
La belleza es algo que marcha suspendido
«Quédate en tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches, espera tan solo. Ni siquiera esperes, estate completamente callado y solo. El mundo se te ofrecerá para desenmascararlo, no puede hacer otra cosa, extasiado se retorcerá ante ti».[i] Esto es lo que hizo Francisco de Oraá cuando asumió la poesía como reflejo sagrado y vindicativo de su vida. ¿Cómo hablar del balance de una obra poética sin hacer referencia a los avatares de una depuración, sin adentrar el ojo crítico al interior de los cuadernos publicados por el escritor que ahora pueden ser enjuiciados en el cuerpo de una antología?[ii] Si lo asumimos, se someten a juicio la concepción y organización de un libro, la eficacia expresiva del conjunto, los esplendores y opacidades de un estilo. Quien ha estudiado los depurados cuadernos de madurez A la nada que actúa y Figurantes de Francisco de Oraá lee y analiza la poesía anterior y se asombra ante una especie de desnivel o desequilibrio al interior de los cuadernos junto a poemas que deslumbran por su efectividad y altura, donde no teme mezclar en un mismo libro la prosa poética con el verso —ya sea libre o tome las formas de un soneto—, lo que confiere un ritmo abrupto a su conformación, y le da aires de cajón de sastre al conjunto.
Estos deslices nunca fueron advertidos de forma abierta por la crítica. Si bien puede hablarse en esta poesía de paisajes tropológicos hay también cierto pecado de retoricismo, y de un ser deslumbrado y envuelto en exceso de imágenes, sobre todo en los primeros libros. Sí se habló de un intenso metaforizar, fruto del complejo mundo interior del poeta que se debatía entre la soledad, la comprensión de su propia identidad y el amor a los otros y lo otro: el mundo, la naturaleza, que fue siendo más efectivo y comedido en sus últimos libros, y quizás los mejores, en mi opinión, me refiero a Haz una casa para todos, A la nada que actúa y Figurantes. De sus inicios ya nos sorprende este canto al esplendor del día, con imágenes de recurrencia de lo propio en lo propio, o lo que es lo mismo: la trascendencia de la propia inmanencia donde muestra la fruición y el éxtasis ante el misterio de la naturaleza:
Día de niña y árbol
Adelanta tu ruido de luz por los cristales,
tu gruesa flor
en su delgado asiento, escondido de gracia.
y tu estandarte de centella azul,
tu dominio silenciador y tu cesta de ruidos:
Tenme bajo tus ojos en la estación de la tarde
con su luz jardinera, su miel
de color, su rocío
oscuro: Todo
estante e infinito, para nunca moverse. (p. 41)
Una fuerte inmanencia traducida en metáforas con presencia de ciertas imágenes surrealistas donde nos confiesa que la belleza es algo que marcha suspendido:
Niña del agua
La niña de silencio, al alba de su ser quemando el aire, su luz le nace como agua. Anda sobre la flor del sueño. Ondas de agua nace su silencio que vuela con diez ríos. De pie como la estrella, la tierra no le impide su sandalia de nube y, garza de bambú, sus pasos de agua. Es una cabellera su silencio. Su silencio de agua cae en círculos. (p. 44)
Se manifiestan conjuntamente el poder de la poesía, de la imagen del arte junto al temor ante el paso del tiempo que pone en peligro hasta las más poderosas metáforas, como puede ser la flor que aquí es la metáfora por excelencia de lo que promete y ha llegado a ser, y encarna la fruición ante el misterio de la naturaleza y la vida, o lo que es decir cómo se aproximan y se tocan la belleza y la muerte:
Circular de la rosa encendida
Ciega de la ceniza que penetra a la rosa
buscas mi seco campanario solo que muere de la
yerba
[…]
Tu flor aún suena en mis ojos
pero vendrá una muerte de papel de azucena
[…]
Árbol en tu región de tiempo, que el invierno
visita a cometer su crimen y su injerto violeta,
cuando los pájaros del miedo te circuyan
¿qué será de tu flor en la ceniza? (pp. 46 – 47)
Haya una flor
Haya siempre una flor para alumbrar la casa.
Alumbremos su olor casi tocable,
casi visible, y su cristal de dama
haga posible sitio el paraíso,
nos abra en cruz el sueño, de pies a la esperanza.
Nos guarezca su párpado de madre.
Ofrézcanos su piel para acoger el tiempo
Y bálsamo de luna para cuando nos falte. (p. 108)
El amor devorante y devorado
1
Para ti son todas las rosas
todas las rosas de este mundo
Para ti son todas las rosas
todas las rosas
para ti son todas las rosas de este mundo
Oh apiadada
Para ti son todas las rosas
todas las rosas
Para ti son todas las rosas de este mundo
todas las rosas Oh apiadada (p. 371)
Pues, comodice Enrique Saínz, la conciencia de la fugacidad surgeentonces como consecuencia de un imposible mayor: quien indaga desde la angustia no puede encontrar la respuesta que tanto anhela. La resistencia de la realidad determina que el individuo ahonde su percepción de sí mismo y se vea en estado de absoluta soledad.[iii] Lo que conduce a un canto al universo de la espiritualidad. Hay también en su primera poesía como un intercambio surrealista con la naturaleza de un paisaje y un yo, donde este yo nunca acaba de conocerse, y restalla y reincide una y otra vez lo propio en lo propio.
Si por un lado su poesía refleja el carácter efímero, transitorio de la existencia —el arrasador paso del tiempo—, tema clásico dentro del género, también apela a la trascendencia de los hechos humanos, de las pasiones, la trascendencia dibujada en imágenes de intensidad, donde el nombre es concebido como triunfo del espíritu, el nombre, la imagen. Véase el poema «Un solo nombre negro» (p. 58). Y se pregunta: «¿El nombre solo es todo el ser?». O lo que va a quedar de la existencia. Consúltese en este sentido el poema «Inscripciones». (p. 453)
Nos recuerda el carácter trascendente y efímero de la vida a un tiempo, porque somos la belleza y la gracia, y en ellos no se repara hasta que están a punto de perderse, y estamos a la búsqueda de un sentido de la vida. Vida en la que la única verdad y la única fuerza, como dice Martí, es el amor:
3
La única venganza en esta vida es estar juntos,
amada mía, estar juntos:
la única venganza contra esta vida
es contemplar los astros y estar juntos:
lo que tú puedes en la noche
solo con ser, lo que tú puedes
contra esta vida,
contra la muerte, amada mía, estando juntos. (p. 373)
Consúltese igualmente «Para quedar en el tiempo». (p. 264) El carácter efímero de la existencia con su corona trascendente enterrada en la familia, y como un capitel sobre ella el carácter trascendente del amor:
34
¿Y cómo era la casa de la infancia? Un anciano inclinándose a la tierra, el suelo vuelos y caída, tierras y tabla, mi barco el comedor cuando la lluvia. Pero el jardín, ¡ah, cuántos sueños sudaban los helechos, qué aparición de niebla en los rosales! Más yo mismo que nunca me olvidaba de mí. Ningún cedro olerá como aquellas rendijas conniventes de la lluvia y el sol, porque no habrá otra infancia para mí, porque más nunca ya vendrán a la hora de comer mis tíos. La casa: vientre de los nacimientos y hueco de las muertes. Era la imagen de mi sangre; era el espejo donde aparecía el abuelo que nunca conocí. Llamaba atrás la casa huérfana: se negó a entrar mi infancia en la otra casa. Más nunca yo en mí mismo yo olvidándome. No sé si soy el dueño de mi ser, la profusión de cosas me enreda como noche, me acusa toda posesión. Siempre viví a empujones. Ya no quiero otro estar que un hueco oscuro, soy uno más que muere entre otra gente. Me basta ser. Y pronto comprendí que siempre se trabaja no para sí para los otros. Mi familia de obreros y yo el enamorado de un jardín de palabras. Ellos los esforzados puntales para la casa en pie. Iban cayendo uno por uno hasta que sintió sola la casa. También yo quise transformar el mundo para que no sufrieran los demás. Me negué a tener hijos por no ser responsable de sus sufrimientos También yo caigo con la vieja casa y me levanto en otro cuerpo y otro nombre: mi sangre ha dado fruto. Ahora es otra mi familia. Y sigo construyendo mi casa de palabras. Quepan todos. Sea el lugar de la belleza. (p. 480 – 481)
En su obra encontramos también varios poemas de poética donde el hombre se equipara a los elementos de la naturaleza y siente fruición ante el misterio de la vida:
Sin importancia
Perdóname la flor.
Séame perdonado
el ser y noche del nacimiento
—ya tan detrás que no lo sé— por la paloma.
Séame dado el sueño de la tierra,
el misterioso ángel del color,
la calidad del relámpago.
El blanco estar del cordero,
giróscopo del gato, virtud de los caballos,
denme su olvido. Aún el escorpión y la pureza
de cuchillo del perro, el bronco sapo,
que maman noche del demonio:
y la noche en que soy y el agua novia
y la inocencia de la nada:
la paloma abstraída de la mujer y el diamante
de ser que yo persigo.
No me condenen ellos. (p. 107)
Donde asume el camino de la contemplación, de la plural contemplación que termina en la muerte, y muestra las secretas relaciones del hombre con las cosas hasta esbozar una concepción dinámica del ser. Véase el poema «Lo dado». (p. 146)
Su «historia espiritual» se aviene al replanteo y conclusión del vivir en la poesía, en ocasiones entendida esta como percepción de imágenes inasibles y en ocasiones como un hacerse a sí mismo en la medida en que hacemos el mundo que nos rodea.[iv] Estos temas, típicos de la poética del autor, adquieren una variación inusitada en su cuaderno Haz una casa para todos, que, como es conocido, recoge la experiencia del poeta en una microbrigada mientras construía su casa. Allí nace un hermoso sentimiento de comunión, una lírica cotidiana:
Diario de labor
Trabajamos: no hay tiempo para estar tristes. Trabajamos: no hay tiempo para enfermedades de lujo. Trabajamos: No hay tiempo para pensamientos de muerte. (p. 444)
Véase igualmente el poema «3» (p. 445)
Es la poesía de los seres del mundo, de la realidad, donde ocurre el intercambio en lo humano con sentimientos de alegría, comunión y resignación a un tiempo, y la belleza se halla en el trabajo. Aquí queda rota la gravedad existencial de su poesía ante el espontáneo espectáculo de una mujer joven a la que piropean hombres que trabajan.[v] Entonces se consigue una inocencia a través de la espontaneidad, y la poesía encarna en la realidad, pues se establece un contraste entre los elementos tradicionales y estos elementos del mundo constructivo: hormigón, cemento, basas, paredes, escaleras:
9
El trabajo, los meses, carolinas está sonando abril. Yo, el alma afuera, fundo basas, paredes, escaleras. Me pongo viejo con las casuarinas. Casa del hombre: la razón termina en abstracto hormigón. Y cae ligera la vida que se esconde en su gotera, extraña ya en su mundo, sucia y fina. No el sueño verde y temporal: la hoja; no la noche, el instinto ebrio en el gajo; no, fragancia de vida, la madera: Cemento que no sabe que se moja. (Vienen a entristecer nuestro trabajo Lluvias de la jodida primavera). (p.452)
28
Allá arriba los hombres de montaje,
su hábil indiferencia para andar al filo de la muerte
mientras colocan techos sin pretiles aún.
¡Y yo que saltaría el último trecho de la escalera
Solo por ver el esplendor del mar! (p.473)
Se sitúa el origen de la poesía en la metáfora de construir:
31
Que importa si la tarde palidece
Nuestro trabajo hace la sustancia del día
Llenamos el espacio con cuerpos
luego imágenes. (p. 476)
Aunque el carácter fugaz, efímero de los afectos, los encuentros, del sentimiento de comunión, incluso del amor que sentiremos sean borrados en la voracidad del tiempo, porque, como Eliot piensa ni el temor ni el coraje nos salvan —véase el poema «33» (p. 482)— la edificación de la casa es también entrar en altura el espíritu, hacer la nueva vida que ya en su seno lleva poesía, la exultación por construir lo nuevo a los ojos humanos ya es eterno, ya es también poesía.[vi]
[i] Reflexión correspondiente a Franz Kafka.
[ii] Francisco de Oraá. La rosa en la ceniza (1947 – 1986), Ediciones Unión, La Habana, 1990
[iii] Enrique Saínz. «Indagación e identidad en Francisco de Oraá» en Francisco de Oraá. La rosa en la ceniza. Ediciones Unión, 1990, p. 10.
[iv] Enrique Saínz. Ob. cit., p. 29.
[v] Véase el poema «5» (p. 448).
[vi] «Llegada final»
Llegada al sitio donde se comenzó la construcción
—terrenos, puramente, en su gorda presencia;
Mediciones; estacas;
ser cubicado: ¡materiales!: arena, piedra,
tablas;
burda civilidad de la caseta: abrigo de hombres
y cemento;
huecos para cimientos, movimientos de tierras;
caras recientes: ¡compañeros!—.
¡Día de gran esfuerzo —Fundición!
Bajo el humeante óleo del sol hasta la fresca
suavidad de la noche.
Agonía-alegría-extenuación-¡Seguir!
¡Si ni siquiera podrá hacer la muerte que lo olvide!
Y ahora que cierra ya sus líneas la ciudad
como una bestia blanca contra el cielo
llegada ya a su absorta forma
¡qué pena de tener que morir!
¡qué ganas de ser eterno! (p. 483).
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