Este 20 de julio en la librería Fayad Jamís se realizó el Jubileo de Letras Cubanas. Este espacio se efectúa una vez al mes para celebrar los cumpleaños de los autores que pertenecen a ese catálogo.
En esta ocasión sería homenajeado el poeta y crítico Lázaro Castillo. El periodista Fernando Rodríguez Sosa sería su entrevistador. Entre el público se encontraban el presidente de honor de la UNEAC, Miguel Barnet y el periodista y crítico literario Pedro de la Hoz.
Niño precoz, nació y creció cerca de la naturaleza, entre sus ríos, sus matas de mango y el olor de las plantas de café; también oyendo la radio, el ruido del refrigerador de petróleo, viendo el humar de la lámpara de luz brillante y su familia de raíces españolas, cosas que nunca ha olvidado y es tema recurrente en su obra: la infancia.
Sus poemas empiezan desde la primaria, por encargo, para la iglesia, que eran décimas influenciado por el repentismo de su abuelo.
Su poesía tiene gran carga erótica y ha sido calificada de «bella». Castillo aboga por el cuidado del lenguaje, por la preocupación de la imagen, del movimiento, del cuerpo. Con ella —la metáfora— descubre lo que significan las puertas, el vino, el frío. Siempre ha tratado que no sea una literatura sucia, burda, sino bien limpia.
Cada libro —le confirma a Sosa— es una unidad, el cual no empieza a escribir hasta que no tiene concebida la última letra. El texto puede nacer a partir de un concepto, una motivación, lo elabora a mano, como los antiguos y después les hace otra limpieza cuando lo transfiere a la computadora.
Para él, que ocupó varios cargos, escribir y dirigir le es difícil, pero no imposible. Dirigió en momentos complejos, bajo su mandato como presidente de la AHS nacional se crearon las agencias de rap y de rock. Allí logró formación, enseñanzas, también la posibilidad de conocer a casi toda Cuba y aprendió a hacer uso de la madrugada para la creación.
Siendo un escritor por excelencia de poesía, opina que escribir novela es algo muy serio, que no está preparado para tal cosa, lo más parecido a la prosa para él es el ensayo, o quizás las viñetas sobre su pueblo, San José. Pero siempre está en esa vía: la crítica, la poesía. «Uno debe escribir y respetar los géneros, y respetarse a sí mismo» —argumentó.
Opina que, aunque exista el libro digital y esté ganando terreno, el libro en papel tiene su valor, porque con él ocurre una cosa: si el libro no está impreso pareciera que no existe, por eso no va a morir —dijo. Tocar un libro antiguo es un tesoro, una experiencia con valor, que hace que el libro valga.
Escogió para leer al público tres libros. Del primero La entrada de la noche: «Y mi lámpara de campo» y «Olvido memorable»; del segundo Instagram tomó tres poemas sin títulos y del tercero, La boca incendiada leyó dos poemas intitulados también.
Teresa González, directora de Letras Cubanas, le entregó un pequeño presente en nombre del colectivo a este niño guajiro —como él mismo se definió— que tuvo la suerte de haber encontrado personas que le ayudaron a caminar por esta senda.
La librería Fayad Jamís, al concluir la actividad, puso a disposición del público el libro A la entrada de la noche, bilingüe en español y en inglés, una de sus creaciones más queridas, porque lo concibió en su estadía de ocho meses en Dinamarca, en momentos de mucha soledad y reflexiones. «Es una irreverencia personal […] una reverencia a la memoria de mi infancia» —confesó.
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