Sucede que los poetas están escribiendo novelas. Y esto es una señal de que de repente esa imagen fragmentada del mundo del creador, de sus demonios, que se da en cada poema, en cada libro de poemas, asume los rasgos de un universo completo, con sus leyes, su dialéctica interna, una realidad que después de años pugnando por encontrar el cauce adecuado, brota, se expande hacia todos los flancos de la imaginación y se resume en este libro que hoy tenemos la satisfacción de presentar ante ustedes: La caja está cerrada, la primera novela de este señor de cara seria, notable poeta, dramaturgo, que «como buen santiaguero vive en La Habana» y que responde al nombre, matizado de ciertas resonancias exóticas, de Antón Arrufat.
Claro que no es tan serio como pregona su rostro, sino jovial y mejor conversador y además, un excelente periodista, autor de esas deliciosas crónicas que publica mensualmente bajo eI título de «Las pequeñas cosas» en la revista Revolución y Cultura.
Esta novela que hoy presenta la Editorial Letras Cubanas en su Colección Ocuje, con un excelente trabajo de edición de José Tajes y cubierta de Régulo Cabrera (pido perdón por el comercial) es eso: la revelación de un mundo, la revelación de esas mismas pequeñas cosas que por acumulación y por la sabia y madura reflexión literaria son capaces de develar el misterio de las grandes: es una crónica de las miserias diarias, pero a la vez, un minucioso estudio psicológico de la formación de un carácter. ¿Será también un retrato del artista niño? Hay en esta novela una mirada reflexiva sobre el mundo de la niñez, una búsqueda de los detalles, muchas veces de los más mínimos, que van acumulándose imperceptiblemente y se sedimentan formando un magma de recuerdos, una costra de sensaciones, un archivo de experiencias vitales que van conformando el universo maravilloso de la niñez, el paso inevitable a la adolescencia, y que son, quién lo duda, el núcleo esencial de nuestra personalidad.
En esa búsqueda del tiempo perdido, Antón, un poco a la manera de Proust —ese tempo lento, esa mirada escudriñadora que recorre cada resquicio, cada sensación, cada motivación cada recuerdo—, aunque con distinta técnica y en otro contexto, nos ofrece con eficacia pocas veces lograda en la literatura cubana los vericuetos de la mente infantil, las dudas, contradicciones, miedos y tensiones del descubrimiento del sexo, del descubrimiento del mundo adulto en un adolescente. Pero la novela es algo más: es un estudio —no a la manera del sociólogo, sino a la del artista verdadero— de la mediocridad de una época (el Santiago de los años cuarenta) a través de las miserias, de los dramas familiares de la más chata cotidianidad de la pequeña burguesía santiaguera en los años de la II guerra mundial.
EI ojo penetrante del creador, como una cámara fotográfica, va paneando sobre las vidas bastante vacías de estos personajes de la vida provinciana, y mediante un uso maestro del recurso de la ironía, va desmontando el mecanismo de esa mediocridad: el resultado —quiéranlo o no el autor o el lector— es una crítica implacable y corrosiva a la sociedad de esos años.
Todo ello lo logra Arrufat con una sorprendente economía de recursos técnicos: un empleo casi constante del estilo indirecto libre y, sobre todo, el diestro manejo de las mudas del punto de vista: el empleo sabiamente dosificado del punto de vista múltiple, tan caro a un escritor como Faulkner. Sorprende, pues, que en su primera novela, Antón maneje tan diestramente las técnicas narrativas contemporáneas que no parecen tener secretos para él. Hay otros aspectos dignos de señalarse: el constante empleo del método escénico para acentuar el tempo lento de la narración (no olvidar que estamos en presencia de un dramaturgo), buscando una eficaz adecuación entre contenido y forma, que se logra a lo largo del texto.
Pudiéramos señalar otros aciertos de esta obra: de lenguaje, de tono, de estructura, que se va desplegando como círculos concéntricos convirtiendo la obra en un texto abierto que puto de vista temporal, y otros. Pero prefiero ceder la palabra a Antón, para que les hable de su novela, porque seguramente tendrá cosas más importantes que decirnos. Además, tengo una buena razón para cederle la palabra: si sigo elogiando su novela, temo que se va a poner insoportable.
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Texto incluido en El libro de las presentaciones, de Eduardo Heras León, publicado en 2018 por Editorial Oriente.
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