A sus 81 años, el reconocido traductor cubano Juan Luis Hernández Milián sigue trabajando con la poesía rusa. «La vista un poco maltrecha», «y con la mala suerte de tener un diccionario que se ha puesto amarillento, medio borroso, que dificulta aún más las cosas», Juan Luis dice que hace lo que se puede, pero hace, y mientras conversamos telefónicamente, preparando esta entrevista, él sugiere que el final de la misma sea un poema de la autora que se encuentra vertiendo al español en estos momentos, Olecia Nicolaeva.
Llamo a Juan Luis a La Habana, donde vive hace algunos años, sintiendo nostalgia por el balcón de su casa en su natal ciudad de Matanzas, en el cual, fumándose un cigarro y con una taza de café, mirando la bahía y las desembocaduras de los ríos San Juan y Yumurí, se sentaba con la certeza de que allí sí daría con la palabra buscada, fuera para un poema suyo o para una de sus traducciones.
Licenciado en Traducción en la Universidad Lomonósov (de Moscú) y de Lengua y Literatura Rusa en la Universidad de La Habana, Juan Luis Hernández Milián ha trasladado al español a Alexandr Pushkin, Serguéi Esenin, Boris Pasternak, Anna Ajmátova, Valery Shamshurin, Verónica Spásskaya y Vladimir Visotsky, entre otros poetas de las lengua rusa. Obtuvoel Premio Nacional de Traducción José Rodríguez Feo, de la UNEAC, en 1996 y 2006.
Caballos de posta de la Ilustración
Amo el idioma ruso. Una vez confesado esto ya es casi obvio decir que amo también su poesía, en la que ese idioma alcanza plenitud. Esta poesía tiene un momento cumbre: Pushkin, mas su caudal es grande, se renueva con sucesivas oleadas de grandes autores; durante décadas he tratado de acercármele, de pescar algo en él y, por supuesto, luego compartirlo. Ese ha sido uno de mis principales acicates para traducir. Yo puedo leer en ruso, pero los otros no. Disfruto poner a disposición de todos los tesoros que saco de esas aguas, en especial me agrada complacer a mis amigos, que tanto me caen encima, desde diversos estados de ánimo: lo mismo sugiriéndome que suplicándome o exigiéndome por un autor hoy, y mañana y pasado por otro y por otro…
Más allá de esta referencia personal a mi caso, y a la manera en que me he sentido motivado por la traducción, quiero decir que siempre he sido consciente del peso de esta labor en el desarrollo la existencia humana, a pesar de que no se valora lo suficiente. La traducción tiende un puente entre nuestros silencios, nos comunica plenamente y con ello nos enriquece, nos hace saber más de nuestra especie y, en general, de nuestro mundo. Pushkin dijo que los traductores «son los caballos de posta de la Ilustración». Estoy de acuerdo con él. ¿Si no se hubiese traducido a Dostoievski, a Walt Whitman, a Marcel Proust, a Bertold Brecht… no estaría nuestra cultura en una gran indigencia?¿Y no pasa igual en las demás esferas de nuestra vida?
De arquitecto a traductor de ruso
Estudié ruso de manera casual. Yo había empezado la carrera de Arquitectura, estaba en el primer año, pero no servía para eso. Era pésimo en las matemáticas y, para colmo, en el dibujo. Entonces, en unas vacaciones, de vuelta a mi Matanzas querida, supe de un curso de idioma ruso. Una necesidad del país, arribaban muchos técnicos soviéticos y no había traductores. ¡Tú sabes cómo yo me puse! Era el puente de plata para dejar en la cuneta los planos y las mediciones, y por si eso no bastara, me daba la oportunidad de conocer mundo, pues había que irse a Moscú, ¡por un año!
Desde el Instituto (de Segunda Enseñanza de Matanzas) mostré facilidades para los idiomas. En casa esto se sabía porque mi madre era amiga de una profesora, Edita, que daba clases de inglés en el Instituto. Pero ni el criterio de Edita, que por cierto era de los Guiteras (familia de Antonio Guiteras Holmes, ese hombre que tanto significa para la historia de Cuba), ni mis esfuerzos para tranquilizar a todo el mundo evitaron que en un inicio papá se opusiera. A papá, que era muy conservador, se unió mi novia de entonces, a la que convencí diciéndole: «Mira, cuando regrese ya regreso con sueldo y a lo mejor hasta nos podemos casar». Mi mamá, que era muy progresista, me dio ánimos, y ante las circunstancias políticas que se vivían, recuerden la llamada «cortina de hierro», me dijo: «Si la cortina está muy fuerte, la rompes».
Zdrasbite, pripadabatel (buenas, profesor)
Durante más o menos una década me mantuve de traductor en el Ministerio de la Construcción, en La Habana, pero luego, ya de regreso a Matanzas, me desempeñé como profesor en los Camilitos, en la Escuela Formadora de Educadores de Círculos Infantiles y en la Vocacional, hasta que a inicios de los noventa, tras el derrumbe del socialismo europeo, el ruso desapareció de nuestras aulas y yo dejé de ser el pripadabatel para convertirme en el teacher, tras un curso emergente de inglés, con el que me hallaba incómodo, tanto que en la pizarra, sin darme cuenta, solía escribir en ruso.
A diario me preguntaba: ¿cómo me salvo de esta? La respuesta me llegó un buen día, cuando el Historiador de la Ciudad de Matanzas, el inolvidable profesor Raúl Ruiz, me pidió que trabajara con él. Fue una etapa muy hermosa, y de mucho aprendizaje, en especial de lo que la historia implica para nuestra existencia, y cómo incide en la literatura. A veces Raúl Ruiz me sorprendía escribiendo, entre col y col, algún que otro poema, y yo me asustaba un poco temiendo que él fuese a requerirme por estar en cuestiones ajenas al trabajo, pero él sonreía, me preguntaba: «¿Qué, otro poema?», y tras pedírmelo lo leía y después me animaba a continuar, a superarme.
Por entonces también traducía. Del ruso al español, por supuesto.Yo había realizado traducciones en el Ministerio de la Construcción, pero claro, de cuestiones técnicas. Fue en mi época de profesor en Matanzas cuando empecé con los textos literarios. Recuerdo que no pocas veces fueron los estudiantesde la Vocacional los primeros críticos de mis traducciones en ese sentido: «Sí, profe, está bien», o «No, no, así no nos suena bien». Yo traducía mucho, con intensidad. En una ocasión me encerré en el cuarto durante horas y horas, solo vine a salir cuando sentí a mi madre trasteando en la cocina. Fui hasta allá, le di un beso y le dije que me iba a acostar. «¿Pero cómo…, si te estoy preparando el desayuno?», se asombró ella. ¡Ya eran las ocho de la mañana! ¡Me había pasado la noche y la madrugada sin pegar un ojo!
La esencia de la poesía es intraducible pero…
Tuve la suerte de haber vivido en Moscú, durante un año en la facultad preparatoria de la Universidad de Lomonósov, y luego varias veces en cursos de superación en el Instituto Pushkin. Esas estancias resultaron, obviamente, una ventaja para el aprendizaje práctico del ruso. Me lo impartían profesores de allí, lo oía hablar a toda hora, lo vivía; estaba en «la mata» del ruso. Pero, además, estaba acercándome al pueblo al que pertenecía ese idioma. La estancia en Moscú me permitió conocer, o al menos asomarme al alma rusa. Sus luces. Sus contradicciones. Su carácter. Es algo esencial. Para conocer un idioma tienes que conocer el alma de su pueblo.
Esta es una de mis ventajas para tratar de cumplir con lo que predicaba Martí: «toda obra traducida debe parecer escrita en el original». Pero así y todo, resulta muy difícil, hay que esforzarse mucho, y ni siquiera de esta manera se logra la perfección. Decía Nicolás Guillén: «una bella traducción es como las bellas mujeres, que suelen tener sus defectos». Para colmo, en el caso de la poesía, a la que me he dedicado, es muy «evasiva». Si somos realistas habría que partir asumiendo que la esencia de la poesía es intraducible. Pero a mí todo esto me conduce a asumir con mayor seriedad los retos de este oficio.
Hago cuanto puedo para escapar al famoso apotegma de traduttore, traditore. Trato de ser fiel a ultranza tanto al contenido como al estilo del texto, y no soslayo lo que es la inspiración, lo que me puede dar la inspiración, que asiste a todo proceso creativo, pues traducir no es otra cosa que arte. Me informo mucho. Intento conocer al escritor y a su contexto todo lo que pueda. Por otra parte busco una norma de traducción que sea universal, no me gusta caer en un «cubaneo» al que no le encuentro sentido. Busco algo digno de leer en cualquier latitud.
Ángeles de la guarda
Nadie sabe qué habría sido de mí, en lo referido a mi quehacer en la traducción, si no hubiese conocido a la cubana Sonia Bravo y a la rusa Verónica Spásskaya, dos ángeles de la guarda, dos mujeres especiales que me abrieron las puertas, que me han acompañado de una forma u otra a lo largo de mi carrera y que además son personalidades indiscutibles del campo de la traducción en Cuba, en especial del ruso.
Sonia fue mi profesora en la Universidad de La Habana, donde hizo un grupo de traductores en el que me incluyó. Trabajaríamos fundamentalmente la obra de Pushkin aunque yo temía no poder hacerlo bien. Ella insistió y yo le dije: «Bueno, lo intento pero si lo que hago no sirve, se acabó». Me tocó el poema «El eco» y la versión que hice le encantó a Sonia. Luego el grupo se fue disolviendo por diversas razones y solo yo me quedé con Pushkin, solo yo seguí arrastrando con él para toda la vida.
La relación con Verónica Spásskaya empezó cuando mi Ruslán y Liudmila alcanzó el Premio Nacional de Traducción José Rodríguez Feo, de la Uneac, y Ediciones Matanzas me lo aceptó para publicarlo en el bicentenario de Pushkin. Entusiasmado quise que Verónica hiciera el prólogo. En Cuba, Verónica laboraba en el ESTI (Equipo de Servicios de Traductores e Intérpretes), traducía con brillantez no solo del español sino también del francés. Aceptó lo del prólogo, pero necesitaba conocer lo que yo había hecho. Se lo di y un buen día me lo devolvió diciéndome: «Tiene que trabajar mucho, nada de esto sirve, Pushkin escribió Ruslán y Liudmila con versos muy alegres y burlones, acordes a su espíritu juvenil de ese momento, cuando tenía 17 años, pero el Ruslán y Liudmila que Ud. nos está brindando qué pesado, le falta esa jovialidad del original, esa ligereza». Ella tenía razón. Rehíce todo. Entonces quedó contenta y se lo enseñó a Cintio Vitier, su amigo, y quien, según ella me contó, le dijo que la traducción era una joya. Cuánta satisfacción sentí. Cuánto le agradecí a Verónica, quien a pesar de su carácter severo no dejaba de ser fraterna. Y eso pasaba en todas partes. Recuerdo que en el ESTI nadie la llamaba Verónica sino Vero.
Pushkin, el más amado
Pushkin es lo más grande que ha dado Rusia. Él supo ver el alma de esa gran nación y a su tiempo. Pero la obra de Pushkin lo desborda todo y es por eso que nos llega hasta hoy, manantial fresco, tan humana, y, por eso mismo, tan profunda, tan universal. Fue siempre un adelantado. El otro día estuve recordando un poema, «Ángelo», donde se refiere al chantaje sexual de la mujer, y a lo que pudiera ser algo así como ese bullyng del que se habla mucho hoy, en especial en el mundo virtual. Increíble. Cuán alto es su pedestal.
Pero mi amor por Pushkin aún va más allá. Lo define también algo genético. Él tiene mucho de nosotros, los cubanos. Ese carácter, ese apasionamiento, ese ser enamoradizo que, según cuentan, en los salones de bailes no se resistía a mirar los pisos brillantes para, una de sus debilidades, admirar los tobillos de las mujeres. Con un bisabuelo etíope, no extraña que Pushkin fuera mulato. Mulato como yo mismo lo soy. No, jamás pude resistirme a él. Lo amé desde el primer momento. Como mismo se le ama en Rusia donde su Rusland y Liudmila es infaltable en cada casa.
Al traducir a Pushkin me he entregado al máximo. La poesía rusa tiene algo que hace más difícil la traducción: en ella ha sido muy común el verso rimado y medido. Hay poemas, hay autores en los que esto se puede resolver con relativa facilidad, pero hay otros en los que no queda más remedio que usar el verso libre, si bien buscando algún recurso, la fluidez, la musicalidad, para sustituir la rima y la métrica. Pero en el caso de Pushkin jamás me he admitido eso. Me rompo la cabeza pero tengo que buscar versiones. Me levanto, me fumo un cigarro, me tomo un poco de café y vuelvo. Busco y busco. Yo escribo sonetos, décimas, digamos que tengo ciertas habilidades en eso, y acabo siempre dando con la solución. La que lleva.
Pushkin tiene que rimarse para serle fiel, y ya he dicho antes lo que significa para mí ser fiel al estilo, al autor… Yo con Verónica veía mucho eso, mis soluciones para Pushkin. A veces, con ese oído que ella tenía, me lanzaba alguna que otra advertencia: «Fíjate en ese verso, creo que está largo».
Las canciones-poemas de Visotsky
Visotsky es otro de mis venerados. Conocí su música de oídas en Moscú, donde se escuchaba mucho a pesar de que se había prohibido su difusión pública. Yo me preguntaba cómo llevar esas canciones-poesías a la escritura, me parecía imposible porque su interpretación con la guitarra es lo que verdaderamente constituye la sustancia de su poesía. Sabiendo de estas complicaciones, por nada de la vida me hubiera planteado la traducción de Visotsky si no hubiese sido por unos cuantos amigos. Quién se iba a imaginar que hubiese tanta sed de Visotsky en Matanzas. El caso es que cada vez que iba a la hermosa sede matancera de la Acaa (Asociación Cubana de Artesanos Artistas) a tomarme un café, a tertuliar, no eran pocos los que me asediaban, en especial los poetas Mae Roque, Israel Domínguez y Hugo Hodelín Santana. Tanto me reclamaron que empecé a trabajar un libro suyo que Sonia Bravo me había regalado: Aún estoy vivo.
Pasé no pocos apuros para trasladar al español las canciones-poemas de Visotsky, para lograr que estuviera su ritmo, su musicalidad (él lo propiciaba desde su condición de trovador, desde la guitarra, desde su performance… ¿y yo cómo lo haría?), para que estuviera el vigor contestatario, rebelde, de sus palabras, y las tantas voces de la sociedad que él dejaba escuchar… No voy a abundar en los malabares que debí hacer y me concentraré en los resultados que fui alcanzando. Primero, el hecho de que cada vez que terminaba de traducir un poema corría contento como un niño hacia a la Acaa, para enseñarlo a los amigos. Y pasó algo que considero una de las grandes satisfacciones de mi vida. Ya publicado Aún estoy vivo, me llego a la librería El Pensamiento a buscar algunos ejemplares. Como suele pasar a los escritores, se me habían acabado los que me dieron por derecho de autor, regalándolos a diestra y siniestra, y quería hacerme de unos cuantos. Solo había tres. Los tomé y cuando los estaba pagando entra una pareja y preguntan nada más y nada menos que por Visotsky. La librera les dice que yo me llevaba los últimos, y cuando vi la desilusión en sus rostros cogí un ejemplar y se los obsequié. Qué bello instante. Mi premio mayor.
Pudiera decir que otro momento de gran satisfacción para mí se produjo con la visita de Valery Shamshurin a Matanzas. Todo ocurrió porque vino una delegación gubernamental de la región de Gorki (actual Nizhni Nóvgorod) y como regalo se le dio mi traducción de Ruslán y Liudmila, con la que se quedaron tan encantados que me invitaron al Festival de Bóldino, en las afueras de Nizhni Nóvgorod, y posteriormente, en correspondencia, Valery Shamshurin, nacido allá, fue invitado a Matanzas cuando se presentó aquí su libro Las aldeas cordiales, con traducción mía. Fue muy especial todo. Después de 1959, el primer poeta… creo que es el más importante poeta ruso que ha visitado en toda la historia esta ciudad.
En todas las dimensiones con los poetas rusos
Siento gran satisfacción de haber compartido mi vida con los grandes poetas rusos. Grandes poetas que se llevaron siempre de igual a igual conmigo —nada de endiosamientos, una de mis máximas para la traducción—. Grandes poetas que como cualquiera de mis amigos me acompañaban a fumarme un cigarro, a tomar café y a conversar en el balcón de mi casa en Matanzas, mirando al mar, a la bahía toda, a los ríos Yumurí y San Juan desembocando… Poetas-amigos que tantos momentos gratos me han hecho disfrutar, poetas-amigos de los que tanto he aprendido, y con los que sueño vivir para siempre.
No creo en la resurrección carnal sino en la resurrección espiritual. Estoy seguro de que alguna vez me encontraré con Pushkin al pie de su monumento, en medio del fervor de la multitud; con Esenin en los campos de Riazán, hablándole a las vacas; con la Ajmátova en el estudio de Modigliani en París; con Evtushenko, admirando el asteroide que lleva su nombre; con Visotsky en una taberna, comentando «su Hamlet»; con Valery Shamshurin en el abrevadero del caballo de Pushkin, allá en la finca Bóldino. Estoy seguro de que me encontraré con Marina Bordínskaya y con los poetas que cantan en español y ruso en las páginas de Rusia, poesía viva, junto al estand de Ediciones Matanzas en una Feria del Libro; y con Olecia Nicolaeva, en su casa, revisando algún poema suyo traducido por mí… que pudiera ser este: «Milagro»: «De súbito una luz fabulosa iluminó/ mi vida y centelleó en un cardo/ me dije: acaso este cardo en el paraíso tiene un hermano/ o un alma gemela que quiere hablar con él.// ¿O es que el todopoderoso desde sus dominios infinitos/ con un soplo de fuego doró la luna?/ ¿O es que nuestro Señor allá en su reino celestial/ de pronto se acordó de mí?»
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Mi maestro. Nunca te voy a olvidar. Tuve el privilegio de ser el primer mortal en leer alguna que otra de tus traducciones. Guardo todos tus libros y siempre estarán conmigo. Gracias por tuTsárskoye Seló, yo también amo a Pushkin.