El solo hecho de adentrarnos en el majestuoso edificio de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí (BNCJM), inaugurado en febrero de 1958 –rdeclarado Monumento Nacional de la República de Cuba el 30 de junio de 2021– constituye un acto de paz y admiración ante la belleza de su inmueble, y aún más, por la invitación a detenernos en el estudio de sus fondos documentales, que dan cabida al conocimiento acumulado a lo largo de siglos, como expresión de la erudición universal y en especial de laliteratura, la historia y la cultura cubana.
A 121 años de fundada la institución, revisitar su historia, sus orígenes y vicisitudes, las décadas de esplendor, así como los nombres de ilustres cubanos y amigos de diferentes naciones que contribuyeron a su surgimiento y desarrollo, significa uno de los mejores homenajes que se le debe siempre a ese centro con quien quedan en deuda intelectuales, estudiantes, docentes y profesionales.
Durante el gobierno interventor norteamericano, el 18 de octubre de 1901, se materializó el anhelo postergado de un grupo de intelectuales,entre los que destacó don Domingo Figarola Caneda, su primer director, y surgió –en condiciones materiales inadecuadas– la principal institución bibliográfica cubana. Su primera sede fue el Castillo de la Real Fuerza, y apenas nueve meses después, trasladarían sus fondos para los altos del edificio de la antigua Maestranza de Artillería, sito en Cuba y Chacón.
Los locales de la Maestranza, aunque no ideales para las funciones de la Biblioteca, ofrecían mayores posibilidades a la naciente institución, lugar que compartió con la Secretaría de Obras Públicas hasta 1925. Una sala de lectura, almacén de libros y un taller de imprenta –donde vio la luz la Revista de la Biblioteca Nacional– fueron los principales espacios que tuvo el centro hasta abril de 1938 cuando retorna a su lugar fundacional.
Francisco de Paula Coronado, su segundo director por un cuarto de siglo; José Antonio Ramos, el brillante dramaturgo devenido asesor técnico; el experimentado y fiel bibliotecario Carlos Villanueva; la primera mujer directora, Lilia Castro de Morales, así como las bibliotecarias María Villar Buceta y Renée Méndez Capote, son algunos nombres que marcaron el funcionamiento de la institución en la etapa republicana y que hicieron suyas las aspiraciones de una biblioteca a la altura de su significación. A estos, se une el empeño del historiador Emilio Roig de Leuchsenring, quien aunó las voluntades de un grupo de relevantes cubanos en la sociedad Amigos de la Biblioteca Nacional, con el propósito de revertir el vergonzoso estado del centro.
La construcción del nuevo edificio de la Biblioteca Nacional, ya con el nombre de nuestro Apóstol José Martí, vería la luz gracias a la meritoria labor de dicha sociedad y a la gestión del senador Emeterio Santovenia, integrante de la misma y presidente de la Junta de Patronos.
El triunfo revolucionario del primero de enero de 1959 irrumpió en la Biblioteca Nacional José Martí como un torbellino de nuevas proyecciones en función de la cultura y la educación popular. A partir de entonces la institución reestructuró sus funciones en consonancia con el proceso político y social que vivía la nación, y amén de las actividades propias de una biblioteca de su tipo, se encaminó hacia el rescate y socialización de nuestras más autóctonas tradiciones desde la catalogación de sus fondos bibliográficos y las actividades que desarrollaba.
La labor de la doctora María Teresa Freyre de Andrade, designada directora, resultó decisiva. La creación de nuevos departamentos, una variada programación cultural, cursos de superación profesional, charlas, conferencias sobre la historia de Cuba, la literatura, la música, las artes, la realización de conciertos, homenajes, exposiciones, encuentros científicos, así como frecuentes visitas de personalidades cubanas y extranjeras, caracterizaron las décadas posteriores al «Año de la Liberación» y le otorgaron a la Biblioteca Nacional un lugar relevante en la cultura cubana.
Como institución que resguarda y procesa el patrimonio bibliográfico de la mayor de las Antillas y lo más representativo del conocimiento universal, pone su mira en los servicios de información y en la investigación de sus fondos y colecciones, pero a la vez funge como centro cultural donde confluyen las artes, la música, la literatura, y cuanta expresión incentive el crecimiento intelectual de los lectores.
El departamento de Colección Cubana se ubica entre sus espacios privilegiados. Como un «crisol de cultura» lo define la doctora Araceli García Carranza, bibliógrafa y jefa del departamento de Investigaciones de la BNCJM. En sus áreas especiales resguarda la prensa periódica de los siglos XVIII y XIX, folletos, libros antiguos, manuscritos, mapas, fotografías, grabados, varios fondos personales de ilustres cubanos, entre otros documentos que convierten al departamento, según la investigadora Cira Romero, en «un emporio de posibilidades».
En el recorrido de más de un siglo de funcionamiento queda grabada la impronta de escritores, historiadores y bibliotecarios de talla mayor que aportaron su sapiencia en pos del desarrollo de la biblioteca, centro inspirador, remanso de luz, lugar que con hermosas palabras describió nuestro poeta y ensayista Cintio Vitier, quien trabajó en la BNCJM durante más de una década, en la cual fundó la Sala Martí:
(…) Entrar a trabajar en las celdillas llamadas cubículos de la Biblioteca Nacional José Martí bajo la dirección de María Teresa Freyre de Andrade, tener acceso a sus misteriosos almacenes levemente recorridos por los pasitos de Carlos Villanueva (…), con la compañía de un súbito y maravilloso grupo de amigos (…) como Eliseo Diego, Octavio Smith, Cleva Solís y Roberto Friol, fue como salir de la habitación del estudiante solitario de cualquier instrumento y entrar a formar parte (…) de un conjunto polifónico, que en realidad era el hogar soñado de lo que Juan Ramón Jiménez llamara «el trabajo gustoso».[1]
De semejante «trabajo gustoso»han sido protagonistas las generaciones de bibliotecarios que laboraron en sus departamentos, también los usuarios beneficiados con las oportunas referencias que emanaron de lo que el capitán y poeta Sidroc Ramos, director entre 1967 y 1973, llamara «pasión bibliotecaria».
Entre los múltiples retos que debe afrontar el colectivo de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, además de la actualización en materia tecnológica, en los procesos técnicos que harán más eficientes los servicios y que resultan vitales para responder las demandas de los usuarios del siglo XXI, en la investigación y visualización de los contenidos de sus colecciones, se precisa, también, cultivar el alma y el intelecto de quienes afrontan las diversas labores relativas a la profesión bibliotecaria.
Una de las tantas vías para lograrlo se centra en el conocimiento de la historia institucional,lo cual permite beber de sus mejores experiencias, al tiempo que rinde tributo a sus fundadores y continuadores, acciones que garantizan se mantenga encendida esa luz,tan necesaria,que irradia la Biblioteca Nacional para la cultura de la nación.
Notas:
[1]Cintio Vitier:«El escritor y la Biblioteca», en 60th IFLA General Conference, 21 al 27 de agosto, 1994. Recuperado de https://origin-archive.ifla.org/IV/ifla60/60
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