Julio Travieso, uno de los mayores exponentes de las letras cubanas, debió esperar años para recibir, en 2021, el Premio Nacional de Literatura. Al concedérselo por unanimidad, luego de intensas argumentaciones, el jurado, que presidió Miguel Barnet, tomó en cuenta los extraordinarios méritos de su obra narrativa y el rigor de su prosa, donde esplenden el lenguaje, la imaginación y una sólida estructura.
La crítica exalta su estilo «limpio y contundente»; su lenguaje sencillo y diáfano que es instrumento eficaz de un discurso narrativo de indudable alcance en el contexto de la literatura cubana actual. Destacan asimismo, los estudiosos, la forma en que el escritor ha abordado, con acierto e inteligencia, problemáticas del hombre y su mundo pues Travieso cree, como Milán Kundera, que el novelista es un explorador de la existencia.
Imposible seguir paso a paso la larga carrera de este escritor nacido en La Habana, en 1940. Se inició en la literatura con Días de guerra (1967) un libro de cuentos con el que volcó su participación en la lucha contra la dictadura batistiana, cuando fue detenido y torturado. Un libro este, junto con la novela Para matar al lobo (1971); mención Casa de las Américas, que su creador ve hoy como fruto de la época de la literatura de la violencia en Cuba y con las que quiso librarse de fantasmas que lo acosaban.
En 1981 otra novela suya, Cuando la noche muera, obtiene el premio de Unión de Escritores, y el autor se anota un significativo éxito de público y crítica con Llueve sobre La Habana (2004) que ha sido traducida a no pocos idiomas y ante la que cada lector deberá decidir si se trata de una novela del amor o de la tristeza o de una ciudad sobre la que llueve.
Más allá de toda clasificación es la historia de un hombre y una mujer frustrados y golpeados por la vida que se encuentran y desencuentran y que, diferencias aparte, tienen la desesperanza como denominador común en una Habana signada por la crisis económica de los años noventa del siglo pasado, crisis llamada con eufemismo «periodo especial», con sus seres marginales, gente que toca fondo, o que después de ser alguien son devorados por las circunstancias; los que se marcharon del país o aspiran a dejar atrás una ciudad sórdida, con carencias a veces traumáticas y una tristeza melancólica, pero con remanentes de esplendor y grandeza que se convierte también en personaje.
No oculta Travieso su satisfacción por El polvo y el oro publicada por primera vez en 1996, que fue finalista del premio Rómulo Gallegos, en Venezuela, obtuvo el premio Mazatlán de Literatura de México y que hasta 2015 contaba con diez ediciones, cuatro de ellas en Cuba, donde mereció el premio Razón de Ser, de la Fundación Alejo Carpentier y el premio de la Crítica. Sencillamente una novela, se ha dicho, que hay que leer.
Es la larga y cautivadora historia de una familia cubana blanca y rica, entre 1800 y 1960, desde su fundador, un emigrante español, hasta el último de sus descendientes, fusilado tras el triunfo de la Revolución. Y es además la vida de negros capturados en África y traídos a Cuba como esclavos. Un acontecer que es visto por los ojos de una esclava santera y palera que jura vengarse de sus amos y que aun después de muerta continúa, como espíritu maléfico, haciendo daño, influyendo sobre la vida de la familia. «Quise que lo real de las vidas de esas generaciones se entrecruzara con lo mágico de las religiones afrocubanas, que lo mágico estuviera siempre latente tras lo real», afirmó el narrador.
Aunque El Polvo y el oro impuso a Julio Travieso un arduo y paciente trabajo para exponer dos siglos de historia de la nación cubana, el escritor considera que la novela que mayor esfuerzo le exigió en cuanto a información y escritura es El enviado, aparecida originalmente con el título de Yo soy el enviado (2010).
«Es mi novela más compleja», ha dicho. Partió de sus lecturas y su gran interés por el mundo del imperio romano, las antiguas religiones orientales y las sectas heréticas, secretas, «digamos los seguidores de Arhimán, los gnósticos, los bogomilos, los cátaros». Un mundo que quiso recrear en una novela histórica y que presentó en tres épocas diferentes y cinco escenarios: la Roma de Nerón, el sur de Francia del siglo XIII y las actuales ciudades de Moscú, Nueva York y México. Comenta: «Tuve que hacer un gran esfuerzo para engarzar una trama general en un universo tan vasto. De las enseñanzas de las sectas secretas se desprende una pregunta: ¿Es posible que haciendo el Bien se llegue al Mal y viceversa?»
Y es que en El enviado, Arhimán, el dios del mal de la filosofía dualista persa, selecciona a un hombre para llevar a cabo su plan. Un ciclo de reencarnaciones facilita la misión de El Enviado como jefe de la Orden del Mal Regenerador. Al tiempo se desarrollan historias paralelas que dialogan con el argumento principal. Un sagaz uso de las fuentes permite al lector acceder a diversos capítulos de la historia de la Iglesia, desde el siglo I hasta la actualidad, así como a nombres y hechos relevantes que recoge la ficción.
Aunque considera que ninguno de sus libros es mejor que los demás, parece sentir una predilección especial por El cuaderno de los disparates (2017). Le alegró escribirlo y le proporcionó alegría mientras lo escribía y aun hoy, cinco años después de publicado, cuando lo relee, continúa alegrándolo.
Comenzó a escribirlo en Nueva York, mientras impartía un curso en una universidad, y el libro fue creciendo entre clase y clase y entre paseo y paseo y empezó a verlo como el libro escrito por otra persona y a reírse con las ocurrencias del personaje. En el texto, un médico somete a un esquizofrénico a un tratamiento de terapia ocupacional y le pide que escriba sus pensamientos, alucinaciones y demás eventos psicóticos que enfrente. Tiene el loco una gran lucidez y puede el lector aprender con sus disparates que a veces lo hacen reír y a veces lo incomodan.
Entre otros títulos, Julio Travieso publicó además El libro de Pegaso (noveleta para jóvenes, 2011) y El verdugo y la conciencia (compilación de artículos y ensayos, 2019). También el testimonio Un nuevo día (1984).Y los libros de cuentos Los corderos beben vino (1970) El prisionero (1979) Larga es la lucha (1983) y A lo lejos volaba una gaviota (2004).
Ahora, dice, quisiera escribir la saga de una familia cubana desde 1959 hasta la actualidad. Pero este proyecto, sobre el que no adelanta una sola palabra, quedará para un próximo encuentro.
Prefiero hablar de deseo
Economista (Doctor en Economía) profesor, traductor, periodista… ¿cómo concilió esas ocupaciones con el oficio de escribir o, mejor, cómo el oficio de escribir coexistió con esas ocupaciones?
Con una buena organización del trabajo, y robándole tiempo a las diversiones.
¿Cómo nace su vocación de escritor? ¿Cuándo decidió que esa vocación decidiría su vida?
Antes de vocación, prefiero hablar de deseo. A veces leo que tal escritor o pintor siempre supo que estaba predestinado a esto o a lo otro o que un día, de repente, como tocado por un rayo divino, se dijo que su vocación era tal. Entiendo que esto es parte de las leyendas que envuelven el mundo de la cultura. El deseo es algo que no surge de improviso, sino de manera paulatina motivado por diversos factores. En mi caso, estuvo mi gusto, desde jovencito, por la literatura y mi deseo de dar a conocer la lucha insurreccional urbana contra la dictadura de Fulgencio Batista, en la que participé activamente. Pensé que ese conocimiento seria interesante para los lectores. En los años 60, en Cuba, hubo una explosión del interés por la literatura. La conjunción de esos factores llevó a que decidiera escribir literatura. De ahí surgió mi primer libro de relatos, Días de guerra que ganó, en 1966, el primer premio en un importante concurso literario.
La critica señala tres fases o momentos dentro de su obra. La primera correspondería a los años 60-70 con libros como Días de guerra y Para matar al lobo. Una segunda etapa, que los especialistas definen como de transición, Cuando la noche muera y la tercera, de la posmodernidad, se dice, con libros como El polvo y el oro, El enviado y Llueve sobre La Habana. Pero más que esas fases o momentos, ¿son excluyentes esas etapas? ¿hay un hilo conductor o un denominador común a lo largo de todas ellas?
No, no son excluyentes y tampoco son cerradas; así, en 1981, publiqué Un nuevo día, libro que se mueve dentro de la literatura fáctica, testimonial, de años anteriores. En 1969 se publicó otra obra, Los corderos beben vino, en el que varios de sus relatos están dominados por la ironía, la burla. Lo mismo sucede con mi novela El libro de Pegaso, donde la fantasía, lo fantástico son dominantes. Pudiéramos decir que el hilo conductor ha sido mi interés en explorar las profundidades de la sociedad cubana.
Cuaderno de los disparates
¿El Julio Travieso que escribe El polvo y el oro es el mismo Travieso que escribe El enviado?
El mismo, solo que con diferentes escenarios y una carga mayor de lo fantástico en El enviado que, en el caso de El polvo… pudiera llamarse real maravilloso. Asimismo, en ambas están la gran historia y los grandes planos narrativos, mucho más acentuados en El enviado, así como los finales abiertos.
¿Cómo se ubica El cuaderno de los disparates en el conjunto de su obra?
En cierta medida, es una obra diferente a las anteriores, en la que prima la ironía, el humor y la burla, aunque, como dije, tales elementos se pueden hallar en Los corderos beben vino. No queda muy claro a qué género pertenece, ¿cuento, ensayo? Tratándose de las reflexiones de un loco sobre la infelicidad de los humanos, pudiera tener un poco de cada género.
Se advierte que siente usted un cariño especial por El cuaderno… ¿Por qué? ¿Porque resulta algo diferente a lo que había escrito hasta ese momento?
Sí, es cierto. En mi modo particular de escribir divido mis libros en dos categorías. Aquellos que me han costado un enorme esfuerzo, de investigación, de escritura ―demoré casi ocho años con El polvo y el oro― que, en algún momento, me han hecho sentir abrumado. Otros que he terminado sin problemas, en poco tiempo, con los que, pudiéramos decir, me he divertido durante su creación. Ese es el caso de El cuaderno de los disparates. Cuando lo releo me rio.
Para matar al lobo
¿Cómo ve desde hoy libros como Días de guerra y Para matar al lobo?
Como libros que son parte de una época, en este caso la literatura de la violencia en Cuba. Literatura testimonial, fáctica, donde no hay espacio para lo fantástico ni la introspección. En ellos se cumple lo que dijera Vargas Llosa: «Uno escribe porque ha tenido experiencias, sobre todo negativas, de las cuales trata de librarse». Yo también intenté librarme de mis fantasmas.
Parece existir en usted especial predilección por la novela histórica. ¿Cómo concilia en su narrativa historia y literatura?
Además de la literatura, siempre me ha apasionado la historia. Mi madre era historiadora. Entrar en los misterios del pasado, con sus múltiples interpretaciones y decenas de testigos ―cuando los hay― es algo fascinante. Historia y literatura van del brazo. Pudiéramos decir que la historia es una gran novela, sin conclusión, aunque, como dijera Milán Kundera, «El novelista no es un historiador ni un profeta, es un explorador de la existencia».
¿De qué modo se vale para equilibrar el argumento con la investigación que exigió la obra?
Con el respeto más absoluto de la historia que no se debe violentar. El pasado está ahí presente y no se puede desfigurar con anacronismos ni con hechos y personajes que no correspondan con el momento histórico narrado. Eso es lo que encontramos en las grandes novelas históricas, desde Ivanhoe y Guerra y paz, hasta El siglo de las luces y Noticias del imperio.
¿Es la novela histórica un recurso de evasión?
No veo por qué. Es una forma de novela igual que cualquier otra, como puede ser la novela de ciencia ficción.
¿Qué hay de contemporáneo en novelas como El polvo y el oro y Cuando la noche muera?
Aunque hay un gran respeto por la historia, ambas están escritas con una visión contemporánea.
¿Cuánto hay de documento en dichas novelas?
Se basan en rigurosas fuentes documentales, recorridas por la ficción.
¿Cómo dosificar la ficción en una novela de carácter histórico?
Toda novela es ficción. En el caso de la novela histórica, el mismo ritmo de ella impone frenos a la ficción para que no se violente la historia.
Antonio Trase, Javier Valle, Ricardo, el permutero de Llueve sobre La Habana… ¿Con cuál de sus personajes se siente más identificado?
Habría que añadir al personaje innominado de Para matar al lobo, a Marlinda, el Sabio U, de El libro de Pegaso, y El Enviado de Ahrimán. Todos son hijos míos y los quiero por igual. Como dije, unos me han abrumado y otros, divertido, pero eso no determina que aprecie a unos más a otros.
¿Cómo construye sus personajes?
Depende de la obra en cuestión. En general, me baso en mi experiencias existenciales, en el caso de Matar al lobo, donde, en gran medida, soy yo el personaje, al igual que en algunos relatos de A lo lejos volaba una gaviota, y en Larga es la lucha. En menor medida, me valgo, también, de lo vivido por personas conocidas que me han servido de modelos.
En Llueve sobre La Habana están retratados algunos conocidos míos. Por supuesto, el retrato no se corresponde cien por ciento con la realidad. En un retrato ficcionado. De otra manera, estaríamos en la pura historia o en la literatura testimonial, como en mi libro Un nuevo día, donde los personajes son personas reales.
Finalmente, se encuentran aquellos personajes totalmente ficticios, producto de mi imaginación, que provienen de mis lecturas y de otras fuentes.
En cuanto a los personajes históricos, me atengo a lo que se sabe de ellos y a lo que verosímilmente pudieron haber hecho.
Influencias
Se dice que una buena novela rara vez produce una buena película. ¿Qué piensa de sus obras llevadas a la pantalla?
En el caso concreto de mis dos novelas que fueron filmadas, Para matar al lobo tuvo un nivel digno; Cuando la noche muera que se trasmitió como un serial de veinte capítulos, dejó mucho que desear, sobre todo en la representación de los escenarios históricos.
¿Qué autores lo influyen?
Depende de la época en que escribí. Algunos que fueron un referente para mi ya no lo son.
En general, serían Hemingway, Dos Passos, Mailer, Babel, Malraux, Flaubert, León Tolstoi, Apuleyo, Kafka, Carroll, Papini, Bulgákov, Borges, Carpentier, Vargas Llosa, Del Paso, Roa Bastos.
¿De qué obras se siente deudor?
Fiesta, El viejo y el mar, Noches de la antigüedad, Caballería roja, La condición humana, Madame Bovary, El asno de oro, El castillo y Alicia en el país de las maravillas.
También Gog, Guerra y paz, El aleph, El siglo de las luces, Los pasos perdidos, El maestro y Margarita, La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo, Noticias del imperio, Yo, el supremo.
¿Busca o encuentra el tema para sus libros?
Busco y encuentro. A veces me llegan sin necesidad de buscar.
¿Sabe de antemano si el tema que lo tienta será lo suficientemente interesante y consistente para soportar un trabajo de años sobre páginas en blanco?
Sí, por lo general, las novelas históricas requieren mucha investigación. El polvo y el oro, ya le dije, me llevó unos ocho años.
Cuando lo tienta un tema, ¿lo trabaja enseguida o lo deja madurar?
Espero un tiempo.
Cuando da por concluido un libro, ¿qué pasa?
Lo reviso una y otra vez. Dejo de hacerlo cuando ya está para la imprenta.
¿Cuál es su rutina de escritor?
Si las condiciones materiales me lo permiten, prefiero trabajar de noche, entre las diez y la madrugada.
Se confiesa «enamorado de Alicia y sus aventuras, con gatos, reinas de la baraja y otros deliciosos absurdos». ¿Volverá a escribir para los más jóvenes lectores como ya lo hizo en El libro de Pegaso?
Por supuesto. Ese es un libro, todo fantasía, que disfruté.
No me interesa entretener
Su propósito es escribir libros que entretengan y, al mismo tiempo, propicien la reflexión del lector. ¿Lo ha logrado?
No es entretener, que puede tomarse como divertir. No quiero divertir a nadie, muy propio de la literatura chatarra. Pretendo que el lector quede atrapado por la trama, intrigado, y desee seguir leyendo. Borges decía que el libro que al llegar a determinada página aburre, es libro que fracasa. A juzgar por la opinión de los lectores y los críticos, creo que si.
¿Qué opinión le merece su obra publicada?
Basándome en los premios recibidos, en la cantidad de ediciones ―El polvo y el oro, 14; Para matar al lobo, 10, Llueve sobre La Habana, 5― y de las traducciones a catorce idiomas, pienso que tiene calidad. De cualquier manera, ese juicio debe darlo el tiempo, único y verdadero juez. El Quijote ha pasado el escrutinio de los siglos, pero ¿quién lee hoy a Echegaray, Carducci, P. Buck galardonados todos con el Premio Nobel?
Si tuviese que recomendar una obra suya a alguien que no lo ha leído ni lo conoce ¿Por cuál se decidiría?
Según quién sea ese alguien. No es lo mismo un jovencito que un hombre maduro, un cubano que un francés. En general, me decidiría por dos obras, El polvo y el oro y A lo lejos volaba una gaviota.
Ha expresado su convencimiento de que la literatura interesa cada vez menos a la gente. Si eso es así, ¿por qué insiste en ella?
Eso lo escribí, hace ya tiempo, en una serie de artículos para la prensa mexicana. En aquel entonces fui pesimista. Hoy lo soy más. No es solo la literatura, es también la cultura que se ha banalizado, al igual que los medios. Las causas son bien conocidas y no es el momento de analizarlas.
Estoy preparado. Mi primer libro lo publiqué en 1967 y no cobré ningún derecho de autor. Vine a cobrar, por primera vez nueve años más tarde, cuando se publicó la segunda edición de mi novela Para matar al lobo.
Como se dice, escribía por «amor al arte». En el Quijote, Cervantes dice: «poeta en enfermedad pegadiza e incurable». Sin duda, yo estoy contagiado y no tengo cura.
Visitas: 302
Deja un comentario