Las afinidades poéticas son más decisivas que las agrupaciones generacionales. Aun habiendo nacido en el mismo año, los poetas pueden diferenciarse sustancialmente por poseer obras emotivas, sensoriales o intelectivas. Entre el griego Konstantino Kavafis (29 de abril de 1863) y el cubano Julián del Casal (7 de noviembre de 1863) coinciden las fechas generacionales y las afinidades, aunque hayan nacido tan distantes y sin conocerse jamás. En lo sucesivo tomo como obras referenciales las siguiente: Julián del Casal, Poesías, Consejo Nacional de Cultura, Edición del Centenario, La Habana, 1963. Konstantino Kavafis, Poesías completas, Hiperión, Madrid, 1976, y 65 Poemas recuperados, Hiperión, Madrid, 1979. Casal fue también conocido en inglés y francés, pero en fechas posteriores a 1893.
Las coincidencias establecen entre ellos un curioso juego numérico, que haría las delicias de los neopitagóricos: nacen y mueren en años terminados en 3; Casal fallece en 1893 y Kavafis cuarenta años más tarde, en 1933; el primero estaba a punto de cumplir treinta años y el segundo, muere el mismo día en que cumple los setenta. El cubano no alcanzó el relieve internacional del griego, pero en el año en que Casal fallece, Kavafis no tenía aún una obra tan consolidada como la que ya lograba el triste cantor de «Páginas de vida».
Kavafis comienza a ser reconocido en el contexto europeo veinte años después de la muerte de Casal. Ambos poseen una obra de extensiones semejantes: ciento cincuenta y siete poemas el cubano y ciento cincuenta y cuatro el griego, luego acrecentada en edición póstuma de sesenta y cinco textos más, con los que superó cuantitativamente al cubano. Hasta el momento de su muerte, Casal poseía una obra lírica más extensa e incluso más elevada cualitativamente que el Kavafis de 1893. Pero el cubano estaba rodeado de algunos fatalismos: era un poeta finisecular de una colonia ultramarina de potencia europea en decadencia. Los poemas que darán legítima fama a Kavafis llevan por lo común fechas posteriores a 1912. Sólo entrado el siglo xx el poeta griego rompió el cerco localista, en tanto Casal continuaba en su insularidad, a veces «descubierto» por poetas de diversos parajes de la lengua española, francesa o inglesa.
Hasta aquí, tales relaciones pudieran parecer poco sustanciales, fortuitas, y no podría sostenerse un paralelo mayor si no fuera porque existen varios elementos de sus respectivos contenidos poéticos que los aproximan mucho más. Casal y Kavafis eran sensibilidades paralelas que amaron lo incorruptible y cantaron a los placeres corporales, sensoriales, con sentido de trascendencia estética. Ambos suspiraron por algo más allá del aquí y ahora en que vivían, con idealizaciones más o menos pronunciadas en sus respectivos orbes poéticos. Cierta artificialidad presidía sus sentidos exquisitos sobre el arte, que a veces les llevaba a aspirar a vivir en regiones casi extraterrenas, en compensación de la realidad en bruto. Así, en «Aegri somnia» Casal sueña con: «un país de eterna bruma», «donde la mente lo infinito asombra / y oye el alma vibrar entre la sombra / voces desconocidas de otro mundo». A la par, Kavafis escucha: «melodías que traen místicas / músicas del coro de las estrellas», según se lee en «Al abrir la ventana», donde se revela, en pleno otoño, que: «el signo del mundo corrupto / halla eco en mi naturaleza corrupta». Ese horror de la corrupción material, también aterraba a Casal, y condujo a ambos artistas a crear textos poéticos que los aproximan mucho más allá de la propia «carne corrompida» que Casal evoca en «Cuerpo y alma».
Pero quizás el más importante contacto entre ambos sea el amor a la antigüedad clásica, que está en la base de la mejor poesía de Kavafis, en sus memorias de los Ptolomeos, en el gran pasado culto y de disipación de la Alejandría helenizada, y en el panhelenismo con que reúne griegos, cristianos y judíos en textos que poseen sustento histórico y fuentes definibles, como «El disgusto del seleúcida», «En la tarde», «Hijo de hebreos», o su excelente «Miris, de Alejandría». Los «Bocetos antiguos» de Casal también ofrecen esas reuniones de culturas y etnias, enriquecidas en él con la presencia de los romanos, como se advierte en el mundo griego de «Las oceánidas», el judaico de «La muerte de Moisés», el romano de «La agonía de Petronio» y hasta la tradición cristiana de «El camino de Damasco», no inferiores, por cierto, al casi aristocrático nimbo con que Kavafis rodea a sus creaciones de fechas similares. La diferencia puede consistir, en sus esencias, en que el gran poeta griego se apoyó en un erotismo que por momentos querría superar su esteticismo literario, mientras que en Casal ese esteticismo predomina. Además, Kavafis estaba en su mundo natal greco-alejandrino, solo que desplazado en el tiempo, hacia el pasado, en tanto a Casal se le atribuye una evasión o idealización tempo-espacial que rebasa el sentido del pasado, también advertido en sus creaciones. Podemos discutir el término «evasión», poco aplicable a la poesía de rango estético como la de estos dos creadores, pero siempre hay que tener en cuenta los sitios de desplazamientos de ambos y las ventajas o desventajas que sus circunstancias les dona a ellos y al conocimiento universal de sus obras.
Ninguno de los dos canta al envejecimiento o a la corrupción de la carne, y en tal negación no temen rendir culto al artificio. El amor por lo artificial o por lo construido con materiales más o menos imperecederos, es una constante casaliana, en su usual oposición arte vs naturaleza, que el poeta define claramente en su poema «El campo»:
Más que la voz del pájaro en la cima
de un árbol todo en flor, a mi alma anima
la música armoniosa de una rima.
El habanero deshojaba «nívea flor en sus dedos nacarados», mientras que en «Sueño de gloria. Apoteosis de Gustavo Moreau» logró una apoteosis personal de perlas de oro, mármoles, nácar, plata y ciertas «flores de jardines celestiales» que antes que flores de naturaleza, han de ser de artificio, como sus propias «Rubias cabelleras». Tanto Casal como Kavafis fueron adoradores del sobredorado, del amarillo, de los rubios y los finos cabellos, en Casal esto se explícita en su preferencia por: «el oro de teñida cabellera», en tanto Kavafis no parece que tenga vista, en sus poemas, para seres con otra coloratura de cabello, que solo ocasionalmente asoman con faz morena en sus versos.
También «En el campo» Casal presenta ese sentido de artificialidad o al menos de cultivo no natural de la flor:
A la flor que se abre en el sendero,
como si fuese terrenal lucero,
olvido por la flor de invernadero.
Konstantino Kavafis elige también a la flor para dejar en claro su amor o su preferencia por lo artificial o artificioso. Él no presenta la duda implícita de Casal, quien, quiéralo o no, reconoce belleza en el trino del ave en «un árbol todo en flor», y hasta salva de su condición efímera a la flor del sendero, comparándola con una estrella. Kavafis fue más agresivo en su predilección por lo artificial, o quizás solo subrayaba con más fuerza lo que explicitaba Casal acerca de la dicotomía artificio/realidad. La mejor comparación pide citar en extenso estas kavafianas «Flores artificiales» (Febrero de 1903):
No amo los verdaderos narcisos –ni las lilas, /ni las rosas verdaderas.
Ellas adornan gastados, vulgares jardines.
Su carne me disgusta, me cansa y entristece
Estoy cansado de su perecedera belleza.
Amo las flores artificiales –gloria del cristal y del metal–
Con sus indeseables, incorruptas, fatales formas.
Flores de soberbios jardines de otros mundos
Donde residen la Contemplación, el Ritmo y la Sabiduría.
Amo las flores hechas con cristal u oro,
Genuinas ofrendas de un arte genuino;
Teñidas con colores más agradables que los naturales,
Forjadas con madreperlas y esmaltes,
Con hojas ideales e ideales tallos.
Las que sacan su gracia de un Gusto sabio y puro;
Las que no brotan sucias de una tierra fangosa.
Si carecen de aroma, derramaremos fragancia,
Quemaremos mirra de sentimientos viejos.
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