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La ciudad contada —espacio que dirige el periodista Ciro Bianchi—, tuvo como invitado este 13 de diciembre a las 3 de la tarde, en la librería Fayad Jamís, a un gran conversador: el crítico, ensayista, narrador y poeta, Roberto Méndez.
El «asesor del Papa» se considera un feliz habitante de La Habana desde hace 15 años, aunque hay rasgos que lo identifican como un camagüeyano (Camagüey es su ciudad natal y donde vivió por espacio de 40 años), y hay personas que pueden percibirlo en su manera de comer y de vestir la mesa —como respondió a una pregunta de Ciro—, quien también se interesó por sus largas horas de trabajo en la Academia Cubana de la Lengua, organismo que vela por el idioma y está compuesto por investigadores y escritores que trabajan con el idioma vivo.
Méndez aclaró que no es «el policía que reprime» sino que está preparada para dialogar, aconsejar, comentar y preservar el idioma, que todas las hispanohablantes están regidas por la Academia Española de la Lengua, pero que todas tienen sus particularidades y reglas. La cubana, que tiene un gran prestigio internacional por su exquisita rigurosidad, se ocupa de los cubanismos. El Diccionario de la lengua española ya no es el «real diccionario» pues todas las academias tienen el derecho de aportar y salvaguardar el legado del idioma.
Ella no está de espaldas, ni es enemiga de la lengua contemporánea —dijo—, y mencionó ejemplos prestigiosos que la han integrado: Dulce María Loynaz y Roberto Fernández Retamar, los dos premios Nacionales de Literatura, y Dulce María, además, premio Miguel de Cervantes.
Cuando alguien muere, o se retira, para llenar ese sillón vacante se realiza un proceso pausado de análisis e investigación. Cada sillón tiene una letra, llevando consigo una medalla que la porta; cuando está cubierto el 80 o el 95 % se considera que la academia está formada.
De todos los géneros que practica prefiere básicamente la poesía, porque es, al final, a donde siempre acude. Los personajes para sus novelas históricas no son los documentados completamente, prefiere los que tienen lagunas, los secundarios que no son tomados en cuenta, porque es ahí donde el novelista tiene su mejor oportunidad para la ficción.
Para él la novela histórica es una amalgama donde la ficción y la realidad se fusionan, sin notas a pie de página. Hay que tener un basamento histórico y respetar las líneas del entorno, tomando lo que no está esclarecido. «El personaje que hable con un discurso se torna tedioso. No hay personaje grande que no tenga pequeñeces» —nos dice.
Cree que el ensayo no es una monografía, sino que se trata de la visión subjetiva de una persona; un género literario donde se conjugan poesía y narrador.
Méndez trata de escribir todos los días, de tener una disciplina sistemática; para él, la mañana es sagrada. No cree en el terror de la página en blanco. «Más vale una página medianamente escrita que la página completa que nunca se escribió». Para él, ningún género estorba a otro sino que se correlacionan.
En la última pregunta que le formulara Bianchi de si se consideraba un escritor de élite, respondió que él no sabía qué significaba eso. Son de élite mientras tengan un grupito que lo conozca. «Yo no escribo para mis compañeros de academia. El público es tan impensable y contiene una opinión inteligente. De ellos se impone la opinión, para bien o para mal».
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