«…la vida está hecha así, a base de pequeñas soledades».
Roland Barhes.
Creo que pocos libros —últimamente— se saborean tanto desde la antropología lingüística y desde la etnología social; como el que nos ocupa: Limpieza de sangre, de Charo Guerra (1962). O sea, se regodea en los actos / hechos de blanqueamientos de piel, dígase por documentos o por degradaciones, hasta llegar a la epidermis de los elegidos, los amos, los occidentales y sus prácticas formativas. El volumen se acerca peligrosamente a algo que durante todos los milenios del joven proceso cultural de nuestra formación identitaria, se escondió en el núcleo de los hogares —de ahí su dolor intenso, su desgarramiento visceral— encubriendo el pensamiento / privilegio blanco, o la mascarada blanca que constituye una inmunidad esgrimida por la sacarocracia cubana —y todavía en ejercicio—, lo interesante es que las plantaciones en Cuba ya apenas existen, pero la ideología que la asentó se halla intacta en eso que definimos como: Postcolonialismo, o lo que es lo mismo el miedo al sujeto negro —que a nivel mental, para manipularlo lo convirtieron en objeto sobre todo para su enriquecimiento desmedido. Hablamos de la evidencialidad o testimonialidad que en los poemas de Charo Guerra resulta tan claro desde el inicio de sus textos: «… es cierto / Ella parece menos negra que su madre / quien, a su vez, fue menos negra / que la suya y otras madres / cuyas pieles perdieron brillo / por la salinidad y la distancia / quién sabe de qué sitios, / qué vahídos / (mareo es la palabra que decimos aquí, / porque es la más precisa), / viniendo de qué barcos / fantasmales, ocultos, / tétricas diligencias de mujeres y hombres enlazados, / arrojados al mar, a la ira de Dios». El anterior segmento pertenece al poema iniciático del poemario rotulado: Atavismo. Estamos vinculándonos fonéticamente con la biología, específicamente con la genética, en especial los genes de nuestros antepasados, el universo de los genotipos, la genética clásica y por este camino la herencia directa e indirecta, los procesos de reproducción sexual, la fertilización y luego en el centro los variados mecanismos para evitar, desechar, o evadir las injusticias.[i] No olvidemos los documentos de blanqueamiento o seudolegitimación de los oprimidos (los sujetos negros) de la época colonial global.[ii]
Que yo recuerde es un volumen que se convierte o transforma en ejemplo único de la fusión que somos y prevalece; aunque la neguemos con vitalidad y energía estéril. O demostremos nuestro postcolonialismo frustrante. No nos dejemos arrastrar por esa grandeza mínima, pues, es un poemario de lo interior, de los márgenes y de lo vergonzante, lo reprimido, una especie de mimetismo sombrío: «El padre blanqueó los tintes, / neutralizó el vibrante arcoíris de su cuerpo. / Es un hecho que reza en documento / obrado por dignatarios/de impoluta estirpe. Aquí se «iguala» tanto a la obra de teatro del fallecido Premio Nacional —también matancero— de Literatura (1992) y Artes Escénicas (2002), Abelardo Estorino (1925-2013): «Parece Blanca»,[iii] que dramatizó entre nosotros la actriz Adria Santana (1948-2011), su actriz fetiche. Ya sé, Parece blanca y Limpieza de sangre convergen no solo en el tema, sino en plasmar los entresijos humanos desde el mismo centro de la familia y por extensión lógica / insólita de la sociedad actual. Además ambos practican esa sobriedad/sutileza matancera solo apresable por la poeta centenaria Carilda Oliver Labra (1922-20), en sus silencios.[iv]
Limpieza de sangre resultó Premio Julián del Casal de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) 2021, por lo que pronto los ávidos lectores contaremos con esta obra impresa por Ediciones Unión. Como raro botón de muestra de esos versos afilados, íntimos, me centraré en uno de ellos para el convite magnifico: «Olvidé cómo era mojar mi rostro con líquidos salados. / Estoy seca. / Alguien me pregunta cómo no derramar / al menos una lágrima. / Sucede, digo. / No hallo manera de explicarlo.» Por ahora me despido con una interrogante lapidaria al machismo, el racismo, la discriminación / segregación de cualquier tipo, o sea a la sociedad cubana en su conjunto que brota de este libro de enigmas a lo Charo Guerra: ¿Y qué de nuestros errores?
[i] Estoy hablando de los estudios del Genoma mitocondrial, o ADN mitocondrial que se realizaron en Cuba, antes de la aparición de la Covid-19. Que además reflejaron que la población cubana se compone de: 33% de origen aborigen, 40% de origen africano y solo el 22% es de origen europeo. Para los feministas una buena noticia el ADN mitocondrial se origina solamente a partir de la vía materna, o sea que se hereda de la Eva mitocondrial que, es originaria de África, según las más recientes tesis científicas.
[ii] A la burguesía cubana, o sacarocracia le debemos el progresivo y detallado blanqueamiento de la imagen del general mulato de tres guerras Antonio Maceo y Grajales (1845-1896), obsérvense sus retratos iniciales, en especial aquel de 1882 en Honduras, con los que han ido apareciendo después; pero qué curioso no hicieron lo mismo con la imagen de sus hermanos, los también generales José Maceo (1849-1896) y Rafael Maceo «Cholón» (1850-1882); ni tampoco con sus otros medios−hermanos coroneles y tenientes coroneles, los Regüeiferos Grajales, o los Maceo Téllez, nacidos de los cuatro matrimonios, llegando a la cifra de insurreccionarse 19 hijos, o por extensión con sus padres Mariana Grajales y Marcos Maceo. Claro, Antonio Maceo constituye el héroe guerrero más grande dentro de la historiografía cubana, pues su carisma transcendió ampliamente a su clase de origen y al color de su piel.
[iii] Ya el tema, su importancia para la identidad del cubano, del criollo —tanto descendiente de español, africano o chino— se encuentra planteado en el libro de Cirilo Villaverde (1812-1894), Cecilia Valdés o La Loma del Ángel (1879). O en: Pedro Blanco, El negrero, del escritor Lino Novas Calvo (1903-1983). O sea la trama resulta de capital actualidad para la cultura cubana.
[iv] Cuando pienso en la Atenas de Cuba, La Plaza del Vigía, el San Juan, el danzón, la rumba, el béisbol, etcétera… los silencios históricos se notan más sólidos. Allí sucedieron en 1844 los sucesos de la Conspiración de la Escalera y el magnicidio del bardo Plácido (1809-1844).
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