No podía siquiera imaginar Franz Kafka una tan larga sobrevida cuando murió el 3 de junio de 1924. La huella de Kafka, su trascendencia e influencia, consciente o no, en numerosos autores europeos, revela por sí sola el peso que su obra, tampoco cuantiosa, alcanza en la literatura europea del siglo XX y hasta nuestros días. Es más: son pocos los escritores que insertan su nombre en el léxico cotidiano, en su caso la voz «kafkiano», aplicable para situaciones y comportamientos absurdos, insólitos, que trascienden lo real.
Resumamos su vida, gris y austera, en breves apuntes. Kafka solo vivió 40 años, entre el 3 de julio de 1883 y la fecha citada al inicio. Nació en Praga, Checoslovaquia, entonces protectorado del Imperio Austro húngaro y en consecuencia sus lenguas fueron el checo y el alemán. En esta última se expresa su producción literaria. Por presiones del padre estudia y se gradúa de abogado en 1906, en la Universidad Carolina de Praga. Emprende viajes por Italia, Francia y Weimar.
Pretender ahondar en su personalidad, sería un atrevimiento que no vamos a cometer y que ha merecido exhaustivos estudios de los cuales extraemos solo algunas conclusiones, a las cuales se llega a través de la lectura de su obra. Fue un joven de poca salud, con periodos de internamiento en sanatorios, de carácter más bien retraído aunque de palabra meditada que impresionaba gratamente, portador de una inteligencia superior a la de sus compañeros de clases. Mostró un cierto anticlericalismo, simpatías por las ideas socialistas y el ateísmo, también se le tilda de antiburocrático y crítico. Su relación con las mujeres registra varios nombres femeninos, aunque no fue en absoluto un donjuán sino más bien un incomprendido. Este tema ha sido objeto de análisis polémicos que se adentran en su intimidad. Vive momentos de gran ansiedad, depresión y baja autoestima.
A los 14 años redacta sus primeros textos literarios, que destruye, y para 1912 ya ha determinado que será escritor. Sus lecturas incluyen a Flaubert, Cervantes, Goethe, Dickens y además Darwin, Nietzsche, Poe, Dostoievski, los últimos con ramificaciones en su ulterior quehacer.
Escribe tres novelas: El proceso, El castillo y América, además una novela corta, La metamorfosis, de 1915, también numerosos cuentos, relatos autobiográficos y correspondencia.
En 1923 se agrava la tuberculosis que desde años atrás padece y muere en un sanatorio de Viena. Sus restos descansan en Praga. La tan temprana desaparición física de Kafka lo salva de vivir la ocupación de Checoslovaquia por el régimen fascista, que hizo de sus tres hermanas víctimas del Holocausto.
La literatura de Kafka mezcla realidad con fantasía, explora en temas como la alienación y la angustia existencial, la burocracia opresiva de las voluntades, las consecuencias de la ruptura con los moldes preestablecidos, los conflictos padre-hijo, el delirio de culpa, el absurdo y la imaginación.
Gran paradoja la de Kafka: murió siendo un desconocido y cien años después es un autor universal, traducido a infinidad de idiomas, de culto e influyente, de quien se afirma existen trazas en la obra de Albert Camus, Jean Paul Sartre, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez y unos cuantos ilustres más.
Una de sus obras universalmente leídas, La metamorfosis, relata la conversión inesperada de su protagonista, Gregorio Samsa, en un insecto enorme, horrible y repugnante, con cuanto ello representa para el desgraciado que sufre tal metamorfosis que lo convierte en un ser despreciado, abandonado por su familia y finalmente arrojado a la basura al morir. Por cierto, es Gregorio Samsa, la creación del genial Kafka, uno de los personajes de ficción más célebres de la literatura mundial.
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