Casi tan traída y llevada como su vida (recogida en libros, estudios especializados y hasta un filme), lo ha sido la extraña muerte de Julián del Casal. ¿Que cómo fue? Pues de risa, cuando alguien hizo un chiste que le provocó un ataque de risa tal que se le reventó un aneurisma y se desangró. Tenía 29 años y cenaba en la casa de una familia amiga.
Y lo más paradójico: a Julián del Casal, de espíritu entre infortunado y tristón, nunca le dio la vida tantos motivos como para «andar por ahí riéndose».
Casal, vaya otra paradoja más, nunca pasó de ser un modesto escribiente de la Intendencia General de Hacienda (puesto que perdió al publicar un artículo alusivo al Capitán General), aunque fue un talentoso redactor de prensa y colaborador de revistas culturales.
Pocos giros dio a su existencia, casi totalmente habanera, cuyo ciclo vital alcanzó solo treinta años: del 7 de noviembre de 1863 al 21 de octubre de 1893. Cursó estudios en el «alcurniado» Colegio de Belén, se graduó de bachiller y hasta inició estudios de Derecho que no concluyó.
Hizo un viaje corto a España en 1888 y de regreso se encontró con que estaba aún peor en cuanto a fondos económicos. Casal fue un evasor constante de la realidad circundante. Para ello contó con la literatura, y con la poesía en particular. Tuvo un espíritu proclive a la soledad y el misticismo, bueno sería ahondar en los motivos.
Demos la palabra a Cintio Vitier:
- Cuando Casal surge a las letras, ya quedan atrás la Guerra de los Diez Años, el Pacto del Zanjón, la propaganda autonomista, el fracaso de todas las esperanzas cubanas. Sobre ese fondo nacional, la muerte de la madre, la ruina del padre y el temperamento neurótico hacen el resto.
De sus días de corrector de pruebas y periodista en el diario La Discusión surgió su relación con la familia Borrero y poco después su encuentro con Rubén Darío en La Habana de julio de 1892.
Fue en la redacción del periódico El País donde se estrecharon las manos, aunque desde antes —1887— se conocieron por la vía del correo. La impresión causada en Casal la narra Raoul Cay, redactor de El Fígaro, quien asistió al banquete de bienvenida ofrecido a Darío: «Casal apenas almorzó, la admiración que siente por Rubén y el regocijo de tenerlo cerca, quitaron el apetito al sombrío poeta de Nieve».
La celebridad de Casal, acrecentada con el tiempo, proviene de su condición de ser uno de los representantes cimeros del modernismo en Hispanoamérica. Esta corriente de renovación literaria comienza a expresarse en el último cuarto del XIX a través de la prosa del cubano José Martí y del mexicano Manuel Gutiérrez Nájera, Rubén Darío y Julián del Casal son sus otros dos puntos culminantes en el terreno de la poesía: el primero por conducto de Azul, y el segundo, de Nieve, sin olvidar en el recuento al colombiano José Asunción Silva.
Con su toque de exotismo —desde el pintoresquismo japonés hasta el matiz afrancesado—, el modernismo —temas de porcelanas y amplio uso del color— abrió para Julián del Casal las posibilidades estilísticas que su marcado estaticismo no le permitió experimentar físicamente.
La obra de Casal aparece recogida en sus textos Hojas al viento, Nieve, Bustos y rimas. Después proliferaron las ediciones póstumas, se compilaron sus crónicas, se publicaron selecciones de sus poemas, se le tradujo a otras lenguas.
Amo el bronce, el cristal, las porcelanas, las vidrieras de múltiples colores...
Quizá hubiera sido este el mejor epitafio para el poeta que vivió en un pequeño cuarto de Paseo del Prado entre Ánimas y Virtudes, La Habana, como hoy lo recuerda una tarja al paseante desprevenido.
Que un personaje así perviva en la memoria a 129 años de su partida el 21 de octubre de 1893, constituye la prueba mejor acerca de quién fue y qué representó para las letras el siempre joven poeta Julián del Casal.
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