Cualquier investigador de la cultura cubana del período revolucionario conoce que apenas existen estudios generales —y mucho menos historias— de las instituciones, los proyectos y las manifestaciones culturales de esta época. Tampoco, salvo alguna excepción, hay catálogos de las editoriales, de los museos y galerías, de las casas discográficas; ni ediciones facsimilares o digitales íntegras de los programas de los distintos grupos teatrales, de las orquestas de música de concierto o popular, de las revistas culturales, y en muchos casos, ni siquiera índices analíticos de estas publicaciones. Lo que tal vez sí podrá encontrar el estudioso son textos encomiásticos, conmemorativos o promocionales.
Eso no quiere decir que no puedan seguirse las huellas del desarrollo institucional de la cultura, pero habrá que actuar como los rastreadores de Fenimore Cooper o los baqueanos de la pampa: con mucho tiento y paciencia. En este caso, revisando archivos, hurgando en revistas y periódicos. Pero también, a mi edad, es posible emplear dos instrumentos del saber prácticamente en vías de extinción: la memoria y el diálogo.
La Casa de las Américas no constituye una excepción dentro de este cuadro a lo Malévich, de este blanco sobre blanco. Pero en comparación con el resto de nuestras instituciones culturales, toda la documentación se ha conservado y se ha organizado casi por completo, precisamente en este nuestro largo hoy en que hemos sido tan introspectivos. Además, bastante ha ido publicando o se ha publicado sobre ella, sobre su trayectoria, sobre distintas facetas de su trabajo. En lo que sigue, mencionaré algunos de esos textos o de los aspectos de su labor más asediados por la crítica, y esa será, sin duda, casi la única bibliografía que se consigne en estas páginas.
Mis instrumentos de trabajo son en parte los textos a los que acabo de aludir, pero sobre todo las herramientas que he mencionado antes: la memoria y el diálogo, ya solo apreciados por antropólogos y cultivadores de la historia oral, o fisgones afines.
Mi memoria como trabajadora de la Casa se inicia en 1987, o sea, en vísperas de la crisis que marca el comienzo de este interminable hoy por el que transitamos. En ella habremos de detenernos. Y mi diálogo habitual, cotidiano con colegas de más larga experiencia y mayor apego a la Casa que los míos, o mucho más jóvenes, pero igualmente entusiastas y colaboradores, se ha reactivado y vuelto muy inquisitivo, intenso y fructífero en las semanas que llevo trabajando en esta relación que tanto debe a ellos.
En la memoria y los diálogos, en los textos consultados, son millares los nombres que aparecen: escritores, músicos, pensadores, plásticos, teatristas, políticos, académicos, editores, guerrilleros, amigos; hilos, todos, de la inmensa red de relaciones intelectuales de la Casa. Millares los títulos de libros, artículos, ensayos, poemas, cuentos, cuadros y otras manifestaciones de la plástica, piezas musicales y conciertos, nombres de grupos de teatro y sus presentaciones; hitos, todos, de su trabajo. Pero ninguno se encontrará en estas páginas[1]. El investigador, el lector podrá hallarlos —y comienzo a referirme a la bibliografía— en un hoy muy de hoy, en el hermoso y documentado libro que se publicó con motivo del aniversario cincuenta de la Casa, en el catálogo de la editorial, aparecido en la misma ocasión[2], en el volumen dedicado al premio literario[3] y su suplemento[4], siempre en proceso de actualización ; y desde muy temprano, en los libros, tesis y artículos consagrados por muy distintos investigadores a la tal vez más conocida empresa de la Casa, su revista homónima[5], y, por supuesto, en las páginas de esta y de sus otras publicaciones seriadas —todas ellas hoy también con versión digital en la red—[6], en la revista de artes visuales, solo digital[7], en el portal informativo de la Casa[8], en el catálogo de su biblioteca, igualmente en la red[9], en el sitio web de la Casa[10], y en las redes sociales en que está posicionada[11].
Expuesto lo anterior, rememoro sucintamente ese ayer de hoy, sacudido por acontecimientos que determinarán para la Casa ajustes, nuevos rumbos, reinicios y adiciones.
Fundada en abril de 1959, la Casa de las Américas tiene casi la misma edad de la Revolución. Y como en más de una ocasión el festejo del aniversario de una ha estado vinculado al de la otra, el 14 de febrero de 1989, Fidel Castro recibió a todo el Consejo de dirección de la Casa para dialogar en torno a cómo conmemorar sus treinta años. No voy a referirme, por supuesto, a lo tratado entonces. Solo quiero contar que ya de salida, en la puerta, nos preguntó que cuándo íbamos a mudarnos. Veníamos preparados para todo, pero este tema nos tomó tan de sorpresa, que él no esperó la respuesta, seguramente ya expresada por nuestro evidente desconcierto, sino que comenzó a alertarnos sobre los peligros de la cercanía de la Casa al malecón habanero —que siempre habíamos considerado uno de sus grandes privilegios—, y la inminencia de los cataclismos que el cambio climático iba a desencadenar.
Y en efecto, poco tiempo después y en años sucesivos —1992, 1993—, imponentes e inesperadas marejadas, trenes de olas gigantescas que nunca habíamos visto, obligaron a rescatar de su cercano hotel a los jurados del premio en vehículos anfibios del ejército, inundaron la biblioteca de la Casa y sus almacenes, derribaron los portones frontal y lateral de la galería «Haydée Santamaría», arrastrando todo lo que encontraron a su paso, y ocasionaron pérdidas irremediables y otras que aún no han podido recuperarse del todo. A ellas, a las olas y a las pérdidas, a los sucesivos proyectos imaginados o emprendidos para rescatar o adaptar unos espacios y para encontrar e inaugurar otros, me referiré más adelante, porque ese viene siendo desde entonces parte importante de este, nuestro hoy infinito.
Pero, aunque una de esas tormentas había sido la internacionalmente proclamada «tormenta del siglo», no fueron precisamente ellas las únicas que debió resistir la Casa ni las que más la impactaron. El derrumbe del Campo socialista y la desaparición de la Unión Soviética, sus socios comerciales por varias décadas, determinaron, como es conocido, el inicio de lo que en Cuba se llamó el «período especial en tiempo de paz», que consistió fundamentalmente en el ajuste de nuestra economía, reducida al mínimo, a cubrir las necesidades insoslayables de la población, lo que ocasionó, como también se sabe, un profundo cambio en todas las esferas e instancias de la vida del país y una drástica reducción de los presupuestos destinados a ellas.
La Casa de las Américas se había creado como organización no gubernamental, adscrita en sus inicios al Ministerio de Educación, y posteriormente al Consejo Nacional de Cultura y a su sucesor, el Ministerio de Cultura. A ellos correspondió proporcionarle los recursos económicos y los edificios necesarios para su trabajo.
Pero por el hecho de haberse convertido en muy poco tiempo en ese primer gran espacio continental en el que confluían las vanguardias estéticas y políticas latinoamericanas animadas por la Revolución cubana y la renovación contemporánea de paradigmas artísticos y literarios, la Casa contó desde sus inicios con la participación entusiasta y la colaboración generosa de escritores, artistas y, más adelante, de instituciones —estatales o no— de la región, y de otros países. Con sus donaciones de obras de arte, su autorización a publicar libros y textos, su participación gratuita en jurados, festivales, conciertos, o mediante el cofinanciamiento de las más diversas actividades, unos y otras contribuyeron de manera decisiva no solo al alto grado de excelencia y la repercusión internacional de este dinámico centro descolonizador y de alto nivel intelectual, sino también a cimentar un patrimonio artístico, documental, sonoro, bibliográfico y editorial de muy gran valor, no solo cultural…
A comienzos de los 90, la crisis económica obligó al Estado a recortar los fondos asignados a la Casa, y a proponerle que buscara vías de autofinanciamiento, al menos parcial, para poder continuar desarrollando sus líneas de trabajo, sus proyectos, su quehacer cotidiano. Fue entonces, contando con el prestigio alcanzado por la institución dentro y fuera de la isla, con la experiencia y con los contactos adquiridos y sostenidos asiduamente por cada una de sus direcciones, con el capital cultural y humano acumulado a lo largo de décadas, que la Casa pudo plantearse la creación de distintos mecanismos económicos a partir de los cuales poder enfrentar gran parte de sus gastos, al tiempo que se dedicaba, simultáneamente, a repensarse, completarse, rehacerse.
Así pues, en 1996 la Casa creó —y sigue desarrollando— en las instalaciones hoteleras y los aeropuertos de la isla una amplia y especializada red de pequeños quioscos de comercialización de productos de alto valor cultural y artístico, publicados, fabricados o adquiridos mediante una rigurosa selección, destinados a un turismo que volvió en los 90 a visitar nuestro país, atraído especialmente por su naturaleza, pero al que también podían descubrírsele nuevos horizontes y satisfacerle otras necesidades.
Por otra parte, aunque desde 1985 la institución tenía la categoría académica de Unidad docente de la Universidad de La Habana, casi todas sus direcciones se habían limitado a poco más que guiar las prácticas pre-profesionales de los estudiantes y orientar sus trabajos de curso y de diploma. Pero, promovidos por el área correspondiente, también se habían ofrecido cursos de temas literarios a estudiantes cubanos y de otros países, impartidos por reconocidos docentes nacionales y extranjeros. Esta experiencia, junto con el renombre de que gozaba la Casa, propició el interés de distintas universidades estadunidenses por vincular sus programas de estudios en el exterior con ella, y desde la segunda mitad de los 90, se vienen desarrollando cursos trimestrales, semestrales y de verano coordinados por la institución, y acogidos en su sede y en las dos residencias estudiantiles instaladas en espacios propios antes dedicados a otros fines.
Con ambos proyectos, el de la red y el de los cursos, pensados y desarrollados sin precipitaciones en la segunda mitad de los 90, la Casa encontró dos importantes, aunque no suficientes formas de autofinanciamiento, y, sobre todo, logró multiplicar y promover su presencia, al tiempo que ampliaba el carácter de su trabajo al ámbito académico y lo extendía a nuevas generaciones.
Junto a estas medidas se fue imponiendo una adecuación de las dimensiones del trabajo cultural de la Casa a las nuevas realidades, sin renunciar a los grandes compromisos que había adquirido, a los proyectos continentales que había impulsado a lo largo de décadas.
Ya en el mismo año de su fundación la Casa contrajo un empeño que, contra crisis y mareas, tendría que honrar de por vida: el premio literario. Este, desde el punto de vista práctico, de la intendencia, no solo implicaba el pago de una magra recompensa económica a los galardonados —incrementada justo a fines de los 80, pero siempre poco significativa desde el punto de vista del presupuesto destinado al certamen— sino también, y, sobre todo, de los pasajes y gastos de estancia de los jurados en muy buenos hoteles —la cual hasta ya entrado el período especial podía extenderse de un mes a tres semanas. Y a ello había que sumar la publicación de los libros premiados y, en las primeras décadas, también de algunos de los mencionados o recomendados.
Amoldado en su primera convocatoria a los cinco géneros canónicos expresados en lengua española: poesía, novela, cuento, ensayo y teatro, a partir de 1970 el certamen amplió su espectro, tanto en lo específicamente literario como en lo territorial y lingüístico. Al premio de testimonio (1970), le siguieron los de literatura para niños y jóvenes (1975), los de literatura caribeña en lenguas inglesa (1976) y francesa (1979) —más adelante (1983) también en sus creoles—, y el de literatura brasileña (1980)[12]. A lo que habría que agregar que, en ocasión de distintas efemérides o a manera de homenajes, se convocaban premios extraordinarios[13]. Todo ello significó que en el período comprendido de 1975 a 1982 se convocaron entre siete y doce premios anuales, lo que constituía el gasto en pasajes y estancia de varias decenas de jurados, y el pago de las ediciones de un número considerable de libros, pues por estas mismas fechas se había multiplicado la cantidad de premiados en cada género o categoría. Por otra parte, los del Caribe anglófono y francófono y los brasileños no solo se editaban en su lengua original, sino que se traducían y publicaban igualmente en español, al tiempo que también se daban a la imprenta las menciones.
Entrados los 80, comienza a reducirse a siete, como máximo, la cantidad de géneros y categorías a los que se convoca; y ya a mediados de los 90 va reduciéndose a cinco, hasta llegar con el nuevo milenio a un reordenamiento más racional y más acorde con las restricciones económicas[14]. Los premios de literaturas caribeñas y brasileñas se otorgan a libros ya publicados, que se traducen y publican en español[15]. Son espaciadas las convocatorias, de anuales a bienales o trienales. Los jurados, que anteriormente dedicaban parte de su larga estancia en la isla a visitar instalaciones culturales, educacionales, productivas, ahora se concentran sobre todo en la lectura de los manuscritos, con lo que se reduce el tiempo de su presencia en el país. Y, sorprendentemente, no ha decrecido, sino que aumenta año tras año el número de concursantes, que en total suman más de veinticinco mil.
Un doble giro, tanto en el desarrollo del certamen como en la dinámica del frente literario de la Casa, introdujo nuevos cambios, en este caso como adiciones. Por una parte, el otorgamiento, a partir de 2000, de tres premios de carácter honorífico: José Lezama Lima, de poesía; Ezequiel Martínez Estrada, de ensayo, y José María Arguedas, de narrativa, a libros de autores de la región aparecidos el año precedente, los cuales reeditaría para el público nacional el Fondo Editorial de la Casa[16]. Y, por otra parte, con el nuevo milenio comienza a realizarse un coloquio de especialistas en torno a algún escritor o escritora invitado a participar en sus sesiones con lecturas y diálogos con el público y con sus estudiosos, ocasión para la cual se publica por el Fondo Editorial alguno de sus títulos.
Otro compromiso de la institución, derivado del premio literario y ya muy presente en los párrafos anteriores, fue y sigue siendo la publicación de los libros galardonados. Para ello surgió el hoy llamado Fondo Editorial Casa de las Américas, que de inmediato desarrolló otras valiosísimas colecciones y series. Pero un repaso a su catálogo con la finalidad de comparar la cantidad de libros publicados antes y después de 1991, evidencia el tremendo impacto de la crisis en su producción. La publicación de los premios se mantuvo, ellos son un compromiso irrevocable de la institución, pero en la práctica constituyen una parte considerable, pero por su propia naturaleza impredecible —imposible saber qué se va a premiar—, del plan editorial de la Casa, y en total —sumando otros certámenes, como los de composición o musicología—, totalizan entre una tercera o una cuarta parte de todos los libros publicados anualmente.
Volviendo a la comparación antes propuesta, en sentido general, en todas las colecciones o series que lograron sobrevivir al tiempo y a la crisis, la reducción ha sido de más de la mitad de los títulos aparecidos con anterioridad a ella. Y si queremos acotar más el período, centrarnos en sus momentos más difíciles, podemos ver, por ejemplo, que en la colección Literatura Latinoamericana —dedicada a los clásicos—, que había llegado a publicar hasta nueve libros en un año, entre 1991 y 1998 solo aparecieron cuatro[17] ; en La Honda —destinada a los contemporáneos—, que antes editaba a cinco o seis autores por año, entre 1990 y 1997 solo se publicaron 3 títulos[18]; en la serie Estudios, sobre temas fundamentalmente históricos, no apareció ningún libro entre 1993 y 2007…[19]
La reducción de la tirada de ejemplares constituyó una consecuencia drástica para una parte muy importante del trabajo de la Casa: el envío y canje de publicaciones con los que no solo se sostuvo durante décadas el contacto con amigos y el incremento de los fondos de su biblioteca, sino con el que se agradecía a los autores la generosa autorización a publicarlos sin que mediara ninguna remuneración y se garantizaba la presencia de la Casa en las bibliotecas de cientos de universidades.
Ya desde fines de los 90, y cada vez más, la falta de presupuesto se ha ido compensando con las coediciones: la Casa asume el costo del trabajo editorial y la otra entidad —muchas veces universidades o fundaciones, y otras, gobiernos nacionales y regionales de América Latina y de Europa—, el de la impresión. De igual modo, debe tenerse en cuenta la comprensión con que importantes editoriales y agencias literarias ceden los derechos para que la Casa pueda publicar libros que solo van a circular en la isla. Y, por otra parte, siempre que la Feria Internacional del Libro de La Habana se dedica a países del área, el Instituto Cubano del Libro financia la impresión, con más alta tirada —puesto que va a comercializar una importante cantidad—, de cerca de diez títulos. Pero, no puede desconocerse que a pesar de los beneficios que reportan tanto las coediciones como la edición de libros para la Feria, ambas significan, al mismo tiempo, compromisos que impiden o limitan la posibilidad de generar un plan editorial propio.
Contracción similar a la de la editorial sufrieron las revistas, en particular Casa de las Américas, sin duda una de las más importantes e influyentes de la lengua, la que tras un brevísimo hiato a comienzos de los 90 en que estuvo sin aparecer, volvió a la luz, pero con un número menor de páginas. Y aunque pronto recuperó las perdidas, no pudo regresar a su frecuencia bimestral, sino que comenzó y sigue apareciendo cada tres meses y con una tirada que, en comparación con la que llegó a tener —dieciocho mil ejemplares—, es muy reducida —tres mil ejemplares[20]. Si lamentábamos la contracción o desaparición de la distribución y canje de los libros, en el caso de las revistas el caso es mucho más crítico, porque son la propia voz de la institución. Y ello no podrá resolverse hasta tanto todas no tengan una versión digital íntegra, lo que la infraestructura informática del país aún no permite.
Del mismo modo que la promoción de la literatura latinoamericana se encuentra en el inicio del trabajo de la Casa, otras manifestaciones artísticas, como el teatro, las artes visuales y la música ocuparon muy pronto un espacio igualmente importante en su cometido, y las actividades desarrolladas en torno a ellas se convirtieron rápidamente en estímulos y referentes para el quehacer cultural tanto de la isla como del continente.
Se me impone en este momento recordar algo muy importante : que la fundadora de la Casa de las Américas y sus colaboradores más cercanos fueron reclutando desde el principio, para orientar estos frentes —literario, editorial, publicista, de artes visuales, teatral, musical— y comenzar a elaborar proyectos a muy corto plazo, a personalidades de la cultura nacional o latinoamericana de gran prestigio, experiencia y capacidad de convocatoria, los que a su vez, atrajeron de inmediato a decenas de colaboradores de todo el continente que se fueron constituyendo en una suerte de comunidad intelectual y artística con objetivos e ideales compartidos, todos animados, como dije al principio, por la Revolución cubana y la renovación contemporánea de paradigmas artísticos y literarios.
Junto con la literatura, y en parte por su vinculación con ella, el teatro aparece muy temprano en la agenda de la Casa. En 1961 se inauguran festivales inicialmente destinados a ofrecer al público cubano, con grupos cubanos, puestas en escena de piezas de dramaturgos latinoamericanos. Poco después, estos festivales, unidos a encuentros de teatristas, adquieren un carácter internacional. Mas el deterioro de la escena cubana en los 70, en el período conocido como «el quinquenio gris»[21], influye negativamente en la realización de los festivales, aunque no así de los encuentros, que se extienden hasta fines de los 80, cuando se crea la Escuela Internacional de Teatro de América Latina y el Caribe (EITALC), de carácter itinerante, pero vinculada a la Casa, a la que la crisis, entre otros factores, pondrá fin.
Sin embargo, en este hoy tan complejo y poco gratificante, si algo ha renacido de sus cenizas, como en la pieza de Christopher Fry, para mover la Casa por casi toda la isla, han sido precisamente los festivales de teatro latinoamericano, que desde 1998, y bajo el rubro de Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño Mayo Teatral, trae cada dos años a importantísimos grupos y actores de la región, quienes con pasajes buscados por ellos o logrados a través de sus embajadas, y albergados por la Casa, llevan a distintos escenarios del país lo más actual y significativo de la escena latinoamericana, al tiempo que se desarrollan productivos encuentros y talleres.
Contando frecuentemente con cofinanciamiento internacional, la revista Conjunto da cuenta de todo ello y de mucho más ocurrido sobre las tablas del continente. Fundada en 1964, nunca ha dejado de publicarse, mantiene su frecuencia trimestral y su número de páginas, aunque ha reducido su tirada, pero tiene una versión digital parcial muy visitada. Esta misma capacidad de lograr auspicio económico para sus ediciones la tiene para compilar y publicar excelentes antologías de teatro de diversos países latinoamericanos en la colección La Honda del Fondo Editorial.
En las artes visuales la situación ha sido mucho más compleja desde comienzos de los 90, a pesar de que en sus primeras décadas la Casa logró acumular la que es sin duda la mayor colección de plástica latinoamericana de los 60 y 70, nutrida por donaciones de artistas invitados a exponer individual o colectivamente en ella. En parte la creación en 1984 de la Bienal de La Habana por el Ministerio de Cultura, dedicada entonces a artistas de la América Latina y el Caribe, y en parte la propia dinámica de un mercado para el arte de la región que antes no existía, llevan a la Casa a ampliar y enrumbar su atención a los artistas emergentes en dos campos de gran interés: la fotografía, para la que ya existía un certamen desde 1981, el Premio Ensayo Fotográfico —que tendrá su última convocatoria en 1998—, y el grabado, para el que se convoca desde 1987 hasta 2011, el premio La Joven Estampa, sin dejar de recibir nuevas muestras de los grandes maestros de la región o de sus más recientes creadores.
Poseedora de un patrimonio de unas diez mil obras, a comienzos de los 80 la Casa había trabajado en la remodelación y adecuación de dos mansiones ubicadas a pocos metros de su sede, una del siglo XIX y otra de comienzos del XX, para convertirlas en la Galería de Arte Latinoamericano «Haydée Santamaría». En ella se iría exhibiendo la colección, incluyendo el arte popular, muy ampliamente representado, y habría espacio para oficinas, talleres, almacenes y otras instalaciones. Pero las inundaciones del 92 y 93 dañaron de tal modo la Galería, que, pese a varias reparaciones realizadas sucesivamente, solo pudieron exhibirse en ella tres o cuatro muestras más antes de renunciar a emplearla, hasta tanto no se cuente con recursos para efectuar una intervención definitiva.
Con la recuperación y restauración de las piezas de arte popular, y las donaciones recibidas para completarlas, se inauguró en 1994, en una hermosa casa otorgada por el Estado y ya no tan cercana a la sede central, la Galería «Mariano», destinada a este patrimonio continental.
Tras un intenso trabajo interno con todas las colecciones, que ha incluido su recatalogación, la restauración de un número importantísimo de piezas y sobre todo el repensar cómo poner a disposición del público la Colección, la solución encontrada ha sido convertir toda la Casa en una gran galería, donde cada año o cada dos años, desde inicios del milenio, se expone una parte importante de su acervo, representativa de la obra de un artista, de una tendencia, de una escuela, de una manifestación, al tiempo que en la Galería latinoamericana ubicada en el entresuelo del mismo edificio, se presentan muestras individuales o colectivas.
La música, en un país como Cuba, tenía que arrancar con buen pie. Y así fue gracias a la confluencia del interés de la Casa de las Américas y sus dirigentes tanto por las manifestaciones llamadas cultas —especialmente como materia de análisis y de creación—, como por la recepción y promoción del gran repertorio popular latinoamericano y de sus más jóvenes intérpretes, que en los 60, 70 y 80 dieron voz a un momento particularmente intenso de la historia latinoamericana.
Junto al Premio de Musicología, surgido en 1979 y tras una breve interrupción retomado en 1993, el Concurso de Composición —que había tenido dos convocatorias en los 60—, regresa en 2004. En el marco de la celebración bienal de ambos, que, por supuesto se alterna, se desarrollan conferencias, talleres, coloquios y se realizan conciertos. Y, por otra parte, sus resultados se publican como libros o como multimedias. Otro rescate muy importante en este hoy de reinicios ha sido el del Boletín de Música de la Casa, comenzado a publicar en 1970, luego interrumpido, y que desde mediados de los años 2000 ha vuelto a aparecer tanto en versión en papel como digital.
Distintas secciones fijas pautan la presencia de la música en vivo ejecutada en la Casa de acuerdo con la programación mensual de la institución, y la derivada de los distintos eventos, coloquios, congresos en los que se invita a participar a intérpretes y grupos con repertorios afines a las temáticas en cuestión. Por otra parte, siguen siendo numerosos los artistas y conjuntos de distintos países que cada año se presentan en su escenario.
La Casa de las Américas posee, junto a una valiosa colección de partituras e instrumentos de la región, un extraordinario archivo fonográfico, constituido por las grabaciones en vivo de los centenares de conciertos y recitales efectuados en su sede. Mientras fue posible hacerlo, se desarrolló la colección discográfica Música de esta América, iniciada con grabaciones de los 60, que a partir de los 90 se ha visto seriamente afectada, aunque no interrumpida. Algo similar había ocurrido con la colección Palabra de esta América, que dedicó en los años 70 y 80 decenas de discos a reproducir textos de autores latinoamericanos y caribeños expresados en sus voces. Pero el tránsito del vinilo a la casete y de esta al CD, el DVD y otras formas de reproducción coincidió con la etapa más crítica del período especial. Solo recientemente, en ocasión de los cincuenta años de la Casa, ha podido reiniciarse la publicación de este importantísimo patrimonio.
Y es que, como he venido repitiendo a lo largo de estas páginas, la crisis ha servido, entre otras cosas, para que la Casa se repensara, para que trabajara un poco más hacia adentro. Y en ese sentido, el desarrollo del programa «Memoria», iniciado en 1995, ha sido fundamental y constituye hoy en día uno de los más importantes logros de la institución. En estas dos décadas se han recuperado, reorganizado, clasificado, digitalizado centenares de miles de documentos —entre ellos, valiosísimos epistolarios de los que algunos ya han sido publicados—, decenas de miles de fotografías, programas, catálogos… En fin, más de cincuenta años de materiales que constituyen posiblemente la fuente documental más importante del desarrollo y tendencias de la cultura latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI.
Un trabajo emprendido con similar entusiasmo, pero en sentido inverso, es el trabajo de divulgación del hoy, del mañana, de lo que viene. Concebido con el fin de irradiar y promover el trabajo actual de la Casa hacia todos los espacios posibles, a fines de los 90 se reorganizó el departamento de prensa, eficaz para lo que habían sido hasta entonces los medios de comunicación, pero necesitado de todo un replanteo acorde con las nuevas tecnologías. Bajo el nombre de Comunicación e Imagen, el grupo que lo integra, conocedor de todos los aspectos del trabajo de la Casa, de sus proyectos y de su historia, se integra como órgano de información y orientación, ágil y múltiple, que, a través de su sitio en la red, de su portal informativo, de la coordinación, organización y divulgación del programa mensual, de las ruedas de prensa, del programa semanal de televisión, lleva el quehacer de la institución a todas partes. Y, además, reúne a los diseñadores que crean y recrean la imagen de la Casa para cada una de sus distintas actividades, de las acciones del día a día de la institución.
Otro de los espacios forzosamente pensados y repensados de la Casa en estas últimas décadas ha sido su biblioteca, poseedora de más de 120 mil libros y 130 mil ejemplares de publicaciones periódicas de la América Latina, principalmente de la segunda mitad del siglo XX, así como de un archivo vertical contentivo de no menos de tres mil carpetas con materiales sobre escritores, artistas y temas vinculados a la institución, y de fondos sonoros y fílmicos, microfichas, microfilmes y diapositivas. Ubicada originalmente en la sede de la Casa, tanto su sala de lectura como sus almacenes —como se dijo antes— padecieron las severas inundaciones de 1992 y 1993. Con la ayuda de especialistas nacionales e internacionales, apoyo económico, donación de materiales especiales y el esfuerzo de sus trabajadores, se salvó la mayoría de los volúmenes dañados. Pero fue imperioso desocupar la parte inferior de los libreros y establecer a partir de entonces un espacio de protección de un metro de altura ante la posibilidad de nuevos desastres. Ello significó para los almacenes, que ya apenas podían albergar todos los fondos, la imposibilidad de recibir los materiales sacados de esas bandejas, y el Estado le dio a la Casa una amplia y hermosa residencia situada a 400 metros de su sede para, una vez acondicionados los locales, trasladar a ellos la hemeroteca y las oficinas de la biblioteca. Pero en 2004 un huracán afectó severamente la edificación, que hoy está siendo totalmente reconstruida, en tanto se trabaja en otra residencia inmediatamente vecina a ella también entregada a la Casa por el Estado. La reconstrucción/remodelación de ambas forma parte de un proyecto, seleccionado por concurso, para la construcción de una nueva sede para la biblioteca.
Mientras tanto, se ha concluido la informatización del catálogo, que está en la web, se han automatizado los servicios y se ha adelantado mucho la digitalización de prensa y libros.
Llegados a este punto, conviene que reconozcamos que durante sus primeras décadas el trabajo de la Casa se organizó siguiendo un modelo vertical del saber, en este caso de la cultura, a través de esquemas de dirección específicos para cada una de sus manifestaciones, y áreas de servicio —biblioteca, editorial, administración, departamento de prensa—, puestas a su disposición. Pero en 1979, con la creación del Centro de Estudios del Caribe, este modelo comenzó a ser intervenido por lo que llegarían a ser, mucho más adelante, modos de servirse también de las manifestaciones culturales —y no solo de ellas— para un objetivo mayor: abordar otras generalidades o particularidades de la región.
El Centro de Estudios del Caribe implicaba, por definición, un abordaje transversal de la totalidad de la cultura en un espacio múltiple, de muy diversos orígenes, expresiones lingüísticas, realidades étnicas y variados ámbitos de relaciones. Dado lo complejo de la identidad caribeña y lo nuevo de su estudio, fue concebido como centro de investigación y de promoción, vinculado primeramente a los premios dedicados a las literaturas caribeñas, la difusión de las obras de sus autores y de la historia y las artes visuales del área. A partir de 1981 publica Anales del Caribe, de momento interrumpidos.
En medio de las dificultades de nuestro hoy, el Centro ha podido encontrar importantes apoyos de universidades y organismos internacionales para, con la colaboración de estudiantes y jóvenes docentes de la Universidad de La Habana, desarrollar encuentros, coloquios y seminarios internacionales, que ya cuentan con varias ediciones, sobre la cultura afroamericana en el Caribe, el Caribe continental, la diversidad cultural en el Caribe, así como ciclos acerca del pensamiento social del área, entre otros; y ha promovido la edición de importantes libros.
En 1994 se abren, bajo la concepción de «programas», nuevos campos de trabajo, más acordes con la dinámica de las últimas décadas, con los que se complementaría la reivindicación de protagonistas, espacios, historia y manifestaciones literarias y artísticas que la Casa había ido incluyendo en su temática. Así, tras varios años de encuentros preparatorios, se crea el Programa de Estudios de la Mujer, que desde entonces ha convocado coloquios a través de los cuales y de acuerdo con sus objetivos, ha ido abordando progresivamente temas sobre la historia y la cultura de las mujeres latinoamericanas y caribeñas —o sea, de la mitad de la población del continente—, propuestos y aprobados por las participantes con dos años de antelación. Completamente autofinanciado, reúne anualmente, en la última semana de febrero, a cincuenta o sesenta especialistas, y con el coauspicio de universidades de la América Latina, Canadá o Europa, publica selecciones de los trabajos presentados o libros dedicados a temas específicos, en particular de la Colonia y el siglo XIX. Al mismo tiempo, desarrolla trimestralmente el espacio de discusión y análisis Mujeres en Líne@.
Más recientemente, la Casa de las Américas inauguró otros dos programas de estudios ya en acción, y ha anunciado el establecimiento de un tercero.
Fundado en 2009, el Programa de Estudios sobre Latinos en los Estados Unidos, de gran impacto en el mundo académico, si bien principalmente privilegia la indagación en la condición de los inmigrantes latinoamericanos como hecho social, económico, demográfico y político, también se ha ocupado de su producción cultural. Y esto lo vincula a una larga presencia en la Casa tanto de escritores como de artistas latinos. El Programa, que ya tiene publicaciones, ha auspiciado tres importantes coloquios internacionales, y convocado a dos premios, uno de tema histórico-social y otro literario.
Dos años después, en 2011, surge el Programa de Estudios sobre Culturas Originarias de América, precisamente en un momento de la historia de la región en el que los pueblos indígenas recuperan —y les es reconocido— su protagonismo. Pero sin duda este programa tiene raíces muy antiguas, que encontramos fácilmente tanto en la sostenida atención brindada por el Fondo Editorial, el Premio y las revistas a nuestros primeros pobladores, como por la relevante presencia de sus distintas manifestaciones artísticas en las colecciones de la Casa, en sus muestras, en sus conciertos, en sus representaciones teatrales. El Programa, muy activo, organiza a través de su espacio «Miradas desde Abya Yala», conferencias, diálogos, presentaciones, muestras, que no solo informan sobre el pasado indígena, sino en especial sobre la contemporaneidad de sus proyectos y su producción cultural, y cada dos años realiza un coloquio internacional.
A comienzos de 2015 se anunció la creación del Programa de Estudios Afroamericanos, aún en proceso de organización, destinado a investigar y divulgar la importante contribución de los pueblos de origen africano y sus descendientes a la historia y la cultura del continente y, particularmente, su condición actual.
La Casa de las Américas mañana (pronóstico exclusivamente personal)
¿Qué sucederá en los próximos años? ¿Cuál será el rumbo que tomará la Casa?
Son muchos los jóvenes que trabajan en ella o que se incorporan a sus filas. Y hay continuidad y comunicación entre los que llevamos más tiempo en su equipo, varias veces renovado, y los que lo han integrado en los últimos tiempos. De modo que seguiremos contando con un importante y bien preparado capital humano, acrecentado, afortunadamente, por la incesante participación de nuevos colaboradores de otros países, que se suman a las labores o convocatorias de premios, direcciones, programas… Y también con la presencia de otros jóvenes, aún más entusiastas, a los que invitan los proyectos Casa Tomada, que cada dos años abre los espacios de nuestra sede a sus más diversas contribuciones; o Va por la Casa, que todos los veranos realiza una gran feria y, al mismo tiempo, conciertos y cursos en los que se destaca la vibrante presencia de la juventud.
Hay proyectos inconclusos o paralizados —biblioteca, gran galería— que deberán terminarse o echar a andar en corto plazo. Hay revistas que seguir haciendo y colocar independiente e integralmente en la red. Hay que aumentar las ediciones y producir y vender libros electrónicos. Hay que masterizar las cintas magnetofónicas y publicar las grabaciones de músicos y escritores. Hay que renovar mobiliario, equipos, transporte…
Las novedades que se avizoran en el panorama económico cubano, la revitalización de nexos políticos y comerciales —por ejemplo, con la Unión Europea—, el restablecimiento de vínculos diplomáticos con los Estados Unidos y la posibilidad de que se normalicen las relaciones entre ambos países —para lo que tiene que desaparecer el bloqueo—, son circunstancias con las que hay que contar para continuar nuestra ya larga marcha e introducir más cambios, siempre cambios, siempre proyectos nuevos y fructíferos, a tono con los tiempos mejores que habrán de venir.
Notas
[1] Casa de las Américas 1959-2009, La Habana: fondo editorial Casa de las Américas, 2011. Hago tres excepciones. Haydée Santamaría, combatiente del Cuartel Moncada, de la lucha clandestina, de la Sierra Maestra y del exilio, quien fundó la Casa y la dirigió hasta su muerte en 1980. La sustituyó el pintor Mariano Rodríguez. Desde 1986 fue su presidente Roberto Fernández Retamar.
[2] Catálogo. Fondo Editorial Casa de las Américas, 1960-2009, La Habana: fondo editorial Casa de las Américas, 2011.
[3] Casañas, Inés y Jorge Fornet: Premio Casa de las Américas, Memoria, 1960-1999, La Habana: fondo editorial Casa de las Américas, 1999.
[4] Casañas, Inés y Jorge Fornet: Premio Casa de las Américas, Memoria, 2000-2004, La Habana: fondo editorial Casa de las Américas, 2004.
[5] Cf. bibliografía aproximadamente hasta 2000 en Fornet, Ambrosio y Luisa Campuzano, La revista Casa de las Américas: un proyecto continental, La Habana: Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana «Juan Marinello», 2001.
[6] En: www.casadelasamericas.org/revistacasa.php, www.casadelasamericas.org/revistaconjunto.php y www.casadelasamericas.org/boletinmusica.php
[7] En: http://arteamerica.cu
[8] En: http://laventana.casa.cult.cu
[9] En: http://catalogo.casadelasamericas.org
[10] En: www.casadelasamericas.org
[11] En: https://www.facebook.com/Casa-de-las-Am%C3%A9ricas_La-Habana-Cuba-230777176962417/timeline y https://twitter.com/CasAmericas
[12] Casañas y Fornet, 1999, p. 9, pp. 69-70, pp. 95, 10 y 129.
[13] Ibíd., p. 109.
[14] Ibíd., p. 115.
[15] Casañas y Fornet, 2004, p. 5.
[16] Ibíd., p. 6.
[17] Catálogo. Fondo Editorial, op. cit, pp. 172-173.
[18] Ibíd., p. 209.
[19] Ibíd., p. 254.
[20] Cf. Campuzano, Luisa: «La revista Casa de las Américas, 1960 1995», pp. 63-64, en Fornet y Campuzano, op. cit., pp. 31-72.
[21] Fornet, Ambrosio: «El Quinquenio Gris: revisitando el término», Casa de las Américas, n° 246, 2007, pp. 3-16.
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Tomado de OpenEditions Journals
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