obra literaria de este autor, uno de nuestros mayores poetas del siglo XIX y un crítico literario como apenas hemos tenido otros en nuestra literatura.
Fidelia
Et dans chaque feuille qui tombe
Je vois un présage de mort.
Millevoye
¡Bien me acuerdo! ¡Hace diez años!
¡Y era una tarde serena!
¡Yo era joven y entusiasta,
Pura, hermosa y virgen ella!
Estábamos en un bosque
Sentados sobre una piedra
Mirando a orillas de un río
Cómo temblaban las yerbas.
¡Yo no soy el que era entonces,
Corazón en primavera,
Llama que sube a los cielos,
Alma sin culpas ni penas!
Tú tampoco eres la misma,
No eres ya la que tú eras,
Los destinos han cambiado:
¡Yo estoy triste y tú estás muerta!
La hablé al oído en secreto
Y ella inclinó la cabeza,
Rompió a llorar como un niño
Y yo amé por vez primera.
Nos juramos fe constante,
Dulce gozo y paz eterna,
Y llevar al otro mundo
Un amor y una creencia.
Tomamos, ¡ay!, por testigos
De esta entrevista suprema,
¡Unas aguas que se agotan
Y unas plantas que se secan…!
¡Nubes que pasan fugaces,
Auras que rápidas vuelan,
La música de las hojas
Y el perfume de las selvas!
No consultamos entonces
Nuestra suerte venidera
Y en alas de la esperanza
Lanzamos finas promesas.
No vimos que en torno nuestro
Se doblegaban enfermas
Sobre los débiles tallos
Las flores amarillentas.
Y en aquel loco delirio
No presumimos siquiera
¡Que yo al fin me hallara triste!
¡Que tú al fin te hallaras muerta!
Después en tropel alegre
Vinieron bailes y fiestas,
Y ella expuso a un mundo vano
Su hermosura y su modestia.
La lisonja que seduce
Y el engaño que envenena
Para borrar mi memoria
Quisieron besar sus huellas,
Pero su arcángel custodio
Bajó a cuidar su pureza
Y protegió con sus alas
Las ilusiones primeras;
Conservó sus ricos sueños,
Y para gloria más cierta
En el vaso de su alma
Guardó el olor de las selvas;
Guardó el recuerdo apacible
De aquella tarde serena,
¡Mirra de santos consuelos,
Áloe de la inocencia…!
Yo no tuve ángel de guarda,
Y para colmo de penas
Desde aquel mismo momento
Está en eclipse mi estrella;
Que en un estrado una noche
Al grato son de la orquesta
Yo no sé por qué motivo
Se enlutaron mis ideas,
Sentí un dolor misterioso,
Torné los ojos a ella,
Presentí lo venidero:
¡Me vi triste y la vi muerta!
Con estos temores vagos
Partí a lejanas riberas
Y allá bañé mis memorias
Con una lágrima acerba.
Juzgué su amor por el mío,
Entibióse mi firmeza
Y en la duda del retorno
Olvidé su imagen bella,
Pero al volver a mis playas
¿Qué cosa Dios me reserva…?
¡Un duro remordimiento
Y el cadáver de Fidelia!
Baja Arturo al Occidente
Bañado en púrpura regia,
Y al soplar del manso Alisio
Las eolias arpas suenan;
¡Gime el ave sobre un sauce
Perezosa y soñolienta,
Se respira un fresco ambiente,
Huele el campo a flores nuevas;
Las campanas de la tarde
Saludan a las tinieblas,
Y en los brazos del reposo
Se tiende naturaleza…!
¡Y tus ojos se han cerrado!
¡Y llegó tu noche eterna!
¡Y he venido a acompañarte,
Y ya estás bajo la tierra…!
¡Bien me acuerdo! Hace diez años
De aquella santa promesa
Y hoy vengo a cumplir mis votos,
¡Y a verte por vez postrera!
Ya he sabido lo pasado…
Supe tu amor y tus penas,
Y hay una voz que me dice
Que en tu alma inmortal me llevas.
Mas… lo pasado fue gloria,
Pero el presente, Fidelia,
El presente es un martirio,
¡Yo estoy triste y tú estás muerta!
En días de esclavitud
I
My native land, good night!
Byron
Muévese el buque y la apiñada gente
Se apresura, se va, vuelve, se agita…
Monta el ancla en la prora el corvo diente
Y el opreso vapor se escapa y grita.
Se abrazan los amigos angustiados,
Llega el instante del partir supremo,
Sepáranse las barcas de los lados
Y el agua surcan al compás del remo.
Al soplo de la brisa gemidora
Colúmpiase la nave y se adelanta,
Rompe la mar con su cortante prora
Y espuma hirviente en su redor levanta.
Pensando en lo pasado y lo futuro
Tendida como un cisne sobre el llano
Quédase al pie del artillado muro
La señora del Golfo Mexicano
Y ya la cabellera oscura ondea
Del humo vago en la región vacía.
Y sobre el tope el pabellón flamea,
Y partimos… y ¡adiós! ¡Oh patria mía!
Vienen de la ciudad voces lejanas
Que el desgraciado corazón oprimen
Y al toque de oración de las campanas
Los ecos tristes de la tarde gimen.
Asoman solitarias las estrellas
Y engalanan las orlas del espacio
Las tintas melancólicas y bellas
Del ópalo, las perlas y el topacio.
Empieza a vacilar la incierta raya
Que dibujan las costas y los montes,
Húndense las palmeras de la playa
Y se visten de azul los horizontes.
El sol al ver la luna acorta el paso,
Y se ven suspendidos frente a frente
Un globo de oro y sangre en el ocaso
Y un globo de alabastro en el Oriente.
¿Y adónde vamos? ¡Ay!, mejor sería
En vez de errar sobre volubles olas
Estar mirando fenecer el día
Desde el umbral de nuestro albergue a solas.
Errante, silencioso y descuidado,
Más me pluguiera en el agreste asilo
De algún bosque secreto y apartado
Lejos del mundo suspirar tranquilo.
¿Qué nos fuerza a emigrar? Si yo quisiera
Vivir del deshonor y la perfidia,
Volver a Cuba y despertar pudiera
De viles gentes la rabiosa envidia.
Que allá para morar como los brutos
Basta ser al oprobio indiferente,
Llevar a Claudio César los tributos,
Postrarse humilde y doblegar la frente.
Basta seguir de la lisonja el gremio
Para gozar imperturbable calma,
Por torpes vicios merecer un premio
Y de una vez sacrificar el alma.
¿Por qué dejamos la mansión querida
Donde vimos la luz? ¿Por qué la suerte
Cambia estos campos de esplendor y vida
Por otro, ¡ay!, de oscuridad y muerte?
Porque buscamos libertad y vemos
La fe perdida y la existencia ajada,
Y ya no más sobrellevar podemos
La esclavitud de nuestra tierra amada.
Porque nos niega su favor el cielo
Y tú, ¡rudo opresor!, no nos cedistes
Ni un solo palmo en nuestro mismo suelo
Para enterrar a nuestros hijos tristes.
II
¡Señor! ¡Señor! ¡El pájaro perdido
Puede hallar en los bosques el sustento,
En cualquier árbol fabricar su nido
Y a cualquier hora atravesar el viento!
¡Y el hombre, el dueño que a la tierra envías
Armado para entrar en la contienda,
No sabe al despertar todos los días
En qué desierto plantará su tienda!
Dejas que el blanco cisne en la laguna
Los dulces besos del terral aguarde
Jugando con el brillo de la luna,
Nadando entre el reflejo de la tarde.
¡Y a mí, ¡Señor!, a mí no se me alcanza
En medio de la mar embravecida
Jugar con la ilusión y la esperanza
En esta triste noche de la vida!
Esparce su perfume la azucena
Sin lastimar su cáliz delicado,
Y si yo llego a descubrir mi pena
Me queda el corazón despedazado.
¿Y quién soy yo? ¡Poeta vagabundo
Que vengo como réprobo maldito
A contar una hora en este mundo
En presencia de Dios y lo infinito!
Vengo a pulsar el arpa un breve instante
Y en mi suerte más bella sólo espero
Encontrar mi sepulcro como el Dante
Por las sendas tal vez del extranjero.
La estrella de mi siglo se ha eclipsado,
Y en medio del dolor y el desconsuelo
El lirio de la fe se ha marchitado
Y no hay escala que conduzca al cielo.
Van los pueblos a orar al templo santo
Y llevan una lámpara mezquina,
Y el Cristo allí sobre la cruz en tanto
Abre los brazos y la frente inclina.
Voluptuoso el amor en sus placeres
No busca mirtos ni laurel aguarda,
Y cubren con un velo las mujeres
El ángel adormido de su guarda.
Tengo el ama, ¡Señor!, adolorida
Por unas penas que no tienen nombres
Y no me culpes, no, porque te pida
Otra patria, otro siglo y otros hombres.
Que aquella edad con que soñé no asoma,
Con mi país de promisión no acierto,
Mis tiempos son los de la antigua Roma
Y mis hermanos con la Grecia han muerto.
III
¡Oh! ¡Cuánto ansiaba de la mar profunda
Volverme a ver sobre el cerúleo seno
Volando a la región de nieblas frías,
Y en esta inmensidad que me circunda
Saludar al Atlántico sereno
Como el amigo de pasados días!
Niño era yo cuando el instinto ansioso
Que a la razón tardía se adelanta
Me lanzó a recorrer mundos extraños;
Y dejando a su impulso mi albedrío
Salí a buscarte al piélago espumoso,
Libertad sacrosanta,
Y te encontré por fin, ídolo mío,
¡Primer amor de mis primeros años!
Y nunca más desde tan gratas horas
Te pude ya olvidar. Tu voz solemne
Como la voz de una mujer querida
Con músicas sonoras
Llenó las soledades de mi vida;
Y como el himno de la fe perenne
En mis momentos de dolor o calma,
Despertó mi esperanza adormecida
Y fue a vibrar en lo mejor del alma.
Cuando las albas de mi edad hermosa
Doraban, ¡ay!, del porvenir el velo
Y entre aromas y flores
Abriendo el ala de jazmín y rosa
La imagen de mis sueños seductores
Halló un albergue en el azul del cielo,
Entonces, di, ¿te acuerdas, dulce amigo,
Cual iba yo con silencioso paso
A tus orillas a espaciarme a solas
Y a errar meditabundo
Y de mi afán y mi querer testigo,
Al eterno ondular de eternas olas,
El sol me vio cuando en su rojo ocaso
Cerró las puertas de la luz al mundo?
Y después, y después, cuando otro día
El déspota iracundo
La móvil tienda replegar me hacía;
Y siempre, siempre, si entre duras penas
A mis oídos a gemir venía
El querellarse del cautivo hermano
Al son de sus cadenas,
¿Adonde fui a llorar la patria mía
Sino en medio del mar…? ¡Salve, Océano!
¡Salve otra vez! ¡Fuente inagotable
De la vida y la muerte!
¡Salve, abismo insondable
Por cuya tersa superficie anhela
Arrastrarnos la suerte!
Y tú, brisa de Cuba, con tu aliento
Veloz impulsa la turgente vela
Y adiós, ¡oh patria!, hasta volver a verte,
¡Adiós!, ¡adiós!, ¡porque de ti me ausento!
Muda, imposible, sobre ti se alzaba
La bóveda del ancho firmamento
Y semanas de siglos estuviste
En el reposo sepulcral sumido;
Ninguna nave recorrer osaba
Tus regiones ignotas
Y en aquel sin igual profundo olvido
Sólo de vez en cuando resonaba
El canto dolorido
Con que se quejan los alciones tristes
O el grito aterrador de las gaviotas.
Pasaban sin cesar las estaciones
Trayendo en pos el luminar brillante
O el fúnebre cortejo de las brumas;
Y al suspirar la ventolina errante
O al fragor de terribles aquilones
Ya tus aguas tranquilas se adormían,
Ya sacudiendo y levantando espumas
¡Hondos abismos en tu seno abrían!
Y tú, desconocido, abandonado
Por las costas risueñas
Del hemisferio occidental corriendo,
De las islas del trópico abrasado
Ibas a acariciar con ronco estruendo
Las duras rocas y las calvas peñas.
Y ¿cómo fue que presintiendo entonces
Los futuros destinos
Al ver las carabelas españolas
No hiciste revolver tus torbellinos?
Y al proclamar con su estridor los bronces
La aparición de la ignorada tierra
Cuando tu imperio profanado viste,
¿Por qué no dieron la señal de guerra
Los rudos vientos y las raudas olas
Y hombres y barcos en la nada hundiste?
No el peso del ominoso yugo
De infausta servidumbre
Sufrido hubieran inocentes seres;
Y el indio humilde con su tez de cobre
Y el blanco abyecto con su faz de rosa
Y el hijo del dolor, el negro pobre,
Y mártires mujeres
Y niños, ¡ay!, que asesinó el verdugo,
Ninguno entonces contemplado hubiera
La suerte ignominiosa
¡De aquella desgraciada muchedumbre
Que pasto fue de la indomable fiera!
Las míseras pasiones que se anidan
En el pecho mortal, las amarguras
Que con las ansias y el tumulto acrecen
Al blando arrullo de tus auras puras
Se ahuyentan y perecen
Y pasan como sombras y se olvidan.
Allá en el polvo el infeliz postrado
Ni busca glorias, ni apetece un nombre,
Ni se duele de ajenas desventuras;
Mas aquí, sobre el piélago salado,
El Hombre es dueño de su ser y es hombre.
Allá donde se elevan los altares
Y en lentos giros vacilando sube,
Al son de los salterios imponente,
Del incensario la azulosa nube,
¿Quién puede descubrir al prepotente
Señor de los señores,
Al que frena las aguas de los mares
Y aprisiona los vientos bramadores?
Aquel pequeño Dios que en sus palacios
El fanatismo abrumador encierra
No es el Dios que se admira y que se adora
En esta inmensidad. Aquí en el seno
De la grandeza suma es donde mora
El monarca del cielo y de la tierra
Y aquí de gloria lleno
Se le siente cruzar por los espacios;
¡Y entonces yo, ¡Señor!, trémulo y mudo
Tus pasos oigo al retumbar el trueno,
La frente humillo y tu poder saludo!
IV
¡Y qué!, ¡los gritos de la patria inerme
Resuenan sin cesar!, ¡y no hay oído
Para escuchar la voz acongojada
De su inmenso dolor! ¡Y amortecido
Sin comenzar el pueblo su jornada
Se rinde y calla, y se prosterna y duerme!
«¡Habedme compasión! No al negro olvido
Dejéis mis duras penas,
Infelice de mí!», llorando a solas
En la cruz enclavada
La patria herida en el tormento dice;
Y al romperse en las tórridas arenas,
«¡Infelice!», murmuran sordamente
Las plañideras olas,
Y en su clamor doliente
Los ecos les responden: «¡Infelice!».
En vez de arder en pechos generosos
De sacro fuego inextinguible hoguera,
¿Qué es lo que ven mis ojos? ¡Ah!, ¿qué veo?
Al ocio vil se entregan perezosos
Aquellos, ¡ay!, de quienes Cuba espera
Impulso noble y varonil deseo;
Y cual lebrel que amedrentado lame
La diestra que lo ultraja y le castiga
Así la turba aduladora, infame,
Que al trono eleva suplicantes manos,
Al pobre pueblo en su desgracia hostiga
Y lo arrastra a los pies de los tiranos
Y su derecho a mendigar le obliga.
¿Y adónde están los ínclitos varones
Que con serenas y elevadas frentes
Miraron sin temblar a su verdugo?
¿Adónde están los grandes corazones,
Albergue de una vida inmaculada
Que llenaba el honor? ¿Y los valientes
Que prefirieron en su fe sagrada
Mejor morir que soportar el yugo,
Adónde están…? ¡Silencio pavoroso,
Perpetua sombra y sempiterno olvido
Los cubren en la noche del reposo;
Y sus débiles, flacos descendientes,
En vez de conquistar su Edén perdido
Y el ejemplo seguir de aquellos bravos
Porque mayores las desdichas sean
Las siervas maridando con esclavos
Siervos y esclavos nada más procrean!
¡Tínima undoso, sacrosanto río,
Jordán en cuyas aguas deliciosas
Se bautizó la libertad cubana!
Y tú también, ¡oh dulce Cauto mío!,
Cuya margen lozana
Lirios adornan y embellecen rosas
En campos de verdores inmortales;
No más, no más por bosques y llanuras
Desatando los líquidos cristales
Llevéis la vida en vuestras ondas puras;
Sus diques salte la copiosa fuente,
Entúrbiense los ricos manantiales
Que en surtidores inexhaustos giran
¡Y rómpase el espejo transparente
En que vienen a verse las hermosas
Y los Narcisos sin pudor se miran!
Brame la tempestad, ceibos ancianos
Doblándose al rugir los aquilones
Volar sus ramas por los aires vean,
Y las que fueron plácidas mansiones
Del amor y el placer, campos eriales,
Oscuros antros y desiertos sean.
Mas ¿qué escucho? Parece que en los llanos
Su voz difunden bélicos clarines
Y redobla el tambor sobre los cerros;
Y al trotar los alígeros bridones
Miro allá de la selva en los confines
A intervalos lucir brillantes hierros
Y entre el humo correr los escuadrones.
Se estremece la tierra,
Nubes de polvo en la batalla ruda
Levanta en confusión hueste contraria,
¡Y en medio de los himnos de la guerra
Al fin el pueblo vencedor saluda
El pendón de la estrella solitaria!
XVI
Mensajera peregrina
Que al pie de mi bartolina
Revolando alegre estás,
¿De dó vienes, golondrina?,
Golondrina, ¿adónde vas?
He venido a esta región
En pos de flores y espumas,
Y yo clamo en mi prisión
Por las nieves y las brumas
Del cielo del Septentrión.
Bien quisiera contemplar
Lo que tú dejar quisiste,
Quisiera verme en el mar,
Ver de nuevo el Norte triste,
Ser golondrina y volar.
Quisiera a mi hogar volver
Y allá según mi costumbre
Sin desdichas que temer
Verme al amor de la lumbre
Con mi niña y mi mujer.
Si el dulce bien que perdí
Contigo manda un mensaje
Cuando tornes por aquí,
Golondrina, sigue el viaje
Y no te acuerdes de mí.
Que si buscas, peregrina,
Do el ramaje un sauce inclina,
Ningún sauce encontrarás,
Y yo diré: —Golondrina,
Golondrina, ¿adónde vas?
No busques, volando inquieta,
Mi tumba oscura y secreta,
Golondrina, ¿no lo ves?,
En la tumba del poeta
No hay un sauce ni un ciprés.
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