Hacia 1920 se inicia en Cuba una década en la que aparece con gran fuerza un movimiento de intelectuales que comienzan a pensar en términos latinoamericanos. La idea de un proyecto alternativo de sociedad, que había sido la obsesión de varias generaciones de intelectuales cubanos, desde el propio siglo XIX, llega a alcanzar un momento de singular relevancia en la que el propio Juan Marinello llama «la década crítica».[1]
Los que se iniciaron en el movimiento en la década del 20 tenían muy poca bibliografía marxista a su alcance. Según el testimonio de Alfonso Bernal del Riesgo, compañero de lucha de Julio A. Mella, los que se enfrascaban en la actividad político-revolucionaria en la década del 20, se nutrían fundamentalmente del semanario La Antorcha del Partido Comunista español, y de sus libros, así como de la Revista de Filosofía de José Ingenieros, y de las obras que anunciaba. De este modo, el marxismo llegó a calar como corriente de pensamiento en los más destacados revolucionarios de la tercera década del pasado siglo, con muy pocas lecturas de los textos originales.[2]
Ello nos lleva a reconocer, con admiración, que una parte significativa de la generación a la cual pertenecieron Mella y Marinello, asumió el marxismo de forma articulada con las tradiciones del proceso de liberación nacional del siglo XIX, cuya gran síntesis representa el ideario de José Martí, y eso explica en alguna medida el rápido auge del antimperialismo en aquellos años y la búsqueda de respuesta a los problemas nacionales y regionales más acuciantes e inmediatos.
Era cada vez más evidente la necesidad de defender la nacionalidad contra el injerencismo yanqui, frente al cual se hizo notar la dimensión latinoamericana que fue adquiriendo la crítica cubana de contenido patriótico y nacional. En este sentido, se llamó al rescate del ideario independentista, a través de las figuras de Simón Bolívar y José Martí; se condenó el panamericanismo como medio de penetración de Estados Unidos en el ámbito de América Latina y se retomó el llamado de la vanguardia antillana, de la cual formó parte Martí, en el sentido de trabajar por la unidad caribeña y latinoamericana, como respuesta a la política de expansión y dominio del imperialismo yanqui.
No puede obviarse que entre 1914 y 1929 se incrementan considerablemente los ritmos de crecimiento de las inversiones norteamericanas en América Latina, llegando a alcanzar la tercera parte de todas las inversiones de los Estados Unidos en el extranjero. Otra demostración del dominio económico del país norteño en el hemisferio era el monto de los empréstitos concedidos a las naciones latinoamericanas, que alcanzó una cifra superior a los 2 mil millones de dólares. A ello se agregaba la absoluta supremacía en el comercio de exportación e importación de América Latina.[3]
La creciente influencia de los Estados Unidos en las débiles economías latinoamericanas, fenómeno ya previsto por José Martí a finales del siglo XIX, había cobrado fuerza en el período y ello trajo consigo el interés por institucionalizar la alianza con los países latinoamericanos, tanto en el terreno económico como en el político, obteniéndose los primeros resultados en la Conferencia de Chile (1923) y en la de La Habana (1928), donde el imperialismo yanqui se propuso regularizar el funcionamiento de la Unión Panamericana.[4]
En el plano de la práctica política hay dos acontecimientos que dejan huella profunda en los revolucionarios cubanos de esta época. Una, es la revolución mexicana, experiencia que reafirma su ideal antimperialista y latinoamericanista, y el otro acontecimiento es la Revolución de Octubre, cuya magnitud le imprime un colosal impulso a la difusión de la idea socialista y viene a mostrar nuevos caminos hacia la emancipación social.
El espectro de influencias se completa con la agitación ocurrida en los medios estudiantiles latinoamericanos, que abogaban por reformar y revolucionar los altos centros de estudio en Chile, Perú, Colombia y Argentina, país este último donde tuvo lugar el origen de este movimiento. Se inscriben también en las luchas internacionalistas de esta etapa, las protestas contra la dominación colonial de Estados Unidos sobre Puerto Rico y contra el pretendido derecho de intervención armada por parte del imperialismo norteamericano en la región, así como las manifestaciones a favor de la soberanía panameña sobre el canal y el apoyo a la lucha antimperialista de Augusto César Sandino en Nicaragua.
En estas circunstancias, a comienzos de 1925, se concentra en La Habana un grupo muy significativo de revolucionarios peruanos y venezolanos, quienes se hallan en lucha abierta contra los tiranos Augusto Bernardino Leguía y Juan Vicente Gómez, cuyos regímenes sangrientos, similares al de Gerardo Machado en Cuba, los había obligado al exilio. Entre aquellos revolucionarios se hallaban los peruanos Luis F. Bustamante y Esteban Pavletich, dirigentes del APRA y representantes, por tanto, del nacional reformismo latinoamericano y los marxistas venezolanos Carlos Aponte y Francisco Laguado Jayme. Este último fundó, en 1921, la revista Venezuela Libre, subtitulada «órgano revolucionario latinoamericano», que cinco años más tarde se convierte en América Libre, «látigo de tiranos y del imperialismo», subtitulada «Revista revolucionaria americana». Marinello encabeza junto a Rubén las firmas que rubrican el «Manifiesto por Venezuela», publicado en el primer número de la revista y donde se hacen patentes sus objetivos y proyección:
Por segunda vez un ataque inaudito de nuestros gobernantes al honor de la República, nos coloca de modo resuelto frente a ellos: ayer provocaron la injerencia de los estados unidos en los asuntos internos de la Nación, con la observancia, en la administración de los intereses públicos, de una conducta reñida con toda regla de decoro, y hoy se erigen en agentes serviles y gratuitos del miserable que deshonra a Venezuela y, contra toda práctica de hospitalidad y cortesía, violando los derechos individuales consagrados en nuestra Carta Fundamental, persiguen y amenazan al grupo de intelectuales suramericanos que desde las columnas de este mensuario ha luchado en la tierra de Martí por devolver a la civilización y a la democracia a la tierra de Bolívar.
[…]Lo que el gobierno no quiere que ellos hagan lo vamos a hacer nosotros. Lucharemos, sin tregua por la redención de Venezuela, recordaremos a sus hijos su pasado luminoso, el sueño gentil de sus fundadores, el papel brillante a que la destinaba en el concierto de los pueblos libres el estadista genial que la sacó de la ignominia y la abyección de la Colonia a la gloria inmortal de Ayacucho, Boyacá y Panamá; denunciaremos a los intelectuales de Suramérica los crímenes espantosos de Juan Vicente Gómez y sus sicarios, toda la miseria, todo el dolor, toda la angustia de la gran Venezuela, y es ya cruzada interminable del vicio contra la virtud, que ha despoblado a Caracas y entronizado el pillaje en las cuencas prodigiosas del Orinoco y del Apure; procuraremos despertar en la juventud de los pueblos hispanoamericanos asco profundo contra el verdugo de Venezuela, lo combatiremos sin piedad, hasta formar en torno suyo el vacío y no cejaremos en nuestro propósito sin que el desprecio de todo el continente o una resurrección magnífica del antiguo coraje que haga dignos de sus antepasados a los descendientes de Páez, Aramedi y Cedeño, llenos hoy de estupor ante el crimen, ponga término al vía crucis de la nación hermana.[5]
En otra parte del Manifiesto, se amplían los propósitos de la publicación, y se expresa:
[…] combatir a Juan Vicente Gómez, no constituye todo el programa de esta revista. Protestando contra la tiranía espantosa ejercida sobre el pueblo que realizó la independencia de América procura, tan solo librar de obstáculos el camino a una confederación de pueblos indolatinos que garantice a estos contra el poder absorbente del imperialismo yanqui.Venezuela Libre aspira a ser en Cuba el órgano del latinoamericanismo y luchará contra esa tendencia del capitalismo norteamericano que pretende convertir en colonias a los pueblos libres de la América Española. Luchará porque los congresos panamericanos, avanzadas encubiertas del imperialismo norteño, sean sustituidas por Congresos latinoamericanos y, en cumplimiento de la misión que se arroga, abogaría entre nosotros por la supresión de la Enmienda Platt y porque la política internacional de nuestro gobierno, sin adoptar falsas posiciones frente a la Casa Blanca, se inspire más en el propósito que anima hoy a todas las clases cultas de Latino América […].[6]
La ofensiva que los gobiernos de Zayas y Machado despliegan contra los jóvenes suramericanos, los obligan a pasar la edición de las revistas a sus colaboradores cubanos. De este modo Juan Marinello, quien ya se ha había iniciado en la vida pública cubana con firmes pronunciamientos de condena contra la corrupción entronizada en los medios gubernamentales del país y con su participación en el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, integra el comité de redacción de la revista en su primera época (1921-1925) y en la segunda (1925) aparece, junto a Rubén Martínez Villena, como uno de sus directores.[7] Tanto en Venezuela Libre como en América Libre, colaboran como redactores, entre otros, Julio A. Mella, Alejo Carpentier, José Antonio Fernández de Castro y José Zacarías Tallet, unidos a los venezolanos Salvador de la Plaza, Gustavo y Eduardo Machado, entre otros revolucionarios de izquierda, que también se incorporaron como profesores en la Universidad Popular «José Martí» y fueron los que facilitaron los primeros textos marxistas a Martínez Villena.
El intercambio fructífero con los intelectuales suramericanos, que tuvo lugar en diferentes escenarios, profundizó en Marinello la idea de la unidad de Nuestra América, latinoamericana y caribeña, cuyas entrañas conocía bien y sobre cuyo porvenir escribió con mucha pasión y precisión ya desde entonces. Años después, al referirse al significado que tuvo la presencia del grupo de venezolanos antigomecistas en el proceso revolucionario cubano, Marinello destacaba:
Es justicia proclamar que su aporte contribuyó visiblemente al fortalecimiento de la conciencia antimperalista de nuestros jóvenes luchadores. La similitud de realidades ingratas en su tierra y en la nuestra hizo más clara la presencia de un mismo opresor poderoso y extraño. Y comenzó a verse con mejor claridad que en la unidad antimperialista estaba la clave de la victoria.[8]
Marinello pertenecía a un sector de la intelectualidad cubana que se nutrió de un marxismo de connotaciones latinoamericanas, en cuyo seno se debatía con mucha pujanza la relación entre marxismo y vanguardia artística. Por ello no sorprenden sus inquietantes observaciones en 1925 a un proyectado Congreso de Intelectuales Iberoamericanos en La Habana, cuya propuesta era aprobada por intelectuales de diversas regiones del hemisferio, y partía del escritor peruano Edwin Elmore.
Marinello no se opone a la realización de un evento que tiene como propósito la discusión y estudio de todas las cuestiones que tanto en el orden político como en el cultural pueden ser tenidas como vitales para el desenvolvimiento de Iberoamérica, sino a la acción política que se pretende desplazar por tal Congreso, ya que se le intenta separar del contacto e intereses de las masas populares, obviando el orden social vigente en América Latina y de las burguesías nativas, totalmente opuestas a dar una batalla definitiva por la independencia económica y política de América Latina. En tal sentido Marinello señala muy atinadamente:
La verdad es —aun cuando sea doloroso confesarla— que han pasado cien años desde la iniciativa bolivariana de Panamá, pero no ha pasado un día en las posibilidades de fructífera unión. Se olvida con lamentable frecuencia, que la unión no quedará hecha con la retórica alusión a la comunidad de orígenes ni aún con la intensificación de vínculos de orden material. Ya es hora de que pongamos el dedo en la llaga y descubramos que la unión moral, la que ha de traducirse en la práctica de una alta política continental, está condicionada —aunque parezca paradójico— a circunstancias locales. De 1825 a nuestros días hemos oscilado entre la Revolución y la Dictadura, permitiendo en fatalista ironía que los hombres rubios —burguesía del orbe— transformen en provecho material nuestra impreparación y nuestra discordia.
[…] Aún en desdichados países, es azote terrible el analfabetismo, con su efecto más nocivo: el caudillaje. Aún señorean montañas que fueron cumbres de libertad, gobiernos contrarios a la dignidad humana; todavía se sientan sobre la tierra nuestra —¡infeliz Venezuela «madre de América»!— poderes malditos.Ante tal estado de cosas no negaremos, porque ello sería ceguedad insigne, que existe un anhelo de unificación de fuerzas; pero ¿pueden tan desfavorables circunstancias integrar la organización de un serio pensamiento continental?, ¿puede esperarse que los representantes de estados sociales lamentables unan su esfuerzo a espíritus templados en nobles vanguardias?[9]
Acorde con las manifestaciones vanguardistas de la época, cumple un papel primordial en la renovación de las tendencias literarias de Cuba, influida por aquellas que marcan el devenir de las letras en Latinoamérica, el Grupo Minorista y la Revista de Avance, de la cual fueron colaboradores o visitantes los escritores latinoamericanos de mejor calidad en la época. Varios números de la revista se dedicaron, entre otros temas, a José Carlos Mariátegui, al arte mexicano del momento, al pensamiento cubano del siglo XIX y particularmente al ideario militante de José Martí. A pesar de no haber crecido con una orientación ideológica definida y homogénea, esta publicación, de la cual Marinello fue uno de sus editores, dio a conocer a relevantes figuras hasta entonces desconocidas como eran el amauta peruano y Diego Rivera. Tanta importancia concedió Marinello a este proyecto, que lo consideró como el más importante hecho de cultura anterior a la Campaña de Alfabetización de 1961.
La revista tiene su origen en el Grupo Minorista, al cual se integra Marinello junto a otros intelectuales de su generación, firmando el Manifiesto de mayo de 1927 que se pronuncia por la solidaridad y la unión latinoamericanas. Por la heterogeneidad del movimiento que le dio origen, en su interior se manifiestan diversas tendencias que bajo el peso de los acontecimientos deciden el proceso de escisión que finalmente lo debilitaría y lo llevaría a la crisis, pero Marinello es el único de los directores que, según Roa, «tuvo el denuedo de quemar las naves y pasarse al palenque de la revolución».[10]
Sin embargo, uno de los hechos significativos vinculado a la actividad cultural del Grupo Minorista fue el comienzo de la comunicación epistolar a través de la revista entre Marinello y José Carlos Mariátegui, quien entonces dirigía la revista Amauta, en Lima, Perú, y a quien el cubano valoró por haber alcanzado su mayor jerarquía en la polémica política.[11] No lo conoció personalmente, pero la correspondencia le permitió aquilatar en toda su magnitud la intensa personalidad y el talento creador del destacado marxista peruano, quien fue fundador del Partido Socialista de Perú, devenido después de su muerte en Partido Comunista (1930). Dos años antes había dado a conocer sus «Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana», lúcida obra difundida tempranamente en Cuba que se propuso profundizar en la realidad de América Latina.
Marinello se impregnó del marxismo de Mariátegui que evitaba copiar experiencias europeas y señalaba la necesidad de encontrar un camino revolucionario propio, y ello lo involucró en polémicas que, a inicios de la década del 30 abordaban la solución y fuerzas sociales que debían intervenir en el conflicto cubano, en pleno apogeo de la lucha contra Machado. Sin embargo, asumiendo una posición cercana a Mariátegui, Marinello no hace un rechazo absoluto a la reapropiación del saber europeo para enfocar la situación de nuestra América, sino que a partir del conocimiento de estas corrientes de pensamiento decide tomar aquello que es útil a la realidad latinoamericana, y en particular, a Cuba.[12]
Sus actividades revolucionarias durante la década crítica hasta la caída del machadato lo condujeron en varias ocasiones a prisión. En 1932, la circunstancia de hallarse en el llamado Presidio Modelo, junto a miembros del Ala Izquierda Estudiantil, organización que no solo combatió la dictadura machadista, sino que denunció y enfrentó a quien la sostenía: el imperialismo yanqui, contribuyó a profundizar sus ideas políticas. Durante esta etapa, y a través de militantes del Ala Izquierda Estudiantil como Raúl Roa y Pablo de la Torriente Brau, se pone en contacto con los clásicos del marxismo y de Lenin, de los que apenas se conocían algunas pocas obras en Cuba, con traducciones muy deficientes en determinados casos. Raúl Roa nos recordaba que en aquella época en Cuba la bibliografía marxista-leninista era bastante «pobre», y era mucho más rica la de Lenin que la de Marx y Engels, por lo que esa generación en su mayoría fue desde Lenin a Marx y no a la inversa, como suele ocurrir en la mayor parte del mundo.[13]
Posteriormente, en su exilio mexicano (1933), conoció al destacado marxista argentino, Aníbal Ponce, autor de Educación y Lucha de Clases, cuyas virtudes y capacidades personales le hizo destacar que fue «el más escritor de todos los intelectuales revolucionarios de su época». En México Marinello lo invita a dictar algunas conferencias en la Institución Hispanocubana de Cultura, lo que no puede cumplirse al sorprenderle la muerte en un inusual accidente cuando se disponía viajar a La Habana.
La estancia de Marinello en México, primero en 1933 y después en 1935-37, no solo le permitió establecer contactos de fraternal amistad y fructíferos intercambios con importantes intelectuales progresistas de la época, como es el caso de Ponce, sino que también le permite quizás por esto mismo, la reafirmación de sus concepciones latinoamericanistas esenciales que se expresa en la difusión cultural, en el ejercicio de su labor periodística[14] y en la creación de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), de cuya dirección llega a formar parte. Precisamente, auspiciado por esta Liga, integra el Comité Preparatorio del Congreso de Intelectuales Mexicanos, inaugurado el 17 de enero de 1937 y es electo secretario general de la Unión de Revolucionarios Latinoamericanos (URLA), fundada en mayo de 1937 con el propósito de «trabajar por la libertad económica y política de los pueblos hispánicos de América, y prestar eficaz auxilio a los revolucionarios de estos pueblos residentes en México».[15] En esta etapa publica su segundo libro de ensayos dedicado a la Literatura Hispanoaméricana.
Marinello es uno de los muchos intelectuales que, durante la lucha contra Machado, se incorporan a los movimientos de carácter antimperialista que postulan demandas nacionalistas y se manifiestan a favor del socialismo. Es líder de la Sección Cubana de la Liga Antimperialista de las Américas que fundó Mella y desde esta posición realiza una intensa actividad que incluye no solo la lucha por la plena independencia de Cuba, sino también por la independencia de América Latina y de otros pueblos del mundo. Precisamente a tenor con esta responsabilidad es que en 1934 organiza y preside el primer Congreso contra la Guerra, la Intervención y el Fascismo. Cuba se enlazaba así a los hombres de sensibilidad y talento que, en diversas partes del mundo, se reunían para conjurar el peligro de una guerra de incalculables consecuencias para la humanidad.[16] A España y a su pueblo les correspondería por designio de la reacción confabulada contra la libertad y los derechos de los pueblos, ser el primer campo de confrontación en la arena internacional.
Marinello parte hacia la España republicana, agredida por el fascismo para asistir a un congreso histórico celebrado entre el 4 y el 14 de julio de 1937. Allí, en medio de ciudades bombardeadas, en las trincheras milicianas, en cálida convivencia con el pueblo español que mostraba su inquebrantable decisión de lucha, tiene lugar una reunión de intelectuales que, desde todos los confines del mundo, se habían dado cita para discutir, entre otros temas, sobre el papel del escritor en la sociedad, la dignidad del pensamiento, la ayuda a los escritores españoles y al pueblo todo que día a día daba muestras de una resistencia insuperable.
Es del todo significativo que en el Congreso en Defensa de la Cultura en que participan 75 delegaciones de lo más avanzado y leal de la inteligencia de los pueblos, Marinello haya sido designado para representar muy dignamente a la delegación latinoamericana, que tenía en sus filas a personalidades tales como el gran poeta peruano César Vallejo y el chileno Pablo Neruda, de cuya poesía Marinello había escrito el primer ensayo cubano desde la cárcel del Castillo del Príncipe, a donde fue confinado por su actividad antiimperialista. Acerca de lo que había significado para él tal designación, comentaba en una carta dirigida a su amigo Manuel Navarro Luna:
[…] Ahora te diré algo sobre el Congreso. Excelente. No porque en él se debatieran cosas fundamentales, o se aclararan derroteros para la mejor creación artística y su servicio; no podía ser; fue lo único que podía ser: una adhesión encendida, plena, a un pueblo que lucha por todos los hombres en estos momentos. Además, ¿podía esperarse otra cosa cuando desde los salones de la discusión se oían las bombas destrozando casas y gentes y desde las ventanas se veían los combates entre nuestros aviones y los contrarios?Creo, debo decirlo, q. (sic) la Delegación Cubana quedó bien. La compusimos Nicolás, Pita, Carpentier y yo. Tuvo la Delegación estos dos grandes honores: que su jefe, yo, fuera electo Presidente de todas las Delegaciones Hispanoamericanas y que se me diera la Presidencia de la más histórica de todas las sesiones: la de Madrid. […] No podré olvidar esta gran distinción. Nicolás estuvo admirable en su disertación sobre raza y fascismo. Gran éxito el suyo. Yo fui señalado para hablar en la sesión de clausura, que fue magnífica, en Valencia […][17]
Para la sesión de clausura, el 10 de julio de 1937, Marinello pronuncia, en nombre de lo más lúcido y noble de la intelectualidad latinoamericana que asiste al histórico congreso, un discurso en el cual expresa:
Las delegaciones hispanoamericanas en este Congreso me han hecho su representante ante este Pleno. Ellas dicen por mi boca que entienden y miden el tamaño de su compromiso y que lo aceptan. Así será, camaradas. Lo prometemos fijo el recuerdo en un hombre que por escritor, por español, y por Hispanoamericano, y por héroe, merece y exige nuestra mejor palabra y nuestra más comprometida decisión; fijo nuestro corazón en un cubano cuyo nombre, grabado en las paredes de esta sala, es orgullo y deber: Pablo de la Torriente Brau, camarada intachable ahora en su presencia sin mudanza, camarada guiador en el alba que ya apunta.[18]
Más allá del Congreso Marinello apela a la conciencia colectiva de los escritores latinoamericanos y desde Madrid, la heroica, les recuerda a través de las páginas de la revista Mediodía, que España es el futuro de todos los pueblos, pero fundamentalmente, el futuro de Hispanoamérica. Esta exhortación a la solidaridad se multiplica en diferentes Congresos, Conferencias y Tribunas, que lo convierten como el propio Ángel Augier ha expresado en un líder de masas.
Es por esto que puede afirmarse que, en los días de México y España, crece y se afianza el latinoamericanismo fecundante de Juan Marinello, que supo apreciar a América Latina con la visión martiana, que hermana pueblos, pero no olvida diferencias imprescriptibles, que no impiden la unificación de los pueblos para declarar la hora de su segunda independencia. De este modo, en 1948, apenas concluida la Segunda guerra mundial, determinado a cumplir el mandato de Martí y los próceres latinoamericanos dirige a los escritores venezolanos un discurso muy lúcido en el que anuncia:
Dentro de una hora de inmedible alcance nuestras patrias americanas se asoman a una coyuntura decisiva. Marcharán con el mundo, pero en la faena universal tienen un gran problema común y un deber propio […] Hay algo que parece muy claro: si, por encima de singulares diferencias, tienen nuestros pueblos hispánicos necesidades y aspiraciones comunes —y ello no admite negativa—, está dicho que ninguna solución es válida si no abarca, en lo esencial, la órbita de esas aspiraciones y necesidades.[19]
No es difícil apreciar en la proyección antimperialista y latinoamericanista de Marinello, la influencia del legado martiano, de cuyo rescate fue pionero junto a Julio A. Mella. El pensamiento de Martí y el de los marxistas cubanos que protagonizaron las luchas revolucionarias en la etapa representan dos momentos históricos que se articulan por la lógica de los acontecimientos y las ideas en el complejo, contradictorio y continuo proceso de liberación nacional cubano.
La asunción de la ideología marxista y leninista en Juan Marinello tuvo lugar en la medida en que un profundo conocimiento de la historia y el pensamiento de la nación cubana lo condujo a asumir las posiciones de la liberación nacional. Así mismo las condiciones histórico-concretas le llevaron a buscar en el pensamiento universal de nuestra época, en lo mejor del pensamiento nacional y latinoamericano, los presupuestos teóricos para dar respuesta a la problemática fundamental de su época histórica.
En Marinello se manifiestan elementos conceptuales que tuvieron en el legado martiano su más vital sustrato y con el marxismo y el leninismo un enriquecimiento que incluye la vía y el método para el logro de su más acabada expresión en nuestra época. Ejemplo de ello fue la concepción del antimperialismo que define la propia existencia del pueblo cubano frente a las apetencias de las élites del poder en los Estados Unidos. Tal claridad de Martí es fertilizada con la teoría leninista del imperialismo, que reafirma, fortalece y precisa en las nuevas circunstancias históricas, el legado martiano.
Aunque Martí no pudo penetrar la esencia última del fenómeno imperialista, las raíces económicas en toda su profundidad, lo cual sería exigirle demasiado para su época histórica, sí vislumbró la naturaleza opresora y la magnitud continental del peligro imperialista para el libre desenvolvimiento de nuestros pueblos y parte de los rasgos esenciales, incluidos algunos de los que, en la esfera económica, develaría más tarde Lenin. Es por ello que no existen contradicciones esenciales entre el antimperialismo martiano y la concepción leninista del imperialismo desarrollada posteriormente y que fuera estudiada y asimilada por Marinello.
Otro ejemplo de influencia medular es la concepción latinoamericanista, que se expresa en la urgencia de la solidaridad y la unidad de todos los pueblos de Nuestra América frente al imperialismo norteamericano. El latinoamericanismo como expresión del internacionalismo, en primer lugar de la nación cubana, que libre e independiente, pudiera constituirse en un valladar a las apetencias expansionistas norteamericanas.
Para Marinello, como para Martí, el enfrentamiento al imperialismo no era solo una necesidad para Cuba, sino para toda la América Latina. La posibilidad del triunfo de la Revolución en Cuba fue sustentada sobre la base de una amplia solidaridad y de una unidad popular latinoamericanas frente al imperialismo yanqui. Se trataba de dar solución a la contradicción principal en los pueblos neocoloniales latinoamericanos (los pueblos naturales en el lenguaje martiano): la existente entre el imperialismo y el pueblo.
Martí constituyó el sustrato para construir, junto a Marx, Engels y Lenin, una apreciación teórica y práctica, del hacer revolucionario en nuestra patria. Juan Marinello expresa en su obra que el socialismo es la continuidad necesariamente histórica del desarrollo del movimiento nacional liberador cubano en la época contemporánea. Al ser Martí síntesis suprema del pensamiento revolucionario, humanista, de dignificación del hombre y de la justicia social, resulta el más válido y natural elemento de articulación de la tradición y el pensamiento nacional, con lo más progresivo y revolucionario del pensamiento universal del siglo XX. Así, el socialismo no llegará como exportación extraña, sino que está genuinamente incorporado a la cultura política cubana.
Juan Marinello, hombre inquieto y perseverante, actuó en una etapa sumamente convulsa que demandó de los revolucionarios una buena dosis de valor para defender los intereses de los pueblos de nuestra América y en particular, de su patria. Martiano y latinoamericanista, o latinoamericanista martiano, actuó siempre con honestidad meridiana, sumándose al sueño de aquellos intelectuales que decidieron sumarse a la busca de su identidad nuestroamericana.
* * *
Tomado de Open Edition Books
[1] Marinello se refiere al período de 1920 a 1930.
[2] Alfonso Bernal del Riesgo: «Leonardo Fernández Sánchez», Granma, La Habana, 26 de enero de 1974.
[3] Sergio Guerra: Breve historia de América Latina, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2006, pp. 210-211.
[4] Ídem, p. 211.
[5] Venezuela Libre, 1ro de mayo de 1925, p. 3. Ver: Ana Núñez Machín: Rubén Martínez Villena, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1974, pp. 358-359.
[6] Venezuela Libre, ídem, p. 10. Ver: Ana Núñez Machín, Ob. cit., pp. 127-128.
[7] Ana Suárez Díaz: Cada tiempo trae una faena. Selección de correspondencia de Juan Marinello Vidaurreta. 1923-1940, La Habana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello y Editorial José Martí, 2004, p. 25.
[8] Juan Marinello: «Cuando los tiburones fueron verdugos. El caso espantable de Laguado Jayme», Bohemia, La Habana, 7 de enero de 1977, p. 44.
[9] Juan Marinello: «Sobre el proyectado Congreso Libre de Intelectuales Iberoamericanos». En: Obras Juan Marinello. Cuba: Cultura [Compilación, selección, notas Ana Suárez Díaz], La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1989, p. 188.
[10] Raúl Roa: Escaramuza en las vísperas y otros engendros, La Habana, Universidad Central de Las Villas, Editora Universitaria, 1966, p. 369.
[11] Orlando Castellanos: «Juan Marinello. A los 75 años de su vida», Bohemia, La Habana, 2 de noviembre de 1973, p. 6.
[12] Juan Marinello: «Sobre la inquietud cubana». En: Órbita de la Revista de Avance, p. 316.
[13] Raúl Roa: «Transcripción de sus palabras en el Sábado del libro donde se lanzó Poesía y Prosa de Rubén Martínez Villena, con motivo del 45 aniversario de su desaparición», Bohemia, La Habana, año 71, no. 3, 19 de enero de 1979, pp. 39-40.
[14] En su primer exilio mexicano imparte un curso de pensamiento político hispanoamericano (de Bolívar a Mariátegui) en la escuela de Verano de la Universidad Nacional y un curso sobre José Martí. Además colaboró con los periódicos Excelsior, Diario de Yucatán, Alcancía, El Libro y El Pueblo, Letras y El Universal. Igualmente desplegó una intensa divulgación del pensamiento martiano a través de publicaciones y conferencias. Durante su segundo exilio, además de impartir clases mantiene una colaboración semanal fija en El Nacional y colabora en Repertorio Americano, de San José, Costa Rica.
[15] Ana Suárez Díaz: Ob. cit., p. 42.
[16] Siguiendo un itinerario dramático, paralelo al avance de las fuerzas incendiarias de la guerra en el mundo, se reúnen en distintos puntos del planeta (Moscú, mayo de 1934); Estados Unidos (septiembre de 1934); París (mayo de 1935) y México (febrero de 1937).
[17] Ana Suárez Díaz: Ob. cit., tomo II, pp. 583-584.
[18] Ana Suárez Díaz: Ob. cit., tomo I, p. 43.
[19] Juan Marinello Vidaurreta: Ensayos, La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1992.
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